/ domingo 20 de febrero de 2022

¿En qué se parecen el estafador de Tinder y AMLO?

Twitter: @cons_gentil

En la prensa mexicana no se ha dejado de hacer mención a la investigación sobre la lujosa casa en Houston -valorada en casi un millón de dólares- en la que vivió el hijo de AMLO, según una investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y Latinus. Al mismo tiempo, desde el estreno del documental El estafador de Tinder en Netflix, ha salido a la luz la historia del israelí Shimon Hayut que se hizo pasar por Simon Leviev, un heredero multimillonario a un corporativo de diamantes que se involucró románticamente con mujeres a través de Tinder para después manipularlas y pedirles miles de dólares.

A pesar de que estos casos se desarrollan en entornos diferentes, con personas y ambiciones distintas, vale la pena detenerse a analizar las múltiples y relevantes similitudes psicológicas y discursivas entre estos dos personajes.

La primera de ellas es el llamado sesgo de confirmación. Esto sucede cuando intentamos encontrar en nuevas evidencias una confirmación de aquello que ya creemos o estamos buscando. Simon Leviev intentaba encajar en un perfil para que cualquier mujer buscando un “príncipe azul” -una búsqueda que, gracias a la cultura fomentada por las películas de Hollywood, es altamente común- hallara en él al hombre ideal.

En el caso de AMLO, él llegó a hablarle a un electorado que había sido testigo de despilfarros y corrupción por parte del gobierno durante muchos años; un electorado que quería creer en un candidato que iba a poner fin a ese patrón.

La segunda es el generar confianza a través de similitudes. Instintivamente, generamos más confianza en aquellas personas que comparten nuestras aspiraciones y deseos. En el caso de Leviev, el vínculo con las mujeres se fortalecía pues él reflejaba en su propia vida las metas, deseos y valores que ellas mismas tenían. En el caso de AMLO, desde un inicio intentó posicionarse como el candidato anti-sistema y en pro del pueblo, alguien que simpatizaba con las clases más humildes y cuyas aspiraciones apuntaban hacia darle una vida más digna a los mexicanos más pobres. En un país que sin duda alguna ha relegado a las clases económicamente vulnerables durante varias décadas, esta propuesta apelaba a un deseo que nunca fue realmente atendido.

Por último tenemos el reforzamiento social, que es la tendencia de vernos influenciados por las acciones y validación social de los demás. Leviev respondió a la premisa en la que la riqueza y el éxito se pueden interpretar como validación social, y fue a través de manifestaciones simbólicas y exageradas de riqueza que reforzó su estatus y atractivo. En el caso de AMLO se hizo exactamente lo mismo, aunque de manera inversa. A través de manifestaciones simbólicas de austeridad como viajar en metro y en autos económicos, viajar en vuelos comerciales y “renunciar” al avión presidencial, negarse a vivir en la residencia oficial de Los Pinos y hacerla un museo, mantener una vestimenta sencilla y afirmar múltiples veces que él está en contra de cualquier exceso económico, consolidó su figura como alguien que no solo predica sobre austeridad sino que también la vive.

Ambas historias llegan con un fuerte desengaño al final del túnel, en el que entendemos que el verdadero “talento” de ambos personajes es el haber perfeccionado el desarrollo de su figura a lo largo de los años, y que entienden perfectamente qué está buscando el público al que le hablan. A pesar de que incluso ellos mismos no lo tengan.

Twitter: @cons_gentil

En la prensa mexicana no se ha dejado de hacer mención a la investigación sobre la lujosa casa en Houston -valorada en casi un millón de dólares- en la que vivió el hijo de AMLO, según una investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y Latinus. Al mismo tiempo, desde el estreno del documental El estafador de Tinder en Netflix, ha salido a la luz la historia del israelí Shimon Hayut que se hizo pasar por Simon Leviev, un heredero multimillonario a un corporativo de diamantes que se involucró románticamente con mujeres a través de Tinder para después manipularlas y pedirles miles de dólares.

A pesar de que estos casos se desarrollan en entornos diferentes, con personas y ambiciones distintas, vale la pena detenerse a analizar las múltiples y relevantes similitudes psicológicas y discursivas entre estos dos personajes.

La primera de ellas es el llamado sesgo de confirmación. Esto sucede cuando intentamos encontrar en nuevas evidencias una confirmación de aquello que ya creemos o estamos buscando. Simon Leviev intentaba encajar en un perfil para que cualquier mujer buscando un “príncipe azul” -una búsqueda que, gracias a la cultura fomentada por las películas de Hollywood, es altamente común- hallara en él al hombre ideal.

En el caso de AMLO, él llegó a hablarle a un electorado que había sido testigo de despilfarros y corrupción por parte del gobierno durante muchos años; un electorado que quería creer en un candidato que iba a poner fin a ese patrón.

La segunda es el generar confianza a través de similitudes. Instintivamente, generamos más confianza en aquellas personas que comparten nuestras aspiraciones y deseos. En el caso de Leviev, el vínculo con las mujeres se fortalecía pues él reflejaba en su propia vida las metas, deseos y valores que ellas mismas tenían. En el caso de AMLO, desde un inicio intentó posicionarse como el candidato anti-sistema y en pro del pueblo, alguien que simpatizaba con las clases más humildes y cuyas aspiraciones apuntaban hacia darle una vida más digna a los mexicanos más pobres. En un país que sin duda alguna ha relegado a las clases económicamente vulnerables durante varias décadas, esta propuesta apelaba a un deseo que nunca fue realmente atendido.

Por último tenemos el reforzamiento social, que es la tendencia de vernos influenciados por las acciones y validación social de los demás. Leviev respondió a la premisa en la que la riqueza y el éxito se pueden interpretar como validación social, y fue a través de manifestaciones simbólicas y exageradas de riqueza que reforzó su estatus y atractivo. En el caso de AMLO se hizo exactamente lo mismo, aunque de manera inversa. A través de manifestaciones simbólicas de austeridad como viajar en metro y en autos económicos, viajar en vuelos comerciales y “renunciar” al avión presidencial, negarse a vivir en la residencia oficial de Los Pinos y hacerla un museo, mantener una vestimenta sencilla y afirmar múltiples veces que él está en contra de cualquier exceso económico, consolidó su figura como alguien que no solo predica sobre austeridad sino que también la vive.

Ambas historias llegan con un fuerte desengaño al final del túnel, en el que entendemos que el verdadero “talento” de ambos personajes es el haber perfeccionado el desarrollo de su figura a lo largo de los años, y que entienden perfectamente qué está buscando el público al que le hablan. A pesar de que incluso ellos mismos no lo tengan.