/ viernes 19 de julio de 2019

Futuro económico incierto

Inevitablemente, llegó el turno de la frágil economía mexicana; sector en el que había sido posible mantener su estabilidad aún en el contexto de la más enconada disputa político electoral de 2018 y el posterior cambio de gobierno.

Hoy, en el campo económico, las perspectivas respecto al rumbo del país son inciertas. Desde luego que lo anterior es resultado, por una parte, de un entorno internacional adverso -disputas comerciales, vulnerabilidad financiera, altas tasas de interés, etc.-; pero por la otra, también es consecuencia del impacto -desfavorable- que una y otra vez están provocando diversas decisiones del nuevo gobierno.

En el campo económico, el éxito de todo gobierno radica no sólo en la confianza y certidumbre que se debe generar entre los diversos factores que influyen en la economía -mercados, inversionistas, calificadoras, etc.-, sino también en la sinergia que el Presidente logre articular para cumplir los objetivos del desarrollo económico. Ciertamente el gobierno de AMLO no lo está consiguiendo y, lejos de alentar un clima de cooperación y conjunción de esfuerzos, un día y otro también, el Presidente opta por descalificar a quienes disienten de su visión o que dan a conocer indicadores que técnicamente contradicen la narrativa gubernamental.

En realidad, la reacción presidencial respecto al rumbo económico no podría ser de otra manera. Sí en temas tan importantes como la espiral de inseguridad y violencia, el incesante incremento del número de homicidios, la cuestionada viabilidad técnica para la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, el impacto ambiental que tendrá la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya; el evidente desabasto de medicamentos, los miles de empleados despedidos en el actual gobierno, las madres trabajadoras que se quedaron sin guarderías para sus hijos, etc., etc., sí en estos y otros temas más el Presidente López Obrador opta por la salida fácil del “yo tengo otros datos”, no nos habría de extrañar que ahora nos diga que la economía va “requetebién”.

Sin embargo, cuando nos enteramos que tanto la deuda soberana como la de Pemex han sido ubicadas en una perspectiva negativa por las calificadoras internacionales más reconocidas, que el Producto Interno Bruto se contrajo 0.2 % durante el primer trimestre de 2019 y para el segundo trimestre se anticipa una caída del 0.4 %, que Estados Unidos sigue lanzando nuevas amenazas arancelarias, que el propio Banco de México advierte una “desaceleración mayor a la anticipada”, que muy difícilmente llegaremos a la meta del 4 % de crecimiento al final del sexenio, que el consumo y la inversión están estancados, además de que existe un subejercicio del gasto público, entre otros elementos más, resulta inexplicable que el Presidente salga con ese tipo de expresiones.

Lo cierto es que, hasta ahora, no existe ningún análisis o diagnóstico técnico, nacional o de algún organismo internacional, que vislumbre un escenario económico optimista para México. Todo lo que se ha escrito y publicado sobre este tema tiene grandes similitudes en cuanto a la tendencia de las variables antes mencionadas.

Gran parte de la semana pasada y de ésta que casi termina, el tema dominante ha sido el rumbo de nuestra economía, que sí técnicamente ya estamos en recesión o no, que si el secretario Urzúa hizo bien o no en presentar su renuncia a la Secretaría de Hacienda. Cualquiera que sea la lectura que se haga a uno u otro de estos asuntos, hay un hecho innegable: el país no cuenta ni con el dinamismo ni con la solidez económica que nos permita hacer frente a otro conjunto de desafíos que tienen que ver con el mejoramiento de las condiciones de vida de millones de mexicanos.

Hasta ahora, la 4T ha logrado reunir recursos para entregarlos directamente a los grupos más vulnerables; pero no se trata de recursos que provengan del crecimiento económico prometido, sino que son resultado de una austeridad aplicada a “rajatabla” y que implica: miles de burócratas despedidos sin el más mínimo respeto a sus derechos laborales, cancelación de programas básicos como el de guarderías, ahorros en IMSS e ISSSTE que impactan en sus capacidades para atender a derechohabientes, compra consolidada de medicamentos que provoca a desabasto de los mismos, cancelación de contratos, subasta de autos y flota aérea del gobierno, fuertes recortes en dependencias clave; así como una larga lista de acciones que tienen el único objetivo de reunir dinero para medianamente cumplir con los programas populistas de este gobierno.

Esto ocurre en el 2019; muy probablemente, para el siguiente año va a haber muy poco que vender, muy poco que rematar y muy poco de dónde recortar para obtener recursos; a menos de que el objetivo siga siendo dejar a más empleados en la calle y seguir ahogando presupuestalmente a las instituciones.

Sin un crecimiento económico sostenido no hay forma de combatir la pobreza y la desigualdad. Esta es la gran encrucijada.

