/ sábado 20 de febrero de 2021

¡Hasta la cocina!

Como si viviéramos bajo la bota totalitaria, el gobierno se mete hasta la cocina de los mexicanos. Atenta contra su privacidad, busca hacerse de sus datos, a través de triquiñuelas y marrullerías, y viola Derechos Humanos. El ejemplo más reciente lo fue el tomar fotos de la credencial de elector, y a la persona, de los mayores de 60 años que recibían la vacuna contra el Covid.

Un estimado amigo llegó el pasado miércoles (Reservo su nombre por razones obvias), a la escuela Maestros de México, San Mateo Tlaltenango (Cuajimalpa, CDMX) para recibir la inoculación. Le llegó su turno y tras responder unas preguntas le dijeron que iban a retratarlo y a su credencial del INE. Extrañado por semejante petición les respondió que no, bajo ningún motivo. Tras discutir con el “siervo de la nación” éste le puso en claro que, de no aceptar, no lo vacunarían y romperían los papeles del expediente que ya se le había hecho. Su respuesta fue de nuevo, no y entonces destrozaron las hojas y le negaron el beneficio del medicamento.

Así se las gastan las brigadas electoreras de AMLO, dirigidas por el inefable mapache mayor, Gabriel Hernández, mandamás de los super delegados y de las legiones de promotores del voto –a cambio de los programas sociales, o sea, las dádivas-, que ahora acompañan al personal sanitario a cargo de vacunar. El segundo mapache, en el orden de la jerarquía de los “alquimistas”, es el Secretario del Bienestar, Javier May, autoridad directa sobre estas hordas guindas.

Mi amigo, persona cívica y politizada, me decía que para qué diablos necesitaban la copia de su INE y su fotografía, de no ser para algún chanchullo electorero. Comentó su profundo disgusto con este Régimen y me insistió en que prefería quedarse sin la protección del medicamento, antes que ceder a una exigencia autoritaria.

Admiro a los ciudadanos con los pantalones para rechazar estas intromisiones a la privacidad que, por supuesto, tienen “trastienda”. Su postura, como la de otras muchas personas que levantaron la voz, llevó a que Lorenzo Córdova le pidiera una explicación a la Secretaria de Gobernación, la que respondió con una perogrullada. En su mañanera, el tlatoani defendió la acción y dijo que no había nada oscuro detrás de ella; reiteró que “ellos son distintos”, lo que me provoca una carcajada. López Gatell tuvo que salir al quite y declaró que no sería obligatorio.

Esa misma semana el excanciller, Jorge Castañeda, tuvo un percance en el aeropuerto. Llegó su avión a la Terminal 2 de la CDMX y cuando los pasajeros se bajaban, unos mequetrefes, de uniforme, les pedían el ¡comprobante de embarque! ¡Llegaban, no se iban! Al conocido güero le pareció absurdo y se negó a darlo. Le exigieron el pasaporte y después de una larga discusión se negaron a devolvérselo.

Otra intromisión aberrante a la privacidad y robo de documento. Por supuesto los jefecillos negaron que fueran sus empleados: ¡Yo no fui, fue Teté, pégale que ella fue!, diría el tlatoani. ¿Cómo accedieron a zonas restringidas? ¿Y a santo de qué demandan documentación con datos específicos de las personas?

La obsesión de la 4T por controlarnos, a meses de la madre de todas las elecciones, es un auténtico agravio y destaza cualquier garantía. Intentan ejercer un control absoluto sobre la sociedad, haciéndose de información privilegiada, mediante trampas y sucias tretas. ¡Aguas!: al estilo de la desaparecida URSS o de Venezuela.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq











Como si viviéramos bajo la bota totalitaria, el gobierno se mete hasta la cocina de los mexicanos. Atenta contra su privacidad, busca hacerse de sus datos, a través de triquiñuelas y marrullerías, y viola Derechos Humanos. El ejemplo más reciente lo fue el tomar fotos de la credencial de elector, y a la persona, de los mayores de 60 años que recibían la vacuna contra el Covid.

Un estimado amigo llegó el pasado miércoles (Reservo su nombre por razones obvias), a la escuela Maestros de México, San Mateo Tlaltenango (Cuajimalpa, CDMX) para recibir la inoculación. Le llegó su turno y tras responder unas preguntas le dijeron que iban a retratarlo y a su credencial del INE. Extrañado por semejante petición les respondió que no, bajo ningún motivo. Tras discutir con el “siervo de la nación” éste le puso en claro que, de no aceptar, no lo vacunarían y romperían los papeles del expediente que ya se le había hecho. Su respuesta fue de nuevo, no y entonces destrozaron las hojas y le negaron el beneficio del medicamento.

Así se las gastan las brigadas electoreras de AMLO, dirigidas por el inefable mapache mayor, Gabriel Hernández, mandamás de los super delegados y de las legiones de promotores del voto –a cambio de los programas sociales, o sea, las dádivas-, que ahora acompañan al personal sanitario a cargo de vacunar. El segundo mapache, en el orden de la jerarquía de los “alquimistas”, es el Secretario del Bienestar, Javier May, autoridad directa sobre estas hordas guindas.

Mi amigo, persona cívica y politizada, me decía que para qué diablos necesitaban la copia de su INE y su fotografía, de no ser para algún chanchullo electorero. Comentó su profundo disgusto con este Régimen y me insistió en que prefería quedarse sin la protección del medicamento, antes que ceder a una exigencia autoritaria.

Admiro a los ciudadanos con los pantalones para rechazar estas intromisiones a la privacidad que, por supuesto, tienen “trastienda”. Su postura, como la de otras muchas personas que levantaron la voz, llevó a que Lorenzo Córdova le pidiera una explicación a la Secretaria de Gobernación, la que respondió con una perogrullada. En su mañanera, el tlatoani defendió la acción y dijo que no había nada oscuro detrás de ella; reiteró que “ellos son distintos”, lo que me provoca una carcajada. López Gatell tuvo que salir al quite y declaró que no sería obligatorio.

Esa misma semana el excanciller, Jorge Castañeda, tuvo un percance en el aeropuerto. Llegó su avión a la Terminal 2 de la CDMX y cuando los pasajeros se bajaban, unos mequetrefes, de uniforme, les pedían el ¡comprobante de embarque! ¡Llegaban, no se iban! Al conocido güero le pareció absurdo y se negó a darlo. Le exigieron el pasaporte y después de una larga discusión se negaron a devolvérselo.

Otra intromisión aberrante a la privacidad y robo de documento. Por supuesto los jefecillos negaron que fueran sus empleados: ¡Yo no fui, fue Teté, pégale que ella fue!, diría el tlatoani. ¿Cómo accedieron a zonas restringidas? ¿Y a santo de qué demandan documentación con datos específicos de las personas?

La obsesión de la 4T por controlarnos, a meses de la madre de todas las elecciones, es un auténtico agravio y destaza cualquier garantía. Intentan ejercer un control absoluto sobre la sociedad, haciéndose de información privilegiada, mediante trampas y sucias tretas. ¡Aguas!: al estilo de la desaparecida URSS o de Venezuela.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq