/ viernes 12 de enero de 2018

El último jalón

Que podría ser el más importante. Los cambios en el gabinete regresan al equipo mexiquense, en el intento de hacer lo imposible, porque el PRI se quede en Los Pinos y la salida de este régimen resulte más leve.

Apoteósica la despedida de Osorio Chong. Peña Nieto dejó en claro que necesita la colaboración del hidalguense, para restablecer relaciones con el tricolor ofendido, por la llegada de un candidato “ciudadano”. Una forma de “lamerle la herida”, al no haber sido el elegido, cuando era el puntero en las encuestas.

Rancios espectáculos, de luces artificiales, para despedir a un funcionario, que debió irse hace tiempo. O, ¿qué no se apergolló a la secretaria de seguridad pública, a la que desapareció y puso la tranquilidad de los mexicanos bajo su férula?

Nada de que presumir; por el contrario, nos deja con el año más violento de décadas. Las cárceles, antesala del infierno, además de la fuga del Chapo, así lo recapturaran. La policía Federal, con los mismos 35 mil elementos –cuando más se necesitaba incrementarlos-, que recibió. Un deterioro brutal en cuanto a Derechos Humanos y la cifra de feminicidios, por las nubes. Eso sí, con un incremento al presupuesto para la seguridad, de casi un 300 por ciento.

Fue el poder por el poder. Aglutinar a la fuerza policiaca Federal, bajo su mando, llevó al desastre actual, que a ver quién es el guapo que lo arregla (Así el Peje jure que en tres años devolverá la paz).

Los amigos son los amigos y a Osorio se le perdonaron pifias monumentales, a cambio de su aparente lealtad (Que habrá que ver si le dura). Va primero en la lista de plurinominales, para una senaduría y se piensa será el jefe de la bancada –o de lo que quede de ella, tras las elecciones-.

Lo sustituye Alfonso Navarrete, hombre de las confianzas de Peña Nieto, pero del que sí se puede decir que cumplió: en cinco años ni una huelga y el empleo creció, así aún esté lejos de cubrir las necesidades. Con una trayectoria seria, experimentada, quizás pudiera haber ejercido mucho mejor papel que Osorio, si desde el inicio sexenal se le hubiera llevado a ese cargo.

Llega a bailar con la más fea: La guerra por la silla embrujada pinta negra y la etapa postelectoral, morada. Poco tiempo tiene para abatir al crimen, pero esperemos que siquiera logre detener la escalada, que tanto daña a la sociedad.

La faramalla oficialista se opacó con el destape del ahora expanista, Javier Lozano, como jilguero mayor del precandidato Meade. Lozano vuelve a sus orígenes (PRI), pone de vuelta y media al exjoven Maravilla, lo acusa de destazar al PAN y, como si él fuera ejemplo de congruencia, declara que el organismo político perdió su identidad.

Tribuno rijoso, de lengua afilada que lo mismo peleaba con compañeros de partido, que con la oposición. Al Revolucionario Institucional lo ponía de vuelta y media: con qué cara lo recibirán sus militantes, foco de sus insultos.

Poco está en el espíritu de Meade, el de la verdulería. Necesitaba un estilete florentino, capaz de responder a un López Obrador y un Ricardo Anaya, especialistas en esos juegos de verborrea cáustica. La campaña dirá si fue útil, o acabó de darle la puntilla.

catalinanq@hotmail.com

 @catalinanq

 

Que podría ser el más importante. Los cambios en el gabinete regresan al equipo mexiquense, en el intento de hacer lo imposible, porque el PRI se quede en Los Pinos y la salida de este régimen resulte más leve.

Apoteósica la despedida de Osorio Chong. Peña Nieto dejó en claro que necesita la colaboración del hidalguense, para restablecer relaciones con el tricolor ofendido, por la llegada de un candidato “ciudadano”. Una forma de “lamerle la herida”, al no haber sido el elegido, cuando era el puntero en las encuestas.

Rancios espectáculos, de luces artificiales, para despedir a un funcionario, que debió irse hace tiempo. O, ¿qué no se apergolló a la secretaria de seguridad pública, a la que desapareció y puso la tranquilidad de los mexicanos bajo su férula?

Nada de que presumir; por el contrario, nos deja con el año más violento de décadas. Las cárceles, antesala del infierno, además de la fuga del Chapo, así lo recapturaran. La policía Federal, con los mismos 35 mil elementos –cuando más se necesitaba incrementarlos-, que recibió. Un deterioro brutal en cuanto a Derechos Humanos y la cifra de feminicidios, por las nubes. Eso sí, con un incremento al presupuesto para la seguridad, de casi un 300 por ciento.

Fue el poder por el poder. Aglutinar a la fuerza policiaca Federal, bajo su mando, llevó al desastre actual, que a ver quién es el guapo que lo arregla (Así el Peje jure que en tres años devolverá la paz).

Los amigos son los amigos y a Osorio se le perdonaron pifias monumentales, a cambio de su aparente lealtad (Que habrá que ver si le dura). Va primero en la lista de plurinominales, para una senaduría y se piensa será el jefe de la bancada –o de lo que quede de ella, tras las elecciones-.

Lo sustituye Alfonso Navarrete, hombre de las confianzas de Peña Nieto, pero del que sí se puede decir que cumplió: en cinco años ni una huelga y el empleo creció, así aún esté lejos de cubrir las necesidades. Con una trayectoria seria, experimentada, quizás pudiera haber ejercido mucho mejor papel que Osorio, si desde el inicio sexenal se le hubiera llevado a ese cargo.

Llega a bailar con la más fea: La guerra por la silla embrujada pinta negra y la etapa postelectoral, morada. Poco tiempo tiene para abatir al crimen, pero esperemos que siquiera logre detener la escalada, que tanto daña a la sociedad.

La faramalla oficialista se opacó con el destape del ahora expanista, Javier Lozano, como jilguero mayor del precandidato Meade. Lozano vuelve a sus orígenes (PRI), pone de vuelta y media al exjoven Maravilla, lo acusa de destazar al PAN y, como si él fuera ejemplo de congruencia, declara que el organismo político perdió su identidad.

Tribuno rijoso, de lengua afilada que lo mismo peleaba con compañeros de partido, que con la oposición. Al Revolucionario Institucional lo ponía de vuelta y media: con qué cara lo recibirán sus militantes, foco de sus insultos.

Poco está en el espíritu de Meade, el de la verdulería. Necesitaba un estilete florentino, capaz de responder a un López Obrador y un Ricardo Anaya, especialistas en esos juegos de verborrea cáustica. La campaña dirá si fue útil, o acabó de darle la puntilla.

catalinanq@hotmail.com

 @catalinanq