/ domingo 29 de noviembre de 2020

Génesis y credo del Estado neoético (I)

De tiempos difíciles veníamos. Hoy nos enfrentamos y encaminamos hacia tiempos aciagos en muchos sentidos. Uno de ellos: la grave y creciente contradicción que ha sido el signo distintivo del actual gobierno, prueba de ello, la noticia más reciente: la “Guía Ética para la transformación de México”, dada a conocer el pasado 26 de noviembre.

Permanentemente el discurso oficial, repudiando al neoliberalismo, ha hablado de volver a un auténtico estado liberal. Sin embargo, al final terminó por dar a luz a un nuevo estado-ético. Claro, su propio estado-ético, el cual por naturaleza es antítesis del estado liberal. Y es que mientras en éste lo que predomina es el Derecho y el régimen de libertad a ultranza, al reconocer y ser libres e iguales en sus derechos todos los hombres, en el estado-ético lo que impera es la voluntad estatal que se erige en árbitro rector de lo que debe entenderse como bueno o malo. A consecuencia de ello, este último tipo de modelo estatal, en vez de constituirse en garante de los derechos de la ciudadanía, deviene en agente modulador de la sociedad.

¿Qué implica? Un volver atrás en la historia de la conformación del Estado a la visión hegeliana que concebía al estado-ético, a diferencia del liberalismo en el que el estado se subordina a la sociedad civil, como una realidad de la “idea ética”: sujeto, voluntad y razón del “espíritu ético”, en el que cada individuo se desarrolla como un momento de la realización de todos en el marco de dicho “universal concreto” que es la institución estatal. Aún más, es un retorno al “Leviatán o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil” de Hobbes, lo que implica una regresión de cuando menos 400 años. Ello, dado que como lo ilustró la magna obra hobbesiana, el estado leviatánico además de identificar al interés público con el privado, se erige en el pastor supremo, guía moral de su pueblo, al que conduce, educa y, sobre todo, limita en sus derechos. Veamos sus antecedentes directos dentro de la realidad nacional.

Se ha dicho que la guía-código fue inspirada en la “Cartilla moral” de Alfonso Reyes, integrante destacado del Ateneo de la Juventud. Cenáculo clave de la intelectualidad mexicana de principios del siglo XX que, a decir de Pedro Henríquez Ureña, buscaba justo la transformación que advertía México necesitaba. Ello, porque mientras el porfiriato -como lo ha destacado Alan Knight- tuvo una “rápida erosión” y “pérdida radical de legitimidad”, en las primeras décadas del siglo pasado el Ateneo intentó transformar al estado en un estado-ético, mediante la instauración de su proyecto educativo encarnado en la “Universidad Popular” en el que subyacían dos ideas: el protonacionalismo y la convicción de que era más poderosa el arma educativa que la bélica.

Sin embargo, el estado-ético a cuya oficialización estamos asistiendo ahora, está muy alejado de lo que tanto los ateneístas como luego Reyes plantearon. De los primeros, porque al ser su objetivo la educación universal del pueblo, terminaron haciendo realidad el apotegma de Antonio Gramsci, en el sentido de que “todo estado es ético”, conforme la sociedad civil termina siendo reconocida como el estado mismo al asumir su papel. Visto así, serían ellos, los propios intelectuales, los que buscaron ilustrar al pueblo. No el Estado. Del segundo, porque cuando décadas después Reyes es convocado por Jaime Torres Bodet a escribir una página para la campaña alfabetizadora en 1944 -como lo narra de forma indirectamente testimonial Rodrigo Martínez Baracs-, él mismo modifica el sentido original de la invitación, terminando por reflejar en la famosa “Cartilla moral” -que él publicará hasta 1952- un intento por fortalecer el papel moral del Estado. Lo cual nos lleva a confirmar la poderosa influencia que en su pensamiento ejerció Benedetto Croce, quien planteaba la necesidad de expulsar la fuerza materialista del Estado así como la estadolatría y, en cambio, oponer su fuerza moral, al encontrarse la ética sobre el Estado, como lo vemos traslucir en el señalamiento de Reyes: “cultura y civilización… nacen del desarrollo del espíritu, pero las inspira la voluntad moral o de perfeccionamiento humano. Cuando pierden de vista la moral, cultura y civilización degeneran y se destruyen a sí mismas”.

En medio de este panorama ¿qué función detenta el documento presentado por el titular del Ejecutivo Federal? Es la declaración de principios del que podríamos ahora denominar “estado neoético”, pero es además y sobre todo: la encarnación del credo de una nueva religión de estado e inauguración del nuevo “deber ser social”, porque más allá de ser mera inspiración para un mejor actuar humano -en términos reyesianos-, es justificación ideológica del proyecto político del actual gobierno en marcha y vía poderosa de penetración estatal invasiva en la esfera íntima de la moral de cada persona.

