/ domingo 21 de enero de 2018

En Campeche ya sentimos el cambio climático

El recuento espeluznante de los daños que está ocasionando el cambio climático en el mundo y del que hablé la semana pasada me resulta, en lo personal, aún más doloroso cuando lo traslado al ámbito de mi entidad natal: Campeche.

Quienes han estado en esta entidad del sureste mexicano seguramente se han enamorado de su capital colonial magnífica, de su gastronomía excelente a base de mariscos, de la belleza y tranquilidad de su mar, de su selva enclavada en Champotón, Hopelchén y Calakmul, a un tiempo, uno de los asientos prehispánicos maya más importantes de Mesoamérica,  hogar del imponente jaguar y decenas de especies exóticas. Y claro, de su gente que hace honor al gentilicio “campechano”.

Como campechano deseo, quiero y trato de que todas estas fortalezas se conserven, pero tampoco puedo ignorar que al igual que a todos ya nos alcanzó el tenebroso cambio climático que no respeta fronteras. Hay una permanente erosión en los 523 kilómetros del litoral campechano debido al aumento del nivel del mar.

El fenómeno afecta principalmente a la zona de Ciudad del Carmen, asiento también de buena parte de la industria petrolera. Entre 1956 y 1991 el nivel del mar aumentó casi 12 centímetros y con los temporales, algunos extraordinarios y violentos, el mar supera ya los malecones y penetra a las calles y casas cercanas.

La advertencia, según la Secretaría del Medio Ambiente de Campeche, es que de acuerdo a los especialistas en los próximos 15 años podría aumentar el nivel del mar alrededor de 60 centímetros. Quiere decir que Ciudad del Carmen y otras ciudades costeras, incluida la capital del estado, tendrían que tomar medidas extraordinarias y “alejarse” del mar.

Hay áreas sumamente afectadas, que ya se están perdiendo, ha revelado también la Delegación de la Secretaría del Medio Ambiente. Y en ello, por supuesto, tiene que ver la devastación de los manglares.

Pero el daño en Campeche, originado por ese cambio climático, también alcanza a la fauna. Muchas aves han dejado de migrar o cambiado sus rutas pues los inviernos más cálidos o más fríos alteran sus costumbres. Y es que, según los estudios, la temperatura media de la tierra puede subir este siglo entre 1.5 y 5.8 grados. Las consecuencias serían dramáticas y mortales para especies como las aves migratorias.

En Campeche, desde septiembre y octubre pasados se registró casi nula migración de aves, los reportes son más bajos que otras temporadas. Los expertos suponen se debe a los huracanes y tormentas que han estado golpeando al Golfo de México y al pacífico mexicano.

Y si ya es grave que este cambio climático esté afectando las zonas costeras, la migración de aves, la flora y fauna de selvas como la que tenemos en Campeche, resulta peor que también eche abajo actividades económicas básicas para la población campesina de la entidad e incluso termine afectando la salud misma de los habitantes.  

El ejemplo de esa afectación es la miel, una de las mejores que se produce y con gran demanda en Europa. Desde hace varios, cada año el panorama para los apicultores es incierto. Sea porque las sequías se prolongan, sea porque los huracanes o tormentas tropicales devastan sus colmenas y arrasan con la floración de donde el insecto recolecta la miel.

Alarma que, de acuerdo a las doctoras Salomé Cabrera Romo y Gabriela García Marmolejo, investigadoras del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología, adscritas al Colegio de la Frontera Sur, durante los últimos 30 años ha ocurrido en promedio un brote epidémico por año. El aumento de frecuencia de estas enfermedades está relacionado con alteraciones debidas al calentamiento global.

La región sur-sureste es de alto riesgo de brotes epidemiológicos infecciosos transmitidos por vector y tienen implicaciones ecológicas, sociales y económicas desastrosas, de acuerdo a estas investigadoras.

Así las cosas, no hagamos lo que podamos, mejor trabajemos en revertir este cambio climático que ya nos alcanzó.

