/ viernes 18 de febrero de 2022

Hojas de papel volando | Como pata de perro por el mundo

Dícese de aquellos que van por el mundo como sin rumbo fijo; como si las brújulas no existieran; como si la vida diaria les quedara chiquita y la quisieran mirar con ojos distintos cada día; como cuando no se está quieto que es cuando el cuerpo y el alma y el corazón se juntan para echar adelante a quien que no se resigna a la quietud, al silencio, o a mirar a través de la ventana cómo se pasa la vida... ‘tan callando’.

Un pata de perro es aquel que sale de su espacio vital para verlo todo y vivirlo todo, a pesar de los pesares. Es el que descubre a cada paso un motivo de alegría o de tristeza o de iluminación o de esperanza.

Es como el perrito aquel que vemos y no vemos. El que se nos acerca, husmea, te mira con ojos de interrogación y confianza. Es ese perrito negro de todos los sueños buenos que ya no está, porque quiso ir al cielo de los perritos, donde también hay perritos negros.

Pero nada. Un pata de perro es un viajero... Sí, un viajero. Uno que viaja y viaja y viaja y quien se encuentra en lugar distinto en tiempo distinto, por voluntad propia y por las ganas inmensas de percibir otras voces y otros ámbitos que dijera Truman Capote.

Un viajero percibe, intensifica sus sentidos; aguza el oído y la vista, penetra lo insondable y percibe colores distintos y puede caminar, tocar, oler aromas que perfuman las entendederas y la vida misma bajo la sombra aquella de aquellos árboles, una sombra que lo acompañará por siempre.

Hay una diferencia enorme entre ser un turista –de tour, que es excursión- y ser un viajero. El turista viaja y ve todo de prisa. Lo recorre y lo aprecia, pero se queda en la emoción y en el jolgorio. La esencia de la vida y de las cosas y de la naturaleza le pasan desapercibidas o son momentáneas.

Un viajero es otra cosa. Un viajero penetra en ese nuevo mundo que desconoce pero que quiere entender y quiere cargarlo en su mochila vital. Un viajero quiere vivir ese mundo que descubre paso a paso, con la emoción del niño que escucha por primera vez a Mozart o Tchaikowsky.

Un viajero tiene motivos para el viaje. A veces por la sola idea del descubrimiento, o por razones profesionales, laborales, científicas, creativas o lúdicas. Su intención es vivir y convivir, penetrar esos mundos y sus espacios y sus ambientes y sus formas de ser. Y encontrarse con la gente y verse en ellos: nunca encontrar las diferencias, sí las afinidades.

Un viajero no compara. Lo que está ahí, frente a sus ojos es único e irrepetible, porque es parte de la vida de una sociedad, una comunidad, un pueblo, una villa, una ranchería: es parte de las esencias más intensas y profundas de su gente y la naturaleza. No hay comparación que valga.

Un viajero, entonces, no compara. Valora. Descubre. Se maravilla o se inquieta y nutre sus emociones al integrarse a vidas y formas y maneras y acentos y modos y modismos que parecen distantes pero que al final de cuentas son maneras de expresar lo mismo, de otro modo. Y quiere hacer una extensión amorosa de su propia vida, y llevarla de regreso para nutrir sus recuerdos, sus memorias, sus nostalgias.

Viajeros incansables ha habido muchos en la historia de la humanidad. A algunos de ellos se les debe el haber descubierto, en sus obras, esas culturas, esos seres humanos distintos en su forma de entender la vida y vivirla, esos alimentos, esas arquitecturas, esos paisajes y naturaleza...

Por ejemplo: Herodoto, el Padre de la Historia (484 a.C - 425 a.C) fue un gran viajero. Acucioso. Enorme observador. Memorioso. Gracias a sus largos viajes escribió su Historiae: Los nueve libros de historia, la que es considerada la primera y gran descripción del mundo antiguo. Y escrituró: "Para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido".

Otro fue Marco Polo (1254-1324); un emblemático viajero veneciano, quien salió de su casa un día para recorrer prácticamente toda Asia Central, viajando por Armenia, Persia y Afganistán, recorriendo toda la Ruta de la Seda, hasta llegar a Mongolia y China.

A su regreso a Italia, en 1295 fue encarcelado y es ahí en donde le relata sus viajes al escritor Rustichello de Pisa, de donde surgió Los viajes de Marco Polo que maravilló al mundo y que influyó y fue modelo para los viajes de Cristóbal Colón en su búsqueda de Las Indias.

Esto es, a finales del siglo XV Cristóbal Colón (1451-1506), inició el primero de sus cuatro viajes hacia lo que para él era el lejano oriente. Mantenía la idea que el extremo oriental estaba mucho más cerca de lo que en realidad decían los cosmógrafos de la época. Nunca supo lo que encontró, pero lo visto y apreciado lo describió en sus Diarios de Navegación. Gente, paisajes, costumbres, formas de vida, alimentos, aves, arboleda, floresta.

Y en adelante muchos más, como Fernando Magallanes en América del Sur; Charles Darwin quien a los 22 años se embarcó en Beagle para iniciar una vuelta al mundo que duró cinco años. El resultado de su viaje fue la gran teoría: El Origen de las Especies y la Teoría de la Evolución. En su Diario y Observaciones (1839) relata sus viajes por Islas Canarias, Río de Janeiro, la Patagonia, los Andes, las Islas Galápagos, Nueva Zelanda, su regreso a Inglaterra.

Más cercano a nosotros, en México, fue el alemán Alexander von Humboldt uno de los primeros viajeros-científicos que visitaron lo que aún era la Nueva España en 1803 y quien a la vista de la entonces capital de la colonia exclamó: “¡Viajero, has llegado a la región más transparente del aire!”, para expresar la impresión que le causó su llegada al Valle de México: un paisaje de ensueño, rodeado de bellas montañas y volcanes.

Algo similar le ocurrió al fraile Navarrete quien durante la colonia viajó a lo que era la Nueva Antequera (hoy Oaxaca) y a la vista de la capital exclamó: Hay ahí una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos. Y es cierto. Muy cierto.

A México luego de la publicación de la obra de Alexander von Humboldt en Alemania, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (1811) comenzaron a llegar viajeros de distintas partes del mundo.

Querían conocer y ver de cerca aquellas maravillas que les describió el científico alemán. Y no quedaron decepcionados. Y surgieron publicaciones para orientar a los viajeros que recorrían el nuevo país: México. Eran las famosas Guías de forasteros.

Luego de la Revolución Mexicana, también comenzó a llegar a México una cauda de artistas, intelectuales, creadores, viajeros todos y por todo motivo. Y de estos viajes surgieron obras emblemáticas de la cultura universal.

Como la del inglés D.H. Lawrence La serpiente emplumada concluida en Oaxaca durante su larga estancia en esta ciudad. Oaxaca misma le inspiró a escribir sus famosas Mañanas de México.

¿Y qué tal Malcom Lowry? El inglés que vino a México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas y cuya obra ambientada en Cuernavaca es un emblema de la literatura inglesa más importante del siglo XX: Bajo el volcán, la que concluyó en Oaxaca mientras se perdía él mismo en los efluvios del mezcal. O Hart Crane, el poeta estadounidense que escribió en México The brocken tower y quien alcoholizado se arrojó al mar para suicidarse en el Golfo de México.

Como viajeros, la Generación Beat hizo de México su lugar de estar, de desahogo y de creación y refugio luego de la Segunda Guerra Mundial. Aquí escribió Mexico City Blues Jack Kerouak y se fortaleció el largo viaje externo e interno del autor en En el camino.

Aquí estuvieron Allen Ginsberg, Neal Cassady, William S. Burroughs y Gregory Corso, quienes curiosamente encontraron en la Ciudad de México una tierra mágica, extraña y misteriosa donde podían ser más libres que en su país. Más tarde el chileno Roberto Bolaño hizo aquí sus Detectives salvajes.... y tantos más.

Viajar es entregarse al viaje; es recorrer el mundo con ojos que no da pánico soñar. Con mirada inquieta, risueña, acogedora y cargada de interrogantes y respuestas. Después del viaje, el viajero descansa en su refugio propio, en su hogar, se recuesta y con la mirada al techo comienza a recordar, paso a paso, minuto a minuto, aquello que nunca jamás podrá olvidar...:

‘¡Viajero, detente, porque has llegado a la región más transparente del aire!’


Dícese de aquellos que van por el mundo como sin rumbo fijo; como si las brújulas no existieran; como si la vida diaria les quedara chiquita y la quisieran mirar con ojos distintos cada día; como cuando no se está quieto que es cuando el cuerpo y el alma y el corazón se juntan para echar adelante a quien que no se resigna a la quietud, al silencio, o a mirar a través de la ventana cómo se pasa la vida... ‘tan callando’.

Un pata de perro es aquel que sale de su espacio vital para verlo todo y vivirlo todo, a pesar de los pesares. Es el que descubre a cada paso un motivo de alegría o de tristeza o de iluminación o de esperanza.

Es como el perrito aquel que vemos y no vemos. El que se nos acerca, husmea, te mira con ojos de interrogación y confianza. Es ese perrito negro de todos los sueños buenos que ya no está, porque quiso ir al cielo de los perritos, donde también hay perritos negros.

Pero nada. Un pata de perro es un viajero... Sí, un viajero. Uno que viaja y viaja y viaja y quien se encuentra en lugar distinto en tiempo distinto, por voluntad propia y por las ganas inmensas de percibir otras voces y otros ámbitos que dijera Truman Capote.

Un viajero percibe, intensifica sus sentidos; aguza el oído y la vista, penetra lo insondable y percibe colores distintos y puede caminar, tocar, oler aromas que perfuman las entendederas y la vida misma bajo la sombra aquella de aquellos árboles, una sombra que lo acompañará por siempre.

Hay una diferencia enorme entre ser un turista –de tour, que es excursión- y ser un viajero. El turista viaja y ve todo de prisa. Lo recorre y lo aprecia, pero se queda en la emoción y en el jolgorio. La esencia de la vida y de las cosas y de la naturaleza le pasan desapercibidas o son momentáneas.

Un viajero es otra cosa. Un viajero penetra en ese nuevo mundo que desconoce pero que quiere entender y quiere cargarlo en su mochila vital. Un viajero quiere vivir ese mundo que descubre paso a paso, con la emoción del niño que escucha por primera vez a Mozart o Tchaikowsky.

Un viajero tiene motivos para el viaje. A veces por la sola idea del descubrimiento, o por razones profesionales, laborales, científicas, creativas o lúdicas. Su intención es vivir y convivir, penetrar esos mundos y sus espacios y sus ambientes y sus formas de ser. Y encontrarse con la gente y verse en ellos: nunca encontrar las diferencias, sí las afinidades.

Un viajero no compara. Lo que está ahí, frente a sus ojos es único e irrepetible, porque es parte de la vida de una sociedad, una comunidad, un pueblo, una villa, una ranchería: es parte de las esencias más intensas y profundas de su gente y la naturaleza. No hay comparación que valga.

Un viajero, entonces, no compara. Valora. Descubre. Se maravilla o se inquieta y nutre sus emociones al integrarse a vidas y formas y maneras y acentos y modos y modismos que parecen distantes pero que al final de cuentas son maneras de expresar lo mismo, de otro modo. Y quiere hacer una extensión amorosa de su propia vida, y llevarla de regreso para nutrir sus recuerdos, sus memorias, sus nostalgias.

Viajeros incansables ha habido muchos en la historia de la humanidad. A algunos de ellos se les debe el haber descubierto, en sus obras, esas culturas, esos seres humanos distintos en su forma de entender la vida y vivirla, esos alimentos, esas arquitecturas, esos paisajes y naturaleza...

Por ejemplo: Herodoto, el Padre de la Historia (484 a.C - 425 a.C) fue un gran viajero. Acucioso. Enorme observador. Memorioso. Gracias a sus largos viajes escribió su Historiae: Los nueve libros de historia, la que es considerada la primera y gran descripción del mundo antiguo. Y escrituró: "Para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido".

Otro fue Marco Polo (1254-1324); un emblemático viajero veneciano, quien salió de su casa un día para recorrer prácticamente toda Asia Central, viajando por Armenia, Persia y Afganistán, recorriendo toda la Ruta de la Seda, hasta llegar a Mongolia y China.

A su regreso a Italia, en 1295 fue encarcelado y es ahí en donde le relata sus viajes al escritor Rustichello de Pisa, de donde surgió Los viajes de Marco Polo que maravilló al mundo y que influyó y fue modelo para los viajes de Cristóbal Colón en su búsqueda de Las Indias.

Esto es, a finales del siglo XV Cristóbal Colón (1451-1506), inició el primero de sus cuatro viajes hacia lo que para él era el lejano oriente. Mantenía la idea que el extremo oriental estaba mucho más cerca de lo que en realidad decían los cosmógrafos de la época. Nunca supo lo que encontró, pero lo visto y apreciado lo describió en sus Diarios de Navegación. Gente, paisajes, costumbres, formas de vida, alimentos, aves, arboleda, floresta.

Y en adelante muchos más, como Fernando Magallanes en América del Sur; Charles Darwin quien a los 22 años se embarcó en Beagle para iniciar una vuelta al mundo que duró cinco años. El resultado de su viaje fue la gran teoría: El Origen de las Especies y la Teoría de la Evolución. En su Diario y Observaciones (1839) relata sus viajes por Islas Canarias, Río de Janeiro, la Patagonia, los Andes, las Islas Galápagos, Nueva Zelanda, su regreso a Inglaterra.

Más cercano a nosotros, en México, fue el alemán Alexander von Humboldt uno de los primeros viajeros-científicos que visitaron lo que aún era la Nueva España en 1803 y quien a la vista de la entonces capital de la colonia exclamó: “¡Viajero, has llegado a la región más transparente del aire!”, para expresar la impresión que le causó su llegada al Valle de México: un paisaje de ensueño, rodeado de bellas montañas y volcanes.

Algo similar le ocurrió al fraile Navarrete quien durante la colonia viajó a lo que era la Nueva Antequera (hoy Oaxaca) y a la vista de la capital exclamó: Hay ahí una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos. Y es cierto. Muy cierto.

A México luego de la publicación de la obra de Alexander von Humboldt en Alemania, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (1811) comenzaron a llegar viajeros de distintas partes del mundo.

Querían conocer y ver de cerca aquellas maravillas que les describió el científico alemán. Y no quedaron decepcionados. Y surgieron publicaciones para orientar a los viajeros que recorrían el nuevo país: México. Eran las famosas Guías de forasteros.

Luego de la Revolución Mexicana, también comenzó a llegar a México una cauda de artistas, intelectuales, creadores, viajeros todos y por todo motivo. Y de estos viajes surgieron obras emblemáticas de la cultura universal.

Como la del inglés D.H. Lawrence La serpiente emplumada concluida en Oaxaca durante su larga estancia en esta ciudad. Oaxaca misma le inspiró a escribir sus famosas Mañanas de México.

¿Y qué tal Malcom Lowry? El inglés que vino a México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas y cuya obra ambientada en Cuernavaca es un emblema de la literatura inglesa más importante del siglo XX: Bajo el volcán, la que concluyó en Oaxaca mientras se perdía él mismo en los efluvios del mezcal. O Hart Crane, el poeta estadounidense que escribió en México The brocken tower y quien alcoholizado se arrojó al mar para suicidarse en el Golfo de México.

Como viajeros, la Generación Beat hizo de México su lugar de estar, de desahogo y de creación y refugio luego de la Segunda Guerra Mundial. Aquí escribió Mexico City Blues Jack Kerouak y se fortaleció el largo viaje externo e interno del autor en En el camino.

Aquí estuvieron Allen Ginsberg, Neal Cassady, William S. Burroughs y Gregory Corso, quienes curiosamente encontraron en la Ciudad de México una tierra mágica, extraña y misteriosa donde podían ser más libres que en su país. Más tarde el chileno Roberto Bolaño hizo aquí sus Detectives salvajes.... y tantos más.

Viajar es entregarse al viaje; es recorrer el mundo con ojos que no da pánico soñar. Con mirada inquieta, risueña, acogedora y cargada de interrogantes y respuestas. Después del viaje, el viajero descansa en su refugio propio, en su hogar, se recuesta y con la mirada al techo comienza a recordar, paso a paso, minuto a minuto, aquello que nunca jamás podrá olvidar...:

‘¡Viajero, detente, porque has llegado a la región más transparente del aire!’


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