/ miércoles 27 de mayo de 2020

Estamos ‘malcriando’ a empresas estatales

Por: María Fernanda Ballesteros

Los cambios hechos en las últimas semanas a la política y operación del Sistema Eléctrico Nacional son un claro ejemplo de cómo esta administración pretende ayudar a las empresas estatales del sector. Usando como herramienta la regulación quiere eliminar a sus competidores, a pesar de que Pemex y CFE son empresas que forman parte de un mercado y que tienen como prioridad la generación de valor económico. Por tanto, lo único que el Gobierno parece hacer es victimizarlas frente a quienes compite.

En efecto, quitarles presión competitiva a estas empresas no les ayuda en nada. Más bien les da ‘carta blanca’ para mantener esquemas ineficientes, poco productivos y de corrupción —de los que hoy tenemos ejemplos de sobra—, sin exigirles nada a cambio. Es como aquellos papás que creen que al mantener a su flojo y poco responsable hijo de 40 años, lo están ayudando. Lo más grave es que todos los mexicanos sufrimos las consecuencias, pues pasan por encima de nuestro bienestar.

¿Cómo esperar que a la CFE le interese reducir emisiones contaminantes, si no tiene siquiera una política de sustentabilidad que prevea consultas a poblaciones afectadas con sus proyectos?

¿En qué tipo de palanca de desarrollo se puede convertir esta empresa, si tiene tantas fallas de gobernanza? Y si agregamos que ahora el operador de la red y la propia Secretaría de Energía le abren la puerta para que se beneficie —a costa de eliminar a sus competidores, que producen energía más limpia y barata para los mexicanos—, esa forma ineficiente de operar tiene todo para perpetuarse.

Según la argumentación del actual Gobierno, lo que las pasadas administraciones buscaban en realidad era quebrar a la CFE, para luego privatizarla. Muy bien. Las alternativas que tenía para cambiar de rumbo al asumir el poder eran varias. Específicamente, tenía la oportunidad de demostrar la relevancia de la generación de valor en esta empresa, más allá del crecimiento. Como señala Mariana Mazzucatto, fundadora del Instituto para la Innovación y Propósito Público de la Universidad de Londres, invertir en innovación, ser más sustentable y más inclusivo, produciendo de forma menos inequitativa, es como se debe buscar generar valor hoy en día. Y más: quienes defienden la existencia y resurgimiento de las empresas estatales han sugerido que las empresas estatales modernas deben tener entre sus principales objetivos y razones buscar un impacto ambiental positivo.

Desafortunadamente la CFE no va por ese camino. La constante parece ser, tanto entre gobiernos “neoliberales” como en administración, despreocuparse por el buen gobierno dentro de sus empresas estatales. La hipercentralización en la toma de decisiones, la falta de definición de objetivos y la ausencia de rendición de cuentas son todas características de un dueño irresponsable. Si además agregamos el favoritismo en el que incurren las entidades que deberían estar vigilando la actuación de estas empresas, obtenemos el ambiente ideal para que prosperen los entes ineficientes, dirigidos como si no le debieran nada a nadie. Sin embargo, ese ambiente propicio no es un lugar plácido: es una tormenta perfecta para nuestro país.


Coordinadiora del programa de Regulación y Competencia Económica en México Evalúa

Por: María Fernanda Ballesteros

Los cambios hechos en las últimas semanas a la política y operación del Sistema Eléctrico Nacional son un claro ejemplo de cómo esta administración pretende ayudar a las empresas estatales del sector. Usando como herramienta la regulación quiere eliminar a sus competidores, a pesar de que Pemex y CFE son empresas que forman parte de un mercado y que tienen como prioridad la generación de valor económico. Por tanto, lo único que el Gobierno parece hacer es victimizarlas frente a quienes compite.

En efecto, quitarles presión competitiva a estas empresas no les ayuda en nada. Más bien les da ‘carta blanca’ para mantener esquemas ineficientes, poco productivos y de corrupción —de los que hoy tenemos ejemplos de sobra—, sin exigirles nada a cambio. Es como aquellos papás que creen que al mantener a su flojo y poco responsable hijo de 40 años, lo están ayudando. Lo más grave es que todos los mexicanos sufrimos las consecuencias, pues pasan por encima de nuestro bienestar.

¿Cómo esperar que a la CFE le interese reducir emisiones contaminantes, si no tiene siquiera una política de sustentabilidad que prevea consultas a poblaciones afectadas con sus proyectos?

¿En qué tipo de palanca de desarrollo se puede convertir esta empresa, si tiene tantas fallas de gobernanza? Y si agregamos que ahora el operador de la red y la propia Secretaría de Energía le abren la puerta para que se beneficie —a costa de eliminar a sus competidores, que producen energía más limpia y barata para los mexicanos—, esa forma ineficiente de operar tiene todo para perpetuarse.

Según la argumentación del actual Gobierno, lo que las pasadas administraciones buscaban en realidad era quebrar a la CFE, para luego privatizarla. Muy bien. Las alternativas que tenía para cambiar de rumbo al asumir el poder eran varias. Específicamente, tenía la oportunidad de demostrar la relevancia de la generación de valor en esta empresa, más allá del crecimiento. Como señala Mariana Mazzucatto, fundadora del Instituto para la Innovación y Propósito Público de la Universidad de Londres, invertir en innovación, ser más sustentable y más inclusivo, produciendo de forma menos inequitativa, es como se debe buscar generar valor hoy en día. Y más: quienes defienden la existencia y resurgimiento de las empresas estatales han sugerido que las empresas estatales modernas deben tener entre sus principales objetivos y razones buscar un impacto ambiental positivo.

Desafortunadamente la CFE no va por ese camino. La constante parece ser, tanto entre gobiernos “neoliberales” como en administración, despreocuparse por el buen gobierno dentro de sus empresas estatales. La hipercentralización en la toma de decisiones, la falta de definición de objetivos y la ausencia de rendición de cuentas son todas características de un dueño irresponsable. Si además agregamos el favoritismo en el que incurren las entidades que deberían estar vigilando la actuación de estas empresas, obtenemos el ambiente ideal para que prosperen los entes ineficientes, dirigidos como si no le debieran nada a nadie. Sin embargo, ese ambiente propicio no es un lugar plácido: es una tormenta perfecta para nuestro país.


Coordinadiora del programa de Regulación y Competencia Económica en México Evalúa