/ jueves 30 de junio de 2022

Ensenada laberíntica

Ay, Ensenada. Son tantas tus entradas y tan escasas tus salidas. Dondequiera que vea, tus barrios se extienden sin fin. Tus fronteras son un mito; tus límites un cuento. A tus espaldas, el rumor de colinas cubiertas de pueblo. Por delante, un océano oculto por mareas de cemento. Impreciso es navegarte sin mapas; imposible conocerte entera. Te asemejas a un laberinto en tus interminables vueltas e innumerables secretos. Eb todo rincón surge un paisaje urbano distinto. Un minuto suena una bocina estridente con música de banda; a su lado dos enamorados paseando de la mano. Todos perdidos en el mismo acertijo citadino. Cada paso me acerca al final; pero es imposible encontrarlo.

Tus corredores tan confusos me agarraron por sorpresa. Esperaba un puerto vibrante del cual emergiera una villa costera. Una imagen pintoresca. Casas de pescadores donde el olor a mar dominase las colinas. En mi mente, la pintura de hace un par de décadas queda opacada por el paso del salitre. Aún puedo imaginar ese sueño quebrantado. Por aquí vendedores ambulantes en un malecón inmenso; por allá barcos bravos rogando aventuras. Una ciudad ordenada que poco pide y tanto otorga. Conecta a México con el mundo; abre las puertas del comercio con buques de metal. Y estrechándose al infinito, un mar precioso que se confunde con el cielo. No hay horizonte; solo un azul perpetuo.

Portando mis sueños, arribo por tierra; dejo a un lado el mar. Me traen en autobús desde Tijuana, bordeando la costa para llegar a tus fronteras, oh gran Ensenada. En cada minuto, al mirar la ventana, aprecio montañas inmensas que se encuentran con el agua. Un tono grisáceo de neblina cubre el paisaje. Una franja costera de casas aparece de vez en cuando. Quién diría la contradicción que se venía al terminar el viaje. Quién esperaría la muerte de un sueño.

Llego a una central de autobuses desgastada. El camión levanta nubes de tierra con su paso que se asemejan, brevemente, a la neblina montañosa. Un par de segundos bastan; el polvo se disipa y aparece un edificio envejecido. Las capas de pintura poco hacen para cubrir los estragos del tiempo. Los pisos se han deteriorado por el paso de tantos viajeros y el estacionamiento se ha llenado de baches por el andar de camiones. Un presagio de ti, Ensenada, y los secretos que empezarás a revelar. Al dejar mi asiento, el olor de océano que tanto imagino es reemplazado por el combustible quemado. El azul del mar es inexistente; solo se aprecian casas de colores tenues hasta donde la vista lo permite. Son siempre bajas; nunca más de tres pisos. Has escogido la anchura por sobre los beneficios de lo alto. Donde una vez hubo colinas, ahora existen viviendas. Donde antes eran solo senderos, ahora crecen avenidas.

¿Y el mar? ¿Dónde se esconden las aguas prometidas? Si no fuera por historias de amigos, me imaginaría en el centro del país en lugar de la costa. Un misterio hecho ciudad. Salvo la colina que marca tu final, todos los caminos parecen igual de confusos. Tus calles se hacen eternas sin favores al peatón. A veces las intersecciones tienen semáforos; en la mayoría has de cruzar por aventura propia. Nada se puede diferenciar. Una casa se asemeja a otra; una tienda en esta esquina ha copiado a la anterior. Las calles roídas por los años se consumen ahora con mis pasos. Un ratón más haciendo sus andares por tus muros. Busco ese queso oceánico que se ha vuelto tu sinónimo. Espero encontrarlo pronto.

Aparece la primera gema perdida entre tus canales secos. Una cantina vieja cuyo nombre carga fama. Como un viaje en el tiempo, oculto entre tus calles misteriosa, sus ventanas dicen «Hussong’s» y sus paredes son verdosas. Al entrar, sigue igual que al ser fundada en 1892. Unas cuantas sillas acolchonadas acompañan la cantina; ciertas mesas a su alrededor. Las paredes están plagadas de fotografías que hacen crónica del pasado. La mejor parte son las palomas que entraron cual clientes frecuentes; picotean todo lo que se ponga en frente. Cuántas historias habrán pasado aquí a lo largo de un siglo; cuántas peleas y cuántos amores. A mi derecha, un hombre recuerda a su padre que lo trajo hace cincuenta años. Así como él, habrá otros aquí sentados. Y así como este edificio, habrá tantas historias ocultas en la fachada de tus confusiones, Ensenada. Pero hoy no puedo buscarlas. Ya he perdido mucho tiempo en esta cantina. Sigo caminando hasta encontrar ese mar prometido. Sigo añorando el final del laberinto.

Su indicio llega con un faro abandonado. «UNAPROP», se lee a su costado; el águila mexica decora su color blanco. Si aquí está la lumbre, las aguas que guían no han de tardar. Aunque no la veo, basta con poco caminar. A escasos pasos, la puerta de la marina. Unos metros más y por fin ha salido algo que se asemeja al mar. Una bahía verdosa, rodeada por maderas. Un nuevo desafío de Ensenada. Por dondequiera que uno vea, las casas son reemplazadas por barcos cubriendo una nueva frontera. El horizonte desaparece; lo cambiaron por un escaso mar.

Como si se rehusara a salir, el océano pacífico se esconde en el puerto de Ensenada. Aprecio unas manchas de agua entre cada navío. Hay una sutil laguna que termina por la zona industrial de buques y cargamento. La franja del horizonte se oculta por los deseos de comercio. El laberinto nos da otro muro; nos priva del océano. Hasta en eso te autoconsumes Ensenada; te comes el horizonte para hacerlo tuyo. Tus ansias de acertijo destrozan tus ideales. Ciudad infinita donde se pierde la percepción. Las aguas prometidas fueron mera ilusión. Sigue tu malecón eternamente; siguen los barcos a la distancia. Ya no sé en que podría confiar. Son tantos los muros que has puesto y tantas las adversidades; solo puedo verte y pensar.

Ensenada engañosa, me dejas la ruta del derrotado. Salir con el rabo entre las patas por el mismo lugar que he llegado. Recorro mis pasos en reversa; otra vez pierdo ese breve océano. Ya no importa la derecha o la izquierda, es meramente infinidad de gentes haciendo de las suyas. Quizá es por eso que Ensenada sobrevive. Se ha vuelto tan grande que todo lo consume. Crece hasta que el horizonte deja de ser horizonte. Sueña con ser eterna y solo logra confundirme.

Camino entonces a la central de autobuses, compro un boleto de regreso. Ahora el mundo se ha vuelto incierto. Si Ensenada jamás termina, esos peñascos que vi en principio han de ser ficticios. Por todo lo que sé, Ensenada podría ser la península entera. Quién sabe… inclusive puede que no exista el mar. Cuántas preguntas dejas Ensenada; cuan poco me das. Al sentarme en esta estación de autobuses, solo puedo recrearte en tu infinidad. Me has enseñado que el humano todo lo puede crear; desde muelles que nunca acaban hasta poblaciones que no podemos frenar. Así que te lo agradezco, noble Ensenada, solo espero que el chofer pueda triunfar. Que su sabiduría me guíe de regreso a casa, pues mis aventuras no te pudieron derrotar.


Ay, Ensenada. Son tantas tus entradas y tan escasas tus salidas. Dondequiera que vea, tus barrios se extienden sin fin. Tus fronteras son un mito; tus límites un cuento. A tus espaldas, el rumor de colinas cubiertas de pueblo. Por delante, un océano oculto por mareas de cemento. Impreciso es navegarte sin mapas; imposible conocerte entera. Te asemejas a un laberinto en tus interminables vueltas e innumerables secretos. Eb todo rincón surge un paisaje urbano distinto. Un minuto suena una bocina estridente con música de banda; a su lado dos enamorados paseando de la mano. Todos perdidos en el mismo acertijo citadino. Cada paso me acerca al final; pero es imposible encontrarlo.

Tus corredores tan confusos me agarraron por sorpresa. Esperaba un puerto vibrante del cual emergiera una villa costera. Una imagen pintoresca. Casas de pescadores donde el olor a mar dominase las colinas. En mi mente, la pintura de hace un par de décadas queda opacada por el paso del salitre. Aún puedo imaginar ese sueño quebrantado. Por aquí vendedores ambulantes en un malecón inmenso; por allá barcos bravos rogando aventuras. Una ciudad ordenada que poco pide y tanto otorga. Conecta a México con el mundo; abre las puertas del comercio con buques de metal. Y estrechándose al infinito, un mar precioso que se confunde con el cielo. No hay horizonte; solo un azul perpetuo.

Portando mis sueños, arribo por tierra; dejo a un lado el mar. Me traen en autobús desde Tijuana, bordeando la costa para llegar a tus fronteras, oh gran Ensenada. En cada minuto, al mirar la ventana, aprecio montañas inmensas que se encuentran con el agua. Un tono grisáceo de neblina cubre el paisaje. Una franja costera de casas aparece de vez en cuando. Quién diría la contradicción que se venía al terminar el viaje. Quién esperaría la muerte de un sueño.

Llego a una central de autobuses desgastada. El camión levanta nubes de tierra con su paso que se asemejan, brevemente, a la neblina montañosa. Un par de segundos bastan; el polvo se disipa y aparece un edificio envejecido. Las capas de pintura poco hacen para cubrir los estragos del tiempo. Los pisos se han deteriorado por el paso de tantos viajeros y el estacionamiento se ha llenado de baches por el andar de camiones. Un presagio de ti, Ensenada, y los secretos que empezarás a revelar. Al dejar mi asiento, el olor de océano que tanto imagino es reemplazado por el combustible quemado. El azul del mar es inexistente; solo se aprecian casas de colores tenues hasta donde la vista lo permite. Son siempre bajas; nunca más de tres pisos. Has escogido la anchura por sobre los beneficios de lo alto. Donde una vez hubo colinas, ahora existen viviendas. Donde antes eran solo senderos, ahora crecen avenidas.

¿Y el mar? ¿Dónde se esconden las aguas prometidas? Si no fuera por historias de amigos, me imaginaría en el centro del país en lugar de la costa. Un misterio hecho ciudad. Salvo la colina que marca tu final, todos los caminos parecen igual de confusos. Tus calles se hacen eternas sin favores al peatón. A veces las intersecciones tienen semáforos; en la mayoría has de cruzar por aventura propia. Nada se puede diferenciar. Una casa se asemeja a otra; una tienda en esta esquina ha copiado a la anterior. Las calles roídas por los años se consumen ahora con mis pasos. Un ratón más haciendo sus andares por tus muros. Busco ese queso oceánico que se ha vuelto tu sinónimo. Espero encontrarlo pronto.

Aparece la primera gema perdida entre tus canales secos. Una cantina vieja cuyo nombre carga fama. Como un viaje en el tiempo, oculto entre tus calles misteriosa, sus ventanas dicen «Hussong’s» y sus paredes son verdosas. Al entrar, sigue igual que al ser fundada en 1892. Unas cuantas sillas acolchonadas acompañan la cantina; ciertas mesas a su alrededor. Las paredes están plagadas de fotografías que hacen crónica del pasado. La mejor parte son las palomas que entraron cual clientes frecuentes; picotean todo lo que se ponga en frente. Cuántas historias habrán pasado aquí a lo largo de un siglo; cuántas peleas y cuántos amores. A mi derecha, un hombre recuerda a su padre que lo trajo hace cincuenta años. Así como él, habrá otros aquí sentados. Y así como este edificio, habrá tantas historias ocultas en la fachada de tus confusiones, Ensenada. Pero hoy no puedo buscarlas. Ya he perdido mucho tiempo en esta cantina. Sigo caminando hasta encontrar ese mar prometido. Sigo añorando el final del laberinto.

Su indicio llega con un faro abandonado. «UNAPROP», se lee a su costado; el águila mexica decora su color blanco. Si aquí está la lumbre, las aguas que guían no han de tardar. Aunque no la veo, basta con poco caminar. A escasos pasos, la puerta de la marina. Unos metros más y por fin ha salido algo que se asemeja al mar. Una bahía verdosa, rodeada por maderas. Un nuevo desafío de Ensenada. Por dondequiera que uno vea, las casas son reemplazadas por barcos cubriendo una nueva frontera. El horizonte desaparece; lo cambiaron por un escaso mar.

Como si se rehusara a salir, el océano pacífico se esconde en el puerto de Ensenada. Aprecio unas manchas de agua entre cada navío. Hay una sutil laguna que termina por la zona industrial de buques y cargamento. La franja del horizonte se oculta por los deseos de comercio. El laberinto nos da otro muro; nos priva del océano. Hasta en eso te autoconsumes Ensenada; te comes el horizonte para hacerlo tuyo. Tus ansias de acertijo destrozan tus ideales. Ciudad infinita donde se pierde la percepción. Las aguas prometidas fueron mera ilusión. Sigue tu malecón eternamente; siguen los barcos a la distancia. Ya no sé en que podría confiar. Son tantos los muros que has puesto y tantas las adversidades; solo puedo verte y pensar.

Ensenada engañosa, me dejas la ruta del derrotado. Salir con el rabo entre las patas por el mismo lugar que he llegado. Recorro mis pasos en reversa; otra vez pierdo ese breve océano. Ya no importa la derecha o la izquierda, es meramente infinidad de gentes haciendo de las suyas. Quizá es por eso que Ensenada sobrevive. Se ha vuelto tan grande que todo lo consume. Crece hasta que el horizonte deja de ser horizonte. Sueña con ser eterna y solo logra confundirme.

Camino entonces a la central de autobuses, compro un boleto de regreso. Ahora el mundo se ha vuelto incierto. Si Ensenada jamás termina, esos peñascos que vi en principio han de ser ficticios. Por todo lo que sé, Ensenada podría ser la península entera. Quién sabe… inclusive puede que no exista el mar. Cuántas preguntas dejas Ensenada; cuan poco me das. Al sentarme en esta estación de autobuses, solo puedo recrearte en tu infinidad. Me has enseñado que el humano todo lo puede crear; desde muelles que nunca acaban hasta poblaciones que no podemos frenar. Así que te lo agradezco, noble Ensenada, solo espero que el chofer pueda triunfar. Que su sabiduría me guíe de regreso a casa, pues mis aventuras no te pudieron derrotar.


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