/ lunes 20 de julio de 2020

En el T-MEC: no todo lo que brilla es oro

Para EU el T-MEC, significa una gran oportunidad de aumentar su contenido nacional y crear más empleos. También es un escudo más frente a la ríspida relación que atraviesa con China, no solo en términos comerciales sino geopolíticos.

Esto es relevante para México y no podemos ignorarlo: esta semana, el presidente Trump declaró que la fase dos del acuerdo comercial con China es poco probable en este momento y también anunció que concluye el trato especial para Hong Kong a causa de las nuevas reglas de seguridad impuestas por China. Esto quiere decir que mientras siga latente el conflicto entre Hong Kong y China, EU seguirá reaccionando y, en realidad, el mundo entero, pues cada país que acuerde algo con Hong Kong sufrirá la furia china, como ya le está pasando al Reino Unido. Quizá estamos frente a uno de los conflictos más importantes de este siglo, así que no podemos dejar de seguirlo.

En este contexto, es claro que seguiremos viendo más tensión entre China y EU por algún tiempo pues todo parece indicar que la guerra comercial que se declararon en 2018, ha iniciado su segunda fase, más intensiva y con afectaciones que pondrán a prueba el oficio diplomático de las grandes potencias y la capacidad de pensar rápido para los países medianos, como México.

En lo que corresponde a México y el nuevo T-MEC, es cierto que hay capítulos innovadores que hacían falta para adaptar al Tratado al contexto actual: propiedad industrial, comercio electrónico, temas laborales y de cuidado del medio ambiente, etc. Sin embargo, lo más importante de este nuevo acuerdo es que reafirma la integración regional, mediante reglas de origen que buscan evitar los “saltos arancelarios” que muchas empresas asiáticas aprovecharon en el pasado.

También servirá para poner a América del Norte como una de las regiones con mayor valor agregado (atención aquí: no necesariamente la que más produce pero sí la que agrega más valor). Al respecto, vale recordar que en los mejores años del TLCAN, los tres países miembros generaron poco más de 40% del PIB mundial, pero hoy solo aportamos el 27%. Desde luego esta baja tiene que ver, entre otras cosas, con el fortalecimiento de la manufactura en China y en la región del Asia-Pacífico, pero también está relacionado con que no hubo suficiente transferencia tecnológica e innovación y aunque tenemos mano de obra altamente calificada, no avanzamos en términos tecnológicos.

Por otra parte, ya se ha dicho en este espacio que, para México, el T-MEC será un salvavidas sólo si se activa coordinadamente con decisiones de política pública de fortalecimiento para las empresas, especialmente las de menor tamaño. Ahora bien, lograr esto tiene sus complejidades, entre ellas, que nuestros sectores productivos son altamente dependiente de insumos asiáticos; que llevamos 20 meses de ahuyentar inversiones en sectores estratégicos como el energético; no hay financiamiento competitivo para empresas pequeñas y tampoco hay inversiones en infraestructura carretera, portuaria y aduanera; además, los costos de la corrupción institucionalizada son un lastre que cuesta dinero y tiempo que un inversionista no está dispuesto a perder.

Pese a esto, en nuestro país no existe la obligación de asociarse con capital nacional para establecer cualquier negocio (a diferencia de China), la logística con EU es más cercana, hay más vías de acceso terrestres por la frontera y tenemos más desarrollada la facilitación aduanera. En contraparte, pensemos que ya no solamente competimos contra China sino contra una región, ya que países como Malasia, Cambodia, Vietnam, Bangladesh o Tailandia, tienen estrategias muy atractivas para el capital foráneo y una logística marítima muy eficiente.

En resumen, el T-MEC es un acuerdo útil: en definitiva sí, pero no es un fin sino un medio que solo será benéfico para México en la medida en que las pymes se incorporen a las cadenas productivas y empecemos a sustituir insumos importados. Tenemos que cambiar el paradigma actual, en donde México maquila productos de patentes extranjeras, con insumos extranjeros, comercializados por empresas extranjeras; debemos lograr que el Made in Mexico sea más que 5% de mano de obra nacional. Avancemos hacia un modelo donde el diseño, las formulaciones y las creaciones también sean hechos por empresas mexicanas; si logramos esto veremos que las utilidades empezaran a ser más altas para este lado de la frontera. Eso nos conviene a todos.

