/ jueves 31 de enero de 2019

Elizabeth Warren y Teddy Roosevelt

Estados Unidos inventó la tributación progresiva. En cierta época, los principales políticos estadounidenses proclamaban con orgullo sus planes de gravar impuestos a los más ricos, no sólo por la recaudación en sí, sino para limitar la concentración excesiva del poder económico.

Theodore Roosevelt dijo en 1906: “Es importante combatir los problemas relacionados con las enormes fortunas que se han amasado”, algunas de las cuales “han superado los límites saludables”.

De nuevo nos encontramos en una era de riqueza extraordinaria concentrada en las manos de unos cuantos: el valor neto del 0.1 por ciento de los estadounidenses más ricos es casi igual al valor combinado de 90 por ciento de los más pobres.

¿Los políticos actuales podrán enfrentar este reto? Pues bien, Elizabeth Warren presentó una propuesta impresionante para gravar impuestos a quienes poseen una riqueza extrema. Al margen de que se convierta en la nominada demócrata para la presidencia es positivo para el partido que un plan tan brillante y atrevido genere opiniones.

La propuesta de Warren incluye un impuesto anual del dos por ciento al valor neto de cada hogar por encima de los 50 millones de dólares, más un uno por ciento adicional al patrimonio que supere los mil millones de dólares. Esta propuesta se divulgó junto con un análisis de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman de Berkeley, dos de los expertos en inequidad más destacados del mundo.

Saez y Zucman calculan que este impuesto afectaría sólo a un número pequeño de personas muy ricas, alrededor de 75 mil hogares. Pero como estos hogares son tan ricos, representaría una enorme cantidad para la recaudación, alrededor de 2.75 billones de dólares en la siguiente década.

Que nadie se engañe: es un plan muy radical.

Le pregunté a Saez cuánto recaudaría la proporción de la renta (en vez del patrimonio) que la élite económica paga en impuestos. Según las cifras que obtuvo, elevaría la tasa de impuestos promedio para el 0.1 por ciento más rico del 36 al 48 por ciento, y colocaría el promedio de impuestos gravados al 0.01 por ciento más rico en el 57 por ciento. Son números muy altos, aunque son comparables, en general, con las tasas de impuestos promedio de los años cincuenta.

¿Sería posible aplicar este plan? ¿Los ricos no encontrarían la forma de darle la vuelta? Saez y Zucman opinan, con base en evidencia de Dinamarca y Suecia, países que solían tener impuestos al patrimonio significativos, que no provocaría una evasión a gran escala si se aplicara a todos los activos y se hiciera cumplir de manera efectiva.

Con todo, hay que preguntarse si ideas tan atrevidas tienen futuro en la política estadounidense del siglo XXI. Por supuesto, los aguafiestas habituales ya comparan a Warren con Nicolás Maduro e incluso con Iósif Stalin, a pesar de que en realidad es más parecida a Teddy Roosevelt o, en todo caso, a Dwight Eisenhower. Un aspecto más importante es, me parece, que gran parte de la sabiduría política convencional todavía supone que las propuestas para aumentar los impuestos cobrados a los ricos de manera considerable son demasiado de izquierda para los electores estadounidenses.

Estados Unidos inventó la tributación progresiva. En cierta época, los principales políticos estadounidenses proclamaban con orgullo sus planes de gravar impuestos a los más ricos, no sólo por la recaudación en sí, sino para limitar la concentración excesiva del poder económico.

Theodore Roosevelt dijo en 1906: “Es importante combatir los problemas relacionados con las enormes fortunas que se han amasado”, algunas de las cuales “han superado los límites saludables”.

De nuevo nos encontramos en una era de riqueza extraordinaria concentrada en las manos de unos cuantos: el valor neto del 0.1 por ciento de los estadounidenses más ricos es casi igual al valor combinado de 90 por ciento de los más pobres.

¿Los políticos actuales podrán enfrentar este reto? Pues bien, Elizabeth Warren presentó una propuesta impresionante para gravar impuestos a quienes poseen una riqueza extrema. Al margen de que se convierta en la nominada demócrata para la presidencia es positivo para el partido que un plan tan brillante y atrevido genere opiniones.

La propuesta de Warren incluye un impuesto anual del dos por ciento al valor neto de cada hogar por encima de los 50 millones de dólares, más un uno por ciento adicional al patrimonio que supere los mil millones de dólares. Esta propuesta se divulgó junto con un análisis de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman de Berkeley, dos de los expertos en inequidad más destacados del mundo.

Saez y Zucman calculan que este impuesto afectaría sólo a un número pequeño de personas muy ricas, alrededor de 75 mil hogares. Pero como estos hogares son tan ricos, representaría una enorme cantidad para la recaudación, alrededor de 2.75 billones de dólares en la siguiente década.

Que nadie se engañe: es un plan muy radical.

Le pregunté a Saez cuánto recaudaría la proporción de la renta (en vez del patrimonio) que la élite económica paga en impuestos. Según las cifras que obtuvo, elevaría la tasa de impuestos promedio para el 0.1 por ciento más rico del 36 al 48 por ciento, y colocaría el promedio de impuestos gravados al 0.01 por ciento más rico en el 57 por ciento. Son números muy altos, aunque son comparables, en general, con las tasas de impuestos promedio de los años cincuenta.

¿Sería posible aplicar este plan? ¿Los ricos no encontrarían la forma de darle la vuelta? Saez y Zucman opinan, con base en evidencia de Dinamarca y Suecia, países que solían tener impuestos al patrimonio significativos, que no provocaría una evasión a gran escala si se aplicara a todos los activos y se hiciera cumplir de manera efectiva.

Con todo, hay que preguntarse si ideas tan atrevidas tienen futuro en la política estadounidense del siglo XXI. Por supuesto, los aguafiestas habituales ya comparan a Warren con Nicolás Maduro e incluso con Iósif Stalin, a pesar de que en realidad es más parecida a Teddy Roosevelt o, en todo caso, a Dwight Eisenhower. Un aspecto más importante es, me parece, que gran parte de la sabiduría política convencional todavía supone que las propuestas para aumentar los impuestos cobrados a los ricos de manera considerable son demasiado de izquierda para los electores estadounidenses.