/ martes 10 de diciembre de 2019

Habilidad diplomática

La relación con los Estados Unidos nunca ha sido fácil. La diferencia cultural y los intereses encontrados han marcado un complejo ámbito de convivencia que plantea problemas constantes pero también oportunidades de aprovechamiento de la vecindad. De diversas maneras se ha caracterizado esta circunstancia de la que no podemos desembarazarnos. Se atribuye a Porfirio Díaz haber dicho: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” o bien, recuerdo que por los años 50 cuando se hablaba de la política de la “Buena Vecindad”, se decía: “Nosotros somos los buenos y ellos son los vecinos”. El caso es que estar ligados geográficamente y en consecuencia atados por la historia, a la nación más poderosa del planeta, obliga a los gobiernos mexicanos a mantenerse en constante alerta frente a las presiones y a encontrar con prudencia e inteligencia la mejor manera de manejarlas, pues el enfrentamiento directo nos es absolutamente desfavorable.

Las vicisitudes se incrementan en los frecuentes procesos electorales al otro lado de la frontera cuando su política interna nos impacta generalmente de modo negativo. Si bien ninguno de sus grandes partidos es proclive a satisfacer demandas mexicanas, ciertamente nos ha ido menos mal con los presidentes Republicanos que con los Demócratas. Estos suelen ser más amistosos en el discurso pero en la práctica nos han dado duros golpes. Baste analizar la actitud de Obama en cuanto a la cantidad de mexicanos deportados durante su administración.

El caso es que entre las presiones de los Demócratas para incidir en la política laboral mexicana y las amenazas de Trump de catalogar a los carteles, que por cierto operan en ambos países, como grupos terroristas, se ha requerido de una gran habilidad para hacerles frente. Ambas posiciones son agresivas pero la de Trump suponía un alto riesgo potencial, en tanto que aceptar la intervención de inspectores del país vecino en nuestros centros de trabajo, constituiría una grave afectación de la soberanía.

En un clima de polarización en el cual las críticas de los opositores al gobierno y las respuestas de sus partidarios son virulentas, es conveniente buscar la máxima objetividad y, para bien del país, solidarizarnos todos honestamente, al margen de banderías ideológicas, con las acciones que defienden eficazmente los intereses de México. Así, no puede menos que reconocerse que el gobierno mexicano ha logrado sortear habilidosamente las peligrosas minas puestas en su camino, ciertamente haciendo algunas concesiones, pero siempre ajustadas al marco jurídico nacional, al tiempo que ha puesto, en términos futbolísticos, la pierna fuerte en asuntos que atañen a principios fundamentales, como al mantener una postura independiente y acorde a nuestra tradición en el caso del asilo a Evo Morales, o el firme rechazo a la pretensión de que inspectores laborales estadounidenses verifiquen el cumplimiento de nuestra legislación en materia de trabajo; la cual por cierto es mucho más avanzada que la de ellos. Quizá sería conveniente que en paralelo a sus exigencias de mejorar el ingreso de nuestros trabajadores, se les solicitara que sus leyes protejan mejor a sus empleados frente al despido injustificado; o les otorguen seguridad social con atención médica, les den mayores vacaciones pagadas e introduzcan el reparto de utilidades.

La semana pasada fuimos testigos de una operación que merece el reconocimiento al que aludimos. El haber logrado contener el pronunciamiento de Trump, fue producto de una gran capacidad negociadora al hacer notar a la contraparte los posibles efectos secundarios que tendría en su contra la referida clasificación. A eso debe agregarse la valoración positiva de las formas diplomáticas. Que el Procurador General de EE. UU. visitara nuestro país y se entrevistara con el titular del Ejecutivo, es distinto que ir a la casa del vecino a buscar que atienda nuestros requerimientos. De remate, fue grato que el funcionario visitara la basílica de Guadalupe. Ello es una muestra de cordialidad entre quienes participaron en el encuentro. Algunos dirán —permítanme la licencia entre humorística y mística— que la Guadalupana es tan milagrosa que hasta logró moderar los ímpetus del presidente estadounidense en plena búsqueda de su reelección.

