“Cuando cuentes cuentos, cuenta cuántos cuentos cuentas; porque si no cuentas cuántos cuentos cuentas, nunca sabrás cuántos cuentos cuentas tú…”
Es uno de los trabalenguas preferidos. Se dice que el repetir varias veces esta frase la lengua se destraba y como que adquiere agilidad y destreza al hablar y traducir el pensamiento. Quizá sí. Quizá no. Pero es bueno practicarlo.
En todo caso hace alusión a un género literario de gran calado. Un género muy querido por todos y que para los lectores significa una de las formas del pensamiento en mínimo, con brevedad, concisión, alegría o tristeza y al final lo inesperado: la historia del ¿quién sabe cómo va a acabar? Cosa de sentarse en paz unos minutos para conocer la historia que se nos relata, sumergirnos en la lectura, descubrir su esencia, su proceso y su desenlace: todo en un cuento.
En 1990, con motivo de la entrega del Premio Nacional de Periodismo a “El Cuento, revista de imaginación” don Miguel Ángel Granados Chapa hizo el elogio de la publicación que mes a mes nos entregaba don Edmundo Valadés.
Era una revista de excelencia que publicaba una selección muy rigurosa de los mejores cuentos escritos por grandes autores o jóvenes autores, en todo el mundo.
La revista que don Edmundo había fundado en mayo de 1964 tuvo, por años, una enorme aceptación porque contenía una forma galana de divulgar la literatura, el pensamiento, la reflexión, la creatividad y la imaginación: “la loca de la casa”.
En una presentación sobria, pero no carente de elegancia y buen diseño a modo de la época, presentaba lo mismo relatos breves, que brevísimas cápsulas literarias. Y uno no podía más que leer “de pe a pa” o “de cabo a rabo” la revista que por lo mismo era coleccionable.
Ahí estaban los grandes cuentos escritos a lo largo de siglos, sin importar país, región, zona del mundo. No había prejuicios de ninguna naturaleza… o sí: el de que sólo se publicaban pequeñas joyas del pensamiento y gracias a “El Cuento” supimos de la existencia de cuentistas árabes, japoneses, chinos, europeos, latinoamericanos, asiáticos…; por supuesto mexicanos, muchos mexicanos al grito de El Cuento.
Así que aquel año don Miguel Ángel hizo el elogio; relató la importancia de tener una revista de esta naturaleza en el ámbito periodístico y cultural del país. Por sus contribuciones al arte de la literatura y su divulgación; además con tanto éxito que, al concluir el discurso dijo: “Así que aquí si podemos decir que el único que en México puede vivir de El Cuento, es don Edmundo Valadés…”
Y qué más si no reconocer que el cuento –junto con la crónica-- es uno de los géneros literarios más queridos por millones de seres humanos a lo largo de muchos siglos de historia.
Se dice que los cuentos más antiguos surgieron en Egipto por ahí del 2,000 a.C. También se reconoce como muy antiguas las fábulas del griego Esopo y los de los romanos Lucio Apuleyo y Ovidio, cuyas historias relataban temas griegos y orientales con elementos fantásticos y mágicos.
Pero ¿qué es un cuento? Pues ni más ni menos que un relato o narración breve de carácter ficticio o real, con un argumento fácil de entender y cuyo objetivo es formativo o lúdico [lo dicen los libros]… Y que los cuentos literarios son los que están escritos y cuentan con una estructura, un argumento y unos personajes concretos.
Que el cuento se compone de tres partes: la introducción o planteamiento es la parte inicial de la historia; el desarrollo o nudo es la parte donde se presenta el conflicto o el problema de la historia, y surge a partir de un quiebre o alteración de lo planteado en la introducción.
Y que se sabe que los primeros cuentos eran de origen folclórico, se trasmitían oralmente y tenían infinidades de elementos mágicos. Su origen circunda entre lo mitológico o histórico.
Que hay –dicen también los libros- cuentos populares, que son los cuentos más tradicionales y antiguos, que han ido pasando de generación en generación de forma oral; los cuentos fantásticos y de hadas; los realistas; los de misterio; los históricos; cómicos; de terror.
Quizá eso es lo que los hace ser uno de los géneros literarios preferidos por la humanidad. Hay en sus palabras y en sus historias una de las expresiones más sublimes del pensamiento y la imaginación humanas.
He ahí a uno de los mejores escritores-cuentistas de la historia de la humanidad, el ruso Antón P. Chéjov. Un escritor muy bien valorado; muy reconocido a lo largo de muchos años quien nació en 1860 en Taganrog, Rusia y muerto en 1904 en Alemania.
Sus cuentos son muestra clara del arte de la narrativa breve. Son joyas que no pueden dejar de leerse porque al hacerlo el alma humana se llena de alegría-contento-felicidad-tristeza…
Precisamente así se llama uno de sus relatos más emblemáticos –entre muchos-: “Tristeza” en el que expone la naturaleza humana, el desdén por el dolor ajeno, la soledad absoluta, la necesidad de decir a alguien, quien quiera que sea, que el corazón y el alma están rotos… Nadie escucha… o sí… uno escucha… uno sólo, muy especial, muy particular (hay que leerlo, se hace en 15 minutos).
Otro ejemplo de cuento-joya, es el relato de una joven humilde que por necesidades de la ocupación en Francia durante el siglo XIX, decide viajar y lo hace en compañía de un grupo de damas ‘bien puestas’ y ‘caballeros’.
Es “Bola de Sebo” (Boule de Suif) de Guy de Maupassant (1850-1893), quien emplea una sutil ironía para relatar las contradicciones de la naturaleza humana durante la ocupación de Francia en la guerra franco-prusiana de 1870. Otros ejemplos de cuento al nivel del arte son: “La continuidad de los parques” de Julio Cortázar; “El corazón delator” de Edgar Allan Poe y “Pinocho” de Carlo Collodi…
“Las mil y una noches” en el que Scheherezada se salva de la muerte a manos de su esposo, contándole cada noche apasionantes cuentos de diversos orígenes y culturas. Una historia sin fin ésta. Pero con una enorme riqueza de creatividad, imaginación y larga espera.
En la Europa medieval se escribieron numerosos relatos Por ejemplo, en Francia, destacaron los romances de caballeros. Geoffrey Chaucer en Inglaterra y Giovanni Boccaccio en Italia, llevaron a sus culturas lo mejor de la tradición medieval y antigua.
A partir de ese entonces el cuento tomó una preponderancia tal que se difundió por todo el resto de las culturas pos-medievales, en todos los cuales el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.
Por supuesto, todos, o casi todos nosotros, antes o será después, habremos leído los cuentos de los Hermanos Grimm y los de Hans Christian Andersen, dentro de los clásicos. Aunque a lo largo del tiempo la técnica narrativa, las historias, los temas, los personajes, han vivido transformaciones para hacer relatos más cercanos a nuestro tiempo y circunstancias.
Aquí en México, por ejemplo, Carlos Fuentes, quien es un enorme novelista, ensayista y escritor de relato breve, tiene siete relatos de enorme calidad, publicados en una especie de antología: “Cantar de ciegos”.
Ahí sobresalen los siete relatos que ‘desenmascaran debilidades y cinismos en donde convergen el deseo y el amor, el incesto, el adulterio y los encuentros perversos’. Ahí están "Las dos Elenas", "La muñeca reina" y "Un alma pura". Aparte está el magistral relato casi gótico: “Aura” de infaltable lectura.
Y por supuesto no podía faltar la mención a uno de los libros más impactantes y sólidos en materia de relato breve, como es “El llano en llamas” de Juan Rulfo. Una antología que dejó pasmado a los lectores mexicanos cuando se conoció la primera edición y del que se han publicado muchísimas nuevas ediciones y cuyo contenido es siempre-por siempre vigente, porque eso hace al arte: que se fortalece con el paso del tiempo. Ahí: “Diles que no me maten”, “¿No oyes ladrar los perros?”…
Grandes cuentistas mexicanos son: José Revueltas, Nellie Campobello, Beatriz Espejo, Juan de la Cabada, Elena Garro, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Daniel Sada, Juan García Ponce, Sergio Pitol… tantos más.
Y eso, cuando se nos cuenta en forma breve, concisa, pulcra, intensa, profunda y amena, estamos frente a ese cuento porque “cuando cuentes cuentos, cuenta cuántos cuentos cuentas; porque si no cuentas cuántos cuentos cuentas, nunca sabrás cuántos cuentos cuentas tú…”