/ viernes 6 de julio de 2018

Expectativas desbordadas

Concluyó el proceso electoral y México iniciará otra etapa de su historia que todos deseamos que sea para bien. Existen infinidad de retos hacia adelante y los mexicanos sólo queremos resultados y certidumbre respecto al rumbo que tomará la Nación.

Con cifras electorales prácticamente definidas, comparto con ustedes algunas reflexiones:

Al momento de escribir estas líneas, en diversos espacios se ha hecho énfasis en el triunfo “aplastante” de Andrés Manuel López Obrador; sin embargo, esta apreciación hay que tomarla con ciertas reservas.

Por una parte, hay que destacar -y celebrar- el alto número de ciudadanos que asistieron a las urnas: aproximadamente el 63 % de participación ciudadana, una votación histórica, la más alta de la que se tenga registro para una elección presidencial.

Del anterior porcentaje, el 53 por ciento de votos fueron para el candidato triunfador, el restante 47 por ciento corresponde a los votos emitidos a favor de los otros tres competidores: Ricardo González Anaya (22.4%), José Antonio Meade (16.4 %) y Jaime Rodríguez Calderón (5.1%), así como aquellos votos considerados como nulos y los otorgados a candidaturas no registradas.

Lo anterior significa que, del total de ciudadanos que acudieron a votar, sólo 5 de cada 10 respaldan la candidatura de Andrés Manuel López Obrador. Los otros cinco ciudadanos no compartieron su “Proyecto de Nación”; esto es tan sólo una expresión de la polarización política que prevalece en la sociedad mexicana.

Tenemos pues, una victoria de claroscuros, con una mitad de electores que llevó a la Presidencia a López Obrador y otra mitad de ciudadanos que no confió en su candidatura.

Ciertamente, esos casi 30 puntos que separan a AMLO respecto al segundo lugar, le otorgan una amplia legitimidad; sin embargo, considerando las mayorías que su Coalición obtendrá en las cámaras de diputados y senadores, el resultado será una inquietante concentración de poder en la figura presidencial que los mexicanos creíamos haber superado desde 1997, año en el que el PRI pierde la mayoría en el Congreso, inaugurando una etapa de más de 20 años de “contrapesos” entre el Ejecutivo y el Legislativo.

Ojalá qué este último aspecto, el de la etapa de gobiernos divididos que este 1º de julio llegó a su fin, no vaya a significar una regresión política para la democracia. La ausencia de contrapesos nunca fue una buena experiencia para el ejercicio del poder.

Desde otra perspectiva, también espero que no se confirmen los peores augurios en el sentido de que en el país se ejerza un gobierno populista y autoritario, con una visión estatista en la conducción del país.

El próximo gobierno de López Obrador, deberá asimilar que vivimos en pleno siglo XXI, con una sociedad abierta, incluyente, plural, en la que se respetan las diferencias de todos y que está determinada a ejercer sus derechos políticos y sociales; que también tenemos una sociedad civil y organizaciones que se han ganado un lugar clave en la reivindicación de diversas causas sociales; y, que es fundamental consolidar la inserción de México en el mundo, con una economía abierta, competitiva, global, comercio internacional y libre mercado.

Es importante comentar asimismo que, en diferentes círculos se ha insistido que en este proceso electoral ganó la Democracia, al llevarse a cabo una elección transparente y ejemplar, que nos conducirá a una transición pacífica del poder.

En lo personal comparto esta apreciación, pues no me queda la menor duda de que la Nación sigue avanzando por la ruta del fortalecimiento y consolidación de nuestra democracia. Desde luego, esto se lo debemos a los millones de mexicanos que ejercieron su derecho al voto, al compromiso del 1.4 millones de ciudadanos que participaron como funcionarios de casilla y, por supuesto, a la solidez y autonomía que han alcanzado nuestras autoridades electorales.

Sin embargo, considero -y anhelo- que cuando el país logre resolver de una vez por todas problemas como la pobreza y la desigualdad de los casi 53 millones de mexicanos, cuando logremos poner un alto a la violencia, la inseguridad y la impunidad, y cuando alcancemos un sólido estado de derecho, entonces podremos decir que la democracia mexicana ha triunfado.

Lo anterior tendrá que ser obra del nuevo gobierno, que prometió un cambio verdadero y que ahora tendrá que entregar resultados.

Finalmente, quisiera aportar dos últimas reflexiones:

Ojalá que todos esos miedos, riesgos, fobias y preocupaciones de quienes durante la campaña se expresaron en contra de López Obrador, no se diluyan y que tras su triunfo, no terminen por convertirse en una nueva “cargada” únicamente para buscar acomodo y mantener su status.

Ojalá que la posición crítica de analistas, líderes de opinión, intelectuales y de ciudadanos independientes se mantenga en todo momento.

Desde mi trinchera y desde este espacio, ofrezco a mis lectores una posición crítica, para seguir señalando aciertos y desaciertos.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación


Concluyó el proceso electoral y México iniciará otra etapa de su historia que todos deseamos que sea para bien. Existen infinidad de retos hacia adelante y los mexicanos sólo queremos resultados y certidumbre respecto al rumbo que tomará la Nación.

Con cifras electorales prácticamente definidas, comparto con ustedes algunas reflexiones:

Al momento de escribir estas líneas, en diversos espacios se ha hecho énfasis en el triunfo “aplastante” de Andrés Manuel López Obrador; sin embargo, esta apreciación hay que tomarla con ciertas reservas.

Por una parte, hay que destacar -y celebrar- el alto número de ciudadanos que asistieron a las urnas: aproximadamente el 63 % de participación ciudadana, una votación histórica, la más alta de la que se tenga registro para una elección presidencial.

Del anterior porcentaje, el 53 por ciento de votos fueron para el candidato triunfador, el restante 47 por ciento corresponde a los votos emitidos a favor de los otros tres competidores: Ricardo González Anaya (22.4%), José Antonio Meade (16.4 %) y Jaime Rodríguez Calderón (5.1%), así como aquellos votos considerados como nulos y los otorgados a candidaturas no registradas.

Lo anterior significa que, del total de ciudadanos que acudieron a votar, sólo 5 de cada 10 respaldan la candidatura de Andrés Manuel López Obrador. Los otros cinco ciudadanos no compartieron su “Proyecto de Nación”; esto es tan sólo una expresión de la polarización política que prevalece en la sociedad mexicana.

Tenemos pues, una victoria de claroscuros, con una mitad de electores que llevó a la Presidencia a López Obrador y otra mitad de ciudadanos que no confió en su candidatura.

Ciertamente, esos casi 30 puntos que separan a AMLO respecto al segundo lugar, le otorgan una amplia legitimidad; sin embargo, considerando las mayorías que su Coalición obtendrá en las cámaras de diputados y senadores, el resultado será una inquietante concentración de poder en la figura presidencial que los mexicanos creíamos haber superado desde 1997, año en el que el PRI pierde la mayoría en el Congreso, inaugurando una etapa de más de 20 años de “contrapesos” entre el Ejecutivo y el Legislativo.

Ojalá qué este último aspecto, el de la etapa de gobiernos divididos que este 1º de julio llegó a su fin, no vaya a significar una regresión política para la democracia. La ausencia de contrapesos nunca fue una buena experiencia para el ejercicio del poder.

Desde otra perspectiva, también espero que no se confirmen los peores augurios en el sentido de que en el país se ejerza un gobierno populista y autoritario, con una visión estatista en la conducción del país.

El próximo gobierno de López Obrador, deberá asimilar que vivimos en pleno siglo XXI, con una sociedad abierta, incluyente, plural, en la que se respetan las diferencias de todos y que está determinada a ejercer sus derechos políticos y sociales; que también tenemos una sociedad civil y organizaciones que se han ganado un lugar clave en la reivindicación de diversas causas sociales; y, que es fundamental consolidar la inserción de México en el mundo, con una economía abierta, competitiva, global, comercio internacional y libre mercado.

Es importante comentar asimismo que, en diferentes círculos se ha insistido que en este proceso electoral ganó la Democracia, al llevarse a cabo una elección transparente y ejemplar, que nos conducirá a una transición pacífica del poder.

En lo personal comparto esta apreciación, pues no me queda la menor duda de que la Nación sigue avanzando por la ruta del fortalecimiento y consolidación de nuestra democracia. Desde luego, esto se lo debemos a los millones de mexicanos que ejercieron su derecho al voto, al compromiso del 1.4 millones de ciudadanos que participaron como funcionarios de casilla y, por supuesto, a la solidez y autonomía que han alcanzado nuestras autoridades electorales.

Sin embargo, considero -y anhelo- que cuando el país logre resolver de una vez por todas problemas como la pobreza y la desigualdad de los casi 53 millones de mexicanos, cuando logremos poner un alto a la violencia, la inseguridad y la impunidad, y cuando alcancemos un sólido estado de derecho, entonces podremos decir que la democracia mexicana ha triunfado.

Lo anterior tendrá que ser obra del nuevo gobierno, que prometió un cambio verdadero y que ahora tendrá que entregar resultados.

Finalmente, quisiera aportar dos últimas reflexiones:

Ojalá que todos esos miedos, riesgos, fobias y preocupaciones de quienes durante la campaña se expresaron en contra de López Obrador, no se diluyan y que tras su triunfo, no terminen por convertirse en una nueva “cargada” únicamente para buscar acomodo y mantener su status.

Ojalá que la posición crítica de analistas, líderes de opinión, intelectuales y de ciudadanos independientes se mantenga en todo momento.

Desde mi trinchera y desde este espacio, ofrezco a mis lectores una posición crítica, para seguir señalando aciertos y desaciertos.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación