/ domingo 25 de julio de 2021

¿Es la era Antirracista?

Por Daniel Hernández Aldaco

La academia reconoce al menos cuatro periodos históricos relevantes para las relaciones étnico-raciales en México: la Colonia (1600-1821), la Independencia (1821-1930), el movimiento post-revolucionario (1930-1990) y el multiculturalismo (1990-presente) los cuales crearon y mantuvieron el sistema jerárquico racial actual. Hay varios motivos para pensar que estamos en los territorios de una nueva era.

Cada era tiene dos características: ideas e instituciones. Por un lado, cada periodo está soportado por una ideología racial. Los hitos pasados responden a proyectos de nación y visiones oficialistas impulsadas, principalmente, desde las élites nacionales—históricamente población de ascendencia europea. Por otro lado, cada hito posee un conjunto de instituciones y políticas (Audiencias, la Iglesia, propiedad privada, la S.E.P., Televisa, etcéteras) que han operado dichas ideologías.

En términos de ideas, en contraste a los previos, la ideología de este potencial periodo ha nacido principalmente ‘desde abajo’. Ya no son las élites o el estado imponiendo una visión monolítica, oficialista y jerárquica sobre la composición racial. Más bien, es una diversidad de actores, históricamente víctimas de discriminación (mestizos y pueblos afrodescendientes y originarios) que elaboran desde sus experiencias para identificar las inequidades existentes—y la clave del antirracismo,—para tratar de corregirlas.

El movimiento afrodescendiente se revigorizó a partir del activismo de los pueblos negros desde la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca a finales de los noventa, ‘logrando’ generar conciencia nacional sobre su existencia, su reconocimiento constitucional (2019) y su re-inserción como categoría racial por el INEGI (2020). Por su lado, después del último boom del multiculturalismo y el zapatismo, los movimientos de pueblos originarios se han diversificado en nuevas formas de autonomía, libre determinación y empoderamiento comunal que expanden el conocimiento nacional y global sobre la gobernanza en estados pluriculturales.

Movimientos transversales e interseccionales se han unido. Este año #PoderPrieto irrumpió con la plataforma anti-colorismo. De la mano de artistas y activistas, ha cuestionado especialmente a los medios de comunicación por sus manejos racistas. Por la transversalidad del colorismo, #PoderPrieto ha impulsado una plataforma común con los grupos racializados antes mencionados. Asimismo, movimientos como el feminista, el LQGBT+ y el ambientalista han encontrado demandas afines y compartido la batalla en calles y organizaciones. Por ejemplo, la obra “Revolución” de Fabián Chávez, coloquialmente llamado “Zapata Gay,” ilustra la interseccionalidad de la lucha.

El reto, ahora, es que esta revolución ideológica antirracista sea igualada con instituciones—organizaciones, leyes y políticas—desde el estado y las élites.

Hay algunas instituciones que ya han respondido. Nuestras mejores universidades (públicas), que ya han estudiado el tema por décadas, han retomado la investigación con notable fuerza. Es innegable también el rol de López Obrador desde la Presidencia. Para bien o para mal, el discurso polarizante ha impulsado un cuestionamiento nacional sobre el racismo.

Pero no bastan. El camino para crear instituciones antirracistas es largo. Más aún, no servirá de nada montar instituciones que no entiendan ni puedan operar estas ideas. Serán elefantes blancos. Por lo mismo, por lo emocional-polarizante del debate antirracista, el riesgo tácito de ser anulado y por los pasos requeridos (más aliados, nuevos recursos, agendas políticas, etc.), crear instituciones antirracistas tendrá que ser orgánico y paulatino.

Por ello, pido al lector de esta columna un solo paso: cuestionemos toda política pública. Identifiquemos si estás impulsan prejuicios y desigualdades existentes, o, si estas tratan de corregirles. Impulsando las segundas, políticas antirracistas, la construcción institucional será inevitable. Si las ideas son la sangre, las políticas públicas son las venas que llevan los cambios. Si lo logramos, nos consolidaremos en el tiempo antirracista, y todas las instituciones que no evolucionen pertenecerán a eras del ayer.

En mi próximo texto hablaré sobre qué es y qué no es una política pública antirracista.

Daniel Hernández Aldaco (@danihaldaco) se enfoca en rendición de cuentas policial y en justicia étnico-racial. Es maestro en políticas públicas por la Universidad de Harvard.

Por Daniel Hernández Aldaco

La academia reconoce al menos cuatro periodos históricos relevantes para las relaciones étnico-raciales en México: la Colonia (1600-1821), la Independencia (1821-1930), el movimiento post-revolucionario (1930-1990) y el multiculturalismo (1990-presente) los cuales crearon y mantuvieron el sistema jerárquico racial actual. Hay varios motivos para pensar que estamos en los territorios de una nueva era.

Cada era tiene dos características: ideas e instituciones. Por un lado, cada periodo está soportado por una ideología racial. Los hitos pasados responden a proyectos de nación y visiones oficialistas impulsadas, principalmente, desde las élites nacionales—históricamente población de ascendencia europea. Por otro lado, cada hito posee un conjunto de instituciones y políticas (Audiencias, la Iglesia, propiedad privada, la S.E.P., Televisa, etcéteras) que han operado dichas ideologías.

En términos de ideas, en contraste a los previos, la ideología de este potencial periodo ha nacido principalmente ‘desde abajo’. Ya no son las élites o el estado imponiendo una visión monolítica, oficialista y jerárquica sobre la composición racial. Más bien, es una diversidad de actores, históricamente víctimas de discriminación (mestizos y pueblos afrodescendientes y originarios) que elaboran desde sus experiencias para identificar las inequidades existentes—y la clave del antirracismo,—para tratar de corregirlas.

El movimiento afrodescendiente se revigorizó a partir del activismo de los pueblos negros desde la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca a finales de los noventa, ‘logrando’ generar conciencia nacional sobre su existencia, su reconocimiento constitucional (2019) y su re-inserción como categoría racial por el INEGI (2020). Por su lado, después del último boom del multiculturalismo y el zapatismo, los movimientos de pueblos originarios se han diversificado en nuevas formas de autonomía, libre determinación y empoderamiento comunal que expanden el conocimiento nacional y global sobre la gobernanza en estados pluriculturales.

Movimientos transversales e interseccionales se han unido. Este año #PoderPrieto irrumpió con la plataforma anti-colorismo. De la mano de artistas y activistas, ha cuestionado especialmente a los medios de comunicación por sus manejos racistas. Por la transversalidad del colorismo, #PoderPrieto ha impulsado una plataforma común con los grupos racializados antes mencionados. Asimismo, movimientos como el feminista, el LQGBT+ y el ambientalista han encontrado demandas afines y compartido la batalla en calles y organizaciones. Por ejemplo, la obra “Revolución” de Fabián Chávez, coloquialmente llamado “Zapata Gay,” ilustra la interseccionalidad de la lucha.

El reto, ahora, es que esta revolución ideológica antirracista sea igualada con instituciones—organizaciones, leyes y políticas—desde el estado y las élites.

Hay algunas instituciones que ya han respondido. Nuestras mejores universidades (públicas), que ya han estudiado el tema por décadas, han retomado la investigación con notable fuerza. Es innegable también el rol de López Obrador desde la Presidencia. Para bien o para mal, el discurso polarizante ha impulsado un cuestionamiento nacional sobre el racismo.

Pero no bastan. El camino para crear instituciones antirracistas es largo. Más aún, no servirá de nada montar instituciones que no entiendan ni puedan operar estas ideas. Serán elefantes blancos. Por lo mismo, por lo emocional-polarizante del debate antirracista, el riesgo tácito de ser anulado y por los pasos requeridos (más aliados, nuevos recursos, agendas políticas, etc.), crear instituciones antirracistas tendrá que ser orgánico y paulatino.

Por ello, pido al lector de esta columna un solo paso: cuestionemos toda política pública. Identifiquemos si estás impulsan prejuicios y desigualdades existentes, o, si estas tratan de corregirles. Impulsando las segundas, políticas antirracistas, la construcción institucional será inevitable. Si las ideas son la sangre, las políticas públicas son las venas que llevan los cambios. Si lo logramos, nos consolidaremos en el tiempo antirracista, y todas las instituciones que no evolucionen pertenecerán a eras del ayer.

En mi próximo texto hablaré sobre qué es y qué no es una política pública antirracista.

Daniel Hernández Aldaco (@danihaldaco) se enfoca en rendición de cuentas policial y en justicia étnico-racial. Es maestro en políticas públicas por la Universidad de Harvard.