/ miércoles 23 de diciembre de 2020

Felicidad, PIB y bienestar

Son tiempos de reflexión sobre la felicidad en diversas formas, también desde sus inicios la economía ha abordado el tema de la riqueza, el bienestar y la felicidad. Adam Smith, en sus célebres obras La teoría de los sentimientos morales (1759) y La riqueza de las naciones (1776) sintetiza de manera magistral la idea de que, para alcanzar la felicidad humanamente posible, es necesario generar riqueza.

Otros, como Pierre-Joseph Proudhon, Karl Marx y Gustav Schmoller pensaron que el verdadero aporte de la riqueza a la consecución de la felicidad estaba en la forma en la que se producía y se distribuía; en tanto que Thronstein Veblen sugirió que la riqueza podría más bien causar infelicidad debido al consumo aspiracional que se despierta en la persona al tratar de emular el consumo ostentoso de los más ricos. A partir de 1970, cada vez más investigadores se han dado a la tarea de verificar empíricamente estas y otras teorías, dando origen a lo que hoy se conoce como economía de la felicidad (happiness economics).

La conclusión general es que el Producto Interno Bruto (PIB), el ingreso y el consumo, es decir, la riqueza, sí contribuyen a la felicidad de las personas; pero, ojo, con rendimientos decrecientes. Esto significa que, para los más desfavorecidos, un ligero aumento en su riqueza incrementa de manera importante su felicidad, en tanto que para quienes más tienen, casi no tiene influencia en su nivel de felicidad.

Entre los factores que las personas toman en cuenta para evaluar su nivel de felicidad se encuentran: un régimen político de libertad y democracia, las relaciones interpersonales como el matrimonio y la amistad (bienes relacionales), la salud física y la salud mental. Incluso en el Reino de Bután, se publica el Índice Nacional de Felicidad Bruta que explora la vida de cada persona en nueve dominios: bienestar psicológico, salud, educación, uso del tiempo, diversidad cultural y resiliencia, buen gobierno, vitalidad de la comunidad, diversidad ecológica y resiliencia, y estándares de vida.

Índices de este tipo complementan, desde otras dimensiones, la medición de la producción de bienes y servicios (el PIB), para darnos una fotografía de la sociedad en la que vivimos. La economía debe maximizar la producción, es decir, crear riqueza abundante. La política, atender el bienestar social y redistribuir esa riqueza, cerrar brechas de desigualdad, y vigilar que los mecanismos de producción no afecten la dignidad de las personas ni dañen el ecosistema.

A final de cuentas, medir el PIB, el bienestar y la felicidad son formas de comparar políticas públicas y encontrar mejores prácticas que optimicen beneficios colectivos. Dicho esto, les deseo una feliz navidad con mucho bienestar.

#Felicidad #PIB #Bienestar

#EconomíaDeLaFelicidad

#HappinessEconomics


@ClauCorichi

Son tiempos de reflexión sobre la felicidad en diversas formas, también desde sus inicios la economía ha abordado el tema de la riqueza, el bienestar y la felicidad. Adam Smith, en sus célebres obras La teoría de los sentimientos morales (1759) y La riqueza de las naciones (1776) sintetiza de manera magistral la idea de que, para alcanzar la felicidad humanamente posible, es necesario generar riqueza.

Otros, como Pierre-Joseph Proudhon, Karl Marx y Gustav Schmoller pensaron que el verdadero aporte de la riqueza a la consecución de la felicidad estaba en la forma en la que se producía y se distribuía; en tanto que Thronstein Veblen sugirió que la riqueza podría más bien causar infelicidad debido al consumo aspiracional que se despierta en la persona al tratar de emular el consumo ostentoso de los más ricos. A partir de 1970, cada vez más investigadores se han dado a la tarea de verificar empíricamente estas y otras teorías, dando origen a lo que hoy se conoce como economía de la felicidad (happiness economics).

La conclusión general es que el Producto Interno Bruto (PIB), el ingreso y el consumo, es decir, la riqueza, sí contribuyen a la felicidad de las personas; pero, ojo, con rendimientos decrecientes. Esto significa que, para los más desfavorecidos, un ligero aumento en su riqueza incrementa de manera importante su felicidad, en tanto que para quienes más tienen, casi no tiene influencia en su nivel de felicidad.

Entre los factores que las personas toman en cuenta para evaluar su nivel de felicidad se encuentran: un régimen político de libertad y democracia, las relaciones interpersonales como el matrimonio y la amistad (bienes relacionales), la salud física y la salud mental. Incluso en el Reino de Bután, se publica el Índice Nacional de Felicidad Bruta que explora la vida de cada persona en nueve dominios: bienestar psicológico, salud, educación, uso del tiempo, diversidad cultural y resiliencia, buen gobierno, vitalidad de la comunidad, diversidad ecológica y resiliencia, y estándares de vida.

Índices de este tipo complementan, desde otras dimensiones, la medición de la producción de bienes y servicios (el PIB), para darnos una fotografía de la sociedad en la que vivimos. La economía debe maximizar la producción, es decir, crear riqueza abundante. La política, atender el bienestar social y redistribuir esa riqueza, cerrar brechas de desigualdad, y vigilar que los mecanismos de producción no afecten la dignidad de las personas ni dañen el ecosistema.

A final de cuentas, medir el PIB, el bienestar y la felicidad son formas de comparar políticas públicas y encontrar mejores prácticas que optimicen beneficios colectivos. Dicho esto, les deseo una feliz navidad con mucho bienestar.

#Felicidad #PIB #Bienestar

#EconomíaDeLaFelicidad

#HappinessEconomics


@ClauCorichi