/ miércoles 1 de diciembre de 2021

Focos rojos en la economía al cierre del año

No dejan de acumularse señales en la economía mexicana que apuntan a algo que va más allá del deterioro coyuntural: a una descomposición que se acelera. Tendríamos que tomarlas como focos rojos para cubrir los crecientes riesgos y hacer lo necesario para sostener una perspectiva mejor. Las tendencias desfavorables pueden empeorar. Por lo pronto, acabamos de confirmar lo que se intuía en indicadores de crecimiento, consumo o inversión: la desaceleración, el debilitamiento de la recuperación o el fin del rebote de la recesión de 2020. Como quiera llamársele.

Nuestra economía cayó 0.4% real en el tercer trimestre respecto al inmediato anterior. Los pronósticos de los analistas no eran nada buenos, pero lo observado resultó mucho peor. Cerca del doble de la estimación del Inegi, de reducción de 0.23 por ciento.

En cuanto a la inflación, ha superado el 7%; la más alta en 20 años. El componente subyacente, que excluye bienes volátiles, ya pasa de 5.5%: rumbo al doble del objetivo general de Banco de México. Con esos números, más allá del debate de si el fenómeno es transitorio, hay implicaciones concretas en la macroeconomía, los mercados y en los bolsillos de las personas. Más que interpretaciones, se necesitan decisiones correctas y oportunas.

Ya hemos comentado de la creciente liquidación de cartera de valores mexicanos. 2020 fue récord y este año ya lo superó. Los datos de balanza de pagos al tercer trimestre confirman que la tendencia puede agravarse. De julio a septiembre, una salida de casi 14.6 miles de millones de dólares. Más que cualquier trimestre desde 2009, ligando seis trimestres con saldo deficitario en inversión financiera: el periodo más largo desde la crisis de la segunda mitad de los 80. Extranjeros vendieron títulos mexicanos por más de 7 mil 300 millones de dólares y mexicanos invirtieron en el extranjero más de 7 mil 200 millones.

Aparte del pobre crecimiento, los retornos financieros reales negativos y la incertidumbre provocada por la política en México, estamos ante un cambio de ciclo económico-financiero global: desde las tasas de interés más bajas de la historia en países ricos a la “normalización monetaria”, la cual parece cada vez más urgente justo por la inflación. Estados Unidos tiene la mayor en tres décadas (6.2% a octubre) y se prepara para alzas en sus tasas de interés, a medida que la Reserva Federal avance en el desmantelamiento del programa de inyección de liquidez que instrumentó desde marzo de 2020.

Así, se anuncia un inevitable fortalecimiento del dólar, menor spread de tasas respecto a países emergentes, como México, y presiones a las monedas de éstos. En suma, riesgos para el tipo de cambio, y con éste, para las finanzas públicas, la inflación, el crédito y la economía familiar, donde los efectos ya se hacen sentir con fuerza. También de ahí salen señales de alerta que deben ser abordadas con realismo, pragmatismo y responsabilidad.

La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) para el trimestre julio-septiembre reportó 5 millones de personas ocupadas más que hace un año. Se superó el nivel pre pandemia en ese sentido, pero ahora hay más gente que nunca trabajando por cuenta propia, en informalidad, con bajos ingresos, sin contratos ni prestaciones. La informalidad se incrementó en 14% anual y dio ocupación a casi 31.5 millones de personas: otro máximo histórico, con 3.8 millones adicionales. Más de 85% de los puestos creados desde que llegó el Covid-19 son informales.

La precariedad es la norma incluso en el segmento formal: los nuevos empleos han venido con salarios más bajos. El mercado laboral simplemente no está generando suficientes oportunidades, ni mejores condiciones. No ayuda para nada la caída abrupta de la inversión, que viene de antes de la pandemia, marcadamente desde 2018. De hecho, es causa primordial de la debilidad económica; en este momento, ya más que la pandemia.

Lamentablemente, los más afectados en estas situaciones son los más pobres, siempre más expuestos a los golpes inflacionarios. El reporte de Coneval de pobreza laboral (ingreso inferior al valor de la canasta alimentaria), realizado con la información del ENOE, es elocuente. Algunos indicadores muestran recuperación anual, pero entre el segundo y el tercer cuarto de año la pobreza laboral aumentó 0.9 puntos porcentuales, llegando a 40.7 por ciento. Llevábamos tres trimestres seguidos de mejoras: otra tendencia positiva en reversión.

Pareciera elemental, pero hay que insistir: cuando hay riesgos serios, se requiere tomarlos con seriedad. Parafraseando a la famosa frase atribuida a Keynes: si el ciclo económico y las condiciones cambian, hay que cambiar, en consonancia, la perspectiva. Ahí están las señales.

La respuesta del Banco de México a las nuevas circunstancias es fundamental, y por eso también lo es la preservación de su independencia del poder político, la separación entre la política monetaria y la fiscal, la fundamentación técnica en su accionar. El horno no está para bollos.

Sobre el desaseado proceso de sucesión para el cargo de gobernador, vale la pena leer el comunicado del IMEF: “Cualquier iniciativa que afecte a la operación del Banco Central, ya sea interviniendo en sus procedimientos o reduciendo la objetividad y fundamentación técnica de las decisiones de su liderazgo, conlleva el riesgo de afectar la credibilidad de la institución y la efectividad de sus resultados, lo cual tendría un impacto negativo profundo sobre el entorno para promover la inversión y sobre la estabilidad macroeconómica de México”.


No dejan de acumularse señales en la economía mexicana que apuntan a algo que va más allá del deterioro coyuntural: a una descomposición que se acelera. Tendríamos que tomarlas como focos rojos para cubrir los crecientes riesgos y hacer lo necesario para sostener una perspectiva mejor. Las tendencias desfavorables pueden empeorar. Por lo pronto, acabamos de confirmar lo que se intuía en indicadores de crecimiento, consumo o inversión: la desaceleración, el debilitamiento de la recuperación o el fin del rebote de la recesión de 2020. Como quiera llamársele.

Nuestra economía cayó 0.4% real en el tercer trimestre respecto al inmediato anterior. Los pronósticos de los analistas no eran nada buenos, pero lo observado resultó mucho peor. Cerca del doble de la estimación del Inegi, de reducción de 0.23 por ciento.

En cuanto a la inflación, ha superado el 7%; la más alta en 20 años. El componente subyacente, que excluye bienes volátiles, ya pasa de 5.5%: rumbo al doble del objetivo general de Banco de México. Con esos números, más allá del debate de si el fenómeno es transitorio, hay implicaciones concretas en la macroeconomía, los mercados y en los bolsillos de las personas. Más que interpretaciones, se necesitan decisiones correctas y oportunas.

Ya hemos comentado de la creciente liquidación de cartera de valores mexicanos. 2020 fue récord y este año ya lo superó. Los datos de balanza de pagos al tercer trimestre confirman que la tendencia puede agravarse. De julio a septiembre, una salida de casi 14.6 miles de millones de dólares. Más que cualquier trimestre desde 2009, ligando seis trimestres con saldo deficitario en inversión financiera: el periodo más largo desde la crisis de la segunda mitad de los 80. Extranjeros vendieron títulos mexicanos por más de 7 mil 300 millones de dólares y mexicanos invirtieron en el extranjero más de 7 mil 200 millones.

Aparte del pobre crecimiento, los retornos financieros reales negativos y la incertidumbre provocada por la política en México, estamos ante un cambio de ciclo económico-financiero global: desde las tasas de interés más bajas de la historia en países ricos a la “normalización monetaria”, la cual parece cada vez más urgente justo por la inflación. Estados Unidos tiene la mayor en tres décadas (6.2% a octubre) y se prepara para alzas en sus tasas de interés, a medida que la Reserva Federal avance en el desmantelamiento del programa de inyección de liquidez que instrumentó desde marzo de 2020.

Así, se anuncia un inevitable fortalecimiento del dólar, menor spread de tasas respecto a países emergentes, como México, y presiones a las monedas de éstos. En suma, riesgos para el tipo de cambio, y con éste, para las finanzas públicas, la inflación, el crédito y la economía familiar, donde los efectos ya se hacen sentir con fuerza. También de ahí salen señales de alerta que deben ser abordadas con realismo, pragmatismo y responsabilidad.

La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) para el trimestre julio-septiembre reportó 5 millones de personas ocupadas más que hace un año. Se superó el nivel pre pandemia en ese sentido, pero ahora hay más gente que nunca trabajando por cuenta propia, en informalidad, con bajos ingresos, sin contratos ni prestaciones. La informalidad se incrementó en 14% anual y dio ocupación a casi 31.5 millones de personas: otro máximo histórico, con 3.8 millones adicionales. Más de 85% de los puestos creados desde que llegó el Covid-19 son informales.

La precariedad es la norma incluso en el segmento formal: los nuevos empleos han venido con salarios más bajos. El mercado laboral simplemente no está generando suficientes oportunidades, ni mejores condiciones. No ayuda para nada la caída abrupta de la inversión, que viene de antes de la pandemia, marcadamente desde 2018. De hecho, es causa primordial de la debilidad económica; en este momento, ya más que la pandemia.

Lamentablemente, los más afectados en estas situaciones son los más pobres, siempre más expuestos a los golpes inflacionarios. El reporte de Coneval de pobreza laboral (ingreso inferior al valor de la canasta alimentaria), realizado con la información del ENOE, es elocuente. Algunos indicadores muestran recuperación anual, pero entre el segundo y el tercer cuarto de año la pobreza laboral aumentó 0.9 puntos porcentuales, llegando a 40.7 por ciento. Llevábamos tres trimestres seguidos de mejoras: otra tendencia positiva en reversión.

Pareciera elemental, pero hay que insistir: cuando hay riesgos serios, se requiere tomarlos con seriedad. Parafraseando a la famosa frase atribuida a Keynes: si el ciclo económico y las condiciones cambian, hay que cambiar, en consonancia, la perspectiva. Ahí están las señales.

La respuesta del Banco de México a las nuevas circunstancias es fundamental, y por eso también lo es la preservación de su independencia del poder político, la separación entre la política monetaria y la fiscal, la fundamentación técnica en su accionar. El horno no está para bollos.

Sobre el desaseado proceso de sucesión para el cargo de gobernador, vale la pena leer el comunicado del IMEF: “Cualquier iniciativa que afecte a la operación del Banco Central, ya sea interviniendo en sus procedimientos o reduciendo la objetividad y fundamentación técnica de las decisiones de su liderazgo, conlleva el riesgo de afectar la credibilidad de la institución y la efectividad de sus resultados, lo cual tendría un impacto negativo profundo sobre el entorno para promover la inversión y sobre la estabilidad macroeconómica de México”.