/ miércoles 31 de enero de 2024

El triunfo de Felix Tshisekedi en el Congo

Por Marco Reyes

La década de los años sesenta del siglo XX trajo consigo una crítica a la colonización ejercida en el continente africano por parte de las potencias europeas. Después de siete décadas de haberse formalizado el reparto colonial de África mediante la Conferencia de Berlín (1884), una serie de movimientos de liberación nacional encabezados principalmente por medio de vanguardias partidistas y nacionalistas interrogaron profundamente a los países colonizadores hasta finalmente lograr desembarazarse del dominio colonial. Así, la República Democrática de Congo y el Movimiento Nacional Congolés liderado por Patrice Emmery Lumumba trascendió hasta hacerse de la independencia el 30 de junio de 1960.

La mayor parte de las vanguardias de liberación nacional estaban encabezadas por partidos políticos de fuerte inspiración marxista-leninista que, en cuanto tal, defendían el principio de autodeterminación de los pueblos y el desarrollo económico como sinónimo de urbanización e industrialización de todos los Estados recientemente liberados. Tenían, a decir de Immanuel Wallerstein, una fe ciega en el paradigma occidental de progreso que debía facilitarse mediante Estados fuertes, estables, centralizados y democráticos. Paradójicamente este afro-optimismo que anidaba a mediados del siglo pasado no lograba concebir que muchas de estas metas y utensilios de lucha y emancipación se hallaban ancladas a la historia europea y a sus pretensiones universalistas. Aquello que a mediados del siglo XX era poco visible (colonialidad) paulatinamente se ha hecho cada vez más evidente diluyendo ese viejo afro-optimismo hasta sustituirlo paulatinamente por múltiples optimismos, voces que desconfían profundamente de las fórmulas ya conocidas: el malo conocido. No sólo se trata de un mero abstencionismo electoral, ni de una débil conciencia política de parte de lo(a)s africano(a)s que a menudo se esgrimen para resaltar el “atraso” del continente y la garantía de tutelaje económico y político sobre él, sino de una profunda crítica desde muy diversos registros históricos hacia los viejos frentes de cambio y/o emancipación. Se trata de una crítica hacia antiguas fórmulas de avanzada que, en tanto tales, siempre terminan por producir sectores poblacionales, segmentos sociales marginalizados por la propia dinámica hegemónica de los movimientos sociales.

Si bien el presidente congolés Felix Tshisekedi ha sido re-electo para un segundo término en las pasadas elecciones (2023), lo que se oculta detrás de los resultados electorales que le coronan es que durante los últimos cuatro comicios electorales (2006, 2011, 2019 y 2023) el número de votantes registrados casi se ha duplicado: de poco más de 25 millones en 2006 hasta alcanzar un poco más de 41 millones en 2023. Paradójicamente, el número de personas que han emitido su voto en 2006 y 2023 no se ha incrementado sino que ha experimentado un leve retroceso. Tales cifras merecen un análisis más allá de lo numérico o cuantitativo. Se trata de un desencanto con los sistemas electorales y con las promesas de los partidos congoleses. Desde las pasadas elecciones, un fenómeno social denominado “Yebela” (“vete”, “llégale”) adquirió una cierta visibilidad y fuertes críticas desde aquellos sectores que siguen confiando en las desgastadas vanguardias partidistas cuyas metas son siempre tomar el poder para cambiar el mundo (Holloway). En tanto sociedades en movimiento, compuestas por muy diversos sectores sociales (en claro desafío a las élites liberadoras a menudo compuestas por un estrato de clase autoproclamado como agente masculino de cambio social y/o revolucionario), el ascenso o grito del “Yebela” proviene desde los márgenes ignorados por los partidos políticos congoleses, se escucha desde aquellos sectores sociales doblemente subalternizados: jóvenes y mujeres. Desde aquellos cuerpos para los cuales la descolonización fue tan solo un tenue eco.

Así, más allá de las celebraciones partidistas que ensalzan los resultados electorales y el triunfo de Tshisekedi, desde las sociedades en movimiento han aparecido también manifestaciones como LUTTA (Lucha por el Cambio) que acusa al Estado congolés de estar enfermo y propone nuevos caminos de cambio y acción para hacer realidad el sueño de un nuevo Congo. A contrapelo de las banderas roídas de lucha de los viejos movimientos sociales surgidos hacia mediados del siglo pasado, la Lucha por el Cambio (LUTTA) no pasa fundamentalmente por dicha lógica emancipatoria cuya esencia siempre requiere de liderazgos claros –y a menudo masculinos y nacionalistas – sino que los desafía de cara a construir una nueva sociedad congolesa mediante las acciones de personas dignas y que luchen por sus derechos.

(Historia. UAM-Iztapalapa). Miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión de África, Medio Oriente y Sudoeste Asiático del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).

Por Marco Reyes

La década de los años sesenta del siglo XX trajo consigo una crítica a la colonización ejercida en el continente africano por parte de las potencias europeas. Después de siete décadas de haberse formalizado el reparto colonial de África mediante la Conferencia de Berlín (1884), una serie de movimientos de liberación nacional encabezados principalmente por medio de vanguardias partidistas y nacionalistas interrogaron profundamente a los países colonizadores hasta finalmente lograr desembarazarse del dominio colonial. Así, la República Democrática de Congo y el Movimiento Nacional Congolés liderado por Patrice Emmery Lumumba trascendió hasta hacerse de la independencia el 30 de junio de 1960.

La mayor parte de las vanguardias de liberación nacional estaban encabezadas por partidos políticos de fuerte inspiración marxista-leninista que, en cuanto tal, defendían el principio de autodeterminación de los pueblos y el desarrollo económico como sinónimo de urbanización e industrialización de todos los Estados recientemente liberados. Tenían, a decir de Immanuel Wallerstein, una fe ciega en el paradigma occidental de progreso que debía facilitarse mediante Estados fuertes, estables, centralizados y democráticos. Paradójicamente este afro-optimismo que anidaba a mediados del siglo pasado no lograba concebir que muchas de estas metas y utensilios de lucha y emancipación se hallaban ancladas a la historia europea y a sus pretensiones universalistas. Aquello que a mediados del siglo XX era poco visible (colonialidad) paulatinamente se ha hecho cada vez más evidente diluyendo ese viejo afro-optimismo hasta sustituirlo paulatinamente por múltiples optimismos, voces que desconfían profundamente de las fórmulas ya conocidas: el malo conocido. No sólo se trata de un mero abstencionismo electoral, ni de una débil conciencia política de parte de lo(a)s africano(a)s que a menudo se esgrimen para resaltar el “atraso” del continente y la garantía de tutelaje económico y político sobre él, sino de una profunda crítica desde muy diversos registros históricos hacia los viejos frentes de cambio y/o emancipación. Se trata de una crítica hacia antiguas fórmulas de avanzada que, en tanto tales, siempre terminan por producir sectores poblacionales, segmentos sociales marginalizados por la propia dinámica hegemónica de los movimientos sociales.

Si bien el presidente congolés Felix Tshisekedi ha sido re-electo para un segundo término en las pasadas elecciones (2023), lo que se oculta detrás de los resultados electorales que le coronan es que durante los últimos cuatro comicios electorales (2006, 2011, 2019 y 2023) el número de votantes registrados casi se ha duplicado: de poco más de 25 millones en 2006 hasta alcanzar un poco más de 41 millones en 2023. Paradójicamente, el número de personas que han emitido su voto en 2006 y 2023 no se ha incrementado sino que ha experimentado un leve retroceso. Tales cifras merecen un análisis más allá de lo numérico o cuantitativo. Se trata de un desencanto con los sistemas electorales y con las promesas de los partidos congoleses. Desde las pasadas elecciones, un fenómeno social denominado “Yebela” (“vete”, “llégale”) adquirió una cierta visibilidad y fuertes críticas desde aquellos sectores que siguen confiando en las desgastadas vanguardias partidistas cuyas metas son siempre tomar el poder para cambiar el mundo (Holloway). En tanto sociedades en movimiento, compuestas por muy diversos sectores sociales (en claro desafío a las élites liberadoras a menudo compuestas por un estrato de clase autoproclamado como agente masculino de cambio social y/o revolucionario), el ascenso o grito del “Yebela” proviene desde los márgenes ignorados por los partidos políticos congoleses, se escucha desde aquellos sectores sociales doblemente subalternizados: jóvenes y mujeres. Desde aquellos cuerpos para los cuales la descolonización fue tan solo un tenue eco.

Así, más allá de las celebraciones partidistas que ensalzan los resultados electorales y el triunfo de Tshisekedi, desde las sociedades en movimiento han aparecido también manifestaciones como LUTTA (Lucha por el Cambio) que acusa al Estado congolés de estar enfermo y propone nuevos caminos de cambio y acción para hacer realidad el sueño de un nuevo Congo. A contrapelo de las banderas roídas de lucha de los viejos movimientos sociales surgidos hacia mediados del siglo pasado, la Lucha por el Cambio (LUTTA) no pasa fundamentalmente por dicha lógica emancipatoria cuya esencia siempre requiere de liderazgos claros –y a menudo masculinos y nacionalistas – sino que los desafía de cara a construir una nueva sociedad congolesa mediante las acciones de personas dignas y que luchen por sus derechos.

(Historia. UAM-Iztapalapa). Miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión de África, Medio Oriente y Sudoeste Asiático del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).