/ jueves 12 de marzo de 2020

Historias con eco

Por: María de los Angeles Fromow Rangel

mafrcontacto@gmail.com

El domingo y lunes de esta semana hemos sido testigos de dos acontecimientos que probablemente marquen un antes y un después de la atención que merece la violencia que las mujeres vivimos todos los días.

Recordemos que, pese a la desigualdad histórica que se vive en razón de género en distintos ámbitos, un parteaguas fue el movimiento de índole laboral a principios del siglo pasado en los Estados Unidos, en una fábrica de textiles ubicada en la Ciudad de Nueva York, en la que más de cien mujeres perdieron la vida en el incendio del inmueble el 25 de marzo de 1911.

¿1911? Ha pasado apenas poco más de un siglo desde aquel acontecimiento, prácticamente el mismo tiempo que tenemos como mexicanos de historia a partir del movimiento revolucionario encabezado por Emiliano Zapata. Esto viene a colación por distintas razones, pues un suceso que cambió el sentir de la violencia a nivel internacional sobre la ejercida contra las mujeres, parece que ha tenido en nuestro país una repercusión palpable en los últimos años ante el clamor de seguridad y justicia de miles de niñas y mujeres desaparecidas y asesinadas en todo el territorio nacional.

Clamor que se ha unido a la voz de distintas mujeres alrededor del mundo en diferentes escenarios y latitudes, la gestación de un movimiento social que exige para el género femenino el reconocimiento de capacidades y derechos de manera igualitaria, diluyendo algunos tradicionalmente reservados para hombres.

Este movimiento feminista, en su expresión más loable y respetable ha impulsado la voz y dolor de muchas mujeres que han sufrido maltrato en sus hogares, trabajos y lugares públicos, sin importar edades o condiciones sociales, que además en el peor de los casos han terminado en la pérdida de la vida de aquellas inocentes.

Y es que, esta situación no es nueva, uno de los hechos que ha marcado la historia de nuestro país ha sido la época donde se desataparon los asesinatos de mujeres trabajadoras en las maquilas de la frontera norte, en Ciudad Juárez, Chihuahua, en la década de los noventa.

Exhibiéndose, entre otros sucesos, la situación de misoginia, violencia doméstica, narcotráfico y explotación laboral en la sentencia de la Corte interamericana de Derechos Humanos, conocida como la sentencia del Campo Algodonero, de 2009, iniciada siete años antes. En este documento se responsabilizó al Estado Mexicano por “la falta de medidas de protección a las víctimas, dos de las cuales eran menores de edad; la falta de prevención de estos crímenes, pese al pleno conocimiento de la existencia de un patrón de violencia de género que había dejado centenares de mujeres y niñas asesinadas; la falta de respuesta de las autoridades frente a la desaparición […]; la falta de debida diligencia en la investigación de los asesinatos […], así como la denegación de justicia y la falta de reparación adecuada”.

Lo infortunado de esto de todo esto, es que hoy en día en pleno 2020, las demandas de las miles de mujeres que salimos a marchar este domingo y de aquellas que nos ausentamos del trabajo y actividades cotidianas el día lunes, son desafortunadamente las mismas que hace décadas.

Esta semana ha sido distinta en muchos años, una gran conmemoración en donde se unieron las mujeres físicamente, en medios de comunicación y en redes sociales al unísono y con una sola petición: Alto a la violencia en razón de género, alto a ser violentadas en nuestros hogares, alto a ser violentadas en la calle, alto a ser violentadas por familiares, amigos y extraños. Pero también, alto a ser violentadas por el que, se supone, es garante de nuestros derechos: el Estado Mexicano.

Hoy es un tiempo de reflexionar el rumbo que queremos seguir como sociedad, las circunstancias que queremos heredar a las nuevas generaciones y, sobre todo, las acciones que debemos emprender para hacer frente a esta situación tan crítica que parece no tener final.

Hoy tenemos la oportunidad de generar una reconciliación basada en el respeto por el prójimo, en el interés de reconstruir el tejido social que a todos nos incumbe con la finalidad de disfrutar una convivencia sana, respetuosa y libre de violencia que todos merecemos.

Finalmente, la pregunta que todos tenemos al respecto es: ¿qué sigue? Y la única respuesta es actuar para transformar lo que hoy se reclama y exigir los cambios tan necesarios.

Por: María de los Angeles Fromow Rangel

mafrcontacto@gmail.com

El domingo y lunes de esta semana hemos sido testigos de dos acontecimientos que probablemente marquen un antes y un después de la atención que merece la violencia que las mujeres vivimos todos los días.

Recordemos que, pese a la desigualdad histórica que se vive en razón de género en distintos ámbitos, un parteaguas fue el movimiento de índole laboral a principios del siglo pasado en los Estados Unidos, en una fábrica de textiles ubicada en la Ciudad de Nueva York, en la que más de cien mujeres perdieron la vida en el incendio del inmueble el 25 de marzo de 1911.

¿1911? Ha pasado apenas poco más de un siglo desde aquel acontecimiento, prácticamente el mismo tiempo que tenemos como mexicanos de historia a partir del movimiento revolucionario encabezado por Emiliano Zapata. Esto viene a colación por distintas razones, pues un suceso que cambió el sentir de la violencia a nivel internacional sobre la ejercida contra las mujeres, parece que ha tenido en nuestro país una repercusión palpable en los últimos años ante el clamor de seguridad y justicia de miles de niñas y mujeres desaparecidas y asesinadas en todo el territorio nacional.

Clamor que se ha unido a la voz de distintas mujeres alrededor del mundo en diferentes escenarios y latitudes, la gestación de un movimiento social que exige para el género femenino el reconocimiento de capacidades y derechos de manera igualitaria, diluyendo algunos tradicionalmente reservados para hombres.

Este movimiento feminista, en su expresión más loable y respetable ha impulsado la voz y dolor de muchas mujeres que han sufrido maltrato en sus hogares, trabajos y lugares públicos, sin importar edades o condiciones sociales, que además en el peor de los casos han terminado en la pérdida de la vida de aquellas inocentes.

Y es que, esta situación no es nueva, uno de los hechos que ha marcado la historia de nuestro país ha sido la época donde se desataparon los asesinatos de mujeres trabajadoras en las maquilas de la frontera norte, en Ciudad Juárez, Chihuahua, en la década de los noventa.

Exhibiéndose, entre otros sucesos, la situación de misoginia, violencia doméstica, narcotráfico y explotación laboral en la sentencia de la Corte interamericana de Derechos Humanos, conocida como la sentencia del Campo Algodonero, de 2009, iniciada siete años antes. En este documento se responsabilizó al Estado Mexicano por “la falta de medidas de protección a las víctimas, dos de las cuales eran menores de edad; la falta de prevención de estos crímenes, pese al pleno conocimiento de la existencia de un patrón de violencia de género que había dejado centenares de mujeres y niñas asesinadas; la falta de respuesta de las autoridades frente a la desaparición […]; la falta de debida diligencia en la investigación de los asesinatos […], así como la denegación de justicia y la falta de reparación adecuada”.

Lo infortunado de esto de todo esto, es que hoy en día en pleno 2020, las demandas de las miles de mujeres que salimos a marchar este domingo y de aquellas que nos ausentamos del trabajo y actividades cotidianas el día lunes, son desafortunadamente las mismas que hace décadas.

Esta semana ha sido distinta en muchos años, una gran conmemoración en donde se unieron las mujeres físicamente, en medios de comunicación y en redes sociales al unísono y con una sola petición: Alto a la violencia en razón de género, alto a ser violentadas en nuestros hogares, alto a ser violentadas en la calle, alto a ser violentadas por familiares, amigos y extraños. Pero también, alto a ser violentadas por el que, se supone, es garante de nuestros derechos: el Estado Mexicano.

Hoy es un tiempo de reflexionar el rumbo que queremos seguir como sociedad, las circunstancias que queremos heredar a las nuevas generaciones y, sobre todo, las acciones que debemos emprender para hacer frente a esta situación tan crítica que parece no tener final.

Hoy tenemos la oportunidad de generar una reconciliación basada en el respeto por el prójimo, en el interés de reconstruir el tejido social que a todos nos incumbe con la finalidad de disfrutar una convivencia sana, respetuosa y libre de violencia que todos merecemos.

Finalmente, la pregunta que todos tenemos al respecto es: ¿qué sigue? Y la única respuesta es actuar para transformar lo que hoy se reclama y exigir los cambios tan necesarios.