/ domingo 11 de octubre de 2020

El rey cruel y justiciero

Uno de los siglos más cruentos que ha vivido la humanidad fue el siglo XIV. Por algo la posteridad le bautizó como el “siglo de la peste”. “Calamitosidad” que no sólo provino de un flagelo letal que entre 1348 y 1355 mató a más de un tercio de la población europea. Lo fue también porque antes de esta pandemia, severas crisis climáticas, detonadoras de terribles hambrunas como la de 1315, azolaron al continente y lo fue de igual forma, porque a la par que la peste cernía su funesta estela en el continente, diversos conflictos políticos, propios de una Europa medieval que agonizaba, sacudieron a las incipientes casas reinantes.

El más destacado entre todos: la Guerra de los Cien Años (1337-1453), detonada a la muerte del último miembro de la dinastía Capeta, que desembocó en una lucha interminable por la sucesión al trono gálico en la que se involucraron las realezas franca y británica. Pero hubo otra lucha a muerte por el poder, cuyo escenario fue la Península Ibérica: ésta fue encabezada por Pedro de Borgoña, rey de Castilla (1350-1369), mejor conocido como Pedro “el Cruel” por sus detractores y “el Justiciero” por sus partidarios.

Personaje cuya vida dio inicio envuelta en los pañales de la traición y cuya muerte corrió a manos de su propio medio hermano. Hijo único de Alfonso XI de Castilla y María de Portugal, con tan sólo 15 años de edad sucedió a su padre al morir éste, víctima de peste. Sin embargo, el rey difunto había procreado otros diez hijos con Leonor de Guzmán. Uno de ellos fue quien lo ultimó: Enrique, que llevó al trono castellano a la Casa de Trastámara, a la que pertenecerían Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, en cuyos genes confluirían los de ambos.

A partir de entonces, Pedro I aparecerá, de modo recurrente, en las obras literarias e históricas a partir del siglo XIV, como protagonista lo mismo de antiguos romances que de dramas en el Siglo de Oro. En ellos, se le reconoce “cruel” porque había sometido al pueblo y enfrentado a la nobleza de su tiempo. De ahí que se vuelva protagonista de episodios de amor e infidelidad, entremezclados con pasajes plenos de violencia, plagados de asesinatos, feminicidios y fratricidios, de corrupción e intrigas del poder, erigido como un monarca inmisericorde y despiadado, y su historia de vida marcada con sangre durante los primeros siglos, lo mismo en autores españoles -López Ayala, Froissart, Ben Jaldún, Berenguer, Lope de Vega, Calderón- que franceses -Voltaire, Merimée, Dumas-, entre muchos más.

No obstante, durante la segunda mitad del siglo XIX su figura comienza a ser replanteada. Los nuevos tiempos y el nacimiento de la novela histórica, en búsqueda de personajes legendarios tardomedievales le favorecerán. Además, España vive una nueva guerra fratricida y requiere delimitar los alcances del poder entre el rey y las Cortes: hallar referentes históricos era un imponderable. Pedro I será reinterpretado y ahora exaltado por historiadores y literatos, que hacen de él objeto de apología o detracción, según su propia visión y posición política.

La pregunta sería ¿cómo poder ser más objetivos con este protagonista de la Historia? Un camino sería evocar a su propia formación como heredero a la corona castellana, de la cual obra clave fue el importante texto didáctico, del género espejo de príncipes: De Regimine Principum (1294) del predicador agustino Egidio Colonna, que le instruía en el arte de gobernar. Caracterizado por su exultación a la institución monárquica, a diferencia del esquema medieval en el que el rey estaba sujeto a la ley, éste le hacía ver que era ella la que estaba bajo el poder real: lo mismo podía “doblar la ley” hacia una parte y ser misericordioso, que hacia la contraria para castigar al opositor con un rigor mayor al de la propia ley. Visión de enorme influencia a la que se sumaron los Proverbios morales que Don Sem Tob, el judío de Carrión, le escribió y que le recordaban que la justicia sólo estaba en Dios y en el rey, por lo que “el que non le amare que le pueda temer”. Así, al evocar la historia de Pedro I de Castilla, más allá de las leyendas negra o romántica tejidas a través de las centurias, es evidente que no sólo fue uno de los mejores ejemplos de la proto autoridad monárquica de los tiempos modernos. Debió ser, junto con Fernando de Aragón, poderosa fuente de inspiración en la obra maquiaveliana.

