/ domingo 12 de julio de 2020

Fuerza en el dolor y la sensibilidad

Existen en el mundo personas que la psicología recientemente ha reconocido bajo la categoría de “altamente sensibles”. Aquéllas cuya empatía las hace sufrir a la par que ven sufrir a otros. Aquéllas a las que les emociona más que al resto lo mismo la alegría que el dolor. Y es que si el ver llorar o lamentarse a otros, el disfrutar de la soledad, el luchar por la paz o el admirar intensamente la naturaleza y el arte te conmueven, de la misma forma que repeles al ruido, las aglomeraciones o los hechos de violencia y te es difícil decir que no, no lo dudes, eres una personas altamente sensible, una PAS. Y esto en verdad es maravilloso, porque los más grandes intelectuales y, sobre todo, los más excelsos artistas han sido PAS, aunque no han sido los únicos.

La gran pregunta sería ¿cómo enfrentar desde la sensibilidad al mundo de hoy en el que privan ambición, egoísmo, violencia, maltrato, ansia de poder, criminalidad y, principalmente, desamor? Podríamos comenzar reconociendo que todo ello son lecciones de vida, porque cada traición y cada decepción te permiten conocer el corazón y el alma de los otros; porque cada muestra de poder te evidencia los alcances a los que puede llegar el ser humano; porque en cada dolor, por fuerte que sea, hay algo por descubrir y aprender. Por algo Albert Schweitzer lo dijo: “el dolor es para la humanidad un tirano más temible que la misma muerte”, como para Luther King la indiferencia de “la gente buena”.

Hoy el mundo entero, comprendido el nuestro, está secuestrado en muchos sentidos, y no solo es por el Covid19. Nos tienen secuestrados los poderes fácticos, la criminalidad, la debacle económica global, pero mucho más la insensibilidad, la ignorancia y la impotencia de no saber si todo lo que se nos comunica o parte de ello es verdad. Nos tiene paralizados la incertidumbre. Nos tiene amordazados el temor a los demás porque ignoramos todo y conforme transcurren los días, sabemos menos. De las cifras, estadísticas, gráficas y modelos proyectivos ¿quién puede decir cuáles son los reales y, por ende, los verdaderos? ¿En cuál institución pública o privada podemos depositar nuestra fe o, tan siquiera, nuestra confianza? ¿A quién creer de quienes tienen la responsabilidad de gobernarnos, sea cual sea el nivel de su jerarquía en el poder? Peor aún: si del presente tenemos severas dudas y del pasado descreemos ¿a qué futuro nos estamos o nos están dirigiendo? Al final de esta dolorosa experiencia ¿habremos salido purificados o nos habremos perdido en lo personal y como comunidad un poco o un mucho?

¡Cuántas personas creen en las cifras ”oficiales” y se ofenden cuando alguien las pone en duda! Entiendo que cuestionar lo reportado por la autoridad nos conduce a un escenario de inseguridad, inestabilidad y zozobra, pero en estos momentos coronavíricos, poder tener algún tipo de seguridad o de realidad aproximada, es vital para poder construir nuestro devenir, máxime que si algo caracteriza a una pandemia es el desconocimiento de cuánto durará. En todas las naciones el desgaste continúa y es triste atestiguar que en nuestro México estamos abducidos como sociedad por un profundo divisionismo que nos ha roto, desde los mismos cimientos, la posibilidad de construir una sociedad verdaderamente solidaria y fraterna.

Cuántos médicos, enfermeros, camilleros, sepultureros, han estado al frente de la batalla y han terminado por sucumbir. Cuántas familias resquebrajadas. Al día de hoy, casi 600 mil muertos: 150 mil en Estados Unidos, 70 mil en Brasil, entre 30 y 40 mil en España, Francia, Italia, Reino Unido y México, y las cifras avanzan en su marcha impía. Imposible no evocar a Albert Camus que nos enseñó a través de su magistral novela sobre La Peste, que si algo emerge de ella, es la obscuridad del colectivo humano, su egoísmo e irracionalidad. Hoy lo confirmamos: en 2020, siguen existiendo “hoyos negros”, como los llamó Immanuel Wallerstein en nuestro flamante México del TMEC. Espacios en los se lincha por el temor a que una sanitización infecte, en los que se mata tecolotes para que su canto no invoque a la muerte.

Y mientras el dolor se agiganta nos preguntamos ¿cuándo terminará esta pandemia? Historiadores de las epidemias han encontrado que esto sucede cuando así lo declara la autoridad médica. En nuestro caso, la de México ya declaró que nunca. Pero también han encontrado que ocurre cuando así lo asume la propia sociedad. Y nos falta una tercera vía, aquélla relativa a cuando así la Naturaleza lo decide y si alguien reconoció que ninguna ley humana puede abrogar a la ley natural, fue Giacomo Leopardi. El poeta romántico trágico, introspectivo, solitario, que nos habló de su fatal poderío, pero que también nos legó un mensaje que no podemos olvidar: “no temas ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo”. Y tenía toda la razón, porque más allá del virus, estará siempre la fuerza incomparable y poderosa que sólo puede nacer de nuestra sensibilidad y de nuestro propio dolor.


bettyzanolli@gmail.com @BetttyZanolli




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Existen en el mundo personas que la psicología recientemente ha reconocido bajo la categoría de “altamente sensibles”. Aquéllas cuya empatía las hace sufrir a la par que ven sufrir a otros. Aquéllas a las que les emociona más que al resto lo mismo la alegría que el dolor. Y es que si el ver llorar o lamentarse a otros, el disfrutar de la soledad, el luchar por la paz o el admirar intensamente la naturaleza y el arte te conmueven, de la misma forma que repeles al ruido, las aglomeraciones o los hechos de violencia y te es difícil decir que no, no lo dudes, eres una personas altamente sensible, una PAS. Y esto en verdad es maravilloso, porque los más grandes intelectuales y, sobre todo, los más excelsos artistas han sido PAS, aunque no han sido los únicos.

La gran pregunta sería ¿cómo enfrentar desde la sensibilidad al mundo de hoy en el que privan ambición, egoísmo, violencia, maltrato, ansia de poder, criminalidad y, principalmente, desamor? Podríamos comenzar reconociendo que todo ello son lecciones de vida, porque cada traición y cada decepción te permiten conocer el corazón y el alma de los otros; porque cada muestra de poder te evidencia los alcances a los que puede llegar el ser humano; porque en cada dolor, por fuerte que sea, hay algo por descubrir y aprender. Por algo Albert Schweitzer lo dijo: “el dolor es para la humanidad un tirano más temible que la misma muerte”, como para Luther King la indiferencia de “la gente buena”.

Hoy el mundo entero, comprendido el nuestro, está secuestrado en muchos sentidos, y no solo es por el Covid19. Nos tienen secuestrados los poderes fácticos, la criminalidad, la debacle económica global, pero mucho más la insensibilidad, la ignorancia y la impotencia de no saber si todo lo que se nos comunica o parte de ello es verdad. Nos tiene paralizados la incertidumbre. Nos tiene amordazados el temor a los demás porque ignoramos todo y conforme transcurren los días, sabemos menos. De las cifras, estadísticas, gráficas y modelos proyectivos ¿quién puede decir cuáles son los reales y, por ende, los verdaderos? ¿En cuál institución pública o privada podemos depositar nuestra fe o, tan siquiera, nuestra confianza? ¿A quién creer de quienes tienen la responsabilidad de gobernarnos, sea cual sea el nivel de su jerarquía en el poder? Peor aún: si del presente tenemos severas dudas y del pasado descreemos ¿a qué futuro nos estamos o nos están dirigiendo? Al final de esta dolorosa experiencia ¿habremos salido purificados o nos habremos perdido en lo personal y como comunidad un poco o un mucho?

¡Cuántas personas creen en las cifras ”oficiales” y se ofenden cuando alguien las pone en duda! Entiendo que cuestionar lo reportado por la autoridad nos conduce a un escenario de inseguridad, inestabilidad y zozobra, pero en estos momentos coronavíricos, poder tener algún tipo de seguridad o de realidad aproximada, es vital para poder construir nuestro devenir, máxime que si algo caracteriza a una pandemia es el desconocimiento de cuánto durará. En todas las naciones el desgaste continúa y es triste atestiguar que en nuestro México estamos abducidos como sociedad por un profundo divisionismo que nos ha roto, desde los mismos cimientos, la posibilidad de construir una sociedad verdaderamente solidaria y fraterna.

Cuántos médicos, enfermeros, camilleros, sepultureros, han estado al frente de la batalla y han terminado por sucumbir. Cuántas familias resquebrajadas. Al día de hoy, casi 600 mil muertos: 150 mil en Estados Unidos, 70 mil en Brasil, entre 30 y 40 mil en España, Francia, Italia, Reino Unido y México, y las cifras avanzan en su marcha impía. Imposible no evocar a Albert Camus que nos enseñó a través de su magistral novela sobre La Peste, que si algo emerge de ella, es la obscuridad del colectivo humano, su egoísmo e irracionalidad. Hoy lo confirmamos: en 2020, siguen existiendo “hoyos negros”, como los llamó Immanuel Wallerstein en nuestro flamante México del TMEC. Espacios en los se lincha por el temor a que una sanitización infecte, en los que se mata tecolotes para que su canto no invoque a la muerte.

Y mientras el dolor se agiganta nos preguntamos ¿cuándo terminará esta pandemia? Historiadores de las epidemias han encontrado que esto sucede cuando así lo declara la autoridad médica. En nuestro caso, la de México ya declaró que nunca. Pero también han encontrado que ocurre cuando así lo asume la propia sociedad. Y nos falta una tercera vía, aquélla relativa a cuando así la Naturaleza lo decide y si alguien reconoció que ninguna ley humana puede abrogar a la ley natural, fue Giacomo Leopardi. El poeta romántico trágico, introspectivo, solitario, que nos habló de su fatal poderío, pero que también nos legó un mensaje que no podemos olvidar: “no temas ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo”. Y tenía toda la razón, porque más allá del virus, estará siempre la fuerza incomparable y poderosa que sólo puede nacer de nuestra sensibilidad y de nuestro propio dolor.


bettyzanolli@gmail.com @BetttyZanolli




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