/ martes 25 de febrero de 2020

Emergencia nacional

Por: Martha Tagle

Estamos en emergencia nacional, las violencias contra las mujeres nos convocan a marchar unidas el 8 de marzo, a sumarnos a un paro nacional el 9, para que en las calles, centros de trabajo, escuelas, oficinas, hogares se sienta lo que significa un día sin nosotras; para poner en evidencia que el trabajo cotidiano de las mujeres es la fuerza que pone en movimiento al mundo. Señalar, que la violencia feminicida está acabando con la vida de las mujeres, frente a ello, como respuesta, solo hemos obtenido discursos, promesas, cuestionamientos y más violencia.

La indignación nos inunda, hoy por Fátima, la semana pasada por Ingrid, la anterior por Abril, mañana y pasado por 10 mujeres asesinadas brutalmente cada día. Es necesario decirlo claro, no se trata de cualquier tipo de violencia, la violencia feminicida es la forma extrema y el cúmulo de múltiples violencias que sólo viven las niñas y mujeres, que es ejercida por hombres, hay acoso, abuso sexual, lesiones, mutilaciones, amenazas, subordinación, abandono y exposición de los cuerpos violentados como una señal para todas las demás.

La violencia feminicida sucede por las omisiones del Estado, por lo que ha hecho mal, por la indolencia y negligencia presentes cada vez que una mujer se atreve a denunciar que sufre violencia por parte de su pareja y no pasa nada; cuando se acude a denunciar la desaparición de una adolescente y en lugar de actuar se pide paciencia a sus familiares pues seguro se fue con el novio; cuando una niña es violada por un familiar y se le obliga a ser madre, pese a que la norma le permite interrumpir el embarazo, se ponen por delante prejuicios y autoridades no implementan protocolos; cuando una mujer al enfrentarse a un divorcio se topa con abogados y jueces corruptos.

También es violencia feminicida cuando una joven alza la voz al ser acosada en el transporte público pero todos continúan su camino sin intentar ayudarla, o se arriesga al salir de noche a tomar el autobús en medio de calles oscuras, o cuando un maestro le exige sexo seguro de estar protegido por sus colegas; cuando llega una mujer golpeada al hospital, y a pesar de la evidencia no es canalizada para atender sus heridas más allá de los golpes; cuando otra es acosada en el trabajo no obstante la que pierde el empleo es ella; cuando una más es violada, brutalmente asesinada pero se argumenta que es por salir tarde o su forma de vestir, y en los diarios aparece su foto cabeceada como un crimen pasional.

En todos estos casos ha habido omisión o actuaciones negligentes por parte de instituciones del Estado a nivel federal, estatal y municipal, de un partido y otro, de los tres poderes; si las instituciones intervinieran de manera efectiva en cada uno de esos casos se podrían prevenir los feminicidios. Porque de lo que se trata no es sólo de actuar para resolverlos, también se requiere prevenirlos. Nos queremos vivas.

La violencia contra las mujeres en México no es nueva, ha existido siempre, pero cada día se incrementa de manera brutal. Sin duda es el cúmulo de todo lo que se ha dejado de hacer por gobiernos anteriores. Venimos de uno que detonó la violencia criminal por una estrategia fallida de seguridad, de otro simulador y corrupto, que nos dejó elefantes blancos que le sirvieron para simular y desviar recursos.

Pero el gobierno actual, con la legitimidad con la que llegó, que se define como transformador y progresista, no puede ni debe seguir ignorando a las mujeres, desmontando las leyes y políticas que con tanto esfuerzo han venido construyendo, ni hacerlas sus enemigas. Sin duda hay oportunismo político de esos mismos que no hicieron nada, pero las manifestaciones de las mujeres les han sobrepasado, y tienen a esta administración contra la pared. Si el presidente López Obrador quiere transformar la vida de este país lo debe hacer con las mujeres, y para ello debe garantizarles una vida libre de violencias.

