/ martes 17 de diciembre de 2019

Elogio de la tolerancia (I)

La polémica surgida en torno al enfrentamiento que se dio en el Palacio de Bellas Artes la semana pasada entre quienes se manifestaban contra la exhibición de un cuadro que mostraba la figura de Emiliano Zapata desnudo, calzando zapatos de mujer, con un gesto que en términos estereotípicos parece femenino y sobre una cabalgadura blanca que muestra una erección, no es en modo alguno, un asunto menor. Algunos piensan que la indiferencia de quienes lo vieron como una ofensa a la memoria de un héroe nacional, hubiera sido mejor que protestar y poner el asunto en el centro de la atención nacional, pues así, un cuadro que hubiera sido visto por un puñado de asistentes a la exposición montada en el citado Palacio, hoy es conocido por millones de personas y y su creador impulsado al estrellato artístico.

La cuestión es que la protesta hizo brotar la animadversión recíproca a partir de los reclamos realizados por miembros de la comunidad LGBTII en contra de los que se manifestaban, hasta ese momento pacíficamente en Bellas Artes, según se aprecia en las imágenes televisivas. Eso es importante tomarlo en cuenta para poder valorar los acontecimientos.En virtud de lo hasta aquí señalado, la protesta de los contrarios a la exhibición del cuadro se encontraba dentro del marco de los derechos que todos tenemos a expresar nuestra opinión. Las imágenes no mostraban a manifestantes agresivos, al estilo de las mujeres que protestan contra la violencia de género destrozando mobiliario urbano. No presenciamos actos de vandalismo; solo discursos que no mostraban el propósito de destruir o dañar el cuadro. Por supuesto, no constituye un mérito el abstenerse de actuar de modo vandálico, simplemente resulta útil apuntar la referida comparación, porque tampoco parece consecuente el aceptar que la violencia contra las cosas es justificable en un caso y no en otro. Lo jurídica y moralmente correcto es no transgredir los planos de la manifestación pacífica, cualquiera que sea la causa que se defienda o los objetos dañados; aunque las circunstancias de la indignación femenina, la indiferencia ante las agresiones que padecen y la insensibilidad de las autoridades frente a sus demandas explican en buena medida la desesperación extrema que las mueve y atenúan las faltas que de cualquier modo, objetivamente existen. Lo escrito no pretende cumplir una falsa corrección política pues obedece a testimonios que he escuchado de primera mano provenientes de mis alumnas universitarias.

Pero volvamos a Bellas Artes; la reyerta comenzó cuando los partidarios de la exhibición se enfrentaron a los campesinos manifestantes lanzándoles injurias y denuestos, que es justamente el tipo de violencia que no debe cobijar el derecho a la libre expresión, en tanto propicia la perturbación del orden público, la cual es una de las justificaciones previstas en la Constitución para sancionar a quien rebasa los límites legalmente establecidos. A la actitud aparentemente desafiante de quienes se molestaron por la manifestación de protesta, respondieron también agresivamente los campesinos, cuyo dirigente admitió haber lanzado una botella de plástico vacía que acertó a dar en el rostro de uno de los increpantes, a lo que siguió la embestida del grupo campesino contra el de la comunidad LGBTII para desalojar a este último de las instalaciones del Palacio propinando golpes a algunos de sus miembros. Es claro que las expresiones verbales de estos no justificaban la respuesta consistente en la violencia física empleada contra ellos, pero la mecánica del suceso invita a la reflexión que conduzca a privilegiar el respeto a las manifestaciones de los demás, sin renunciar a las propias, a fin de conciliar y, en algunos caso, reconciliar las distintas posiciones que la pluralidad implica.

Desde otro enfoque, una vez reconocida la validez de que las percepciones artísticas son subjetivas, a mi me pareció que el cuadro no tiene particular valor estético y que se asemeja más al género de la caricatura. De algún modo me llamo más la atención el marco que la obra en él contenida. Pero eso es cuestión de gustos y no cabe duda que cualquier expresión artística debe ser respetada por todos —incluso por aquellos a quienes les moleste— pues nada justifica intentar su eliminación. Ahora bien, el reconocer que toda obra artística debe ser intocable, no implica la imposibilidad de analizar y enjuiciar su significado, las implicaciones que tiene, el objetivo que persigue y el impacto social que genera. Puede decirse que si uno de los propósitos era lograr notoriedad, este se alcanzó con creces. Pero al margen del éxito público y sus recompensas materiales, hay referencias que requieren examen serio, puesto que pueden derivar en futuras confrontaciones que es útil prever.

