/ sábado 7 de agosto de 2021

Goitia: Sueño y realidad

Es breve la ficha bibliográfica del pintor zacatecano Francisco Goitia, aún cuando ha sido considerado como uno de los grandes pintores mexicanos del siglo 20. Nacido en Fresnillo en octubre de 1882 transcurrió una vida de austeridad y de aprendizaje hasta su muerte acaecida en Xochimilco en marzo de 1960. Su pintura “Tata Jesucristo” es considerada como una de las obras maestras de caballete. Destacan también “Baile Revolucionario” y “Autorretrato”.

Sus biógrafos dicen que las escuelas formadoras de su técnica fueron el realismo y el impresionismo, que evolucionaron más tarde hacia un modernismo expresionista típicamente mexicano.

Su niñez transcurrió de manera tranquila, como el mismo lo decía, pues estuvo rodeado de verdes paisajes, manantiales, flores y animales. El estrecho contacto con la naturaleza lo llevó siempre en su memoria y fueron esas vivencias determinantes en su trabajo como pintor.

Cuando tuvo edad para aprender las primeras letras, fue llevado al rancho Charco Grande de la misma hacienda. Cursó la instrucción primaria en Fresnillo. Cuando finalizó sus estudios primarios, su padre lo llevó con él a la Hacienda de Ábrego en donde leyó todos los libros que encontró a su alcance: las reseñas de la guerra franco-prusiana, Los tres mosqueteros, Los miserables, El Quijote, o las narraciones de Julio Verne, entre otros.

Sin embargo, esta vida apacible y tranquila no podía durar mucho tiempo, pues su padre estaba interesado en que viajara a la ciudad de México a estudiar y no al Colegio Militar, como eran los deseos de Goitia, decidiéndose este último finalmente por las artes plásticas.

Cuando llegó a la capital del país, ingresó a la Academia de San Carlos, donde tuvo como maestros a José María Velasco, Julio Ruelas, Germán Gedovius y Saturnino Herrán. Permaneció en la Academia Fabrés en 1903 uniéndose al grupo del maestro español y de la Academia.

Pero la vida de Francisco Goitia, como su obra pictórica es también aleccionadora. Después de estudiar en la Academia de San Carlos, fue soldado villista y después maestro promotor rural. Nutrido en la raíz popular, mostró siempre lo recto de su humildad, rasgo auténtico y fundamental de su carácter.

En 1904 viajó a Barcelona con la ayuda económica de su padre; asistió a talleres y aprendió la pintura al carbón; obtuvo un subsidio para estudiar en Italia pintura renacentista, pero tuvo que regresar a México con la caída de Porfirio Díaz y el término de su beca.

De vuelta en México, vivió un tiempo en Zacatecas, de cuya estancia son los cuadros de paisajes zacatecanos, como: Paisaje de Santa Mónica, La Huerta del Convento de Guadalupe, Zacatecas, etc.

Posteriormente trabajó de 1918 a 1925, con el antropólogo Manuel Gamio como dibujante de objetos y sitios arqueológicos. Esta relación y el profundo amor a sus raíces le influenciaron fuertemente. Pintó indígenas, logrando realizaciones magistrales, de gran vitalidad y realismo, como su obra más trascendente, una de las obras maestras del siglo 20: Tata Jesucristo, con lo que obtiene el Primer Premio en la Bienal Interamericana de Pintura y Grabado, y que lo sitúa en la historia como un gran artista

Pocos saben que, como los primeros franciscanos, profesó los votos de pobreza, caridad y veracidad que le dieron rumbo definitivo a su obra magnífica. Su desapego material ocasionó que viviera en la penuria, pero siempre desafiando al destino con sano optimismo y generosa nobleza.

Así era Goitia: sabio en la vida y en el arte, despojado de todo interés mundano, los honores y la fama. En cada cuadro, como en cada palabra, concentraba la esencia del espíritu. Cada una de sus obras es como una joya de belleza dramática inigualable.

Goitia sabía que los artistas además de vocación requieren del esfuerzo constante y sistemático para perfeccionar el oficio y develar los aparentes misterios del color y la profundidad. El sentía los elementos como integrantes de una unidad indisoluble de aire y de luz.

La película '"Goitia, un dios para sí mismo"' de Diego López Rivera, comienza en los últimos días del pintor y hace un viaje al pasado que es también su propio viaje introspectivo. Al sentir la proximidad de la muerte, Goitia pide a Dios le permita pintar un último cuadro.

Esto lo lleva a hacer un recuento de su vida: el reencuentro con su país y su pueblo; su ardua lucha contra los demonios del cuerpo y su posterior conversión religiosa; su permanente búsqueda de identidad como hombre y como artista.

Fue gran amigo de Rufino Tamayo, pero también tuvo relación con

los grandes precursores del arte contemporáneo mexicano, al lado de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Diego Rivera y Carlos Mérida, entre otros.

Durante veinte años vivió en el Barrio de San Marcos, en Xochimilco, aislado del mundo, dibujando y pintando. Murió el 26 de marzo de 1960, dejando inconcluso un autorretrato que había empezado en 1943.

