/ sábado 28 de julio de 2018

¡Este es Campeche señores!

La de Campeche, mi tierra, ha sido una sociedad marcada subrayadamente por su gentilicio: campechana. Aunque sus mujeres y hombres han sido valientes, arrojados, lo mismo frente a la conquista que registra la mala pelea española en Champotón, en la que resultó herido el conquistador Francisco Hernández de Córdoba, hasta la toma de armas al lado del benemérito Juárez para repelar el segundo imperio de Maximiliano, pasando por la constantes lucha contra los piratas que atacaban nuestras costas y las muchas adversidades que han marcado nuestra historia local.

No es el ánimo guerrero, sin embargo, lo que nos distingue. Al contrario, referí la campechanía como distintivo de un modo de ser que conjuga educación, atención, cultura, gastronomía, a pesar de que, en efecto, Campeche guarda entre sus límites diversas características, como un mosaico que se une por el gusto y el orgullo de vivir, de pertenecer a una demarcación geográfica, por lo demás inmensamente rica y bendecida por la naturaleza.

Nuestro carácter, definido también por el trópico: sol, mar, palmeras; y por una herencia maya distinguida por el conocimiento profundo de la astronomía, de la arquitectura, e incluso por sus misterios, produce más poetas y profesores pacifistas que revolucionarios y criminales.

Ahí están las letras de nuestras canciones que lo confirman: mientras en otros estados del país recogen los balazos y la violencia criminal, por acá se habla de ese mar como espejo que todas las tardes oculta en lontananza un sol hermoso, o la mirada perdida de la novia del mar que aguarda paciente el regreso de su amor. Suele decirse entre quienes viven y forman parte de la vida cultural campechana, a modo de chacota, que por estas tierras levantas una piedra y aparece un poeta.

Pero dije antes que somos un mosaico. Nos hemos ido formando a través de los años en el orgullo campechano, pero con nuestras características particulares en cada región.

Mis paisanos de Palizada y Carmen, pegados a territorio tabasqueño, guardan influencia cultural y costumbres de esa vecina entidad, pero nadie duda de su campechanía.

Son francos, incluso, como suele decirse, mal hablados, pero de una entereza que los distingue en cualquier lugar, y suelen sostener su palabra cuando la comprometen con alguna causa. Llevan consigo una cultura del agua, una parte vive rodeada de ella y otra en la hermosa región de los ríos, mismos ríos que se entrelazan con el humedal más importante de Mesoamérica, los pantanos de Centla.

Hay otra franja del territorio campechano que empieza en el Sur, la que conforman Candelaria, Escárcega, Calakmul y una franja de Champotón. Son los de la selva y la montaña. Campechanos hoy, cuyos padres y abuelos llegaron del centro y norte del país, pero también de los vecinos estados, Veracruz, Chiapas y Tabasco. Ellos penetraron la selva indómita, poblaron un enorme territorio que antes era de los mayas y el jaguar. Nos trajeron sus costumbres y asumieron las nuestras. Se convirtieron en campechanos amables, serviciales, leales, con gran entereza ante las adversidades.

Champotón, la ciudad, mi ciudad, forma parte de la franja costera que junto con Seybaplaya, la capital San Francisco de Campeche y otros pueblos, dan cobijo a mujeres y hombres forjados en la cultura del mar, donde se acuñó el gentilicio universal de campechano.

Pero hay otra región, la que incluye los municipios de Tenabo, Hecelchakán, Calkiní y Hopelchén, el norte de nuestra entidad, la región maya. Si hay campechanos herederos de nuestras tradiciones son los que viven en ciudades y poblados de esta gran zona. Gente buena, gente humilde, gente de trabajo, gente de fe que vive y convive con el legado ancestral maya, pero también con la costa y la montaña. Paisanos que defienden su cultura, pero que se adaptan a la modernidad y que han ayudado a revalorar ese fantástico mundo maya que ha sido objeto de tantos estudios e investigaciones.

¡Este es Campeche señores! Mis paisanos, mi gente, orgullosos de ser campechanos.


