/ domingo 31 de octubre de 2021

Entre piernas y telones | Códice Tenoch 

Gran, gran, gran trabajo en equipo sería una manera adecuada de definir lo que sucede en cada función de Códice Tenoch, que hoy domingo termina su temporada.

Al soberbio texto de Luis Mario Moncada, estrenado hace casi una década —dentro de la Olimpiada Cultural de Londres 2012, y que acerca al mundo shakesperiano el complejo universo de las culturas originarias del Valle de México— se suman una serie de aciertos, logros, talento y trabajo, que hacen de esta puesta en escena una experiencia Ú-N-I-C-A.

Evidentemente el primer logro es la cuidadosa y muy creativa dirección de escena, original de Roxana Silbert, y que ha remontado Andrés Weiss.

Texto y dirección imprimen a la puesta en escena una vitalidad, actualidad, vigencia y ritmo… que atrapan a todo mundo desde el minuto uno hasta el 180 que se prolonga la obra y que, de verdad se pasan volando.

El concepto visual es impactante y se debe al talento del brillante Jorge Ballina, en el diseño de escenografía (también responsable de la iluminación junto con Kay Pérez), y de Eloise Kazán por el diseño de vestuario.

La "base" sobre la que suceden todas las acciones es una enorme hoja de papel amate, aquel en el que se escribieron los códices. En él los personajes entran y salen; suben y bajan; viven y mueren enfundados en trajes que al mismo tiempo remiten al siglo XIV en el que sucedieron los hechos que se narran, y a un futuro apocalíptico y aún inexistente, pero seguro y fatal.

A esto hay que agregar pequeños-grandes detalles, tan bien logrados que, como debe ser, resultan imperceptibles por su eficacia: música de Dave Price; combate escénico, Antonio Peña; movimiento corporal y coreografía de Ruby Tagle (basado en el original de Anne Ye) y el maquillaje y peluquería (estupendos ambos) de Mario Zarazúa y Maricela Estrada.

Todo esto, puesto al servicio de un grupo de magníficos actores que entregan alma y corazón (se ve y se siente) en cada función. Son apenas 21, pero al verlos llenar el escenario (amén de los distintos personajes que hace cada uno) pareciera que son 50 o 60.

Imposible resulta enlistarlos aquí, pero quiero subrayar que todos los ejecutan como si fuesen integrantes de una orquesta o un coro: perfectamente al unísono. Sin embargo, honor a quien honor merece y por ello aplaudo la presencia siempre exacta de Óscar Narváez, Rodrigo Vázquez y Laura Padilla.

Y quiero dedicar unas líneas más a dos jóvenes que me parecieron brillantes: Roldán Ramírez y Nick Cuevas.

A Roldán lo he visto desde hace al menos tres lustros en decenas de puestas de escenas. Es un actor constante, sólido, talentoso. Aquí da vida a dos personajes (padre e hijo) Ixtlixóchitl y Nezahualcóyotl, y realiza, como siempre un gran trabajo.

Nick Cuevas, como Maxtla, hace un trabajo estupendo. ¡Qué fuerza! Nunca baja ni un milímetro. Así es siempre en cada trabajo y aquí está mejor que nunca.

Qué bueno que la Compañía Nacional de Teatro apoye a jóvenes como Roldán y Nick. ¡Bravo a ambos!, y bravo también para todos los integrantes de la CNT, al frente de la cual está el muy talentoso Enrique Singer.

Códice Tenoch, de esos montajes que ningún teatrófilo debe perderse, y en este caso ningún mexicano tampoco, pues es sin duda un maravilloso viaje al pasado (¿y presente y futuro?) de nuestro país.

Gran, gran, gran trabajo en equipo sería una manera adecuada de definir lo que sucede en cada función de Códice Tenoch, que hoy domingo termina su temporada.

Al soberbio texto de Luis Mario Moncada, estrenado hace casi una década —dentro de la Olimpiada Cultural de Londres 2012, y que acerca al mundo shakesperiano el complejo universo de las culturas originarias del Valle de México— se suman una serie de aciertos, logros, talento y trabajo, que hacen de esta puesta en escena una experiencia Ú-N-I-C-A.

Evidentemente el primer logro es la cuidadosa y muy creativa dirección de escena, original de Roxana Silbert, y que ha remontado Andrés Weiss.

Texto y dirección imprimen a la puesta en escena una vitalidad, actualidad, vigencia y ritmo… que atrapan a todo mundo desde el minuto uno hasta el 180 que se prolonga la obra y que, de verdad se pasan volando.

El concepto visual es impactante y se debe al talento del brillante Jorge Ballina, en el diseño de escenografía (también responsable de la iluminación junto con Kay Pérez), y de Eloise Kazán por el diseño de vestuario.

La "base" sobre la que suceden todas las acciones es una enorme hoja de papel amate, aquel en el que se escribieron los códices. En él los personajes entran y salen; suben y bajan; viven y mueren enfundados en trajes que al mismo tiempo remiten al siglo XIV en el que sucedieron los hechos que se narran, y a un futuro apocalíptico y aún inexistente, pero seguro y fatal.

A esto hay que agregar pequeños-grandes detalles, tan bien logrados que, como debe ser, resultan imperceptibles por su eficacia: música de Dave Price; combate escénico, Antonio Peña; movimiento corporal y coreografía de Ruby Tagle (basado en el original de Anne Ye) y el maquillaje y peluquería (estupendos ambos) de Mario Zarazúa y Maricela Estrada.

Todo esto, puesto al servicio de un grupo de magníficos actores que entregan alma y corazón (se ve y se siente) en cada función. Son apenas 21, pero al verlos llenar el escenario (amén de los distintos personajes que hace cada uno) pareciera que son 50 o 60.

Imposible resulta enlistarlos aquí, pero quiero subrayar que todos los ejecutan como si fuesen integrantes de una orquesta o un coro: perfectamente al unísono. Sin embargo, honor a quien honor merece y por ello aplaudo la presencia siempre exacta de Óscar Narváez, Rodrigo Vázquez y Laura Padilla.

Y quiero dedicar unas líneas más a dos jóvenes que me parecieron brillantes: Roldán Ramírez y Nick Cuevas.

A Roldán lo he visto desde hace al menos tres lustros en decenas de puestas de escenas. Es un actor constante, sólido, talentoso. Aquí da vida a dos personajes (padre e hijo) Ixtlixóchitl y Nezahualcóyotl, y realiza, como siempre un gran trabajo.

Nick Cuevas, como Maxtla, hace un trabajo estupendo. ¡Qué fuerza! Nunca baja ni un milímetro. Así es siempre en cada trabajo y aquí está mejor que nunca.

Qué bueno que la Compañía Nacional de Teatro apoye a jóvenes como Roldán y Nick. ¡Bravo a ambos!, y bravo también para todos los integrantes de la CNT, al frente de la cual está el muy talentoso Enrique Singer.

Códice Tenoch, de esos montajes que ningún teatrófilo debe perderse, y en este caso ningún mexicano tampoco, pues es sin duda un maravilloso viaje al pasado (¿y presente y futuro?) de nuestro país.