/ martes 18 de junio de 2019

Elizabeth Warren

No hace mucho, los críticos políticos decían que Elizabeth Warren no tenía posibilidades de triunfar en la política, pero encuestas recientes la colocan como una contendiente cada vez más creíble, y su regreso le ha valido una repentina ola de cobertura mediática favorable.

Warren ha venido desplegando propuestas de políticas públicas sustantivas y detalladas (una gran cantidad de propuestas de políticas públicas sustantivas y detalladas). Los expertos tradicionales consideran que esto debería ser un elemento disuasorio, que los ojos de los electores sólo se vidriarían ante la proliferación de papeles blancos.

No obstante, Warren ha logrado convertir la implacable sapiencia sobre políticas públicas en un aspecto definitorio de su personalidad política. Ahora sus seguidores aparecen en sus mítines con camisetas que proclaman: “¡Warren tiene un plan para eso!”. Y ella, según se dice, está logrando que el debate serio sobre políticas públicas se vuelva una forma de conectar con su audiencia. No hay que apoyar los detalles específicos de sus planes para darse cuenta de que son producto del razonamiento arduo, que se inspira en el trabajo de investigadores económicos respetados.

Sin embargo, en ese caso, ¿por qué ningún otro contendiente a la presidencia ha desarrollado planes equiparables? La respuesta, sugeriría, es que Warren —ella misma una académica importante en políticas públicas— entendió desde el comienzo algo que los demás candidatos sólo están comenzando a captar: la diferencia entre hablar en serio y hablar en Serio.

A lo que me refiero con hablar en Serio es convencerse de la sabiduría convencional de los círculos de Washington: el tipo de sabiduría convencional que, en 2011, con el desempleo todavía catastróficamente elevado y las tasas de interés a niveles históricamente bajos, creó un consenso de élite que decía que debíamos dejar de preocuparnos por los empleos y concentrarnos en… la reforma de los derechos a los subsidios. A lo que me refiero con ser serio es a poner atención a la evidencia real sobre los efectos de los programas económicos y sociales.

Warren entiende que el análisis serio es mucho más favorable a una agenda progresista que la sabiduría convencional seria, que está obsesionada con mantener los impuestos bajos y limitar el gasto. Los expertos más importantes en la economía de la fiscalización están a favor de aumentos importantes en las tasas fiscales a los ingresos más altos y a la riqueza. Los economistas más destacados que estudian el gasto social argumentan que un mayor gasto en el cuidado infantil temprano tiene enormes beneficios.

En consecuencia, Warren ha podido desarrollar planes que son muy progresistas, pero que también están bien fundamentados en evidencia y análisis. Todavía no sabemos si este electorado es lo suficientemente grande para ser determinante en las elecciones primarias demócratas. Pero si lo es, Warren tiene un plan para eso.

No hace mucho, los críticos políticos decían que Elizabeth Warren no tenía posibilidades de triunfar en la política, pero encuestas recientes la colocan como una contendiente cada vez más creíble, y su regreso le ha valido una repentina ola de cobertura mediática favorable.

Warren ha venido desplegando propuestas de políticas públicas sustantivas y detalladas (una gran cantidad de propuestas de políticas públicas sustantivas y detalladas). Los expertos tradicionales consideran que esto debería ser un elemento disuasorio, que los ojos de los electores sólo se vidriarían ante la proliferación de papeles blancos.

No obstante, Warren ha logrado convertir la implacable sapiencia sobre políticas públicas en un aspecto definitorio de su personalidad política. Ahora sus seguidores aparecen en sus mítines con camisetas que proclaman: “¡Warren tiene un plan para eso!”. Y ella, según se dice, está logrando que el debate serio sobre políticas públicas se vuelva una forma de conectar con su audiencia. No hay que apoyar los detalles específicos de sus planes para darse cuenta de que son producto del razonamiento arduo, que se inspira en el trabajo de investigadores económicos respetados.

Sin embargo, en ese caso, ¿por qué ningún otro contendiente a la presidencia ha desarrollado planes equiparables? La respuesta, sugeriría, es que Warren —ella misma una académica importante en políticas públicas— entendió desde el comienzo algo que los demás candidatos sólo están comenzando a captar: la diferencia entre hablar en serio y hablar en Serio.

A lo que me refiero con hablar en Serio es convencerse de la sabiduría convencional de los círculos de Washington: el tipo de sabiduría convencional que, en 2011, con el desempleo todavía catastróficamente elevado y las tasas de interés a niveles históricamente bajos, creó un consenso de élite que decía que debíamos dejar de preocuparnos por los empleos y concentrarnos en… la reforma de los derechos a los subsidios. A lo que me refiero con ser serio es a poner atención a la evidencia real sobre los efectos de los programas económicos y sociales.

Warren entiende que el análisis serio es mucho más favorable a una agenda progresista que la sabiduría convencional seria, que está obsesionada con mantener los impuestos bajos y limitar el gasto. Los expertos más importantes en la economía de la fiscalización están a favor de aumentos importantes en las tasas fiscales a los ingresos más altos y a la riqueza. Los economistas más destacados que estudian el gasto social argumentan que un mayor gasto en el cuidado infantil temprano tiene enormes beneficios.

En consecuencia, Warren ha podido desarrollar planes que son muy progresistas, pero que también están bien fundamentados en evidencia y análisis. Todavía no sabemos si este electorado es lo suficientemente grande para ser determinante en las elecciones primarias demócratas. Pero si lo es, Warren tiene un plan para eso.