/ domingo 22 de abril de 2018

Entre piernas y telones

El test

Hugo Hernández

Desde siempre, el teatro ha sido un espejo en el que el público puede verse reflejado. Esa imagen, que aparentemente es ajena, lejana y está fuera de lo espectadores, les permite reconocer sus gestos, actitudes, defectos, virtudes… cada una de sus características, para analizarlas, criticarlas, juzgarlas y actuar en consecuencia.

Hay obras en las que esa identificación es frontal, brutal, y en muchas ocasiones no se recibe adecuadamente pues a nadie le gusta que le peguen. Por ello es que la comedia es una especie de cápsula, en la que la "medicina" llega cubierta por una dulce y simpática envoltura y nos la tragamos sin hacer mala cara y sin protestar; y así la "sustancia activa" llega directamente a donde tiene que llegar, sin dolor, sin darnos cuenta y con mayores posibilidades de éxito.

Esta reflexión médico-filosófica viene a cuento luego de ver la fantástica comedia El test en la que en medio de una trama aparentemente simple, inofensiva y sobre todo muy, muy, muy divertida, se dicen grandes verdades.

La anécdota de este montaje es simple:

Dos parejas de amigos se reúnen para cenar, y en medio de la charla, uno de ellos, exitosísimo en los negocios, lanza la siguiente pregunta: ¿qué prefieres, cien mil dólares en este momento, o un millón dentro de 10 años?

Lo que arranca como un inocente cuestionamiento o un simple juego, empieza a actuar como catalizador y en cada uno de los presentes se desata una cadena de enjuiciamientos (propios, de pareja, familiares, sociales…) que suben, suben y suben de intensidad hasta un clímax y un final sorprendente.

Escrita por Jordi Vallejo Duarri, El test es una de esas obras actuales en las que la realidad es elemento básico.

Esa realidad posibilita, facilita, invita a los espectadores a identificarse con los personajes y las situaciones, y apenas se lanza la pregunta en el escenario, la reacción del público evidencia que cada uno de los presentes también se lo está cuestionando.

Al brillante texto hay que sumarle otros muchos aciertos, que bien vale la pena enlistar.

Obvio, buena parte de ese enorme logro es del director de escena, en este caso uno de los hombres más prestigiados, respetados y propositivos de los escenarios latinoamericanos: Daniel Veronese, quien tiene un toque mágico gracias al cual algo ya de por sí estupendo, como el texto de Vallejo Duarri, se convierte en supremo.

Lo que sucede en escena se vuelve la realidad misma. El espectador siente como si estuviera espiando a través de su balcón, lo que sucede en el departamento de sus vecinos, quienes "actúan" con una naturalidad absoluta.

Evidentemente la materia prima con la que Veronese trabaja es de primera, y el talento de cada uno de los integrantes del elenco reluce más gracias a su extremo cuidado.

No extraña, porque los hemos visto en múltiples montajes, siempre muy bien, el trabajo del reparto masculino, integrado por Víctor Huggo Martin, Juan Carlos Barreto, Claudio Lafarga y Rodrigo Cachero.

Y sí es una gratísima sorpresa reconfirmar que la belleza (¡vaya que lo son!) y la popularidad mediática, no están peleadas con el talento histriónico, como se puede ver en el atinadísimo trabajo escénico de Issabela Camil, Geraldine Bazán y Luz Ramos.

El test es de esas obras que llevan a los espectadores a preguntarse: Si yo estuviera en una situación así: ¿qué haría?

Por lo pronto para conocer “las letras chiquitas” de esta oferta millonaria en dólares hay que ver El test, que se presenta de jueves a domingo en el teatro Zéntrika, en Santa Fe.

El test

Hugo Hernández

Desde siempre, el teatro ha sido un espejo en el que el público puede verse reflejado. Esa imagen, que aparentemente es ajena, lejana y está fuera de lo espectadores, les permite reconocer sus gestos, actitudes, defectos, virtudes… cada una de sus características, para analizarlas, criticarlas, juzgarlas y actuar en consecuencia.

Hay obras en las que esa identificación es frontal, brutal, y en muchas ocasiones no se recibe adecuadamente pues a nadie le gusta que le peguen. Por ello es que la comedia es una especie de cápsula, en la que la "medicina" llega cubierta por una dulce y simpática envoltura y nos la tragamos sin hacer mala cara y sin protestar; y así la "sustancia activa" llega directamente a donde tiene que llegar, sin dolor, sin darnos cuenta y con mayores posibilidades de éxito.

Esta reflexión médico-filosófica viene a cuento luego de ver la fantástica comedia El test en la que en medio de una trama aparentemente simple, inofensiva y sobre todo muy, muy, muy divertida, se dicen grandes verdades.

La anécdota de este montaje es simple:

Dos parejas de amigos se reúnen para cenar, y en medio de la charla, uno de ellos, exitosísimo en los negocios, lanza la siguiente pregunta: ¿qué prefieres, cien mil dólares en este momento, o un millón dentro de 10 años?

Lo que arranca como un inocente cuestionamiento o un simple juego, empieza a actuar como catalizador y en cada uno de los presentes se desata una cadena de enjuiciamientos (propios, de pareja, familiares, sociales…) que suben, suben y suben de intensidad hasta un clímax y un final sorprendente.

Escrita por Jordi Vallejo Duarri, El test es una de esas obras actuales en las que la realidad es elemento básico.

Esa realidad posibilita, facilita, invita a los espectadores a identificarse con los personajes y las situaciones, y apenas se lanza la pregunta en el escenario, la reacción del público evidencia que cada uno de los presentes también se lo está cuestionando.

Al brillante texto hay que sumarle otros muchos aciertos, que bien vale la pena enlistar.

Obvio, buena parte de ese enorme logro es del director de escena, en este caso uno de los hombres más prestigiados, respetados y propositivos de los escenarios latinoamericanos: Daniel Veronese, quien tiene un toque mágico gracias al cual algo ya de por sí estupendo, como el texto de Vallejo Duarri, se convierte en supremo.

Lo que sucede en escena se vuelve la realidad misma. El espectador siente como si estuviera espiando a través de su balcón, lo que sucede en el departamento de sus vecinos, quienes "actúan" con una naturalidad absoluta.

Evidentemente la materia prima con la que Veronese trabaja es de primera, y el talento de cada uno de los integrantes del elenco reluce más gracias a su extremo cuidado.

No extraña, porque los hemos visto en múltiples montajes, siempre muy bien, el trabajo del reparto masculino, integrado por Víctor Huggo Martin, Juan Carlos Barreto, Claudio Lafarga y Rodrigo Cachero.

Y sí es una gratísima sorpresa reconfirmar que la belleza (¡vaya que lo son!) y la popularidad mediática, no están peleadas con el talento histriónico, como se puede ver en el atinadísimo trabajo escénico de Issabela Camil, Geraldine Bazán y Luz Ramos.

El test es de esas obras que llevan a los espectadores a preguntarse: Si yo estuviera en una situación así: ¿qué haría?

Por lo pronto para conocer “las letras chiquitas” de esta oferta millonaria en dólares hay que ver El test, que se presenta de jueves a domingo en el teatro Zéntrika, en Santa Fe.

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