Premio Nacional de Periodismo 2018

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx


Es breve la ficha bibliográfica del pintor zacatecano Francisco Goitia, aún cuando ha sido considerado como uno de los grandes pintores mexicanos del siglo 20. Nacido en Fresnillo en octubre de 1882 transcurrió una vida de austeridad y de aprendizaje hasta su muerte acaecida en Xochimilco en marzo de 1960. Su pintura “Tata Jesucristo” es considerada como una de las obras maestras de caballete. Destacan también “Baile Revolucionario” y “Autorretrato”.

Sus biógrafos dicen que las escuelas formadoras de su técnica fueron el realismo y el impresionismo, que evolucionaron más tarde hacia un modernismo expresionista típicamente mexicano.

Su niñez transcurrió de manera tranquila, como el mismo lo decía, pues estuvo rodeado de verdes paisajes, manantiales, flores y animales. El estrecho contacto con la naturaleza lo llevó siempre en su memoria y fueron esas vivencias determinantes en su trabajo como pintor.

Cuando tuvo edad para aprender las primeras letras, fue llevado al rancho Charco Grande de la misma hacienda. Cursó la instrucción primaria en Fresnillo. Cuando finalizó sus estudios primarios, su padre lo llevó con él a la Hacienda de Ábrego en donde leyó todos los libros que encontró a su alcance: las reseñas de la guerra franco-prusiana, Los tres mosqueteros, Los miserables, El Quijote, o las narraciones de Julio Verne, entre otros.

Sin embargo, esta vida apacible y tranquila no podía durar mucho tiempo, pues su padre estaba interesado en que viajara a la ciudad de México a estudiar y no al Colegio Militar, como eran los deseos de Goitia, decidiéndose este último finalmente por las artes plásticas.

Cuando llegó a la capital del país, ingresó a la Academia de San Carlos, donde tuvo como maestros a José María Velasco, Julio Ruelas, Germán Gedovius y Saturnino Herrán. Permaneció en la Academia Fabrés en 1903 uniéndose al grupo del maestro español y de la Academia.

Pero la vida de Francisco Goitia, como su obra pictórica es también aleccionadora. Después de estudiar en la Academia de San Carlos, fue soldado villista y después maestro promotor rural. Nutrido en la raíz popular, mostró siempre lo recto de su humildad, rasgo auténtico y fundamental de su carácter.

En 1904 viajó a Barcelona con la ayuda económica de su padre; asistió a talleres y aprendió la pintura al carbón; obtuvo un subsidio para estudiar en Italia pintura renacentista, pero tuvo que regresar a México con la caída de Porfirio Díaz y el término de su beca.

De vuelta en México, vivió un tiempo en Zacatecas, de cuya estancia son los cuadros de paisajes zacatecanos, como: Paisaje de Santa Mónica, La Huerta del Convento de Guadalupe, Zacatecas, etc.

Posteriormente trabajó de 1918 a 1925, con el antropólogo Manuel Gamio como dibujante de objetos y sitios arqueológicos. Esta relación y el profundo amor a sus raíces le influenciaron fuertemente. Pintó indígenas, logrando realizaciones magistrales, de gran vitalidad y realismo, como su obra más trascendente, una de las obras maestras del siglo 20: Tata Jesucristo, con lo que obtiene el Primer Premio en la Bienal Interamericana de Pintura y Grabado, y que lo sitúa en la historia como un gran artista

Pocos saben que, como los primeros franciscanos, profesó los votos de pobreza, caridad y veracidad que le dieron rumbo definitivo a su obra magnífica. Su desapego material ocasionó que viviera en la penuria, pero siempre desafiando al destino con sano optimismo y generosa nobleza.

Así era Goitia: sabio en la vida y en el arte, despojado de todo interés mundano, los honores y la fama. En cada cuadro, como en cada palabra, concentraba la esencia del espíritu. Cada una de sus obras es como una joya de belleza dramática inigualable.

Goitia sabía que los artistas además de vocación requieren del esfuerzo constante y sistemático para perfeccionar el oficio y develar los aparentes misterios del color y la profundidad. El sentía los elementos como integrantes de una unidad indisoluble de aire y de luz.

La película '"Goitia, un dios para sí mismo"' de Diego López Rivera, comienza en los últimos días del pintor y hace un viaje al pasado que es también su propio viaje introspectivo. Al sentir la proximidad de la muerte, Goitia pide a Dios le permita pintar un último cuadro.

Esto lo lleva a hacer un recuento de su vida: el reencuentro con su país y su pueblo; su ardua lucha contra los demonios del cuerpo y su posterior conversión religiosa; su permanente búsqueda de identidad como hombre y como artista.

Fue gran amigo de Rufino Tamayo, pero también tuvo relación con

los grandes precursores del arte contemporáneo mexicano, al lado de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Diego Rivera y Carlos Mérida, entre otros.

Durante veinte años vivió en el Barrio de San Marcos, en Xochimilco, aislado del mundo, dibujando y pintando. Murió el 26 de marzo de 1960, dejando inconcluso un autorretrato que había empezado en 1943.

Premio Nacional de Periodismo 2018

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx