/ domingo 8 de diciembre de 2019

Factor de Cambio

Todos nos estamos equivocando si pensamos que el gobierno puede resolver solo los complejos problemas que tenemos como nación, igual si creemos que las y los ciudadanos podríamos hacer lo mismo. Mejorar las condiciones de vida del país necesita de ambos, porque no existe un ejemplo de sociedad exitosa sin que los dos polos de entiendan y colaboren.

El problema es la falta de confianza, nuestra enfermedad nacional, que nos impide consolidar las reglas necesarias para que podamos funcionar diariamente como un conjunto de personas con los mismos objetivos, desde cómo comportarnos detrás de un volante, hasta la manera de participar más allá de emitir el voto cada tres o seis años.

A lo largo del territorio nacional existen mexicanas y mexicanos que resuelven problemas y modifican su realidad en beneficio de muchos de sus vecinos, uno de nuestros errores más comunes es pensar que todo se arregla desde el centro del país o, como se critica mucho en estos tiempos, desde Palacio Nacional cada madrugada.

El gobierno hace su parte y si coincidimos con el diagnóstico (que es difícil no hacerlo) de que la administración pública es un “elefante reumático” difícil de mover, entonces podríamos ajustar nuestras expectativas de que por arte de magia se convertirá en una gacela normativa, porque nunca ha sido ni creo que será así.

Pero en el caso de que las promesas de simplificación, honestidad y buen servicio de la Cuarta Transformación se hicieran realidad, como deseo sinceramente por el bien de todos, este cambio radical necesita también de ciudadanos distintos que respeten las leyes, colaboren y denuncien cualquier acto que afecte su buen y bien vivir.

Esta premisa no es un deseo optimista, es un requisito indispensable si queremos ver un país distinto. Hemos malgastado, lo escribo con respeto, un año en pelearnos y en dividirnos por asuntos menores, cuando la inseguridad campea tranquila por cada estado de la República, la pobreza, la marginación y la desigualdad se mantienen y, para empeorar las cosas, nuestro clasismo histórico empieza a teñirse de alarmantes pinceladas de racismo que ya ni siquiera se trata de ocultar.

Sin embargo, con salir a muchas ciudades y comunidades podemos confirmar que esta ola, en redes sociales o en otros medios, de coraje frente al nuevo gobierno no es compartida por millones de mexicanos que siguen haciendo su vida, pero que necesitan contar con una red de ciudadanos que pueda ayudar, influir y apoyar desde sus pequeños negocios hasta la pintada de la fachada de su casa.

Porque esa desconexión, esa falta de sentido de comunidad, la tiene perfectamente identificada la delincuencia, y no es nueva, lleva décadas y es una de las razones por las que el crimen se volvió una de las industrias más prósperas que hemos creado en México.

Y para quienes piensan que esto se resuelve con armas y a punta de balazos, adelanto que tampoco existe una sola evidencia de que así descienda la violencia, todo lo contrario, ahí comienza la tragedia que hemos vivido durante tanto tiempo en regiones enteras del país.

Hoy lo que necesitamos es reconocer que permitimos muchos abusos, toleramos demasiadas ineficiencias y fuimos omisos como sociedad con la corrupción y con la impunidad. Volteamos la escala de valores y le dimos reconocimiento a quien hizo de la transa un medio de vida; peor, validamos su conducta y fomentamos su ejemplo.

¿Qué esperábamos que hiciera un joven sin empleo, sin acceso a la educación, sin una familia consolidada por la falta de oportunidades, cuando con ese modelo social vigente, se le acercó el crimen más organizado para reclutarlo? Pensar que quien vive en la pobreza lo hace porque no desea superarse es uno de los estigmas más absurdos que hemos adoptado en ciertos segmentos de la sociedad mexicana, llevar playeras que lo destacan, permite darnos cuenta de la distancia que hemos caído como ciudadanos.

Así que, para el siguiente año, la crítica al gobierno seguirá siendo muy importante, pero acompañada respectivamente de la nuestra como sociedad. Es cierto que merecemos mejores instituciones y servidores públicos, lo mismo que afirmar que esa misma administración pública anquilosada y burocrática, demanda mejores ciudadanos dispuestos a empujar al elefante, no por ayudar a un presidente o a su movimiento, sino para ayudarse a sí mismos y todos los que dependen de nosotros, en especial los niños y los jóvenes que han encontrado mayor confianza e identificación en el modelo del crimen que en sus propias familias.

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Todos nos estamos equivocando si pensamos que el gobierno puede resolver solo los complejos problemas que tenemos como nación, igual si creemos que las y los ciudadanos podríamos hacer lo mismo. Mejorar las condiciones de vida del país necesita de ambos, porque no existe un ejemplo de sociedad exitosa sin que los dos polos de entiendan y colaboren.

El problema es la falta de confianza, nuestra enfermedad nacional, que nos impide consolidar las reglas necesarias para que podamos funcionar diariamente como un conjunto de personas con los mismos objetivos, desde cómo comportarnos detrás de un volante, hasta la manera de participar más allá de emitir el voto cada tres o seis años.

A lo largo del territorio nacional existen mexicanas y mexicanos que resuelven problemas y modifican su realidad en beneficio de muchos de sus vecinos, uno de nuestros errores más comunes es pensar que todo se arregla desde el centro del país o, como se critica mucho en estos tiempos, desde Palacio Nacional cada madrugada.

El gobierno hace su parte y si coincidimos con el diagnóstico (que es difícil no hacerlo) de que la administración pública es un “elefante reumático” difícil de mover, entonces podríamos ajustar nuestras expectativas de que por arte de magia se convertirá en una gacela normativa, porque nunca ha sido ni creo que será así.

Pero en el caso de que las promesas de simplificación, honestidad y buen servicio de la Cuarta Transformación se hicieran realidad, como deseo sinceramente por el bien de todos, este cambio radical necesita también de ciudadanos distintos que respeten las leyes, colaboren y denuncien cualquier acto que afecte su buen y bien vivir.

Esta premisa no es un deseo optimista, es un requisito indispensable si queremos ver un país distinto. Hemos malgastado, lo escribo con respeto, un año en pelearnos y en dividirnos por asuntos menores, cuando la inseguridad campea tranquila por cada estado de la República, la pobreza, la marginación y la desigualdad se mantienen y, para empeorar las cosas, nuestro clasismo histórico empieza a teñirse de alarmantes pinceladas de racismo que ya ni siquiera se trata de ocultar.

Sin embargo, con salir a muchas ciudades y comunidades podemos confirmar que esta ola, en redes sociales o en otros medios, de coraje frente al nuevo gobierno no es compartida por millones de mexicanos que siguen haciendo su vida, pero que necesitan contar con una red de ciudadanos que pueda ayudar, influir y apoyar desde sus pequeños negocios hasta la pintada de la fachada de su casa.

Porque esa desconexión, esa falta de sentido de comunidad, la tiene perfectamente identificada la delincuencia, y no es nueva, lleva décadas y es una de las razones por las que el crimen se volvió una de las industrias más prósperas que hemos creado en México.

Y para quienes piensan que esto se resuelve con armas y a punta de balazos, adelanto que tampoco existe una sola evidencia de que así descienda la violencia, todo lo contrario, ahí comienza la tragedia que hemos vivido durante tanto tiempo en regiones enteras del país.

Hoy lo que necesitamos es reconocer que permitimos muchos abusos, toleramos demasiadas ineficiencias y fuimos omisos como sociedad con la corrupción y con la impunidad. Volteamos la escala de valores y le dimos reconocimiento a quien hizo de la transa un medio de vida; peor, validamos su conducta y fomentamos su ejemplo.

¿Qué esperábamos que hiciera un joven sin empleo, sin acceso a la educación, sin una familia consolidada por la falta de oportunidades, cuando con ese modelo social vigente, se le acercó el crimen más organizado para reclutarlo? Pensar que quien vive en la pobreza lo hace porque no desea superarse es uno de los estigmas más absurdos que hemos adoptado en ciertos segmentos de la sociedad mexicana, llevar playeras que lo destacan, permite darnos cuenta de la distancia que hemos caído como ciudadanos.

Así que, para el siguiente año, la crítica al gobierno seguirá siendo muy importante, pero acompañada respectivamente de la nuestra como sociedad. Es cierto que merecemos mejores instituciones y servidores públicos, lo mismo que afirmar que esa misma administración pública anquilosada y burocrática, demanda mejores ciudadanos dispuestos a empujar al elefante, no por ayudar a un presidente o a su movimiento, sino para ayudarse a sí mismos y todos los que dependen de nosotros, en especial los niños y los jóvenes que han encontrado mayor confianza e identificación en el modelo del crimen que en sus propias familias.

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