Fundador del Museo Nacional de Bellas Artes, promotor cultura e investigador, Fernando Gamboa concebía a la museografía como un arte, más que como el hecho de exhibir piezas, lo recuerdo como un hombre de claroscuros que lo mismo fue amado que odiado en el medio cultural. Sin embargo, el respeto a su labor fue algo que siempre le hizo ganar los adjetivos de apasionado, visionario y categórico.
Las andanzas del prestigiado especialista tanto en México como en el extranjero para difundir el legado artístico de la nación, fueron legendarias. Era un hombre que, como mencioné, lo mismo era estimado que odiado en el medio de las artes plásticas por su actitud crítica y su visión que a menudo hería susceptibilidades.
En tiempos del movimiento de la ruptura, incluso hubo artistas que llegaron a imprimir carteles atacándolo. Aún recuerdo un cartel en un museo que decía: Aquí expone Gamboa y sus cobritas.
No obstante la pasión de Gamboa por el arte, le otorgó gran prestigio a nuestro país en el mundo. Tan sólo hay que recordar que le dio entrada al diseño en el circuito de exposiciones de México.
Muchos aspirantes a la museografía reclamaban que no impartiera cursos sobre su especialidad. Decía que el museo, al igual que un teatro, es un espacio de representación, donde se deben mostrar los principales símbolos de nuestra patria.
De sus épocas en el Museo de Arte Moderno, muchos lo evocan como una caja de secretos que mantenía formidables proyectos en el más absoluto silencio. Entre ellos, la creación del Museo Rufino Tamayo.
Recuerdo que cuando se inauguró el mencionado recinto, duró 17 días en el cargo de director, debido a problemas con los herederos del pintor, lo cual lo recluyó en su casa durante dos años, hasta que Fernando Solana lo recomendó para dirigir la colección de Fomento Cultural Banamex.
Desde 1983 realizó en la sede del Palacio de Iturbide, más de 24 exposiciones, además de un programa itinerante con más de 100 muestras en los estados de la República Mexicana.
Gamboa se caracterizó por llevar al extranjero, desde la mitad del siglo XX, las mejores muestras artísticas de la grandeza de México en el mundo prehispánico.
Pero no llevaba piezas pequeñas, su visión era a lo grande, mostraba creaciones de gran formato, monumentos de cientos de toneladas, que por supuesto, eran un éxito en Europa. Tan sólo mencionar la famosa cabeza Olmeca que a mediados de los sesenta trasladó al viejo continente, con los rudimentarios métodos museísticos de entonces.
Gamboa pensaba que uno de los principales propósitos de un museo era salir al encuentro del público, así como ser un participante activo en la vida de la nación.
Sin importar la estima que le tuvieran los profesionales de los museos en México, su trabajo motivo que las personas conocieran nuevos terrenos y concibieran una visión internacional sobre la importancia del arte para nuestra nación.
Creía también firmemente en el documento como respaldo histórico y bibliográfico, por eso se le recuerda también en el medio como el gran hacedor de bellos catálogos de las exposiciones. Sabía que los montajes y las exposiciones son efímeros y por eso tenía mucho cuidado en la documentación, también se preocupaba por sacar fotografías y por presentar a futuros investigadores un amplio marco referencial sobre su trabajo.
A Gamboa le tocó la época cuando el armado de exposiciones era también una cuestión política, convirtiéndose en un guardián de la imagen de México en materia cultural. Sin duda era el zar de los museos en nuestro país. Tenía redes y grupos de colaboradores en todas partes. En el sexenio fundador del INBA, en 1942, se colocó como el hombre clave para jerarquizar a los artistas que debían difundirse.
También pocos recuerdan que fue un hombre del sistema cultural a quien se debe la clasificación de los cuatro grandes Rivera, Siqueiros, Orozco y Tamayo, por ello las nuevas generaciones deben saber más de su trabajo, vamos a motivar a los jóvenes a ello. Les dejo un beso.