*Presidente de la Academia Mexicana de Educación.

Inevitablemente, llegó el turno de la frágil economía mexicana; sector en el que había sido posible mantener su estabilidad aún en el contexto de la más enconada disputa político electoral de 2018 y el posterior cambio de gobierno.

Hoy, en el campo económico, las perspectivas respecto al rumbo del país son inciertas. Desde luego que lo anterior es resultado, por una parte, de un entorno internacional adverso -disputas comerciales, vulnerabilidad financiera, altas tasas de interés, etc.-; pero por la otra, también es consecuencia del impacto -desfavorable- que una y otra vez están provocando diversas decisiones del nuevo gobierno.

En el campo económico, el éxito de todo gobierno radica no sólo en la confianza y certidumbre que se debe generar entre los diversos factores que influyen en la economía -mercados, inversionistas, calificadoras, etc.-, sino también en la sinergia que el Presidente logre articular para cumplir los objetivos del desarrollo económico. Ciertamente el gobierno de AMLO no lo está consiguiendo y, lejos de alentar un clima de cooperación y conjunción de esfuerzos, un día y otro también, el Presidente opta por descalificar a quienes disienten de su visión o que dan a conocer indicadores que técnicamente contradicen la narrativa gubernamental.

En realidad, la reacción presidencial respecto al rumbo económico no podría ser de otra manera. Sí en temas tan importantes como la espiral de inseguridad y violencia, el incesante incremento del número de homicidios, la cuestionada viabilidad técnica para la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, el impacto ambiental que tendrá la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya; el evidente desabasto de medicamentos, los miles de empleados despedidos en el actual gobierno, las madres trabajadoras que se quedaron sin guarderías para sus hijos, etc., etc., sí en estos y otros temas más el Presidente López Obrador opta por la salida fácil del “yo tengo otros datos”, no nos habría de extrañar que ahora nos diga que la economía va “requetebién”.

Sin embargo, cuando nos enteramos que tanto la deuda soberana como la de Pemex han sido ubicadas en una perspectiva negativa por las calificadoras internacionales más reconocidas, que el Producto Interno Bruto se contrajo 0.2 % durante el primer trimestre de 2019 y para el segundo trimestre se anticipa una caída del 0.4 %, que Estados Unidos sigue lanzando nuevas amenazas arancelarias, que el propio Banco de México advierte una “desaceleración mayor a la anticipada”, que muy difícilmente llegaremos a la meta del 4 % de crecimiento al final del sexenio, que el consumo y la inversión están estancados, además de que existe un subejercicio del gasto público, entre otros elementos más, resulta inexplicable que el Presidente salga con ese tipo de expresiones.

Lo cierto es que, hasta ahora, no existe ningún análisis o diagnóstico técnico, nacional o de algún organismo internacional, que vislumbre un escenario económico optimista para México. Todo lo que se ha escrito y publicado sobre este tema tiene grandes similitudes en cuanto a la tendencia de las variables antes mencionadas.

Gran parte de la semana pasada y de ésta que casi termina, el tema dominante ha sido el rumbo de nuestra economía, que sí técnicamente ya estamos en recesión o no, que si el secretario Urzúa hizo bien o no en presentar su renuncia a la Secretaría de Hacienda. Cualquiera que sea la lectura que se haga a uno u otro de estos asuntos, hay un hecho innegable: el país no cuenta ni con el dinamismo ni con la solidez económica que nos permita hacer frente a otro conjunto de desafíos que tienen que ver con el mejoramiento de las condiciones de vida de millones de mexicanos.

Hasta ahora, la 4T ha logrado reunir recursos para entregarlos directamente a los grupos más vulnerables; pero no se trata de recursos que provengan del crecimiento económico prometido, sino que son resultado de una austeridad aplicada a “rajatabla” y que implica: miles de burócratas despedidos sin el más mínimo respeto a sus derechos laborales, cancelación de programas básicos como el de guarderías, ahorros en IMSS e ISSSTE que impactan en sus capacidades para atender a derechohabientes, compra consolidada de medicamentos que provoca a desabasto de los mismos, cancelación de contratos, subasta de autos y flota aérea del gobierno, fuertes recortes en dependencias clave; así como una larga lista de acciones que tienen el único objetivo de reunir dinero para medianamente cumplir con los programas populistas de este gobierno.

Esto ocurre en el 2019; muy probablemente, para el siguiente año va a haber muy poco que vender, muy poco que rematar y muy poco de dónde recortar para obtener recursos; a menos de que el objetivo siga siendo dejar a más empleados en la calle y seguir ahogando presupuestalmente a las instituciones.

Sin un crecimiento económico sostenido no hay forma de combatir la pobreza y la desigualdad. Esta es la gran encrucijada.

*Presidente de la Academia Mexicana de Educación.