eduardoandrade1948@gmail.com

La polémica surgida en torno al enfrentamiento que se dio en el Palacio de Bellas Artes la semana pasada entre quienes se manifestaban contra la exhibición de un cuadro que mostraba la figura de Emiliano Zapata desnudo, calzando zapatos de mujer, con un gesto que en términos estereotípicos parece femenino y sobre una cabalgadura blanca que muestra una erección, no es en modo alguno, un asunto menor. Algunos piensan que la indiferencia de quienes lo vieron como una ofensa a la memoria de un héroe nacional, hubiera sido mejor que protestar y poner el asunto en el centro de la atención nacional, pues así, un cuadro que hubiera sido visto por un puñado de asistentes a la exposición montada en el citado Palacio, hoy es conocido por millones de personas y y su creador impulsado al estrellato artístico.

La cuestión es que la protesta hizo brotar la animadversión recíproca a partir de los reclamos realizados por miembros de la comunidad LGBTII en contra de los que se manifestaban, hasta ese momento pacíficamente en Bellas Artes, según se aprecia en las imágenes televisivas. Eso es importante tomarlo en cuenta para poder valorar los acontecimientos.En virtud de lo hasta aquí señalado, la protesta de los contrarios a la exhibición del cuadro se encontraba dentro del marco de los derechos que todos tenemos a expresar nuestra opinión. Las imágenes no mostraban a manifestantes agresivos, al estilo de las mujeres que protestan contra la violencia de género destrozando mobiliario urbano. No presenciamos actos de vandalismo; solo discursos que no mostraban el propósito de destruir o dañar el cuadro. Por supuesto, no constituye un mérito el abstenerse de actuar de modo vandálico, simplemente resulta útil apuntar la referida comparación, porque tampoco parece consecuente el aceptar que la violencia contra las cosas es justificable en un caso y no en otro. Lo jurídica y moralmente correcto es no transgredir los planos de la manifestación pacífica, cualquiera que sea la causa que se defienda o los objetos dañados; aunque las circunstancias de la indignación femenina, la indiferencia ante las agresiones que padecen y la insensibilidad de las autoridades frente a sus demandas explican en buena medida la desesperación extrema que las mueve y atenúan las faltas que de cualquier modo, objetivamente existen. Lo escrito no pretende cumplir una falsa corrección política pues obedece a testimonios que he escuchado de primera mano provenientes de mis alumnas universitarias.

Pero volvamos a Bellas Artes; la reyerta comenzó cuando los partidarios de la exhibición se enfrentaron a los campesinos manifestantes lanzándoles injurias y denuestos, que es justamente el tipo de violencia que no debe cobijar el derecho a la libre expresión, en tanto propicia la perturbación del orden público, la cual es una de las justificaciones previstas en la Constitución para sancionar a quien rebasa los límites legalmente establecidos. A la actitud aparentemente desafiante de quienes se molestaron por la manifestación de protesta, respondieron también agresivamente los campesinos, cuyo dirigente admitió haber lanzado una botella de plástico vacía que acertó a dar en el rostro de uno de los increpantes, a lo que siguió la embestida del grupo campesino contra el de la comunidad LGBTII para desalojar a este último de las instalaciones del Palacio propinando golpes a algunos de sus miembros. Es claro que las expresiones verbales de estos no justificaban la respuesta consistente en la violencia física empleada contra ellos, pero la mecánica del suceso invita a la reflexión que conduzca a privilegiar el respeto a las manifestaciones de los demás, sin renunciar a las propias, a fin de conciliar y, en algunos caso, reconciliar las distintas posiciones que la pluralidad implica.

Desde otro enfoque, una vez reconocida la validez de que las percepciones artísticas son subjetivas, a mi me pareció que el cuadro no tiene particular valor estético y que se asemeja más al género de la caricatura. De algún modo me llamo más la atención el marco que la obra en él contenida. Pero eso es cuestión de gustos y no cabe duda que cualquier expresión artística debe ser respetada por todos —incluso por aquellos a quienes les moleste— pues nada justifica intentar su eliminación. Ahora bien, el reconocer que toda obra artística debe ser intocable, no implica la imposibilidad de analizar y enjuiciar su significado, las implicaciones que tiene, el objetivo que persigue y el impacto social que genera. Puede decirse que si uno de los propósitos era lograr notoriedad, este se alcanzó con creces. Pero al margen del éxito público y sus recompensas materiales, hay referencias que requieren examen serio, puesto que pueden derivar en futuras confrontaciones que es útil prever.

eduardoandrade1948@gmail.com