/ viernes 15 de julio de 2022

Empeñar la palabra y cumplir 

México es un país lleno de tradiciones que tienen como denominador común identificarnos con nuestras raíces y éstas crecen cuando logramos actuar como una sola sociedad.

De norte a sur, contamos con una riqueza cultural que está sustentada en valores que debemos extender a cada aspecto de nuestro comportamiento y arraigarnos a los mejores principios que hemos desarrollado.

Por ejemplo, el valor de la palabra cumplida. En muchas comunidades, empeñar la palabra es garantía y basta para llegar a casi cualquier acuerdo.

Quebrantarla provoca un daño mayor que el incumplimiento: destruye la confianza de manera irreparable y con ello rompe el tejido social.

Sin confianza, no hay seguridad ni certeza y ninguna sociedad inteligente puede desarrollarse si tiene que cuidarse primero de sus propios ciudadanos y éstos de quien se encuentre a su lado.

El cumplimiento de la palabra lleva, además, dos principios asociados, la congruencia y la coherencia; que en el primero consiste en hacer lo que se dice, y en el segundo, llevarlo a cabo todo el tiempo.

Esta consistencia en el discurso y en la obra son dos exigencias que los ciudadanos deben mantener para con sus líderes, pero también consigo mismos.

Si queremos que haya cumplimiento de demandas, proyectos, metas y programas, nosotros estamos obligados, desde lo que nos corresponde, a proceder de la misma manera y cumplir con lo que nos toca.

Pedimos comportamientos ejemplares que debemos seguir y mostrar que la ciudadanía actúa y se comporta exactamente como desea que sus liderazgos se conduzcan.

Empatar nuestros valores y principios con los que tienen que seguir aquellos que toman las decisiones que nos involucran a todos es el camino para construir una sociedad consistente, capaz de ir en una misma dirección y anteponer el bienestar general sobre el particular.

Es decir, demandemos lo que estamos dispuestos a dar, como un principio de corresponsabilidad para que cada uno responda por la parte que puede modificar para que las condiciones de vida generales mejoren.

Ninguna sociedad puede sustituir a las autoridades, igual que ninguna autoridad puede avanzar sin su ciudadanía, porque no tendrá soporte, ni legitimidad.

Es suficiente con revisar muchas de nuestras fiestas locales y nacionales para reconocer en ellas el sentido de pertenencia y la identidad única que brinda ser parte de un colectivo que se ayuda en cada momento.

Sin embargo, podemos olvidar en el ajetreo de la vida cotidiana, de ciudad, que las promesas se cumplen y que la confianza se gana diariamente, de las instituciones que hemos diseñado hacia nosotros y viceversa.

Hacer un balance de cuáles son los valores y principios que nos dan sentido, puede ubicarnos en la etapa de madurez civil en la que nos encontramos en nuestra comunidad inmediata, ya sea en donde habitamos, trabajamos o desempeñamos alguna otra actividad.

Si nuestro punto de encuentro no redunda en mejoras colectivas, no estamos actuando con congruencia, porque pedimos lo que sabemos de antemano que no vamos a proporcionar; si, por el contrario, nuestras acciones están fundamentadas en la solidaridad y el bienestar social como esencia de nuestro proceder, estamos cumpliendo con una de nuestras mayores tradiciones: la unidad.

México es un país lleno de tradiciones que tienen como denominador común identificarnos con nuestras raíces y éstas crecen cuando logramos actuar como una sola sociedad.

De norte a sur, contamos con una riqueza cultural que está sustentada en valores que debemos extender a cada aspecto de nuestro comportamiento y arraigarnos a los mejores principios que hemos desarrollado.

Por ejemplo, el valor de la palabra cumplida. En muchas comunidades, empeñar la palabra es garantía y basta para llegar a casi cualquier acuerdo.

Quebrantarla provoca un daño mayor que el incumplimiento: destruye la confianza de manera irreparable y con ello rompe el tejido social.

Sin confianza, no hay seguridad ni certeza y ninguna sociedad inteligente puede desarrollarse si tiene que cuidarse primero de sus propios ciudadanos y éstos de quien se encuentre a su lado.

El cumplimiento de la palabra lleva, además, dos principios asociados, la congruencia y la coherencia; que en el primero consiste en hacer lo que se dice, y en el segundo, llevarlo a cabo todo el tiempo.

Esta consistencia en el discurso y en la obra son dos exigencias que los ciudadanos deben mantener para con sus líderes, pero también consigo mismos.

Si queremos que haya cumplimiento de demandas, proyectos, metas y programas, nosotros estamos obligados, desde lo que nos corresponde, a proceder de la misma manera y cumplir con lo que nos toca.

Pedimos comportamientos ejemplares que debemos seguir y mostrar que la ciudadanía actúa y se comporta exactamente como desea que sus liderazgos se conduzcan.

Empatar nuestros valores y principios con los que tienen que seguir aquellos que toman las decisiones que nos involucran a todos es el camino para construir una sociedad consistente, capaz de ir en una misma dirección y anteponer el bienestar general sobre el particular.

Es decir, demandemos lo que estamos dispuestos a dar, como un principio de corresponsabilidad para que cada uno responda por la parte que puede modificar para que las condiciones de vida generales mejoren.

Ninguna sociedad puede sustituir a las autoridades, igual que ninguna autoridad puede avanzar sin su ciudadanía, porque no tendrá soporte, ni legitimidad.

Es suficiente con revisar muchas de nuestras fiestas locales y nacionales para reconocer en ellas el sentido de pertenencia y la identidad única que brinda ser parte de un colectivo que se ayuda en cada momento.

Sin embargo, podemos olvidar en el ajetreo de la vida cotidiana, de ciudad, que las promesas se cumplen y que la confianza se gana diariamente, de las instituciones que hemos diseñado hacia nosotros y viceversa.

Hacer un balance de cuáles son los valores y principios que nos dan sentido, puede ubicarnos en la etapa de madurez civil en la que nos encontramos en nuestra comunidad inmediata, ya sea en donde habitamos, trabajamos o desempeñamos alguna otra actividad.

Si nuestro punto de encuentro no redunda en mejoras colectivas, no estamos actuando con congruencia, porque pedimos lo que sabemos de antemano que no vamos a proporcionar; si, por el contrario, nuestras acciones están fundamentadas en la solidaridad y el bienestar social como esencia de nuestro proceder, estamos cumpliendo con una de nuestras mayores tradiciones: la unidad.