/ domingo 24 de diciembre de 2017

Franz Kafka: el gran desconocido

Se ha dicho que Franz Kafka –el genial escritor checo– era el caos aparente, el dueño del contrasentido.  Descendiente directo del primigenio amor culpable, baúl del recuerdo y la nostalgia del paraíso perdido, nos dejó –sin embargo– lo único real que podemos poseer: las palabras que nombran y definen la autenticidad de la vida.

Arnoldo Liberman dice de Kafka: “ese espantoso profesor de lucidez e incertidumbre que dedicó su vida a sorber lentamente la lágrima de su propia identidad y que alguna vez escribiera con su capacidad de premonición: “Una jaula fue en busca de un pájaro”.  Es ese Franz Kafka quien viene ahora a mi memoria como la mejor manera de reconocer cabalmente nuestro propio rostro mirándonos al espejo, a la vez humilde y grandioso, como la lágrima expresada en el esplendor de la memoria.

Franz Kafka, nació en Praga en el seno de una familia judía, en 1883 y murió en Austria en 1924. Compañero de ruta de grandes humanistas, la palabra de Kafka convirtió su entorno en un laberinto por el que transitaban quienes se negaban a perder toda esperanza.

“Tengo una respuesta, tengo una respuesta.  ¿Quién tiene una pregunta? …”  Otra vez el aparente sin sentido adquiere su real significado que llega hasta la epidermis de quienes han aprendido a reflexionar que la vida es mucho más que un camino febril que llega hasta ninguna parte.

Kafka vivió su corta existencia, 40 años, atormentado por sus amores imposibles y por el carácter de su padre Hermann. A pesar de su destino –testimonio de un hombre dañado en su unidad desde su propio nacimiento– Kafka se negó a ser catalogado como un círculo infructuoso, como un vertebrado invertebrado, como un ademán inconcluso, como un juego rudimentario, como la mitad de un trayecto, como una máscara para evitar el sentimiento de vacío.

Para algunos, Kafka era un escritor de quien no había que comentar sino lo indispensable y superficial. Unos por no entenderlo. Otros por entenderlo demasiado.  El solamente hizo suyos un vocabulario y una gramática heredados y determinados histórica y socialmente.  Confusa manera de encontrarle un sentido a la luz.  ¿Para qué? Para buscar, con esa lúcida intensidad, la identificación de la verdad con la belleza y de la belleza con la verdad.   Es decir, la lógica inmemorial de la relación del género humano con el arte.

Castillo inaccesible, suma de vertientes, libre en la autenticidad, depositario de esa larga y fecunda memoria que es la eternidad, predicador de perplejidades: Franz Kafka.

pacofonn@yahoo.com.mx

Se ha dicho que Franz Kafka –el genial escritor checo– era el caos aparente, el dueño del contrasentido.  Descendiente directo del primigenio amor culpable, baúl del recuerdo y la nostalgia del paraíso perdido, nos dejó –sin embargo– lo único real que podemos poseer: las palabras que nombran y definen la autenticidad de la vida.

Arnoldo Liberman dice de Kafka: “ese espantoso profesor de lucidez e incertidumbre que dedicó su vida a sorber lentamente la lágrima de su propia identidad y que alguna vez escribiera con su capacidad de premonición: “Una jaula fue en busca de un pájaro”.  Es ese Franz Kafka quien viene ahora a mi memoria como la mejor manera de reconocer cabalmente nuestro propio rostro mirándonos al espejo, a la vez humilde y grandioso, como la lágrima expresada en el esplendor de la memoria.

Franz Kafka, nació en Praga en el seno de una familia judía, en 1883 y murió en Austria en 1924. Compañero de ruta de grandes humanistas, la palabra de Kafka convirtió su entorno en un laberinto por el que transitaban quienes se negaban a perder toda esperanza.

“Tengo una respuesta, tengo una respuesta.  ¿Quién tiene una pregunta? …”  Otra vez el aparente sin sentido adquiere su real significado que llega hasta la epidermis de quienes han aprendido a reflexionar que la vida es mucho más que un camino febril que llega hasta ninguna parte.

Kafka vivió su corta existencia, 40 años, atormentado por sus amores imposibles y por el carácter de su padre Hermann. A pesar de su destino –testimonio de un hombre dañado en su unidad desde su propio nacimiento– Kafka se negó a ser catalogado como un círculo infructuoso, como un vertebrado invertebrado, como un ademán inconcluso, como un juego rudimentario, como la mitad de un trayecto, como una máscara para evitar el sentimiento de vacío.

Para algunos, Kafka era un escritor de quien no había que comentar sino lo indispensable y superficial. Unos por no entenderlo. Otros por entenderlo demasiado.  El solamente hizo suyos un vocabulario y una gramática heredados y determinados histórica y socialmente.  Confusa manera de encontrarle un sentido a la luz.  ¿Para qué? Para buscar, con esa lúcida intensidad, la identificación de la verdad con la belleza y de la belleza con la verdad.   Es decir, la lógica inmemorial de la relación del género humano con el arte.

Castillo inaccesible, suma de vertientes, libre en la autenticidad, depositario de esa larga y fecunda memoria que es la eternidad, predicador de perplejidades: Franz Kafka.

pacofonn@yahoo.com.mx