Para EU el T-MEC, significa una gran oportunidad de aumentar su contenido nacional y crear más empleos. También es un escudo más frente a la ríspida relación que atraviesa con China, no solo en términos comerciales sino geopolíticos.

Esto es relevante para México y no podemos ignorarlo: esta semana, el presidente Trump declaró que la fase dos del acuerdo comercial con China es poco probable en este momento y también anunció que concluye el trato especial para Hong Kong a causa de las nuevas reglas de seguridad impuestas por China. Esto quiere decir que mientras siga latente el conflicto entre Hong Kong y China, EU seguirá reaccionando y, en realidad, el mundo entero, pues cada país que acuerde algo con Hong Kong sufrirá la furia china, como ya le está pasando al Reino Unido. Quizá estamos frente a uno de los conflictos más importantes de este siglo, así que no podemos dejar de seguirlo.

En este contexto, es claro que seguiremos viendo más tensión entre China y EU por algún tiempo pues todo parece indicar que la guerra comercial que se declararon en 2018, ha iniciado su segunda fase, más intensiva y con afectaciones que pondrán a prueba el oficio diplomático de las grandes potencias y la capacidad de pensar rápido para los países medianos, como México.

En lo que corresponde a México y el nuevo T-MEC, es cierto que hay capítulos innovadores que hacían falta para adaptar al Tratado al contexto actual: propiedad industrial, comercio electrónico, temas laborales y de cuidado del medio ambiente, etc. Sin embargo, lo más importante de este nuevo acuerdo es que reafirma la integración regional, mediante reglas de origen que buscan evitar los “saltos arancelarios” que muchas empresas asiáticas aprovecharon en el pasado.

También servirá para poner a América del Norte como una de las regiones con mayor valor agregado (atención aquí: no necesariamente la que más produce pero sí la que agrega más valor). Al respecto, vale recordar que en los mejores años del TLCAN, los tres países miembros generaron poco más de 40% del PIB mundial, pero hoy solo aportamos el 27%. Desde luego esta baja tiene que ver, entre otras cosas, con el fortalecimiento de la manufactura en China y en la región del Asia-Pacífico, pero también está relacionado con que no hubo suficiente transferencia tecnológica e innovación y aunque tenemos mano de obra altamente calificada, no avanzamos en términos tecnológicos.

Por otra parte, ya se ha dicho en este espacio que, para México, el T-MEC será un salvavidas sólo si se activa coordinadamente con decisiones de política pública de fortalecimiento para las empresas, especialmente las de menor tamaño. Ahora bien, lograr esto tiene sus complejidades, entre ellas, que nuestros sectores productivos son altamente dependiente de insumos asiáticos; que llevamos 20 meses de ahuyentar inversiones en sectores estratégicos como el energético; no hay financiamiento competitivo para empresas pequeñas y tampoco hay inversiones en infraestructura carretera, portuaria y aduanera; además, los costos de la corrupción institucionalizada son un lastre que cuesta dinero y tiempo que un inversionista no está dispuesto a perder.

Pese a esto, en nuestro país no existe la obligación de asociarse con capital nacional para establecer cualquier negocio (a diferencia de China), la logística con EU es más cercana, hay más vías de acceso terrestres por la frontera y tenemos más desarrollada la facilitación aduanera. En contraparte, pensemos que ya no solamente competimos contra China sino contra una región, ya que países como Malasia, Cambodia, Vietnam, Bangladesh o Tailandia, tienen estrategias muy atractivas para el capital foráneo y una logística marítima muy eficiente.

En resumen, el T-MEC es un acuerdo útil: en definitiva sí, pero no es un fin sino un medio que solo será benéfico para México en la medida en que las pymes se incorporen a las cadenas productivas y empecemos a sustituir insumos importados. Tenemos que cambiar el paradigma actual, en donde México maquila productos de patentes extranjeras, con insumos extranjeros, comercializados por empresas extranjeras; debemos lograr que el Made in Mexico sea más que 5% de mano de obra nacional. Avancemos hacia un modelo donde el diseño, las formulaciones y las creaciones también sean hechos por empresas mexicanas; si logramos esto veremos que las utilidades empezaran a ser más altas para este lado de la frontera. Eso nos conviene a todos.