Senador del PRI

El recuento espeluznante de los daños que está ocasionando el cambio climático en el mundo y del que hablé la semana pasada me resulta, en lo personal, aún más doloroso cuando lo traslado al ámbito de mi entidad natal: Campeche.

Quienes han estado en esta entidad del sureste mexicano seguramente se han enamorado de su capital colonial magnífica, de su gastronomía excelente a base de mariscos, de la belleza y tranquilidad de su mar, de su selva enclavada en Champotón, Hopelchén y Calakmul, a un tiempo, uno de los asientos prehispánicos maya más importantes de Mesoamérica,  hogar del imponente jaguar y decenas de especies exóticas. Y claro, de su gente que hace honor al gentilicio “campechano”.

Como campechano deseo, quiero y trato de que todas estas fortalezas se conserven, pero tampoco puedo ignorar que al igual que a todos ya nos alcanzó el tenebroso cambio climático que no respeta fronteras. Hay una permanente erosión en los 523 kilómetros del litoral campechano debido al aumento del nivel del mar.

El fenómeno afecta principalmente a la zona de Ciudad del Carmen, asiento también de buena parte de la industria petrolera. Entre 1956 y 1991 el nivel del mar aumentó casi 12 centímetros y con los temporales, algunos extraordinarios y violentos, el mar supera ya los malecones y penetra a las calles y casas cercanas.

La advertencia, según la Secretaría del Medio Ambiente de Campeche, es que de acuerdo a los especialistas en los próximos 15 años podría aumentar el nivel del mar alrededor de 60 centímetros. Quiere decir que Ciudad del Carmen y otras ciudades costeras, incluida la capital del estado, tendrían que tomar medidas extraordinarias y “alejarse” del mar.

Hay áreas sumamente afectadas, que ya se están perdiendo, ha revelado también la Delegación de la Secretaría del Medio Ambiente. Y en ello, por supuesto, tiene que ver la devastación de los manglares.

Pero el daño en Campeche, originado por ese cambio climático, también alcanza a la fauna. Muchas aves han dejado de migrar o cambiado sus rutas pues los inviernos más cálidos o más fríos alteran sus costumbres. Y es que, según los estudios, la temperatura media de la tierra puede subir este siglo entre 1.5 y 5.8 grados. Las consecuencias serían dramáticas y mortales para especies como las aves migratorias.

En Campeche, desde septiembre y octubre pasados se registró casi nula migración de aves, los reportes son más bajos que otras temporadas. Los expertos suponen se debe a los huracanes y tormentas que han estado golpeando al Golfo de México y al pacífico mexicano.

Y si ya es grave que este cambio climático esté afectando las zonas costeras, la migración de aves, la flora y fauna de selvas como la que tenemos en Campeche, resulta peor que también eche abajo actividades económicas básicas para la población campesina de la entidad e incluso termine afectando la salud misma de los habitantes.  

El ejemplo de esa afectación es la miel, una de las mejores que se produce y con gran demanda en Europa. Desde hace varios, cada año el panorama para los apicultores es incierto. Sea porque las sequías se prolongan, sea porque los huracanes o tormentas tropicales devastan sus colmenas y arrasan con la floración de donde el insecto recolecta la miel.

Alarma que, de acuerdo a las doctoras Salomé Cabrera Romo y Gabriela García Marmolejo, investigadoras del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología, adscritas al Colegio de la Frontera Sur, durante los últimos 30 años ha ocurrido en promedio un brote epidémico por año. El aumento de frecuencia de estas enfermedades está relacionado con alteraciones debidas al calentamiento global.

La región sur-sureste es de alto riesgo de brotes epidemiológicos infecciosos transmitidos por vector y tienen implicaciones ecológicas, sociales y económicas desastrosas, de acuerdo a estas investigadoras.

Así las cosas, no hagamos lo que podamos, mejor trabajemos en revertir este cambio climático que ya nos alcanzó.

Senador del PRI