Senador del PRI


La de Campeche, mi tierra, ha sido una sociedad marcada subrayadamente por su gentilicio: campechana. Aunque sus mujeres y hombres han sido valientes, arrojados, lo mismo frente a la conquista que registra la mala pelea española en Champotón, en la que resultó herido el conquistador Francisco Hernández de Córdoba, hasta la toma de armas al lado del benemérito Juárez para repelar el segundo imperio de Maximiliano, pasando por la constantes lucha contra los piratas que atacaban nuestras costas y las muchas adversidades que han marcado nuestra historia local.

No es el ánimo guerrero, sin embargo, lo que nos distingue. Al contrario, referí la campechanía como distintivo de un modo de ser que conjuga educación, atención, cultura, gastronomía, a pesar de que, en efecto, Campeche guarda entre sus límites diversas características, como un mosaico que se une por el gusto y el orgullo de vivir, de pertenecer a una demarcación geográfica, por lo demás inmensamente rica y bendecida por la naturaleza.

Nuestro carácter, definido también por el trópico: sol, mar, palmeras; y por una herencia maya distinguida por el conocimiento profundo de la astronomía, de la arquitectura, e incluso por sus misterios, produce más poetas y profesores pacifistas que revolucionarios y criminales.

Ahí están las letras de nuestras canciones que lo confirman: mientras en otros estados del país recogen los balazos y la violencia criminal, por acá se habla de ese mar como espejo que todas las tardes oculta en lontananza un sol hermoso, o la mirada perdida de la novia del mar que aguarda paciente el regreso de su amor. Suele decirse entre quienes viven y forman parte de la vida cultural campechana, a modo de chacota, que por estas tierras levantas una piedra y aparece un poeta.

Pero dije antes que somos un mosaico. Nos hemos ido formando a través de los años en el orgullo campechano, pero con nuestras características particulares en cada región.

Mis paisanos de Palizada y Carmen, pegados a territorio tabasqueño, guardan influencia cultural y costumbres de esa vecina entidad, pero nadie duda de su campechanía.

Son francos, incluso, como suele decirse, mal hablados, pero de una entereza que los distingue en cualquier lugar, y suelen sostener su palabra cuando la comprometen con alguna causa. Llevan consigo una cultura del agua, una parte vive rodeada de ella y otra en la hermosa región de los ríos, mismos ríos que se entrelazan con el humedal más importante de Mesoamérica, los pantanos de Centla.

Hay otra franja del territorio campechano que empieza en el Sur, la que conforman Candelaria, Escárcega, Calakmul y una franja de Champotón. Son los de la selva y la montaña. Campechanos hoy, cuyos padres y abuelos llegaron del centro y norte del país, pero también de los vecinos estados, Veracruz, Chiapas y Tabasco. Ellos penetraron la selva indómita, poblaron un enorme territorio que antes era de los mayas y el jaguar. Nos trajeron sus costumbres y asumieron las nuestras. Se convirtieron en campechanos amables, serviciales, leales, con gran entereza ante las adversidades.

Champotón, la ciudad, mi ciudad, forma parte de la franja costera que junto con Seybaplaya, la capital San Francisco de Campeche y otros pueblos, dan cobijo a mujeres y hombres forjados en la cultura del mar, donde se acuñó el gentilicio universal de campechano.

Pero hay otra región, la que incluye los municipios de Tenabo, Hecelchakán, Calkiní y Hopelchén, el norte de nuestra entidad, la región maya. Si hay campechanos herederos de nuestras tradiciones son los que viven en ciudades y poblados de esta gran zona. Gente buena, gente humilde, gente de trabajo, gente de fe que vive y convive con el legado ancestral maya, pero también con la costa y la montaña. Paisanos que defienden su cultura, pero que se adaptan a la modernidad y que han ayudado a revalorar ese fantástico mundo maya que ha sido objeto de tantos estudios e investigaciones.

¡Este es Campeche señores! Mis paisanos, mi gente, orgullosos de ser campechanos.


Senador del PRI