/ domingo 1 de noviembre de 2020

Entre piernas y telones | Hasta luego Juan Navarro

Conocí a Juan Navarro en la conferencia de prensa en la que se dio a conocer al elenco de El fantasma de la ópera, musical que se estrenó el 16 de diciembre del ya muy lejano año de 1999.

Recuerdo que parecía excesivamente serio. Y luego al verlo en el escenario ya convertido en el atormentado protagonista de ese maravilloso e inolvidable montaje, me quedé con la idea de que él era un hombre adusto, incluso malgeniudo.

Volví a verlo en Jesucristo Superestrella, donde dio vida a Poncio Pilatos, nuevamente un personaje oscuro; seguí con aquella impresión.

Y luego, oh primera sorpresa, en El full Monty no sólo mostró su lado cómico, sino que incluso se animó a un desnudo integral con que los protagonistas cerraban la obra. Pensé entonces: alguien que se anima a esto (ambas cosas) no puede ser tan serio como he creído hasta ahora.

Poco después mi trabajo me conectó con él personalmente y descubrí la verdadera cara de Juan. No sólo era bromista, desenfadado, sino que se convertía en materialmente el alma de las compañías en las que trabajaba, porque era generoso, solidario, amén de divertido y respetuoso de las personas y los trabajos de los demás.

Estuve cerca de él, primero en Los miserables, montaje en el que estuvo como actor invitado; después en Violinista en el tejado, y más recientemente (bueno, hace ya seis años) en ¡Si nos dejan!, magistral montaje en el que dio vida al personaje de El rey. En cada uno de ellos su voz era un lujo; un regalo poder escucharla.

Pero no se limitó a los musicales. El diario de Ana Frank y Los exonerados fueron dos puestas en escena en las que demostró que no sólo era un sensacional cantante, sino también un gran actor.

Hace algunos años lo invité a sumarse a las Jornadas por la paz, que organizó el grupo Tech Palewi en Ciudad Neza, y sin pensarlo dos veces Juan ahí estuvo primero dando un taller sobre canto, con una paciencia y un entusiasmo admirable y luego en un concierto, cantando como sólo él sabía hacerlo. La tarde terminó con 300 personas ovacionándolo de pie.

También, muchas veces coincidí con él en los pasillos de la FES Acatlán, donde al igual que yo era docente. Yo en comunicación; él, obviamente, de canto.

El martes pasado, 27 de octubre, Juan cayó como una víctima más de la terrible pandemia que nos tiene a todos tan agobiados desde hace meses.

Curiosamente este lunes 2 de noviembre se transmite ¡Si nos dejan! vía streaming, y tendremos oportunidad de disfrutar de su gloriosa voz una vez más.

En ¡Si nos dejan! uno de los personajes regresa del mundo de los muertos para felicidad de todos sus seres queridos. Sabemos que eso es imposible, que del Mictlán es imposible volver; sin embargo, estamos seguros que la maravillosa voz de Juan Navarro seguirá escuchándose en este mundo de los vivos por siempre, porque fue un gran cantante, pero sobre todo un hombre estupendo.

Querido Juan, un aplauso hasta donde estés, con la admiración y el aprecio de siempre.

Conocí a Juan Navarro en la conferencia de prensa en la que se dio a conocer al elenco de El fantasma de la ópera, musical que se estrenó el 16 de diciembre del ya muy lejano año de 1999.

Recuerdo que parecía excesivamente serio. Y luego al verlo en el escenario ya convertido en el atormentado protagonista de ese maravilloso e inolvidable montaje, me quedé con la idea de que él era un hombre adusto, incluso malgeniudo.

Volví a verlo en Jesucristo Superestrella, donde dio vida a Poncio Pilatos, nuevamente un personaje oscuro; seguí con aquella impresión.

Y luego, oh primera sorpresa, en El full Monty no sólo mostró su lado cómico, sino que incluso se animó a un desnudo integral con que los protagonistas cerraban la obra. Pensé entonces: alguien que se anima a esto (ambas cosas) no puede ser tan serio como he creído hasta ahora.

Poco después mi trabajo me conectó con él personalmente y descubrí la verdadera cara de Juan. No sólo era bromista, desenfadado, sino que se convertía en materialmente el alma de las compañías en las que trabajaba, porque era generoso, solidario, amén de divertido y respetuoso de las personas y los trabajos de los demás.

Estuve cerca de él, primero en Los miserables, montaje en el que estuvo como actor invitado; después en Violinista en el tejado, y más recientemente (bueno, hace ya seis años) en ¡Si nos dejan!, magistral montaje en el que dio vida al personaje de El rey. En cada uno de ellos su voz era un lujo; un regalo poder escucharla.

Pero no se limitó a los musicales. El diario de Ana Frank y Los exonerados fueron dos puestas en escena en las que demostró que no sólo era un sensacional cantante, sino también un gran actor.

Hace algunos años lo invité a sumarse a las Jornadas por la paz, que organizó el grupo Tech Palewi en Ciudad Neza, y sin pensarlo dos veces Juan ahí estuvo primero dando un taller sobre canto, con una paciencia y un entusiasmo admirable y luego en un concierto, cantando como sólo él sabía hacerlo. La tarde terminó con 300 personas ovacionándolo de pie.

También, muchas veces coincidí con él en los pasillos de la FES Acatlán, donde al igual que yo era docente. Yo en comunicación; él, obviamente, de canto.

El martes pasado, 27 de octubre, Juan cayó como una víctima más de la terrible pandemia que nos tiene a todos tan agobiados desde hace meses.

Curiosamente este lunes 2 de noviembre se transmite ¡Si nos dejan! vía streaming, y tendremos oportunidad de disfrutar de su gloriosa voz una vez más.

En ¡Si nos dejan! uno de los personajes regresa del mundo de los muertos para felicidad de todos sus seres queridos. Sabemos que eso es imposible, que del Mictlán es imposible volver; sin embargo, estamos seguros que la maravillosa voz de Juan Navarro seguirá escuchándose en este mundo de los vivos por siempre, porque fue un gran cantante, pero sobre todo un hombre estupendo.

Querido Juan, un aplauso hasta donde estés, con la admiración y el aprecio de siempre.