Adicionalmente, con la jugada de varias bandas que propició este buen resultado diplomático, coincidió la discreta salida del país de Evo Morales cuya actividad seguramente incomodaba al gobierno norteamericano. México acudió en auxilio del expresidente boliviano con gran dignidad, pero es evidente que después del favor de prácticamente salvarle la vida, una justa correspondencia consistía en no crearle problemas al país que tanto le benefició y en ello podemos suponer, se dio una diligente maniobra para involucrar al gobierno cubano, con el que siempre hemos sido cordiales y generosos. !Faena de orejas y rabo!

eduardoandrade1948@gmail.com

La relación con los Estados Unidos nunca ha sido fácil. La diferencia cultural y los intereses encontrados han marcado un complejo ámbito de convivencia que plantea problemas constantes pero también oportunidades de aprovechamiento de la vecindad. De diversas maneras se ha caracterizado esta circunstancia de la que no podemos desembarazarnos. Se atribuye a Porfirio Díaz haber dicho: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” o bien, recuerdo que por los años 50 cuando se hablaba de la política de la “Buena Vecindad”, se decía: “Nosotros somos los buenos y ellos son los vecinos”. El caso es que estar ligados geográficamente y en consecuencia atados por la historia, a la nación más poderosa del planeta, obliga a los gobiernos mexicanos a mantenerse en constante alerta frente a las presiones y a encontrar con prudencia e inteligencia la mejor manera de manejarlas, pues el enfrentamiento directo nos es absolutamente desfavorable.

Las vicisitudes se incrementan en los frecuentes procesos electorales al otro lado de la frontera cuando su política interna nos impacta generalmente de modo negativo. Si bien ninguno de sus grandes partidos es proclive a satisfacer demandas mexicanas, ciertamente nos ha ido menos mal con los presidentes Republicanos que con los Demócratas. Estos suelen ser más amistosos en el discurso pero en la práctica nos han dado duros golpes. Baste analizar la actitud de Obama en cuanto a la cantidad de mexicanos deportados durante su administración.

El caso es que entre las presiones de los Demócratas para incidir en la política laboral mexicana y las amenazas de Trump de catalogar a los carteles, que por cierto operan en ambos países, como grupos terroristas, se ha requerido de una gran habilidad para hacerles frente. Ambas posiciones son agresivas pero la de Trump suponía un alto riesgo potencial, en tanto que aceptar la intervención de inspectores del país vecino en nuestros centros de trabajo, constituiría una grave afectación de la soberanía.

En un clima de polarización en el cual las críticas de los opositores al gobierno y las respuestas de sus partidarios son virulentas, es conveniente buscar la máxima objetividad y, para bien del país, solidarizarnos todos honestamente, al margen de banderías ideológicas, con las acciones que defienden eficazmente los intereses de México. Así, no puede menos que reconocerse que el gobierno mexicano ha logrado sortear habilidosamente las peligrosas minas puestas en su camino, ciertamente haciendo algunas concesiones, pero siempre ajustadas al marco jurídico nacional, al tiempo que ha puesto, en términos futbolísticos, la pierna fuerte en asuntos que atañen a principios fundamentales, como al mantener una postura independiente y acorde a nuestra tradición en el caso del asilo a Evo Morales, o el firme rechazo a la pretensión de que inspectores laborales estadounidenses verifiquen el cumplimiento de nuestra legislación en materia de trabajo; la cual por cierto es mucho más avanzada que la de ellos. Quizá sería conveniente que en paralelo a sus exigencias de mejorar el ingreso de nuestros trabajadores, se les solicitara que sus leyes protejan mejor a sus empleados frente al despido injustificado; o les otorguen seguridad social con atención médica, les den mayores vacaciones pagadas e introduzcan el reparto de utilidades.

La semana pasada fuimos testigos de una operación que merece el reconocimiento al que aludimos. El haber logrado contener el pronunciamiento de Trump, fue producto de una gran capacidad negociadora al hacer notar a la contraparte los posibles efectos secundarios que tendría en su contra la referida clasificación. A eso debe agregarse la valoración positiva de las formas diplomáticas. Que el Procurador General de EE. UU. visitara nuestro país y se entrevistara con el titular del Ejecutivo, es distinto que ir a la casa del vecino a buscar que atienda nuestros requerimientos. De remate, fue grato que el funcionario visitara la basílica de Guadalupe. Ello es una muestra de cordialidad entre quienes participaron en el encuentro. Algunos dirán —permítanme la licencia entre humorística y mística— que la Guadalupana es tan milagrosa que hasta logró moderar los ímpetus del presidente estadounidense en plena búsqueda de su reelección.

Adicionalmente, con la jugada de varias bandas que propició este buen resultado diplomático, coincidió la discreta salida del país de Evo Morales cuya actividad seguramente incomodaba al gobierno norteamericano. México acudió en auxilio del expresidente boliviano con gran dignidad, pero es evidente que después del favor de prácticamente salvarle la vida, una justa correspondencia consistía en no crearle problemas al país que tanto le benefició y en ello podemos suponer, se dio una diligente maniobra para involucrar al gobierno cubano, con el que siempre hemos sido cordiales y generosos. !Faena de orejas y rabo!

eduardoandrade1948@gmail.com