/ miércoles 22 de septiembre de 2021

Elecciones parlamentarias en Rusia.  ¿Nuevo conflicto con Occidente? 

Por Rubén Beltrán

El próximo domingo 19 se renovarán las 450 curules de la cámara baja o Duma. Son las primeras que se dan en el marco de las reformas constitucionales adoptadas por una abrumadora mayoría de electores en julio de 2020. Estas reformas otorgan a la Duma un papel central en la nueva arquitectura del poder en Rusia; la Duma tiene ahora, entre otras, la facultad de aprobar el nombramiento del primer ministro, de viceprimeros ministros y de los ministros de la Federación.

En esta ocasión se elegirán 225 representantes por votación directa y 225 por el sistema proporcional que favorecerá a los partidos que alcancen al menos el 5% de la votación.

El electorado ruso, con un padrón compuesto por unos 110 millones de electores, acudirá a las urnas, se espera que el porcentaje de participación se asemeje al de las elecciones parlamentarias de 2016, que fue del 47.8%. Por otro lado, estas elecciones se darán en un contexto complicado por la pandemia, con casi 190,000 muertos y un número promedio de 18,000 nuevos contagios diarios.

Las encuestas disponibles muestran, dentro de su disparidad, que el oficialista Rusia Unida tiene una tendencia a la baja; los resultados, estarían lejos de los 343 escaños que obtuvo en 2016, aunque resulta probable que mantenga una mayoría simple, una duda reiterada es sobre si podrá retener la mayoría calificada de 301 curules de las 450 que conforman a la Duma. Se espera que el Partido Comunista, el Liberal Democrático y Rusia Justa, obtengan mejores resultados que en 2016.

Desde hace años, la relación de los países de occidente con Rusia se ha desarrollado en el marco de una serie de desencuentros acotados a temas específicos. Se podría decir que la agenda de Europa y de los Estados Unidos hacia Rusia es casuística y ninguna de las partes ha tenido la habilidad o voluntad política de desarrollar una agenda integral.

El tema electoral no ha sido la excepción. Es evidente, que la oposición al régimen de Putin ha encontrado en la figura de Aleksei Navalni uno de los principales referentes. En ese sentido, la narrativa internacional en torno al caso Navalani ha nutrido, aún más, el cuestionamiento respecto al sistema electoral ruso y la libre participación ciudadana en los procesos electorales. Este es, entonces, uno de los compartimentos rusos que mantiene el interés de la Unión Europea y los Estados Unidos.

En el caso de estas elecciones parlamentarias, el rasgo más reciente de desencuentro se dio a inicios de agosto cuando el director de la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos (OIDDH) de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), informó que dicha organización no enviaría observadores a estas elecciones en vista de las restricciones impuestas por las autoridades rusas, que limitaron sensiblemente el número de observadores internacionales argumentando las restricciones que impone la pandemia. El Departamento de Estado criticó acremente la decisión rusa señalando que es la observación internacional el mecanismo que aseguraría una valoración independiente y creíble del proceso electoral. Algunos países europeos han amenazado con desconocer el resultado de estas elecciones.

En muchos casos, la mecánica de atención fragmentada en temas de interés coyuntural para la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia ha conducido, ante la ausencia de acuerdos, a un rosario de sanciones, básicamente en el terreno económico, que ha desnaturalizado el sentido de un diálogo entre partes.

El efecto de dichas sanciones se ha desgastado con el tiempo y la economía rusa ha aprendido a "descontar" algunos de los aspectos que dichas sanciones ocasionaron. Tal es el caso de las limitaciones a empresas rusas para acceder a financiamiento del exterior, situación que ulteriormente fue parcialmente equilibrada gracias a los enormes ingresos en divisas de las poderosas empresas del sector energético ruso, Gazprom y Rosneft.

Colofón: En primer lugar, no cabe duda que los temas de democracia y libertades políticas deben de ocupar un tema central en todo dialogo político; en segundo lugar, debemos de preguntarnos si la estrategia de seguida ante Rusia por los países occidentales ha sido la adecuada. ¿Se han producido acuerdos en los temas tratados? La realidad llama a un cambio de paradigma, nadie se sienta a una mesa sin la perspectiva de poder ganar algo. Finalmente, no debe escapar a nuestra atención el hecho de que estos desencuentros conviven, paradójicamente, con un alto sentido de pragmatismo cuando lo que está en juego puede afectar los intereses de todos los involucrados; un ejemplo lo representa el acuerdo entre Alemania y Estados Unidos en relación con el proyecto Nord Stream 2, que llevará gas natural desde Rusia a Alemania.

La compartmentalización del diálogo con Rusia, con los riesgos que ello conlleva, permanecerá hasta la próxima crisis que requiera de un verdadero golpe de timón.

Por Rubén Beltrán

El próximo domingo 19 se renovarán las 450 curules de la cámara baja o Duma. Son las primeras que se dan en el marco de las reformas constitucionales adoptadas por una abrumadora mayoría de electores en julio de 2020. Estas reformas otorgan a la Duma un papel central en la nueva arquitectura del poder en Rusia; la Duma tiene ahora, entre otras, la facultad de aprobar el nombramiento del primer ministro, de viceprimeros ministros y de los ministros de la Federación.

En esta ocasión se elegirán 225 representantes por votación directa y 225 por el sistema proporcional que favorecerá a los partidos que alcancen al menos el 5% de la votación.

El electorado ruso, con un padrón compuesto por unos 110 millones de electores, acudirá a las urnas, se espera que el porcentaje de participación se asemeje al de las elecciones parlamentarias de 2016, que fue del 47.8%. Por otro lado, estas elecciones se darán en un contexto complicado por la pandemia, con casi 190,000 muertos y un número promedio de 18,000 nuevos contagios diarios.

Las encuestas disponibles muestran, dentro de su disparidad, que el oficialista Rusia Unida tiene una tendencia a la baja; los resultados, estarían lejos de los 343 escaños que obtuvo en 2016, aunque resulta probable que mantenga una mayoría simple, una duda reiterada es sobre si podrá retener la mayoría calificada de 301 curules de las 450 que conforman a la Duma. Se espera que el Partido Comunista, el Liberal Democrático y Rusia Justa, obtengan mejores resultados que en 2016.

Desde hace años, la relación de los países de occidente con Rusia se ha desarrollado en el marco de una serie de desencuentros acotados a temas específicos. Se podría decir que la agenda de Europa y de los Estados Unidos hacia Rusia es casuística y ninguna de las partes ha tenido la habilidad o voluntad política de desarrollar una agenda integral.

El tema electoral no ha sido la excepción. Es evidente, que la oposición al régimen de Putin ha encontrado en la figura de Aleksei Navalni uno de los principales referentes. En ese sentido, la narrativa internacional en torno al caso Navalani ha nutrido, aún más, el cuestionamiento respecto al sistema electoral ruso y la libre participación ciudadana en los procesos electorales. Este es, entonces, uno de los compartimentos rusos que mantiene el interés de la Unión Europea y los Estados Unidos.

En el caso de estas elecciones parlamentarias, el rasgo más reciente de desencuentro se dio a inicios de agosto cuando el director de la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos (OIDDH) de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), informó que dicha organización no enviaría observadores a estas elecciones en vista de las restricciones impuestas por las autoridades rusas, que limitaron sensiblemente el número de observadores internacionales argumentando las restricciones que impone la pandemia. El Departamento de Estado criticó acremente la decisión rusa señalando que es la observación internacional el mecanismo que aseguraría una valoración independiente y creíble del proceso electoral. Algunos países europeos han amenazado con desconocer el resultado de estas elecciones.

En muchos casos, la mecánica de atención fragmentada en temas de interés coyuntural para la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia ha conducido, ante la ausencia de acuerdos, a un rosario de sanciones, básicamente en el terreno económico, que ha desnaturalizado el sentido de un diálogo entre partes.

El efecto de dichas sanciones se ha desgastado con el tiempo y la economía rusa ha aprendido a "descontar" algunos de los aspectos que dichas sanciones ocasionaron. Tal es el caso de las limitaciones a empresas rusas para acceder a financiamiento del exterior, situación que ulteriormente fue parcialmente equilibrada gracias a los enormes ingresos en divisas de las poderosas empresas del sector energético ruso, Gazprom y Rosneft.

Colofón: En primer lugar, no cabe duda que los temas de democracia y libertades políticas deben de ocupar un tema central en todo dialogo político; en segundo lugar, debemos de preguntarnos si la estrategia de seguida ante Rusia por los países occidentales ha sido la adecuada. ¿Se han producido acuerdos en los temas tratados? La realidad llama a un cambio de paradigma, nadie se sienta a una mesa sin la perspectiva de poder ganar algo. Finalmente, no debe escapar a nuestra atención el hecho de que estos desencuentros conviven, paradójicamente, con un alto sentido de pragmatismo cuando lo que está en juego puede afectar los intereses de todos los involucrados; un ejemplo lo representa el acuerdo entre Alemania y Estados Unidos en relación con el proyecto Nord Stream 2, que llevará gas natural desde Rusia a Alemania.

La compartmentalización del diálogo con Rusia, con los riesgos que ello conlleva, permanecerá hasta la próxima crisis que requiera de un verdadero golpe de timón.