El tema es apasionante, porque aunque los niveles sean abismalmente distintos, en el fondo transcurre un continuum cultural que merecerá ser analizado.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli



De tiempos difíciles veníamos. Hoy nos enfrentamos y encaminamos hacia tiempos aciagos en muchos sentidos. Uno de ellos: la grave y creciente contradicción que ha sido el signo distintivo del actual gobierno, prueba de ello, la noticia más reciente: la “Guía Ética para la transformación de México”, dada a conocer el pasado 26 de noviembre.

Permanentemente el discurso oficial, repudiando al neoliberalismo, ha hablado de volver a un auténtico estado liberal. Sin embargo, al final terminó por dar a luz a un nuevo estado-ético. Claro, su propio estado-ético, el cual por naturaleza es antítesis del estado liberal. Y es que mientras en éste lo que predomina es el Derecho y el régimen de libertad a ultranza, al reconocer y ser libres e iguales en sus derechos todos los hombres, en el estado-ético lo que impera es la voluntad estatal que se erige en árbitro rector de lo que debe entenderse como bueno o malo. A consecuencia de ello, este último tipo de modelo estatal, en vez de constituirse en garante de los derechos de la ciudadanía, deviene en agente modulador de la sociedad.

¿Qué implica? Un volver atrás en la historia de la conformación del Estado a la visión hegeliana que concebía al estado-ético, a diferencia del liberalismo en el que el estado se subordina a la sociedad civil, como una realidad de la “idea ética”: sujeto, voluntad y razón del “espíritu ético”, en el que cada individuo se desarrolla como un momento de la realización de todos en el marco de dicho “universal concreto” que es la institución estatal. Aún más, es un retorno al “Leviatán o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil” de Hobbes, lo que implica una regresión de cuando menos 400 años. Ello, dado que como lo ilustró la magna obra hobbesiana, el estado leviatánico además de identificar al interés público con el privado, se erige en el pastor supremo, guía moral de su pueblo, al que conduce, educa y, sobre todo, limita en sus derechos. Veamos sus antecedentes directos dentro de la realidad nacional.

Se ha dicho que la guía-código fue inspirada en la “Cartilla moral” de Alfonso Reyes, integrante destacado del Ateneo de la Juventud. Cenáculo clave de la intelectualidad mexicana de principios del siglo XX que, a decir de Pedro Henríquez Ureña, buscaba justo la transformación que advertía México necesitaba. Ello, porque mientras el porfiriato -como lo ha destacado Alan Knight- tuvo una “rápida erosión” y “pérdida radical de legitimidad”, en las primeras décadas del siglo pasado el Ateneo intentó transformar al estado en un estado-ético, mediante la instauración de su proyecto educativo encarnado en la “Universidad Popular” en el que subyacían dos ideas: el protonacionalismo y la convicción de que era más poderosa el arma educativa que la bélica.

Sin embargo, el estado-ético a cuya oficialización estamos asistiendo ahora, está muy alejado de lo que tanto los ateneístas como luego Reyes plantearon. De los primeros, porque al ser su objetivo la educación universal del pueblo, terminaron haciendo realidad el apotegma de Antonio Gramsci, en el sentido de que “todo estado es ético”, conforme la sociedad civil termina siendo reconocida como el estado mismo al asumir su papel. Visto así, serían ellos, los propios intelectuales, los que buscaron ilustrar al pueblo. No el Estado. Del segundo, porque cuando décadas después Reyes es convocado por Jaime Torres Bodet a escribir una página para la campaña alfabetizadora en 1944 -como lo narra de forma indirectamente testimonial Rodrigo Martínez Baracs-, él mismo modifica el sentido original de la invitación, terminando por reflejar en la famosa “Cartilla moral” -que él publicará hasta 1952- un intento por fortalecer el papel moral del Estado. Lo cual nos lleva a confirmar la poderosa influencia que en su pensamiento ejerció Benedetto Croce, quien planteaba la necesidad de expulsar la fuerza materialista del Estado así como la estadolatría y, en cambio, oponer su fuerza moral, al encontrarse la ética sobre el Estado, como lo vemos traslucir en el señalamiento de Reyes: “cultura y civilización… nacen del desarrollo del espíritu, pero las inspira la voluntad moral o de perfeccionamiento humano. Cuando pierden de vista la moral, cultura y civilización degeneran y se destruyen a sí mismas”.

En medio de este panorama ¿qué función detenta el documento presentado por el titular del Ejecutivo Federal? Es la declaración de principios del que podríamos ahora denominar “estado neoético”, pero es además y sobre todo: la encarnación del credo de una nueva religión de estado e inauguración del nuevo “deber ser social”, porque más allá de ser mera inspiración para un mejor actuar humano -en términos reyesianos-, es justificación ideológica del proyecto político del actual gobierno en marcha y vía poderosa de penetración estatal invasiva en la esfera íntima de la moral de cada persona.

El tema es apasionante, porque aunque los niveles sean abismalmente distintos, en el fondo transcurre un continuum cultural que merecerá ser analizado.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli