/ miércoles 29 de abril de 2020

“Hemos podido domar al Covid”

Contradicción en las cifras oficiales, palabrejas optimistas que buscan minimizar la pandemia; poca y mala información, a pesar de las largas conferencias vespertinas del “galán”, López Gatell.

Me entero del caso de una empleada que colabora en el negocio de una amiga. La llama afligida, diciéndole que tiene los síntomas del virus. La patrona le dice que, de inmediato, debe hacerse la prueba y que va a llamar al conocido laboratorio, que publicita que las hace a domicilio, a un costo de menos de dos mil pesos. Tras más de media hora logra comunicarse y le dicen –después de otros eternos 30 minutos más-, que la dirección que les da sí está dentro de las rutas que cubren.

Cuando le van a tomar los datos –pasan otros 15 minutos-, le salen con que ya se les terminaron las pruebas. Habla con la enferma y le dice que se vaya de inmediato a un hospital cercano, ubicado en Cuautitlán Izcalli y parte de una cadena, que también mucho se publicita.

La infeliz mujer, sintiéndose del demonio, acude a la pomadosa institución. Por supuesto, la hacen esperar en la recepción y al fin la atiende una secretaria. Le dice que la consulta le va a costar dos mil pesos; que, en razón de los síntomas, habrá que hacerle la prueba del coronavirus, siete mil 800 pesos y que si hay que internarla tendrá que garantizar la estadía con una tarjeta de crédito, que mínimo le cubra 350 mil pesos.

Accede a la consulta, en vista de lo mal que se siente. El médico opina que podría ser el bicho, pero que tiene que hacerse el estudio. No tiene la cantidad que le piden. Sale del consultorio y la vuelve a llamar el “galeno”, para que le firme un montón de papeles en los que, como quien dice, el mentado nosocomio se lava las manos, por lo que pueda ocurrir.

El mercantilismo, a su máxima expresión. A río revuelto ganancia de “pecadores”. Un amigo la lleva con un médico militar: le cobra mil 500, le dice que probablemente es positiva, que se vaya a su casa, tome paracetamol y, en pocas palabras, tenga fe en la Virgencita de Guadalupe.

Desesperada se va a su domicilio y allí ha estado, unos días mejor, otros peor, sin ser parte de las archimentadas estadísticas, como tantos otros miles.

Inconcebible la falta de información. El gobierno federal y los locales, tendrían que estar emitiendo los números telefónicos, en los que se puede consultar la situación personal, con toda frecuencia. En la CDMX, la señora Sheinbaum, en sus apariciones, suele dar el número al que se puede comunicar quien tenga síntomas; es insuficiente.

Estos teléfonos de orientación al público, deberían estar en todas partes y en todas las entidades, hasta en el último municipio. Es parte del derecho a la salud y a la posibilidad de saber qué hacer, cuando empiezan los malestares.

Los hospitales particulares y los laboratorios, salvo honrosas excepciones, están a hacer su agosto. Les importa un bledo el turnar a una persona a una institución oficial, cuando ven que no cuenta con los recursos para hacer uso de sus servicios.

Sobran ejemplos de personas infectadas sin posibilidades de atención, por falta de información, de recursos, de ambos. Habría que utilizar los medios de comunicación para bombardear con los datos de donde se encuentra ayuda. De otra manera, la población seguirá a la buena de Dios, adquiriendo el virus, contagiando a los de su alrededor, sin posibilidades de sobrevivir. Aunque según AMLO, ¡ya lo domaron!



catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Contradicción en las cifras oficiales, palabrejas optimistas que buscan minimizar la pandemia; poca y mala información, a pesar de las largas conferencias vespertinas del “galán”, López Gatell.

Me entero del caso de una empleada que colabora en el negocio de una amiga. La llama afligida, diciéndole que tiene los síntomas del virus. La patrona le dice que, de inmediato, debe hacerse la prueba y que va a llamar al conocido laboratorio, que publicita que las hace a domicilio, a un costo de menos de dos mil pesos. Tras más de media hora logra comunicarse y le dicen –después de otros eternos 30 minutos más-, que la dirección que les da sí está dentro de las rutas que cubren.

Cuando le van a tomar los datos –pasan otros 15 minutos-, le salen con que ya se les terminaron las pruebas. Habla con la enferma y le dice que se vaya de inmediato a un hospital cercano, ubicado en Cuautitlán Izcalli y parte de una cadena, que también mucho se publicita.

La infeliz mujer, sintiéndose del demonio, acude a la pomadosa institución. Por supuesto, la hacen esperar en la recepción y al fin la atiende una secretaria. Le dice que la consulta le va a costar dos mil pesos; que, en razón de los síntomas, habrá que hacerle la prueba del coronavirus, siete mil 800 pesos y que si hay que internarla tendrá que garantizar la estadía con una tarjeta de crédito, que mínimo le cubra 350 mil pesos.

Accede a la consulta, en vista de lo mal que se siente. El médico opina que podría ser el bicho, pero que tiene que hacerse el estudio. No tiene la cantidad que le piden. Sale del consultorio y la vuelve a llamar el “galeno”, para que le firme un montón de papeles en los que, como quien dice, el mentado nosocomio se lava las manos, por lo que pueda ocurrir.

El mercantilismo, a su máxima expresión. A río revuelto ganancia de “pecadores”. Un amigo la lleva con un médico militar: le cobra mil 500, le dice que probablemente es positiva, que se vaya a su casa, tome paracetamol y, en pocas palabras, tenga fe en la Virgencita de Guadalupe.

Desesperada se va a su domicilio y allí ha estado, unos días mejor, otros peor, sin ser parte de las archimentadas estadísticas, como tantos otros miles.

Inconcebible la falta de información. El gobierno federal y los locales, tendrían que estar emitiendo los números telefónicos, en los que se puede consultar la situación personal, con toda frecuencia. En la CDMX, la señora Sheinbaum, en sus apariciones, suele dar el número al que se puede comunicar quien tenga síntomas; es insuficiente.

Estos teléfonos de orientación al público, deberían estar en todas partes y en todas las entidades, hasta en el último municipio. Es parte del derecho a la salud y a la posibilidad de saber qué hacer, cuando empiezan los malestares.

Los hospitales particulares y los laboratorios, salvo honrosas excepciones, están a hacer su agosto. Les importa un bledo el turnar a una persona a una institución oficial, cuando ven que no cuenta con los recursos para hacer uso de sus servicios.

Sobran ejemplos de personas infectadas sin posibilidades de atención, por falta de información, de recursos, de ambos. Habría que utilizar los medios de comunicación para bombardear con los datos de donde se encuentra ayuda. De otra manera, la población seguirá a la buena de Dios, adquiriendo el virus, contagiando a los de su alrededor, sin posibilidades de sobrevivir. Aunque según AMLO, ¡ya lo domaron!



catalinanq@hotmail.com

@catalinanq