/ sábado 14 de octubre de 2017

En el espejo de las vanidades

1.- Una de las razones ocultas y más poderosas por las que los partidos políticos han perdido la confianza, la credibilidad y el aprecio de los ciudadanos es la medida en que sus liderazgos se han apartado de la idiosincrasia, del pensamiento y de los anhelos de la sociedad. Parece señalarse una obviedad, puesto que a primera vista lo que los distancia es nada más su codicia, su frivolidad y su falta de pasión, para no ahondar en su insensibilidad, su escasa imaginación y su consecuente petulancia que los desapega de su propio objeto como dirigentes de entidades de interés público, pero el castigo, la penitencia del rechazo es apenas del tamaño de su irresponsabilidad y de su deber incumplido.

2.- El punto en que se han confundido las ambiciones es justo ése en el que se han extraviado los principios, las ideologías y los referentes éticos de los que debieron partir esos que se asumen como líderes sociales, cabezas de pensamiento, y terminan tal vez solo engañándose ellos mismos, porque al final vence siempre la razón, la coherencia y el bien general que yacen en la esencia de la sociedad. A unos les importa poco si tienen un mandato ciudadano; otros desconocen –si lo tuvieron- cualquier ideal u origen ideológico que los haya formado; y todos le dan la espalda a los ciudadanos a los que se deben, con tal de amarrar un pedazo de poder, un fajo de dinero o ambos.

3.- Cúlpese a la globalización, a la brecha entre ricos y pobres, a la falta de equidad de género, a la indigencia, a las comunicaciones inmediatas o a los fenómenos de la naturaleza: la pobredad de objetivos y la trivialización de las ideas ha abollado el ánimo público de las naciones, y esa mella se expresa en radicalismos y extremos espasmódicos que brotan de liderazgos mal entendidos, o muy blandos por querer ser democráticos entre comillas unos, o irreductibles y represores para imponer el orden entre comillas, otros.

4.- Más acá de una tesis doctoral para explicar el borbollón de los nacionalismos en Europa, solo ver Francia y Alemania –donde parecen ignorar el paso desollador de la Historia-, y el caso más fresco y actual de España, donde por prudencia del gobierno nacional se dejó avanzar a una yunta de sediciosos que ha arrastrado a los catalanes al extremo de la ruptura entre ellos mismos y con el resto de España y de Europa, a un costo social difícil de calcular. Amén de las consecuencias económicas que ya se dejan sentir, y que se reparan más pronto, el desgajamiento de la sociedad y de las familias, así como el remiendo moral de los españoles, no está aún medido en tiempo, ni en sollozos.

5.- Si bien los celajes de quebranto de la cosa pública en nuestro México se ciernen de manera distinta, conviene tener a la vista los efectos de la irresponsabilidad. Cuando en su terca codicia el dirigente de un partido –el de la decencia y las buenas costumbres- arrostra cualquier costo con tal de ser candidato a la Presidencia a sabiendas que por esa ruta ya perdió las dos cosas, y siega a su paso liderazgos más arraigados, más confiables y menos repudiados, no solo traiciona a sus afines, sino ignora la relevancia de ese partido como factor de equilibrio y estabilidad de la vida nacional y desconoce su devenir. Y le abre más grande el zaguán al adversario más peligroso y coladizo.

6.- Tal vez ya no queremos agentes del cambio ni líderes de la felicidad ni forjadores del México nuevo, sino menos demagogia y menos frivolidad, para que la sociedad y “el pueblo” de que tanto se llenan la boca, se sienta tantito representado en su prestancia, en su generosidad y en su genio.

 

camilo@kawage.com

1.- Una de las razones ocultas y más poderosas por las que los partidos políticos han perdido la confianza, la credibilidad y el aprecio de los ciudadanos es la medida en que sus liderazgos se han apartado de la idiosincrasia, del pensamiento y de los anhelos de la sociedad. Parece señalarse una obviedad, puesto que a primera vista lo que los distancia es nada más su codicia, su frivolidad y su falta de pasión, para no ahondar en su insensibilidad, su escasa imaginación y su consecuente petulancia que los desapega de su propio objeto como dirigentes de entidades de interés público, pero el castigo, la penitencia del rechazo es apenas del tamaño de su irresponsabilidad y de su deber incumplido.

2.- El punto en que se han confundido las ambiciones es justo ése en el que se han extraviado los principios, las ideologías y los referentes éticos de los que debieron partir esos que se asumen como líderes sociales, cabezas de pensamiento, y terminan tal vez solo engañándose ellos mismos, porque al final vence siempre la razón, la coherencia y el bien general que yacen en la esencia de la sociedad. A unos les importa poco si tienen un mandato ciudadano; otros desconocen –si lo tuvieron- cualquier ideal u origen ideológico que los haya formado; y todos le dan la espalda a los ciudadanos a los que se deben, con tal de amarrar un pedazo de poder, un fajo de dinero o ambos.

3.- Cúlpese a la globalización, a la brecha entre ricos y pobres, a la falta de equidad de género, a la indigencia, a las comunicaciones inmediatas o a los fenómenos de la naturaleza: la pobredad de objetivos y la trivialización de las ideas ha abollado el ánimo público de las naciones, y esa mella se expresa en radicalismos y extremos espasmódicos que brotan de liderazgos mal entendidos, o muy blandos por querer ser democráticos entre comillas unos, o irreductibles y represores para imponer el orden entre comillas, otros.

4.- Más acá de una tesis doctoral para explicar el borbollón de los nacionalismos en Europa, solo ver Francia y Alemania –donde parecen ignorar el paso desollador de la Historia-, y el caso más fresco y actual de España, donde por prudencia del gobierno nacional se dejó avanzar a una yunta de sediciosos que ha arrastrado a los catalanes al extremo de la ruptura entre ellos mismos y con el resto de España y de Europa, a un costo social difícil de calcular. Amén de las consecuencias económicas que ya se dejan sentir, y que se reparan más pronto, el desgajamiento de la sociedad y de las familias, así como el remiendo moral de los españoles, no está aún medido en tiempo, ni en sollozos.

5.- Si bien los celajes de quebranto de la cosa pública en nuestro México se ciernen de manera distinta, conviene tener a la vista los efectos de la irresponsabilidad. Cuando en su terca codicia el dirigente de un partido –el de la decencia y las buenas costumbres- arrostra cualquier costo con tal de ser candidato a la Presidencia a sabiendas que por esa ruta ya perdió las dos cosas, y siega a su paso liderazgos más arraigados, más confiables y menos repudiados, no solo traiciona a sus afines, sino ignora la relevancia de ese partido como factor de equilibrio y estabilidad de la vida nacional y desconoce su devenir. Y le abre más grande el zaguán al adversario más peligroso y coladizo.

6.- Tal vez ya no queremos agentes del cambio ni líderes de la felicidad ni forjadores del México nuevo, sino menos demagogia y menos frivolidad, para que la sociedad y “el pueblo” de que tanto se llenan la boca, se sienta tantito representado en su prestancia, en su generosidad y en su genio.

 

camilo@kawage.com

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