/ viernes 22 de diciembre de 2017

ESTO...y algo más

17 AÑOS SIN TI

“El amor verdadero hace milagros porque el mismo es el mayor milagro”

Amado Nervo

 

El tiempo es arrollador e implacable. Hijito, estabas aquí, cercano, conmigo, con nosotros. Risueño y corrosivo. Bromista y sensible. Cariñoso y entregado. Evasivo y perceptivo. Y ahora estás sin estar. Aquí habitas. Suave, demoledor y traumático.

Viajas en el tiempo y te plantas frente a mí, retador, me tiendes la mano, me abrazas, siento tu cuerpo frío, helado. Huelo tu perfume, ese que te acompañó siempre, al menos desde tu adolescencia. Algo me susurras. No entiendo. Te alejo un poco para que me lo digas. Veo tu rostro lleno de luz, noto tus ojos llorosos y una tenue sonrisa. Me dices firme: “Siempre estoy con ustedes”, y alcanzo a decir, sollozando y nostálgico: nosotros también, hijito de mi vida.

Caminamos por la vida extrañándote. Preguntándonos, torturándonos, por qué te fuiste cuando estabas en una etapa tan plena, gozosa y feliz. Reñimos con el llamado destino. No podemos aceptar semejante afrenta. Antes de tu partida transitábamos por una etapa feliz. Tú y mis otros tres amores me llenaban de placer: Elenita, tu abuelita, síntesis de dulzura y estoicismo, que tanto te llora y a la que tanto quisiste; Emiliano, tu hermano, sensible e inteligente, quien siempre te vio como un ejemplo y al que tanto querías y que te añora; y Estelí, tu hermana, tierna y fuerte, que sin tratarte, te lloró y te amó. Me quedé sin una estrella en mi firmamento.

Sobrevivo sin ti, pero todavía tengo razones para luchar por mis utopías, que no sólo son mías, son de ustedes y por ustedes. Ignoro cuánto me queda de vida en este planeta; quizá pronto te alcance allá donde estás, para abrazarte y besarte con todas las energías que se han acumulado en estos largos y cortos 17 años. Pero, fíjate hijito, tampoco quiero irme, no deseo provocarle tristeza ni lágrimas a quienes me aman incondicionalmente. Deseo esperar a que se vayan antes a quienes amo, quiero verlos partir, uno a uno, llorar sin parar, desgarrarme todo, no importa, tendré lágrimas y fuerza para darles un hasta pronto y después alcanzarlos. Por ningún motivo quiero que me lloren ni hacer sufrir a quienes amo.

Tú eres el faro donde habremos de llegar. Volveremos a estar juntos. En tanto, aquí estamos para recordarte que vives entre nosotros, que te fuiste para quedarte. Me gustan las visitas que nos haces, tus travesuras nos sorprenden. Te recreas con nosotros, te olemos en cada rincón. Saltas de un lado a otro. Nos ves y nosotros a tientas te perseguimos. Tus risas, esas tan contagiosas, inundan los silencios y se vuelven estentóreas. Tu figura atlética y ágil se estaciona junto a mí, me observas a hurtadillas. Te siento. Lloro y ejerzo mi derecho a soñarte. Me alimenta imaginarte. Jugar contigo, como siempre lo hice. Abusas de mi joven vejez. Me atropellas con tu amor incontenible. Y huyes para dejarme con mi nostalgia de ti. Y vuelves a tu antojo. Me quitas los lentes cuando desfallezco en las noches y en las frecuentes madrugadas de trabajo. Te mueves con rapidez, iluso te busco, sólo te encuentro en las amplias ventanas de mi imaginación. Nos vigilas desde ese lugar del que nadie ha regresado. Te sentimos a toda hora, hijito de mi vida. Pronto nos veremos. Como siempre, te amo, te amamos.

pedropenaloza@yahoo.com/Twitter: @pedro_penaloz

17 AÑOS SIN TI

“El amor verdadero hace milagros porque el mismo es el mayor milagro”

Amado Nervo

 

El tiempo es arrollador e implacable. Hijito, estabas aquí, cercano, conmigo, con nosotros. Risueño y corrosivo. Bromista y sensible. Cariñoso y entregado. Evasivo y perceptivo. Y ahora estás sin estar. Aquí habitas. Suave, demoledor y traumático.

Viajas en el tiempo y te plantas frente a mí, retador, me tiendes la mano, me abrazas, siento tu cuerpo frío, helado. Huelo tu perfume, ese que te acompañó siempre, al menos desde tu adolescencia. Algo me susurras. No entiendo. Te alejo un poco para que me lo digas. Veo tu rostro lleno de luz, noto tus ojos llorosos y una tenue sonrisa. Me dices firme: “Siempre estoy con ustedes”, y alcanzo a decir, sollozando y nostálgico: nosotros también, hijito de mi vida.

Caminamos por la vida extrañándote. Preguntándonos, torturándonos, por qué te fuiste cuando estabas en una etapa tan plena, gozosa y feliz. Reñimos con el llamado destino. No podemos aceptar semejante afrenta. Antes de tu partida transitábamos por una etapa feliz. Tú y mis otros tres amores me llenaban de placer: Elenita, tu abuelita, síntesis de dulzura y estoicismo, que tanto te llora y a la que tanto quisiste; Emiliano, tu hermano, sensible e inteligente, quien siempre te vio como un ejemplo y al que tanto querías y que te añora; y Estelí, tu hermana, tierna y fuerte, que sin tratarte, te lloró y te amó. Me quedé sin una estrella en mi firmamento.

Sobrevivo sin ti, pero todavía tengo razones para luchar por mis utopías, que no sólo son mías, son de ustedes y por ustedes. Ignoro cuánto me queda de vida en este planeta; quizá pronto te alcance allá donde estás, para abrazarte y besarte con todas las energías que se han acumulado en estos largos y cortos 17 años. Pero, fíjate hijito, tampoco quiero irme, no deseo provocarle tristeza ni lágrimas a quienes me aman incondicionalmente. Deseo esperar a que se vayan antes a quienes amo, quiero verlos partir, uno a uno, llorar sin parar, desgarrarme todo, no importa, tendré lágrimas y fuerza para darles un hasta pronto y después alcanzarlos. Por ningún motivo quiero que me lloren ni hacer sufrir a quienes amo.

Tú eres el faro donde habremos de llegar. Volveremos a estar juntos. En tanto, aquí estamos para recordarte que vives entre nosotros, que te fuiste para quedarte. Me gustan las visitas que nos haces, tus travesuras nos sorprenden. Te recreas con nosotros, te olemos en cada rincón. Saltas de un lado a otro. Nos ves y nosotros a tientas te perseguimos. Tus risas, esas tan contagiosas, inundan los silencios y se vuelven estentóreas. Tu figura atlética y ágil se estaciona junto a mí, me observas a hurtadillas. Te siento. Lloro y ejerzo mi derecho a soñarte. Me alimenta imaginarte. Jugar contigo, como siempre lo hice. Abusas de mi joven vejez. Me atropellas con tu amor incontenible. Y huyes para dejarme con mi nostalgia de ti. Y vuelves a tu antojo. Me quitas los lentes cuando desfallezco en las noches y en las frecuentes madrugadas de trabajo. Te mueves con rapidez, iluso te busco, sólo te encuentro en las amplias ventanas de mi imaginación. Nos vigilas desde ese lugar del que nadie ha regresado. Te sentimos a toda hora, hijito de mi vida. Pronto nos veremos. Como siempre, te amo, te amamos.

pedropenaloza@yahoo.com/Twitter: @pedro_penaloz

ÚLTIMASCOLUMNAS