/ domingo 4 de noviembre de 2018

En pos de nuestra sombra

Las imágenes de inconsciente ocupan una gran responsabilidad en el ser humano. La falla en entenderlas o la evitación de la responsabilidad ética, priva al ser humano de su totalidad y le impone penosos fragmentos de su vida.

Carl G. Jung


¿Qué es la sombra? Su etimología nos conduce al castellano antiguo, que alude a lo que está por debajo de la umbra. Vocablo a su vez que nos conduce al italiano y éste al latín, en el que umbra da nombre a la parte de la tierra que oculta la proyección selénica por la luz solar durante un eclipse. De ahí que la sombra, por extensión, denomine al reflejo lumínico producido al iluminar un cuerpo en el espacio.

En el arte, por su parte, en torno a la sombra se han desarrollado toda clase de teorías, como la de Leonardo Da Vinci que revolucionó a la pintura en el Renacimiento, al legarnos los conceptos de sfumato y chiaroscuro, del que Caravaggio fue uno de sus más sublimes y dramáticos exponentes. Sin embargo, la ciencia no se quedó atrás, de ahí que aludió a las distintas regiones de sombra, como la penumbra y anteumbra: la primera, para designar a la región entre la luz y la obscuridad, ya que no es posible determinar el punto preciso entre una y otra. La segunda, a la región en la que el observador ve proyectado al cuerpo opaco contra la fuente de luz, de modo que a su alrededor ésta aparece como en un eclipse anular, pero en la medida que aquél se acerca al cuerpo, la luz disminuye hasta llegar a generar una especie de eclipse total. En pocas palabras, hablar de sombras no es nada nuevo porque es un concepto que se aplica a cualquier oclusión. La religión órfica lo hizo ya hace milenios y más tarde lo retomó Platón en su mito de la caverna, y mientras Occidente hoy rinde culto a la luz, Japón lo hace a la sombra. ¿Por qué? Porque desde hace más de 5 mil años en Java habían ya nacido las llamadas “sombras chinescas”. Esas mismas que, al ser difundidas en Europa, fueron inspiración para el nacimiento de la fotografía y del cine, el arte por excelencia de las luces y las sombras. Pero aquí su historia no acaba, continúa, porque al paso del tiempo su presencia lo mismo nos llevará volando de la mano, en la ensoñación infantil del escocés James M. Barrie, hasta el “País de Nunca Jamás” con Peter Pan, a la tierra de Mordor o a descender a las entrañas más recónditas de las pasiones humanas con Las cincuenta sombras de Grey.

Sí, la sombra, de la que tanto hay por decir y en torno a la cual centró su teoría el principal discípulo de Freud, Carl Gustav Jung, al haber visto en ella al arquetipo que representa el lado obscuro de nuestra personalidad, aquél que precisamente por encontrarse en lo más profundo de nuestro ser, contiene lo mismo frustraciones, dolores, inseguridades, complejos, anhelos, traumas, ambiciones, celos, apegos, neurosis, miedos, en suma, todo aquello de lo que muchas veces no nos damos cuenta ni mucho menos queremos reconocer, no es sino el reflejo de lo que en verdad somos y por eso nos horrorizamos, porque no queremos admitirlo y de ello huimos. Por eso hoy, más que nunca, es imponderable que volvamos los ojos a nuestra sombra para comprendernos: es fundamental que observemos y comprendamos el universo úmbrico en que nuestro México se debate, porque si algo hoy nos envuelve son las sombras. Y es que si nos vemos al espejo, solo vemos de la luz lo que ésta nos devuelve y lo que queremos ver, pero para en realidad ver nuestra sombra, tenemos que voltear y perseguirla: si algo es fugaz, es ella, pero sin ella no estaríamos completos. La sombra es parte de nosotros y, por serlo, la proyectamos en los otros, haciendo de ellos nuestro propio reflejo.

Solo que no lo hemos entendido ni querido comprender y por eso cada día nuestra sombra colectiva se agita más, convulsamente. Una prueba de ello es la reacción manifiesta que hemos tenido como sociedad a partir de las elecciones de 2018, la mejor evidencia de una de las partes más obscuras de nuestra sombra escondida, encubierta, pero siempre al acecho: somos una sociedad dividida, caníbal y autofágica, y por eso la xenofobia y el radicalismo extremos se han materializado, emergiendo descarnados de entre las sombras. Cenáculo donde continúan habitando los muchos otros monstruos más que forman parte de nuestro ser verdadero que, acechante, solo espera el momento de atacar al otro, inmisericordemente. Y es allí que uno se pregunta ¿dónde nos perdimos? ¿Por qué nos espantamos de ver a un México que no creíamos existía? Porque no tuvimos la sensibilidad ni precaución de advertir que no somos lo que somos. Por eso es imprescindible zambullirnos en nuestra sombra. Todo apunta que habrá muchas sorpresas más, mucho encono enquistado, mucho odio, mucha rabia, mucho dolor, que tarde o temprano eclosionarán visibilizándose, y mientras estos cánceres no sean combatidos, el mal seguirá enfermándonos, carcomiéndonos.

La esperanza es que en la sombra no todo es negativo. Por eso es vital conocerla, a fondo, porque mientras no lo hagamos, no nos entenderemos y mientras eso no suceda, no podremos resurgir, y solo cuando arribemos a lo más obscuro de nosotros mismos, comenzará a despuntar la luz de nuestro nuevo amanecer.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


Las imágenes de inconsciente ocupan una gran responsabilidad en el ser humano. La falla en entenderlas o la evitación de la responsabilidad ética, priva al ser humano de su totalidad y le impone penosos fragmentos de su vida.

Carl G. Jung


¿Qué es la sombra? Su etimología nos conduce al castellano antiguo, que alude a lo que está por debajo de la umbra. Vocablo a su vez que nos conduce al italiano y éste al latín, en el que umbra da nombre a la parte de la tierra que oculta la proyección selénica por la luz solar durante un eclipse. De ahí que la sombra, por extensión, denomine al reflejo lumínico producido al iluminar un cuerpo en el espacio.

En el arte, por su parte, en torno a la sombra se han desarrollado toda clase de teorías, como la de Leonardo Da Vinci que revolucionó a la pintura en el Renacimiento, al legarnos los conceptos de sfumato y chiaroscuro, del que Caravaggio fue uno de sus más sublimes y dramáticos exponentes. Sin embargo, la ciencia no se quedó atrás, de ahí que aludió a las distintas regiones de sombra, como la penumbra y anteumbra: la primera, para designar a la región entre la luz y la obscuridad, ya que no es posible determinar el punto preciso entre una y otra. La segunda, a la región en la que el observador ve proyectado al cuerpo opaco contra la fuente de luz, de modo que a su alrededor ésta aparece como en un eclipse anular, pero en la medida que aquél se acerca al cuerpo, la luz disminuye hasta llegar a generar una especie de eclipse total. En pocas palabras, hablar de sombras no es nada nuevo porque es un concepto que se aplica a cualquier oclusión. La religión órfica lo hizo ya hace milenios y más tarde lo retomó Platón en su mito de la caverna, y mientras Occidente hoy rinde culto a la luz, Japón lo hace a la sombra. ¿Por qué? Porque desde hace más de 5 mil años en Java habían ya nacido las llamadas “sombras chinescas”. Esas mismas que, al ser difundidas en Europa, fueron inspiración para el nacimiento de la fotografía y del cine, el arte por excelencia de las luces y las sombras. Pero aquí su historia no acaba, continúa, porque al paso del tiempo su presencia lo mismo nos llevará volando de la mano, en la ensoñación infantil del escocés James M. Barrie, hasta el “País de Nunca Jamás” con Peter Pan, a la tierra de Mordor o a descender a las entrañas más recónditas de las pasiones humanas con Las cincuenta sombras de Grey.

Sí, la sombra, de la que tanto hay por decir y en torno a la cual centró su teoría el principal discípulo de Freud, Carl Gustav Jung, al haber visto en ella al arquetipo que representa el lado obscuro de nuestra personalidad, aquél que precisamente por encontrarse en lo más profundo de nuestro ser, contiene lo mismo frustraciones, dolores, inseguridades, complejos, anhelos, traumas, ambiciones, celos, apegos, neurosis, miedos, en suma, todo aquello de lo que muchas veces no nos damos cuenta ni mucho menos queremos reconocer, no es sino el reflejo de lo que en verdad somos y por eso nos horrorizamos, porque no queremos admitirlo y de ello huimos. Por eso hoy, más que nunca, es imponderable que volvamos los ojos a nuestra sombra para comprendernos: es fundamental que observemos y comprendamos el universo úmbrico en que nuestro México se debate, porque si algo hoy nos envuelve son las sombras. Y es que si nos vemos al espejo, solo vemos de la luz lo que ésta nos devuelve y lo que queremos ver, pero para en realidad ver nuestra sombra, tenemos que voltear y perseguirla: si algo es fugaz, es ella, pero sin ella no estaríamos completos. La sombra es parte de nosotros y, por serlo, la proyectamos en los otros, haciendo de ellos nuestro propio reflejo.

Solo que no lo hemos entendido ni querido comprender y por eso cada día nuestra sombra colectiva se agita más, convulsamente. Una prueba de ello es la reacción manifiesta que hemos tenido como sociedad a partir de las elecciones de 2018, la mejor evidencia de una de las partes más obscuras de nuestra sombra escondida, encubierta, pero siempre al acecho: somos una sociedad dividida, caníbal y autofágica, y por eso la xenofobia y el radicalismo extremos se han materializado, emergiendo descarnados de entre las sombras. Cenáculo donde continúan habitando los muchos otros monstruos más que forman parte de nuestro ser verdadero que, acechante, solo espera el momento de atacar al otro, inmisericordemente. Y es allí que uno se pregunta ¿dónde nos perdimos? ¿Por qué nos espantamos de ver a un México que no creíamos existía? Porque no tuvimos la sensibilidad ni precaución de advertir que no somos lo que somos. Por eso es imprescindible zambullirnos en nuestra sombra. Todo apunta que habrá muchas sorpresas más, mucho encono enquistado, mucho odio, mucha rabia, mucho dolor, que tarde o temprano eclosionarán visibilizándose, y mientras estos cánceres no sean combatidos, el mal seguirá enfermándonos, carcomiéndonos.

La esperanza es que en la sombra no todo es negativo. Por eso es vital conocerla, a fondo, porque mientras no lo hagamos, no nos entenderemos y mientras eso no suceda, no podremos resurgir, y solo cuando arribemos a lo más obscuro de nosotros mismos, comenzará a despuntar la luz de nuestro nuevo amanecer.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli