/ viernes 1 de octubre de 2021

Hojas de Papel Volando | 2 de octubre ¿no se olvida?

Aquello pasó de manera vertiginosa para muchos. Sobre todo para los muchachos en edad estudiantil de la capital del país, involucrados como actores principales de aquellos días en los que decidieron levantar la voz y plasmar su existencia y participación con exigencias que, después de todo, habrían de cambiar a México.

Su pliego petitorio dado a conocer entre el 4 y 5 de agosto de 1968 no era revolucionario y sí razonable, por lo que había ocurrido los días previos. A partir del 22 de julio por un pleito entre estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional y la Preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México las cosas crecieron de forma inmediata y la policía mexicana actuó a modo de represión ‘para evitar un problema mayor’.

Lo que sí fue revolucionario fue el que levantaran la voz; que reclamaran; que pusieran en entredicho las acciones de gobierno y que pusieran un “hasta aquí” a los excesos policiacos en contra de todo acto colectivo.

Desde el principio, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz caracterizó al movimiento estudiantil como el intento de derrocar al gobierno e instaurar un pretendido régimen “comunista” como parte de un falso “Plan Subversivo de Proyección Internacional” y lo criminalizó, argumentando que los participantes eran terroristas, delincuentes y un peligro para la seguridad nacional. Sobre todo en vistas de que en octubre de ese año se celebrarían en México los Juegos Olímpicos.

Las exigencias estudiantiles correspondían a los agravios cometidos en contra de ellos:

“Libertad a los presos políticos. Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea, así como también del coronel Armando Frías. Extinción del Cuerpo de Granaderos, instrumento directo en la represión y no creación de cuerpos semejantes...

“...Derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal (que establece el delito de disolución social) instrumento jurídico de la agresión. Indemnización a las familias de los muertos y heridos que fueron víctimas de la agresión del viernes 26 de julio en adelante. Deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policía, granaderos y ejército.” Nada desestabilizadores y sí puestos en ley.

Pero nada. El gobierno, como Gabino Barrera, ‘no entendía razones andando en su borrachera de poder’. Así que los días siguientes se tensaron aun más, aunque el único instrumento de reclamo de los muchachos del 68 aquel, era la organización colectiva y la manifestación callejera.

En tanto, el gobierno tenía el poder del Estado, las armas y la represión. Así que reaccionó de forma extrema y el 2 de octubre ocurrió la masacre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

De lo que pasó antes, lo que sucedió ese día y lo que transcurriría los días siguientes, y meses y años, hay registro y se ha publicado vasto. Falta mucho más.

Pero a partir de aquel momento México ya no sería el mismo. Ya no sería el de “obedecer y callar”; sí el levantisco y rezongón propio del camino hacia la democracia. Digamos que aquello fue el inicio de los cambios y de una nueva ruta. La de más participación social en las decisiones de gobierno. Y todo se debe a los muchachos del 68 aquel.

Mientras tanto el mundo seguía, a la manera del tango, “Gira-Gira”. Por entonces México comenzaba a mirar más a lo lejos. El mundo se convulsionaba y los muchachos de muchos otros países querían gritar a todo pulmón que ellos también tenían derechos:

“La imaginación al poder” se expresaba con toda la fuerza interna en Paris; en Londres, en San Francisco, California, en Praga, con todo y la intervención soviética. Todo el mundo, como un solo cuerpo social se agitaba, se removía en sus propias contradicciones y comenzaban a gestarse nuevos aires, digamos que “aires de libertad”.

En México quienes atisbamos aquel movimiento lo veíamos con preocupación, con interés y temerosos de que aquello se saliera de control. Incluso lo que éramos niños por entonces percibíamos aromas distintos, aires distintos, actitudes diferentes.

Por mi parte, como incipiente estudiante de secundaria ya en el Distrito Federal, observaba que los maestros se reunían en un rincón del patio de la escuela y dialogaban, discutían, mostraban interés y preocupación. Se veían nerviosos y caminaban de un lado a otro. A sus alumnos no nos comunicaban lo que ocurría, aunque nosotros lo sabíamos porque otros mayores lo comentaban.

Los medios de comunicación reportaban los hechos pero aun de forma sesgada, con bajo perfil informativo, como queriendo decirlo y no decirlo. Algunos periódicos mostraban imágenes de las manifestaciones. Esto es: los que se atrevían. Los que percibían que aquello iba muy en serio. Como Excélsior, que incluso publicaba artículos de opinión en tono crítico, como los de Daniel Cosío Villegas.

Pero eso: el mundo seguía girando-girando. En México, por aquellos días, pasábamos de lo meloso de la música a lo más novedoso y todavía “juvenil”. En la radio, aquel octubre de 1968 se transmitían los éxitos de “Raphael”-“El divo de Linares”, con aquella rola de “Mi gran noche”: “Hoy para mí es un día especial, hoy saldré por la noche...” uhhh.

Se escuchaba a Johnny Dinamo con dos covers emblemáticos: “Eloísa” y “Palabras”: “Palabras son, pero algo de verdad, guardó mi corazón...” Otro uhhhhh. Angélica María cubría la radio con su versión a “Cuando me enamoro”... y Luis ‘Vivi’ Hernández agitaba el esqueleto con “Soy Napoleón, me siento un león, me siento muy fuerte no soy sangrón...” mientras que los Union Gap, desde Londres, nos cantaban sus pesares con la famosa “Young girl, get out of my mind”.

Los cines que rifaban por entonces en la capital del país eran los de cuatro pesos –fifís, se diría hoy- Cine Orfeón, Hipódromo, Polanco, Metropólitan, Palacio Chino. Y por supuesto los cines de medio pelo y hasta los “piojito” en los que las tandas eran de tres-películas-tres. Estaban en la periferia económica el Ermita, el Jalisco, el Reforma, el Titán, el Gloria...

Y se exhibía “Prudencia y la píldora” en la que David Niven y Deborah Kerr dirimían el uso de la píldora para evitar embarazos. Y con gran éxito una película “picara” que se llamó “Ensayo de una noche de bodas” de José María Fernández Unsáín, como también “Blue Demon contra las diabólicas” protagonizada por el famoso luchador y dirigida por Chano Urueta.

México tenía una población de 48.4 millones de habitantes y estaba en la víspera de las olimpiadas de Mëxico-68: "Ofrecemos y deseamos la amistad con todos los pueblos de la tierra", ¡si, Chucha! Pero con los estudiantes nada.

El gobierno mexicano estaba temeroso de no poder echar adelante esos juegos olímpicos; la vista del mundo estaba puesta en México. Todo antes que quedar mal, era la consigna de Gustavo Díaz Ordaz. Así que el 13 de octubre de ese año, once días después de la masacre de Tlatelolco, muy orondo el presidente asistía a un Estadio Olímpico en Ciudad Universitaria de México, impresionante, colmado de gente, colmado de entusiasmo, de brillantez...Orgullosos los mexicanos por lograr esta hazaña de reunir al mundo en una nuez.

Presidía el evento el símbolo olímpico de los cinco aros unidos. Había palomas blancas que a una señal salieron disparadas al cielo infinito del sur del DF. Se entonaron los himnos: los del el Comité Olímpico Internacional y el Himno Nacional que todos entonaron orgullosos, con la mano en el corazón: “Piensa oh Patria querida que el cielo, un soldado en cada hijo te dio...”.

Queta Basilio, la corredora olímpica subió las escalinatas dispuestas hasta llegar al pebetero que tenía forma prehispánica, encendió la flama y se dio por inaugurada la justa deportiva. Las olimpiadas de México 68 fueron todo un éxito. El colorido. La bonhomía de los mexicanos. Sus sombreros de charro. Sus atuendos coloridos e iluminados. Sus canciones bravías. El mundo estaba feliz con la organización mexicana de este evento mundial.

En Tlatelolco aún no se borraba la sangre joven. La sangre de los muchachos aquellos que querían sentir que estaban vivos, que pertenecían a un país, a una nación a un México que era de ellos y para ellos... Muchachos soñadores de libros bajo el brazo que lo único que querían era ser construir otro México: su propio México.

Aquello pasó de manera vertiginosa para muchos. Sobre todo para los muchachos en edad estudiantil de la capital del país, involucrados como actores principales de aquellos días en los que decidieron levantar la voz y plasmar su existencia y participación con exigencias que, después de todo, habrían de cambiar a México.

Su pliego petitorio dado a conocer entre el 4 y 5 de agosto de 1968 no era revolucionario y sí razonable, por lo que había ocurrido los días previos. A partir del 22 de julio por un pleito entre estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional y la Preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México las cosas crecieron de forma inmediata y la policía mexicana actuó a modo de represión ‘para evitar un problema mayor’.

Lo que sí fue revolucionario fue el que levantaran la voz; que reclamaran; que pusieran en entredicho las acciones de gobierno y que pusieran un “hasta aquí” a los excesos policiacos en contra de todo acto colectivo.

Desde el principio, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz caracterizó al movimiento estudiantil como el intento de derrocar al gobierno e instaurar un pretendido régimen “comunista” como parte de un falso “Plan Subversivo de Proyección Internacional” y lo criminalizó, argumentando que los participantes eran terroristas, delincuentes y un peligro para la seguridad nacional. Sobre todo en vistas de que en octubre de ese año se celebrarían en México los Juegos Olímpicos.

Las exigencias estudiantiles correspondían a los agravios cometidos en contra de ellos:

“Libertad a los presos políticos. Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea, así como también del coronel Armando Frías. Extinción del Cuerpo de Granaderos, instrumento directo en la represión y no creación de cuerpos semejantes...

“...Derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal (que establece el delito de disolución social) instrumento jurídico de la agresión. Indemnización a las familias de los muertos y heridos que fueron víctimas de la agresión del viernes 26 de julio en adelante. Deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policía, granaderos y ejército.” Nada desestabilizadores y sí puestos en ley.

Pero nada. El gobierno, como Gabino Barrera, ‘no entendía razones andando en su borrachera de poder’. Así que los días siguientes se tensaron aun más, aunque el único instrumento de reclamo de los muchachos del 68 aquel, era la organización colectiva y la manifestación callejera.

En tanto, el gobierno tenía el poder del Estado, las armas y la represión. Así que reaccionó de forma extrema y el 2 de octubre ocurrió la masacre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

De lo que pasó antes, lo que sucedió ese día y lo que transcurriría los días siguientes, y meses y años, hay registro y se ha publicado vasto. Falta mucho más.

Pero a partir de aquel momento México ya no sería el mismo. Ya no sería el de “obedecer y callar”; sí el levantisco y rezongón propio del camino hacia la democracia. Digamos que aquello fue el inicio de los cambios y de una nueva ruta. La de más participación social en las decisiones de gobierno. Y todo se debe a los muchachos del 68 aquel.

Mientras tanto el mundo seguía, a la manera del tango, “Gira-Gira”. Por entonces México comenzaba a mirar más a lo lejos. El mundo se convulsionaba y los muchachos de muchos otros países querían gritar a todo pulmón que ellos también tenían derechos:

“La imaginación al poder” se expresaba con toda la fuerza interna en Paris; en Londres, en San Francisco, California, en Praga, con todo y la intervención soviética. Todo el mundo, como un solo cuerpo social se agitaba, se removía en sus propias contradicciones y comenzaban a gestarse nuevos aires, digamos que “aires de libertad”.

En México quienes atisbamos aquel movimiento lo veíamos con preocupación, con interés y temerosos de que aquello se saliera de control. Incluso lo que éramos niños por entonces percibíamos aromas distintos, aires distintos, actitudes diferentes.

Por mi parte, como incipiente estudiante de secundaria ya en el Distrito Federal, observaba que los maestros se reunían en un rincón del patio de la escuela y dialogaban, discutían, mostraban interés y preocupación. Se veían nerviosos y caminaban de un lado a otro. A sus alumnos no nos comunicaban lo que ocurría, aunque nosotros lo sabíamos porque otros mayores lo comentaban.

Los medios de comunicación reportaban los hechos pero aun de forma sesgada, con bajo perfil informativo, como queriendo decirlo y no decirlo. Algunos periódicos mostraban imágenes de las manifestaciones. Esto es: los que se atrevían. Los que percibían que aquello iba muy en serio. Como Excélsior, que incluso publicaba artículos de opinión en tono crítico, como los de Daniel Cosío Villegas.

Pero eso: el mundo seguía girando-girando. En México, por aquellos días, pasábamos de lo meloso de la música a lo más novedoso y todavía “juvenil”. En la radio, aquel octubre de 1968 se transmitían los éxitos de “Raphael”-“El divo de Linares”, con aquella rola de “Mi gran noche”: “Hoy para mí es un día especial, hoy saldré por la noche...” uhhh.

Se escuchaba a Johnny Dinamo con dos covers emblemáticos: “Eloísa” y “Palabras”: “Palabras son, pero algo de verdad, guardó mi corazón...” Otro uhhhhh. Angélica María cubría la radio con su versión a “Cuando me enamoro”... y Luis ‘Vivi’ Hernández agitaba el esqueleto con “Soy Napoleón, me siento un león, me siento muy fuerte no soy sangrón...” mientras que los Union Gap, desde Londres, nos cantaban sus pesares con la famosa “Young girl, get out of my mind”.

Los cines que rifaban por entonces en la capital del país eran los de cuatro pesos –fifís, se diría hoy- Cine Orfeón, Hipódromo, Polanco, Metropólitan, Palacio Chino. Y por supuesto los cines de medio pelo y hasta los “piojito” en los que las tandas eran de tres-películas-tres. Estaban en la periferia económica el Ermita, el Jalisco, el Reforma, el Titán, el Gloria...

Y se exhibía “Prudencia y la píldora” en la que David Niven y Deborah Kerr dirimían el uso de la píldora para evitar embarazos. Y con gran éxito una película “picara” que se llamó “Ensayo de una noche de bodas” de José María Fernández Unsáín, como también “Blue Demon contra las diabólicas” protagonizada por el famoso luchador y dirigida por Chano Urueta.

México tenía una población de 48.4 millones de habitantes y estaba en la víspera de las olimpiadas de Mëxico-68: "Ofrecemos y deseamos la amistad con todos los pueblos de la tierra", ¡si, Chucha! Pero con los estudiantes nada.

El gobierno mexicano estaba temeroso de no poder echar adelante esos juegos olímpicos; la vista del mundo estaba puesta en México. Todo antes que quedar mal, era la consigna de Gustavo Díaz Ordaz. Así que el 13 de octubre de ese año, once días después de la masacre de Tlatelolco, muy orondo el presidente asistía a un Estadio Olímpico en Ciudad Universitaria de México, impresionante, colmado de gente, colmado de entusiasmo, de brillantez...Orgullosos los mexicanos por lograr esta hazaña de reunir al mundo en una nuez.

Presidía el evento el símbolo olímpico de los cinco aros unidos. Había palomas blancas que a una señal salieron disparadas al cielo infinito del sur del DF. Se entonaron los himnos: los del el Comité Olímpico Internacional y el Himno Nacional que todos entonaron orgullosos, con la mano en el corazón: “Piensa oh Patria querida que el cielo, un soldado en cada hijo te dio...”.

Queta Basilio, la corredora olímpica subió las escalinatas dispuestas hasta llegar al pebetero que tenía forma prehispánica, encendió la flama y se dio por inaugurada la justa deportiva. Las olimpiadas de México 68 fueron todo un éxito. El colorido. La bonhomía de los mexicanos. Sus sombreros de charro. Sus atuendos coloridos e iluminados. Sus canciones bravías. El mundo estaba feliz con la organización mexicana de este evento mundial.

En Tlatelolco aún no se borraba la sangre joven. La sangre de los muchachos aquellos que querían sentir que estaban vivos, que pertenecían a un país, a una nación a un México que era de ellos y para ellos... Muchachos soñadores de libros bajo el brazo que lo único que querían era ser construir otro México: su propio México.

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