/ domingo 24 de julio de 2022

“El triunfo de la voluntad” (II)

“El que no está conmigo, está contra mí”.

A. Hitler


Mussolini tardó tres años para imponer su dictadura. Hitler lo logró en 18 meses: primero pulverizó organizaciones y partidos políticos, sólo habría uno: el Nazi; después minó a las autonomías regionales y finalmente a toda oposición. Sus organizaciones de élite fueron las Tropas de Asalto (Sturmabteilungen: SA), las Escuadras de Protección (Schutzstaffel: SS) y la Policía Secreta del Estado (Gehaime Staatspolizei: Gestapo), pero su arma mayor: la propaganda.

Jean-Marie Domenach, estudioso del fenómeno, ha sentenciado que la propaganda política es una espantosa amenaza que detona “epidemias psicológicas”, “histerias colectivas”, en manos de fabricantes en serie de individuos de “mentalidad teleguiada” al confluir dos factores: masa y medios de comunicación. Propaganda explícita o tácita que opera en consonancia con un contexto cultural en el que resuenan determinadas ideas y símbolos. En el caso de Hitler [H], el Tratado de Versalles (1919) fue el pretexto propagandístico originario del que desprendió a sus enemigos. El externo: los países signatarios de aquél, y el interno: comunistas y principalmente judíos, a los que desde 1923 denigrará en acres e inmisericordes caricaturas. Es el inicio de una campaña hipnotizante que romperá la personalidad popular. Hombres y mujeres se fascinarán por igual y perderán toda capacidad racional; convencidos y abducidos por el discurso nazi, el triunfo de H está dado. La ideología nazi tenía una gran carga racista y vendía la imagen de que Alemania había sido víctima de sus enemigos. Debía independizarse y apelaba a los sentimientos de las masas resentidas -por la crisis económica y falta de oportunidades- a las que se dirigía, aunque en el fondo le repugnaran, en los términos que sabía éstas querían escuchar. Desaparecer a la república de Weimar e instaurar el nuevo orden era su meta inmediata. La final: construir un imperio de mil años.

En febrero de 1933, H emite el decreto del incendio del Reichstag y suspende las garantías constitucionales, catapultando su movimiento. Todo opositor al Reich será declarado enemigo, traidor a la patria, despedido de la administración y enviado a un campo de detención preventiva (futuros campos de concentración) o eliminado, como sucedió en la “noche de los cuchillos largos”. En marzo establece el Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda del Reich con Goebbels al frente, quien en mayo enviará a las SS y SA a instituciones académicas y casas a requisar y destruir los libros de los autores “prohibidos” por el régimen. Para 1935, todos los medios (prensa, radio, música, teatro…) están ya bajo el monopolio estatal y el cine se convierte en uno de los más efectivos. Leni Riefenstahl es la cineasta principal y quien documentará en la multipremiada película “El triunfo de la voluntad” los trabajos del VI Congreso del partido nazi celebrado en Nuremberg, priorizando los discursos de H, al que mostrará siempre junto al águila imperial y la esvástica.

Sí, la propaganda estaba fría y perversamente planeada: la gesticulación debía ser grandilocuente, los mensajes simples, breves y llenos de carga emotiva, vinculados a símbolos nacionalistas. No importaba su certeza o falsedad: emanaban de una voluntad “superior” que obstinada, pertinaz y maniqueamente incoaba odio, rencor y miedo contra el “culpable” pasado inmediato, el “mal de la Nación”. Se pedía el autosacrificio a cambio de esperanza, “paz” y progreso: “Alemania despierta”, “Hacia la victoria”. A toda reacción, la contraofensiva debería ser inmediata. Silencio sólo en casos de debilidad. H sabía que el odio sembrado verbalmente terminaría exteriorizado una vez despertados los instintos más bajos, violentos y agresivos del pueblo alienado.

Derrotado oficialmente el nazismo en mayo de 1945 ¿qué quedó después de la fanatización, manipulación, devastación y exterminio de 70 millones de seres, seis de ellos judíos? Una Europa destruida, un mundo dividido, una humanidad horrorizada, el alma colectiva herida con llagas que tardarán mucho -tal vez nunca- en cerrar, producto de la obra de una mente malévola y criminal que supo allegarse de seres execrables como él y que logró envolver y cautivar a un pueblo al que marcó indeleblemente, escribiendo una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.

Esto no lo podemos olvidar y mucho menos negar, pues trágicamente, de tanto en tanto, aparecen émulos (algunos verdaderamente patéticos, pero no menos peligrosos) de este engendro que logran hipnotizar a nuevos sectores populares que terminan sucumbiendo a sus siniestros cantos sirénicos. Por ello mismo, a partir de lo que la historia nos devela, ninguna analogía puede ser considerada coincidencia ni minimizarse. Como sociedad debemos estar alertas para erradicar toda posibilidad de revivir algo similar, por lejana que parezca ser. A coro lo han clamado los sobrevivientes: la humanidad está obligada a nunca más permitirse vivir un despiadado infierno criminal así.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

“El que no está conmigo, está contra mí”.

A. Hitler


Mussolini tardó tres años para imponer su dictadura. Hitler lo logró en 18 meses: primero pulverizó organizaciones y partidos políticos, sólo habría uno: el Nazi; después minó a las autonomías regionales y finalmente a toda oposición. Sus organizaciones de élite fueron las Tropas de Asalto (Sturmabteilungen: SA), las Escuadras de Protección (Schutzstaffel: SS) y la Policía Secreta del Estado (Gehaime Staatspolizei: Gestapo), pero su arma mayor: la propaganda.

Jean-Marie Domenach, estudioso del fenómeno, ha sentenciado que la propaganda política es una espantosa amenaza que detona “epidemias psicológicas”, “histerias colectivas”, en manos de fabricantes en serie de individuos de “mentalidad teleguiada” al confluir dos factores: masa y medios de comunicación. Propaganda explícita o tácita que opera en consonancia con un contexto cultural en el que resuenan determinadas ideas y símbolos. En el caso de Hitler [H], el Tratado de Versalles (1919) fue el pretexto propagandístico originario del que desprendió a sus enemigos. El externo: los países signatarios de aquél, y el interno: comunistas y principalmente judíos, a los que desde 1923 denigrará en acres e inmisericordes caricaturas. Es el inicio de una campaña hipnotizante que romperá la personalidad popular. Hombres y mujeres se fascinarán por igual y perderán toda capacidad racional; convencidos y abducidos por el discurso nazi, el triunfo de H está dado. La ideología nazi tenía una gran carga racista y vendía la imagen de que Alemania había sido víctima de sus enemigos. Debía independizarse y apelaba a los sentimientos de las masas resentidas -por la crisis económica y falta de oportunidades- a las que se dirigía, aunque en el fondo le repugnaran, en los términos que sabía éstas querían escuchar. Desaparecer a la república de Weimar e instaurar el nuevo orden era su meta inmediata. La final: construir un imperio de mil años.

En febrero de 1933, H emite el decreto del incendio del Reichstag y suspende las garantías constitucionales, catapultando su movimiento. Todo opositor al Reich será declarado enemigo, traidor a la patria, despedido de la administración y enviado a un campo de detención preventiva (futuros campos de concentración) o eliminado, como sucedió en la “noche de los cuchillos largos”. En marzo establece el Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda del Reich con Goebbels al frente, quien en mayo enviará a las SS y SA a instituciones académicas y casas a requisar y destruir los libros de los autores “prohibidos” por el régimen. Para 1935, todos los medios (prensa, radio, música, teatro…) están ya bajo el monopolio estatal y el cine se convierte en uno de los más efectivos. Leni Riefenstahl es la cineasta principal y quien documentará en la multipremiada película “El triunfo de la voluntad” los trabajos del VI Congreso del partido nazi celebrado en Nuremberg, priorizando los discursos de H, al que mostrará siempre junto al águila imperial y la esvástica.

Sí, la propaganda estaba fría y perversamente planeada: la gesticulación debía ser grandilocuente, los mensajes simples, breves y llenos de carga emotiva, vinculados a símbolos nacionalistas. No importaba su certeza o falsedad: emanaban de una voluntad “superior” que obstinada, pertinaz y maniqueamente incoaba odio, rencor y miedo contra el “culpable” pasado inmediato, el “mal de la Nación”. Se pedía el autosacrificio a cambio de esperanza, “paz” y progreso: “Alemania despierta”, “Hacia la victoria”. A toda reacción, la contraofensiva debería ser inmediata. Silencio sólo en casos de debilidad. H sabía que el odio sembrado verbalmente terminaría exteriorizado una vez despertados los instintos más bajos, violentos y agresivos del pueblo alienado.

Derrotado oficialmente el nazismo en mayo de 1945 ¿qué quedó después de la fanatización, manipulación, devastación y exterminio de 70 millones de seres, seis de ellos judíos? Una Europa destruida, un mundo dividido, una humanidad horrorizada, el alma colectiva herida con llagas que tardarán mucho -tal vez nunca- en cerrar, producto de la obra de una mente malévola y criminal que supo allegarse de seres execrables como él y que logró envolver y cautivar a un pueblo al que marcó indeleblemente, escribiendo una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.

Esto no lo podemos olvidar y mucho menos negar, pues trágicamente, de tanto en tanto, aparecen émulos (algunos verdaderamente patéticos, pero no menos peligrosos) de este engendro que logran hipnotizar a nuevos sectores populares que terminan sucumbiendo a sus siniestros cantos sirénicos. Por ello mismo, a partir de lo que la historia nos devela, ninguna analogía puede ser considerada coincidencia ni minimizarse. Como sociedad debemos estar alertas para erradicar toda posibilidad de revivir algo similar, por lejana que parezca ser. A coro lo han clamado los sobrevivientes: la humanidad está obligada a nunca más permitirse vivir un despiadado infierno criminal así.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli