/ viernes 9 de abril de 2021

Hojas de papel volando | Agua que sí has de beber

“Para su consumo humano, el agua tiene que ser inolora, incolora, insabora. A ver repitan a coro: inolora, incolora, insabora”. Y lo dicen y repiten todavía hoy nuestros maestros de los primeros años escolares.

Son los tres requisitos básicos para servirla en un buen jarro de barro, en un pocillo --de los que ya casi no hay--, en jícara o en un vaso transparente y dichoso: “Quiero volver a tierras niñas; llévenme a un blando, país de aguas”, exaltaba Gabriela Mistral.

El agua dulce es indispensable para vivir. Una verdad de Pero Grullo cierta. No hay una sola actividad humana que no requiera agua para llevarla a cabo. Y somos en gran medida agua. El cuerpo humano está compuesto en un 60 por ciento de agua, el cerebro en un 70, la sangre en un 80 y los pulmones en 90 por ciento de agua. Las células de nuestros cuerpos están llenas de agua.

Y necesitamos agua para preservarnos como género. El agua es factor de existencia animal y vegetal. Todos los seres vivientes dependemos de su consumo para hidratar al organismo, para mantener el equilibrio interno, para la oxigenación. Algunas especies viven en el agua, otras la toman en su entorno.

El planeta Tierra está rodeado de agua. Es la mayor parte del planeta. Es el mar y sus pescaditos. En ese caso es vital para la subsistencia en tanto ecosistema, pero no es para consumo. El agua de mar tiene una concentración de sales de entre 35 y 45 gramos por litro y aunque se han hecho esfuerzos por des-salinizarla poco se ha logrado.

Está en la lluvia, en ríos, en arroyos, en corrientes de agua; está en lagos y lagunas, en cuencos de agua, en fuentes brotantes, en pozos que se nutren de las corrientes subterráneas. Está en los hielos glaciares. El 64 por ciento del agua extraída proviene de fuentes superficiales y el 36 de fuentes subterráneas.

Toda actividad humana requiere agua. Una palabra que en sí misma es hermosa y que tiene su definición académica: “Líquido transparente, incoloro, inodoro e insípido en estado puro, cuyas moléculas están formadas por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, y que constituye el componente más abundante de la superficie terrestre y el mayoritario de todos los organismos vivos. (Fórm. H2O).” (RAE)

Es por esto que muchas culturas, las más grandes y portentosas, han nacido y crecido a orillas de grandes ríos: París, Londres, Madrid, Washington, Buenos Aires y más aún, la Ciudad de México se construyó sobre un lago, y nuestros padres fundadores supieron separar el agua dulce de la salada, para su consumo.

Ha sido fuente de inspiración para creadores, escritores y artistas en distintas disciplinas de las artes: Le han dado énfasis en sus valores y propiedades y predomina en la obra el cariño, el respeto y la belleza sublime del agua como purificación y parte del alma humana.

Ahí están, por ejemplo, los “Lirios de agua” de Claude Monet; “La noche estrellada sobre el Ródano”, de Van Gogh; “La tormenta en el mar de Galilea”, de Rembrandt; “”La Yole”, de Auguste Renoir; “Humo del tren” de Edvard Munch o, del mismo, “El grito”, sobre un puente que deja pasar un tormentoso río, por ejemplo, entre miles.

En la música ni se diga. Muchísimos compositores de todo género han expresado en su obra su amor y hasta devoción por el agua. Smetana le regaló al río Moldavia una de sus mejores expresiones artísticas; Johann Strauss nos heredó el vals Danubio Azul, Agustín Lara cantó: “Arroyo claro que en tu murmullo le das arrullo al cañaveral; hilito de agua que hace cosquillas a mi vereda y a mi jacal...”

La literatura ha sido devota por el agua dulce: Miles de obras ocurren a orillas de ríos, o lagos y lagunas, arroyos... Carlota, la de “Las tribulaciones del joven Werther” pasea pensativa a orillas de un arroyo en Weimar, en tono muy romántico. Y tantas obras que tratan del agua como inspiración y vida.

Pero también, y más reciente, ha surgido una literatura de la catástrofe del agua. Porque cada día parece más escasa, porque se presagian días funestos de sin agua, porque se reprocha que el ser humano ha dejado de darle el enorme valor que tiene para su propia subsistencia. Porque la gasta sin ton ni son. Porque el agua ha sido generosa, pero está cansada...

Obras como “La sequía” de James Graham Ballard que muestra prácticamente un apocalipsis por ausencia de agua para consumo y uso humano en el mundo. O “Embotellada y vendida” de Peter H. Gleick en la que los seres humanos pagan por el líquido cantidades estratosféricas porque ya prácticamente no hay en las llaves y si la hay no es potable. ¿Acaso México?

En México hay un libro de indispensable lectura. Es “El agua o la vida” de J. Jesús Lemus. Una obra publicada en agosto de 2019 y que trata a modo de crónica periodística la crisis del agua en México y la historia de Nautla, la niña de Guatemala que murió por agua envenenada.

Es la crisis que ya está aquí. La de la lucha por el agua. La del abuso de las grandes empresas para apropiarse del líquido, en detrimento de poblaciones y vidas. La contaminación de ríos, pozos, lagunas por desechos industriales. Un dramático recorrido por distintos escenarios que presagian una catástrofe sin igual.... Una excelente obra periodística que es de sabrosa lectura, con un contenido dramático y doloroso, y de indispensable lectura.

En México ya se anuncia la escasez del líquido. Se presagia su ausencia en distintas zonas del país. Cada vez hay más restricciones para conseguirla. Cada vez hay más la lucha por obtener el líquido. Cada vez más se medra con ella. Y hay abusos de muchos. De particulares, como aquel gobernador que construyó su propia presa en su mansión y para uso personal.

O empresas que se apropian del líquido y no permiten que pueblos enteros satisfagan sus necesidades vitales, o particulares que acaparan grandes cantidades o la comercialización del líquido. La privatización del agua está ya en aquello del “agua embotellada” para consumo, toda vez que la del grifo no está potabilizada y beberla podría ser perjudicial para la salud.

Según datos oficiales, en un año México recibe aproximadamente un millón 449 mil 471 millones de metros cúbicos de agua en forma de lluvia. De ésta, se estima que el 72.5 por ciento se evapora y regresa a la atmósfera; el 21.2 escurre por ríos o arroyos, y el 6.3 restante se infiltra al subsuelo de forma natural y recarga los acuíferos.

El 64 por ciento del agua extraída proviene de fuentes superficiales y el 36 de fuentes subterráneas. “En las regiones hidrológico-administrativas del norte del país y el Valle de México es donde se tiene un mayor grado de presión sobre los recursos hídricos, mientras que en el sur se tiene un grado de presión bajo”.

Siguiendo datos de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), el total del agua dulce que tiene el país, es de 446 mil 777 millones de metros cúbicos, de los cuales, el 67% se encuentran en la región sureste, en tanto que el resto del territorio nacional sólo posee el 33% de este líquido.

Con todo, en 23 estados del país hay el riesgo latente de quedarse sin agua a mediano plazo. En otros estados el racionamiento será muy severo. En la Ciudad de México y zona metropolitana se advirtió ya que prácticamente lo que resta de este año habrá restricciones graves para la distribución del agua toda vez que el sistema Cutzamala está en mínimos.

Es grave la situación y sí, debemos cuidarla. Como oro en paño. Pero también debe haber programas de inversión de gobierno para el fortalecimiento de bosques, selvas, arbolado, y tantos más recursos indispensables para la producción de agua.

Que se castigue con severidad a quienes contaminan las aguas. Que se recuperen los mantos acuíferos del país. Los ríos que hoy están secos o atascados de basura. Que los lagos y lagunas sean nuestra reserva permanente. Que las más de 4 mil 462 presas que hay en el país reciban mantenimiento y estén siempre a nivel óptimo... Todo esto requiere inversión porque eso: toda-toda actividad humana requiere agua y esto genera subsistencia.

El agua que nos da la vida nos da de beber. Nos baña. Limpia nuestras porfiadas miserias y nos purifica. Venimos del agua que nos da alegría, sosiego, tranquilidad, salud, lucidez y permanencia... “Yo tengo celos, celos mortales, porque tu bañas su lindo cuerpo lleno de luz. Y tengo celos de tus espumas y tus cristales, arroyito de plata, mi rival eres tú”.


“Para su consumo humano, el agua tiene que ser inolora, incolora, insabora. A ver repitan a coro: inolora, incolora, insabora”. Y lo dicen y repiten todavía hoy nuestros maestros de los primeros años escolares.

Son los tres requisitos básicos para servirla en un buen jarro de barro, en un pocillo --de los que ya casi no hay--, en jícara o en un vaso transparente y dichoso: “Quiero volver a tierras niñas; llévenme a un blando, país de aguas”, exaltaba Gabriela Mistral.

El agua dulce es indispensable para vivir. Una verdad de Pero Grullo cierta. No hay una sola actividad humana que no requiera agua para llevarla a cabo. Y somos en gran medida agua. El cuerpo humano está compuesto en un 60 por ciento de agua, el cerebro en un 70, la sangre en un 80 y los pulmones en 90 por ciento de agua. Las células de nuestros cuerpos están llenas de agua.

Y necesitamos agua para preservarnos como género. El agua es factor de existencia animal y vegetal. Todos los seres vivientes dependemos de su consumo para hidratar al organismo, para mantener el equilibrio interno, para la oxigenación. Algunas especies viven en el agua, otras la toman en su entorno.

El planeta Tierra está rodeado de agua. Es la mayor parte del planeta. Es el mar y sus pescaditos. En ese caso es vital para la subsistencia en tanto ecosistema, pero no es para consumo. El agua de mar tiene una concentración de sales de entre 35 y 45 gramos por litro y aunque se han hecho esfuerzos por des-salinizarla poco se ha logrado.

Está en la lluvia, en ríos, en arroyos, en corrientes de agua; está en lagos y lagunas, en cuencos de agua, en fuentes brotantes, en pozos que se nutren de las corrientes subterráneas. Está en los hielos glaciares. El 64 por ciento del agua extraída proviene de fuentes superficiales y el 36 de fuentes subterráneas.

Toda actividad humana requiere agua. Una palabra que en sí misma es hermosa y que tiene su definición académica: “Líquido transparente, incoloro, inodoro e insípido en estado puro, cuyas moléculas están formadas por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, y que constituye el componente más abundante de la superficie terrestre y el mayoritario de todos los organismos vivos. (Fórm. H2O).” (RAE)

Es por esto que muchas culturas, las más grandes y portentosas, han nacido y crecido a orillas de grandes ríos: París, Londres, Madrid, Washington, Buenos Aires y más aún, la Ciudad de México se construyó sobre un lago, y nuestros padres fundadores supieron separar el agua dulce de la salada, para su consumo.

Ha sido fuente de inspiración para creadores, escritores y artistas en distintas disciplinas de las artes: Le han dado énfasis en sus valores y propiedades y predomina en la obra el cariño, el respeto y la belleza sublime del agua como purificación y parte del alma humana.

Ahí están, por ejemplo, los “Lirios de agua” de Claude Monet; “La noche estrellada sobre el Ródano”, de Van Gogh; “La tormenta en el mar de Galilea”, de Rembrandt; “”La Yole”, de Auguste Renoir; “Humo del tren” de Edvard Munch o, del mismo, “El grito”, sobre un puente que deja pasar un tormentoso río, por ejemplo, entre miles.

En la música ni se diga. Muchísimos compositores de todo género han expresado en su obra su amor y hasta devoción por el agua. Smetana le regaló al río Moldavia una de sus mejores expresiones artísticas; Johann Strauss nos heredó el vals Danubio Azul, Agustín Lara cantó: “Arroyo claro que en tu murmullo le das arrullo al cañaveral; hilito de agua que hace cosquillas a mi vereda y a mi jacal...”

La literatura ha sido devota por el agua dulce: Miles de obras ocurren a orillas de ríos, o lagos y lagunas, arroyos... Carlota, la de “Las tribulaciones del joven Werther” pasea pensativa a orillas de un arroyo en Weimar, en tono muy romántico. Y tantas obras que tratan del agua como inspiración y vida.

Pero también, y más reciente, ha surgido una literatura de la catástrofe del agua. Porque cada día parece más escasa, porque se presagian días funestos de sin agua, porque se reprocha que el ser humano ha dejado de darle el enorme valor que tiene para su propia subsistencia. Porque la gasta sin ton ni son. Porque el agua ha sido generosa, pero está cansada...

Obras como “La sequía” de James Graham Ballard que muestra prácticamente un apocalipsis por ausencia de agua para consumo y uso humano en el mundo. O “Embotellada y vendida” de Peter H. Gleick en la que los seres humanos pagan por el líquido cantidades estratosféricas porque ya prácticamente no hay en las llaves y si la hay no es potable. ¿Acaso México?

En México hay un libro de indispensable lectura. Es “El agua o la vida” de J. Jesús Lemus. Una obra publicada en agosto de 2019 y que trata a modo de crónica periodística la crisis del agua en México y la historia de Nautla, la niña de Guatemala que murió por agua envenenada.

Es la crisis que ya está aquí. La de la lucha por el agua. La del abuso de las grandes empresas para apropiarse del líquido, en detrimento de poblaciones y vidas. La contaminación de ríos, pozos, lagunas por desechos industriales. Un dramático recorrido por distintos escenarios que presagian una catástrofe sin igual.... Una excelente obra periodística que es de sabrosa lectura, con un contenido dramático y doloroso, y de indispensable lectura.

En México ya se anuncia la escasez del líquido. Se presagia su ausencia en distintas zonas del país. Cada vez hay más restricciones para conseguirla. Cada vez hay más la lucha por obtener el líquido. Cada vez más se medra con ella. Y hay abusos de muchos. De particulares, como aquel gobernador que construyó su propia presa en su mansión y para uso personal.

O empresas que se apropian del líquido y no permiten que pueblos enteros satisfagan sus necesidades vitales, o particulares que acaparan grandes cantidades o la comercialización del líquido. La privatización del agua está ya en aquello del “agua embotellada” para consumo, toda vez que la del grifo no está potabilizada y beberla podría ser perjudicial para la salud.

Según datos oficiales, en un año México recibe aproximadamente un millón 449 mil 471 millones de metros cúbicos de agua en forma de lluvia. De ésta, se estima que el 72.5 por ciento se evapora y regresa a la atmósfera; el 21.2 escurre por ríos o arroyos, y el 6.3 restante se infiltra al subsuelo de forma natural y recarga los acuíferos.

El 64 por ciento del agua extraída proviene de fuentes superficiales y el 36 de fuentes subterráneas. “En las regiones hidrológico-administrativas del norte del país y el Valle de México es donde se tiene un mayor grado de presión sobre los recursos hídricos, mientras que en el sur se tiene un grado de presión bajo”.

Siguiendo datos de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), el total del agua dulce que tiene el país, es de 446 mil 777 millones de metros cúbicos, de los cuales, el 67% se encuentran en la región sureste, en tanto que el resto del territorio nacional sólo posee el 33% de este líquido.

Con todo, en 23 estados del país hay el riesgo latente de quedarse sin agua a mediano plazo. En otros estados el racionamiento será muy severo. En la Ciudad de México y zona metropolitana se advirtió ya que prácticamente lo que resta de este año habrá restricciones graves para la distribución del agua toda vez que el sistema Cutzamala está en mínimos.

Es grave la situación y sí, debemos cuidarla. Como oro en paño. Pero también debe haber programas de inversión de gobierno para el fortalecimiento de bosques, selvas, arbolado, y tantos más recursos indispensables para la producción de agua.

Que se castigue con severidad a quienes contaminan las aguas. Que se recuperen los mantos acuíferos del país. Los ríos que hoy están secos o atascados de basura. Que los lagos y lagunas sean nuestra reserva permanente. Que las más de 4 mil 462 presas que hay en el país reciban mantenimiento y estén siempre a nivel óptimo... Todo esto requiere inversión porque eso: toda-toda actividad humana requiere agua y esto genera subsistencia.

El agua que nos da la vida nos da de beber. Nos baña. Limpia nuestras porfiadas miserias y nos purifica. Venimos del agua que nos da alegría, sosiego, tranquilidad, salud, lucidez y permanencia... “Yo tengo celos, celos mortales, porque tu bañas su lindo cuerpo lleno de luz. Y tengo celos de tus espumas y tus cristales, arroyito de plata, mi rival eres tú”.


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