/ lunes 7 de mayo de 2018

Hace 57 años empezaron los debates políticos por TV

Por estos días, quizá como nunca antes en México, se observa gran efervescencia política con motivo de las elecciones del 1 de julio. Todo el mundo habla del tema. En apariencia se ha superado la tradicional apatía del mexicano común respecto de las elecciones. Grande era ese desinterés al inicio de la década de los 60 del siglo pasado. En particular en las elecciones federales intermedias de 1961, que por diversas razones resultaron especialmente desangeladas.

Un año antes, en 1960, la opinión pública había vibrado con los debates sostenidos en EUA entre Nixon y Kennedy. Aunque diferidos, en México se transmitieron esos debates y captaron enormemente la atención. Ni en sueños se alcanzaba a ver que pronto pudiéramos ser testigos de algo parecido aquí. Daba la impresión de que estábamos a años luz de vivir una experiencia similar.

Sin embargo, tal posibilidad se presentó mucho antes de que nadie pudo haber imaginado. Ocurrió en la mencionada campaña electoral de 1961. El canal 6 de Monterrey invitó a los candidatos del PRI y del PAN de los cinco distritos de Nuevo León a debatir en vivo. El primero se programó para el 26 de mayo. Luego seguirían los demás.

No se llegó muy lejos. El candidato priista de ese primer distrito jamás apareció. Pero sí el del PAN, Lic. Francisco Calvi, quien empezó a responder los cuestionamientos que le fueron formulados. Los televidentes pudieron ver vacío el atril con el logo del PRI. Fue el símbolo de lo que sucedería durante décadas cuando se convocaba al PRI a debatir.

En aquella ocasión pionera la experiencia sólo duró seis minutos, porque la televisora -sin duda presionada- suspendió la transmisión.

Pues bien, el hecho es que en esa misma campaña de 1961 los candidatos panistas del DF invitaron reiteradamente a sus contrincantes priistas a debatir frente las cámaras. Y éstos sistemáticamente rehuyeron el debate, alegando siempre pretextos tan especiosos como ridículos. Hasta que finalmente autorizaron a uno de sus 24 candidatos a aceptar el desafío. Se trató de un tipo conocido por su arrogancia y los aires que se daba de culterano y sabihondo, de apellido Vargas McDonald.

Resultó que el contrincante panista de este priista soberbio era un modesto trabajador de nombre Tomás Carmona. Obrero, líder de un sindicato independiente, con sólida preparación básicamente autodidacta. El debate se transmitió el martes 27 de junio, a partir de las nueve y media de la noche por el canal 2, en el programa llamado Mesa de Celebridades que conducía Agustín Barrios Gómez.

Si el priismo pensó que al enfrentar a su seudointelectual con un simple obrero llevaba todas las de ganar, se equivocó rotundamente. El panista Carmona, ya fallecido, no sólo hizo un papel muy decoroso en ese histórico debate, sino que rápidamente le bajó los humos al insoportable McDonald. Así empezaron los debates políticos entre candidatos, hoy tan en boga.

Por estos días, quizá como nunca antes en México, se observa gran efervescencia política con motivo de las elecciones del 1 de julio. Todo el mundo habla del tema. En apariencia se ha superado la tradicional apatía del mexicano común respecto de las elecciones. Grande era ese desinterés al inicio de la década de los 60 del siglo pasado. En particular en las elecciones federales intermedias de 1961, que por diversas razones resultaron especialmente desangeladas.

Un año antes, en 1960, la opinión pública había vibrado con los debates sostenidos en EUA entre Nixon y Kennedy. Aunque diferidos, en México se transmitieron esos debates y captaron enormemente la atención. Ni en sueños se alcanzaba a ver que pronto pudiéramos ser testigos de algo parecido aquí. Daba la impresión de que estábamos a años luz de vivir una experiencia similar.

Sin embargo, tal posibilidad se presentó mucho antes de que nadie pudo haber imaginado. Ocurrió en la mencionada campaña electoral de 1961. El canal 6 de Monterrey invitó a los candidatos del PRI y del PAN de los cinco distritos de Nuevo León a debatir en vivo. El primero se programó para el 26 de mayo. Luego seguirían los demás.

No se llegó muy lejos. El candidato priista de ese primer distrito jamás apareció. Pero sí el del PAN, Lic. Francisco Calvi, quien empezó a responder los cuestionamientos que le fueron formulados. Los televidentes pudieron ver vacío el atril con el logo del PRI. Fue el símbolo de lo que sucedería durante décadas cuando se convocaba al PRI a debatir.

En aquella ocasión pionera la experiencia sólo duró seis minutos, porque la televisora -sin duda presionada- suspendió la transmisión.

Pues bien, el hecho es que en esa misma campaña de 1961 los candidatos panistas del DF invitaron reiteradamente a sus contrincantes priistas a debatir frente las cámaras. Y éstos sistemáticamente rehuyeron el debate, alegando siempre pretextos tan especiosos como ridículos. Hasta que finalmente autorizaron a uno de sus 24 candidatos a aceptar el desafío. Se trató de un tipo conocido por su arrogancia y los aires que se daba de culterano y sabihondo, de apellido Vargas McDonald.

Resultó que el contrincante panista de este priista soberbio era un modesto trabajador de nombre Tomás Carmona. Obrero, líder de un sindicato independiente, con sólida preparación básicamente autodidacta. El debate se transmitió el martes 27 de junio, a partir de las nueve y media de la noche por el canal 2, en el programa llamado Mesa de Celebridades que conducía Agustín Barrios Gómez.

Si el priismo pensó que al enfrentar a su seudointelectual con un simple obrero llevaba todas las de ganar, se equivocó rotundamente. El panista Carmona, ya fallecido, no sólo hizo un papel muy decoroso en ese histórico debate, sino que rápidamente le bajó los humos al insoportable McDonald. Así empezaron los debates políticos entre candidatos, hoy tan en boga.