/ domingo 12 de junio de 2022

Entre piernas y telones | Junio en el 93

Desde su fundación en 1988, la compañía Teatro de Arena ha ocupado un sitio muy destacado en la actividad escénica nacional. La década de los 90 estuvo marcada en buena medida por sus inolvidables propuestas, entre ellas la siempre recordada Carta a un artista adolescente, estelarizada por Alejandro Reyes.

Al frente de Teatro de Arena siempre han estado una pareja de talentos realmente destacados: Luis Mario Moncada (dramaturgo) y Martín Acosta (director) quienes a lo largo de estas décadas nos han ofrecido, ya sea juntos o separados, trabajos realmente memorables, como el que ahora presentan en La gruta, del Centro Cultural Helénico: Junio en el 93.

Precisamente a finales de ese año, y principios del siguiente, Alejandro Reyes estuvo como actor invitado en la compañía veracruzana comandada por Abraham Oceransky, y que montaba entonces una obra en torno a Yukio Mishima.

Da aquella experiencia, Reyes escribió unas memorias-novela, que al morir legó a Moncada y Acosta, quienes hoy lo llevan a escena, en un montaje realmente m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-o.

A riesgo de parecer exagerado —que ya lo estoy siendo, pero no se puede menos ante un hecho artístico que cautiva— debo decir que se trata de una puesta en escena para la que la palabra perfecta se queda corta. Perfecta porque está llena de verdad, tanto en la trama como en la ejecución.

Una vez más, Luis Mario muestra el enorme dramaturgo que es y crea una estructura estupenda, que permite al espectador fácilmente ir y venir en el tiempo (del 2022 al 1993), rompe la cuarta pared (por decir lo menos) en todo momento para acercar la anécdota al público; y finalmente sorprende con un entramado del que desde el inicio conocemos el final.

A esto hay que sumar la magnífica dirección de escena de Martín. Genial como siempre, llena de detalles, de guiños, de minucias que juntas suman una gran, gran experiencia estética.

Para lograrlo, se apoyan en un equipo creativo de primera: Matías Gorlero (iluminación), Eva Aguiñaga (escenografía), e Isay Ramírez, diseño sonoro.

Y evidentemente un elenco excepcional integrado por cuatro jóvenes valores de la actuación que amén de sus sólidos presentes, tienen un largo y muy prometedor futuro.

De dos de ellos ya he hablado en ocasiones anteriores. Hoy, ambos superan los elogios vertidos por trabajos previos. Miguel Jiménez (Romeo y Julieta, Héroe de lobby), sin duda uno de los mejores histriones de su generación, y aquí entrega una actuación compleja, llena de matices, de fuerza...

Baruch Valdés (Beautiful Julia) hace una creación de primera, lleno de ternura en algunos momentos, de coraje en otros. Estupendos ambos, al igual que Mel Fuentes y Medin Villatoro.

Junio en el 93 es de esas puestas en escena que pasarán a la historia del teatro en nuestro país. Lastimosamente por la naturaleza misma del arte escénico es efímera y llegará a su fin este lunes 13 y martes 14, para hacer después una última función el 23 de julio en Teatro de la Ciudad.

No hay que perdérsela por nada del mundo.

Felicidades a Teatro de Arena... sigue dejando huella.

Desde su fundación en 1988, la compañía Teatro de Arena ha ocupado un sitio muy destacado en la actividad escénica nacional. La década de los 90 estuvo marcada en buena medida por sus inolvidables propuestas, entre ellas la siempre recordada Carta a un artista adolescente, estelarizada por Alejandro Reyes.

Al frente de Teatro de Arena siempre han estado una pareja de talentos realmente destacados: Luis Mario Moncada (dramaturgo) y Martín Acosta (director) quienes a lo largo de estas décadas nos han ofrecido, ya sea juntos o separados, trabajos realmente memorables, como el que ahora presentan en La gruta, del Centro Cultural Helénico: Junio en el 93.

Precisamente a finales de ese año, y principios del siguiente, Alejandro Reyes estuvo como actor invitado en la compañía veracruzana comandada por Abraham Oceransky, y que montaba entonces una obra en torno a Yukio Mishima.

Da aquella experiencia, Reyes escribió unas memorias-novela, que al morir legó a Moncada y Acosta, quienes hoy lo llevan a escena, en un montaje realmente m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-o.

A riesgo de parecer exagerado —que ya lo estoy siendo, pero no se puede menos ante un hecho artístico que cautiva— debo decir que se trata de una puesta en escena para la que la palabra perfecta se queda corta. Perfecta porque está llena de verdad, tanto en la trama como en la ejecución.

Una vez más, Luis Mario muestra el enorme dramaturgo que es y crea una estructura estupenda, que permite al espectador fácilmente ir y venir en el tiempo (del 2022 al 1993), rompe la cuarta pared (por decir lo menos) en todo momento para acercar la anécdota al público; y finalmente sorprende con un entramado del que desde el inicio conocemos el final.

A esto hay que sumar la magnífica dirección de escena de Martín. Genial como siempre, llena de detalles, de guiños, de minucias que juntas suman una gran, gran experiencia estética.

Para lograrlo, se apoyan en un equipo creativo de primera: Matías Gorlero (iluminación), Eva Aguiñaga (escenografía), e Isay Ramírez, diseño sonoro.

Y evidentemente un elenco excepcional integrado por cuatro jóvenes valores de la actuación que amén de sus sólidos presentes, tienen un largo y muy prometedor futuro.

De dos de ellos ya he hablado en ocasiones anteriores. Hoy, ambos superan los elogios vertidos por trabajos previos. Miguel Jiménez (Romeo y Julieta, Héroe de lobby), sin duda uno de los mejores histriones de su generación, y aquí entrega una actuación compleja, llena de matices, de fuerza...

Baruch Valdés (Beautiful Julia) hace una creación de primera, lleno de ternura en algunos momentos, de coraje en otros. Estupendos ambos, al igual que Mel Fuentes y Medin Villatoro.

Junio en el 93 es de esas puestas en escena que pasarán a la historia del teatro en nuestro país. Lastimosamente por la naturaleza misma del arte escénico es efímera y llegará a su fin este lunes 13 y martes 14, para hacer después una última función el 23 de julio en Teatro de la Ciudad.

No hay que perdérsela por nada del mundo.

Felicidades a Teatro de Arena... sigue dejando huella.