Por: Martha Tagle

Estamos en emergencia nacional, las violencias contra las mujeres nos convocan a marchar unidas el 8 de marzo, a sumarnos a un paro nacional el 9, para que en las calles, centros de trabajo, escuelas, oficinas, hogares se sienta lo que significa un día sin nosotras; para poner en evidencia que el trabajo cotidiano de las mujeres es la fuerza que pone en movimiento al mundo. Señalar, que la violencia feminicida está acabando con la vida de las mujeres, frente a ello, como respuesta, solo hemos obtenido discursos, promesas, cuestionamientos y más violencia.

La indignación nos inunda, hoy por Fátima, la semana pasada por Ingrid, la anterior por Abril, mañana y pasado por 10 mujeres asesinadas brutalmente cada día. Es necesario decirlo claro, no se trata de cualquier tipo de violencia, la violencia feminicida es la forma extrema y el cúmulo de múltiples violencias que sólo viven las niñas y mujeres, que es ejercida por hombres, hay acoso, abuso sexual, lesiones, mutilaciones, amenazas, subordinación, abandono y exposición de los cuerpos violentados como una señal para todas las demás.

La violencia feminicida sucede por las omisiones del Estado, por lo que ha hecho mal, por la indolencia y negligencia presentes cada vez que una mujer se atreve a denunciar que sufre violencia por parte de su pareja y no pasa nada; cuando se acude a denunciar la desaparición de una adolescente y en lugar de actuar se pide paciencia a sus familiares pues seguro se fue con el novio; cuando una niña es violada por un familiar y se le obliga a ser madre, pese a que la norma le permite interrumpir el embarazo, se ponen por delante prejuicios y autoridades no implementan protocolos; cuando una mujer al enfrentarse a un divorcio se topa con abogados y jueces corruptos.

También es violencia feminicida cuando una joven alza la voz al ser acosada en el transporte público pero todos continúan su camino sin intentar ayudarla, o se arriesga al salir de noche a tomar el autobús en medio de calles oscuras, o cuando un maestro le exige sexo seguro de estar protegido por sus colegas; cuando llega una mujer golpeada al hospital, y a pesar de la evidencia no es canalizada para atender sus heridas más allá de los golpes; cuando otra es acosada en el trabajo no obstante la que pierde el empleo es ella; cuando una más es violada, brutalmente asesinada pero se argumenta que es por salir tarde o su forma de vestir, y en los diarios aparece su foto cabeceada como un crimen pasional.

En todos estos casos ha habido omisión o actuaciones negligentes por parte de instituciones del Estado a nivel federal, estatal y municipal, de un partido y otro, de los tres poderes; si las instituciones intervinieran de manera efectiva en cada uno de esos casos se podrían prevenir los feminicidios. Porque de lo que se trata no es sólo de actuar para resolverlos, también se requiere prevenirlos. Nos queremos vivas.

La violencia contra las mujeres en México no es nueva, ha existido siempre, pero cada día se incrementa de manera brutal. Sin duda es el cúmulo de todo lo que se ha dejado de hacer por gobiernos anteriores. Venimos de uno que detonó la violencia criminal por una estrategia fallida de seguridad, de otro simulador y corrupto, que nos dejó elefantes blancos que le sirvieron para simular y desviar recursos.

Pero el gobierno actual, con la legitimidad con la que llegó, que se define como transformador y progresista, no puede ni debe seguir ignorando a las mujeres, desmontando las leyes y políticas que con tanto esfuerzo han venido construyendo, ni hacerlas sus enemigas. Sin duda hay oportunismo político de esos mismos que no hicieron nada, pero las manifestaciones de las mujeres les han sobrepasado, y tienen a esta administración contra la pared. Si el presidente López Obrador quiere transformar la vida de este país lo debe hacer con las mujeres, y para ello debe garantizarles una vida libre de violencias.