Lamentablemente, no ha sido el único rey de claroscuros. De tanto en tanto, hay paralelismos históricos y nos encontramos a quienes desde el poder, consciente o inconscientemente, se convierten en sus émulos para violentar a la ley. Unos, porque se consideran sobre ella. Otros, porque creen ser la Ley. Olvidan que Pedro I de Castilla fue formado para ser rey cuando aún la humanidad no imaginaba que algún día, siglos después, aprendería gracias al rescate del pensamiento clásico en el Renacimiento venidero, que milenios atrás, en la antigüedad, habían sido los griegos los primeros en teorizar sobre lo que era la democracia.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli


Uno de los siglos más cruentos que ha vivido la humanidad fue el siglo XIV. Por algo la posteridad le bautizó como el “siglo de la peste”. “Calamitosidad” que no sólo provino de un flagelo letal que entre 1348 y 1355 mató a más de un tercio de la población europea. Lo fue también porque antes de esta pandemia, severas crisis climáticas, detonadoras de terribles hambrunas como la de 1315, azolaron al continente y lo fue de igual forma, porque a la par que la peste cernía su funesta estela en el continente, diversos conflictos políticos, propios de una Europa medieval que agonizaba, sacudieron a las incipientes casas reinantes.

El más destacado entre todos: la Guerra de los Cien Años (1337-1453), detonada a la muerte del último miembro de la dinastía Capeta, que desembocó en una lucha interminable por la sucesión al trono gálico en la que se involucraron las realezas franca y británica. Pero hubo otra lucha a muerte por el poder, cuyo escenario fue la Península Ibérica: ésta fue encabezada por Pedro de Borgoña, rey de Castilla (1350-1369), mejor conocido como Pedro “el Cruel” por sus detractores y “el Justiciero” por sus partidarios.

Personaje cuya vida dio inicio envuelta en los pañales de la traición y cuya muerte corrió a manos de su propio medio hermano. Hijo único de Alfonso XI de Castilla y María de Portugal, con tan sólo 15 años de edad sucedió a su padre al morir éste, víctima de peste. Sin embargo, el rey difunto había procreado otros diez hijos con Leonor de Guzmán. Uno de ellos fue quien lo ultimó: Enrique, que llevó al trono castellano a la Casa de Trastámara, a la que pertenecerían Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, en cuyos genes confluirían los de ambos.

A partir de entonces, Pedro I aparecerá, de modo recurrente, en las obras literarias e históricas a partir del siglo XIV, como protagonista lo mismo de antiguos romances que de dramas en el Siglo de Oro. En ellos, se le reconoce “cruel” porque había sometido al pueblo y enfrentado a la nobleza de su tiempo. De ahí que se vuelva protagonista de episodios de amor e infidelidad, entremezclados con pasajes plenos de violencia, plagados de asesinatos, feminicidios y fratricidios, de corrupción e intrigas del poder, erigido como un monarca inmisericorde y despiadado, y su historia de vida marcada con sangre durante los primeros siglos, lo mismo en autores españoles -López Ayala, Froissart, Ben Jaldún, Berenguer, Lope de Vega, Calderón- que franceses -Voltaire, Merimée, Dumas-, entre muchos más.

No obstante, durante la segunda mitad del siglo XIX su figura comienza a ser replanteada. Los nuevos tiempos y el nacimiento de la novela histórica, en búsqueda de personajes legendarios tardomedievales le favorecerán. Además, España vive una nueva guerra fratricida y requiere delimitar los alcances del poder entre el rey y las Cortes: hallar referentes históricos era un imponderable. Pedro I será reinterpretado y ahora exaltado por historiadores y literatos, que hacen de él objeto de apología o detracción, según su propia visión y posición política.

La pregunta sería ¿cómo poder ser más objetivos con este protagonista de la Historia? Un camino sería evocar a su propia formación como heredero a la corona castellana, de la cual obra clave fue el importante texto didáctico, del género espejo de príncipes: De Regimine Principum (1294) del predicador agustino Egidio Colonna, que le instruía en el arte de gobernar. Caracterizado por su exultación a la institución monárquica, a diferencia del esquema medieval en el que el rey estaba sujeto a la ley, éste le hacía ver que era ella la que estaba bajo el poder real: lo mismo podía “doblar la ley” hacia una parte y ser misericordioso, que hacia la contraria para castigar al opositor con un rigor mayor al de la propia ley. Visión de enorme influencia a la que se sumaron los Proverbios morales que Don Sem Tob, el judío de Carrión, le escribió y que le recordaban que la justicia sólo estaba en Dios y en el rey, por lo que “el que non le amare que le pueda temer”. Así, al evocar la historia de Pedro I de Castilla, más allá de las leyendas negra o romántica tejidas a través de las centurias, es evidente que no sólo fue uno de los mejores ejemplos de la proto autoridad monárquica de los tiempos modernos. Debió ser, junto con Fernando de Aragón, poderosa fuente de inspiración en la obra maquiaveliana.

Lamentablemente, no ha sido el único rey de claroscuros. De tanto en tanto, hay paralelismos históricos y nos encontramos a quienes desde el poder, consciente o inconscientemente, se convierten en sus émulos para violentar a la ley. Unos, porque se consideran sobre ella. Otros, porque creen ser la Ley. Olvidan que Pedro I de Castilla fue formado para ser rey cuando aún la humanidad no imaginaba que algún día, siglos después, aprendería gracias al rescate del pensamiento clásico en el Renacimiento venidero, que milenios atrás, en la antigüedad, habían sido los griegos los primeros en teorizar sobre lo que era la democracia.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli