/ martes 1 de junio de 2021

Feminización de la pobreza

Por Yaneth Tamayo Avalos

En México solo el 45% de las mujeres en edad productiva trabajan en comparación con el promedio de 78% de los hombres mexicanos, siendo el ingreso anual promedio de las mujeres 54.5% más bajo que el de los hombres, esto según datos de la OCDE, lo anterior implica una brecha salarial abismal para las mujeres en comparación con sus pares.

Lo que pone en evidencia la discriminación laboral, el reparto desigual de trabajo no remunerado y la violencia contra las mujeres, circunstancias que han propiciado una precarización derivada de la discriminación estructural y la desigualdad social que afecta mayormente a las mujeres.

Si bien, la precariedad concierne tanto a hombres como a mujeres, lo cierto es que, socialmente se ha sujetado a las mujeres a desempeñar labores domésticas y estereotipadas, situación que ha repercutido en su preparación y desarrollo profesional, colocándolas en una desventaja económica y laboral respecto al hombre.

Y esto es así, porque socialmente se ha reforzado la idea de que las mujeres deben tener una imagen de condición dependiente, de ama de casa y socialmente poco desarrollable.

De ahí que, la precariedad tenga un sesgo sexuado que afecta principalmente a las mujeres, pues son ellas quienes ocupan en su mayoría trabajos desvalorizados, sin calificación, de bajo nivel jerárquico y remuneración, ya sea por tiempo determinado, por cuenta propia, subcontratado o simplemente informales.

Además, de la doble tarea de realizar trabajos no remunerados relacionados con la “responsabilidad familiar” (trabajos domésticos, crianza y cuidados familiares), que al sumarlas con las horas de trabajo remuneradas dan como resultado una jornada laboral considerablemente más larga que la de los hombres, lo que las coloca en una situación permanente de trabajo excesivo.

Si bien la pobreza afecta de manera diferente a ambos sexos, aun cuando existen procesos comunes, la pobreza femenina se relaciona medularmente con las dificultades que impone la vida familiar al trabajo de las mujeres.

La brecha salarial entre géneros constituye un problema complejo en el que intervienen muchas causas que suelen estar interrelacionadas, como la discriminación directa, la infravaloración del trabajo y las capacidades de las mujeres, los sistemas salariales, las tradiciones, los roles de género, entre otros.

Todas estas circunstancias generan en el caso de las mujeres, una condición de dificultad para salir de la pobreza, pues como se ha mencionado las restricciones y limitaciones adicionales impuestas por su rol familiar les impide emprender o desarrollar una actividad económica, lo que las condiciona a permanecer por más tiempo en condiciones de pobreza.

Lo anterior deja en evidencia que, a pesar de los avances logrados, aún queda mucho por hacer para eliminar las barreras que impiden a las mujeres desarrollarse plenamente, en igualdad de condiciones que los hombres.

Por ello una de las mejores formas de combatir el rezago social de la mujer es mejorar las condiciones y oportunidades de trabajo e incentivar la participación activa de estas en todos los ámbitos profesionales y educativos, de tal manera que puedan integrarse en un proceso de desarrollo laboral bajo condiciones establecidas en planes de igualdad y no discriminación que garanticen los derechos sociales, económicos y culturales de todas las mujeres.

Por Yaneth Tamayo Avalos

En México solo el 45% de las mujeres en edad productiva trabajan en comparación con el promedio de 78% de los hombres mexicanos, siendo el ingreso anual promedio de las mujeres 54.5% más bajo que el de los hombres, esto según datos de la OCDE, lo anterior implica una brecha salarial abismal para las mujeres en comparación con sus pares.

Lo que pone en evidencia la discriminación laboral, el reparto desigual de trabajo no remunerado y la violencia contra las mujeres, circunstancias que han propiciado una precarización derivada de la discriminación estructural y la desigualdad social que afecta mayormente a las mujeres.

Si bien, la precariedad concierne tanto a hombres como a mujeres, lo cierto es que, socialmente se ha sujetado a las mujeres a desempeñar labores domésticas y estereotipadas, situación que ha repercutido en su preparación y desarrollo profesional, colocándolas en una desventaja económica y laboral respecto al hombre.

Y esto es así, porque socialmente se ha reforzado la idea de que las mujeres deben tener una imagen de condición dependiente, de ama de casa y socialmente poco desarrollable.

De ahí que, la precariedad tenga un sesgo sexuado que afecta principalmente a las mujeres, pues son ellas quienes ocupan en su mayoría trabajos desvalorizados, sin calificación, de bajo nivel jerárquico y remuneración, ya sea por tiempo determinado, por cuenta propia, subcontratado o simplemente informales.

Además, de la doble tarea de realizar trabajos no remunerados relacionados con la “responsabilidad familiar” (trabajos domésticos, crianza y cuidados familiares), que al sumarlas con las horas de trabajo remuneradas dan como resultado una jornada laboral considerablemente más larga que la de los hombres, lo que las coloca en una situación permanente de trabajo excesivo.

Si bien la pobreza afecta de manera diferente a ambos sexos, aun cuando existen procesos comunes, la pobreza femenina se relaciona medularmente con las dificultades que impone la vida familiar al trabajo de las mujeres.

La brecha salarial entre géneros constituye un problema complejo en el que intervienen muchas causas que suelen estar interrelacionadas, como la discriminación directa, la infravaloración del trabajo y las capacidades de las mujeres, los sistemas salariales, las tradiciones, los roles de género, entre otros.

Todas estas circunstancias generan en el caso de las mujeres, una condición de dificultad para salir de la pobreza, pues como se ha mencionado las restricciones y limitaciones adicionales impuestas por su rol familiar les impide emprender o desarrollar una actividad económica, lo que las condiciona a permanecer por más tiempo en condiciones de pobreza.

Lo anterior deja en evidencia que, a pesar de los avances logrados, aún queda mucho por hacer para eliminar las barreras que impiden a las mujeres desarrollarse plenamente, en igualdad de condiciones que los hombres.

Por ello una de las mejores formas de combatir el rezago social de la mujer es mejorar las condiciones y oportunidades de trabajo e incentivar la participación activa de estas en todos los ámbitos profesionales y educativos, de tal manera que puedan integrarse en un proceso de desarrollo laboral bajo condiciones establecidas en planes de igualdad y no discriminación que garanticen los derechos sociales, económicos y culturales de todas las mujeres.