/ viernes 2 de septiembre de 2022

Hojas de papel volando | Dashiell Hammett. “Tan negra como la noche…”

"Samuel Spade tenía larga y huesuda la quijada inferior, y la barbilla era una V protuberante bajo la V más flexible de la boca. Las aletas de la nariz retrocedían en curva para formar una V más pequeña. Los ojos, horizontales, eran de un gris amarillento.

“El tema de la V lo recogía la abultada sobreceja que destacaba en medio de un doble pliegue por encima de la nariz ganchuda, y el pelo, castaño claro, arrancaba de sienes altas y aplastadas para terminar en un pico sobre la frente. Spade tenía el simpático aspecto de un Satanás rubio".

Sam era un agente investigador nada convencional. Lleno de ímpetu, inteligencia, arrogancia, soberbia, contradicciones vitales y muy eficiente en su trabajo. Sarcástico y, hasta cierto punto, burlón y cínico, pero también razonable y bien intencionado… apasionado a veces.

Como buen sabueso, sabía perseguir a su presa; sabía conectar realidad evidente y realidad oculta. Al final, luego de descubrir los hechos sabía aún más sobre la naturaleza humana, Y salía triunfante, pero adolorido por la realidad.

Porque eso ocurría en sus historias, una de ellas la principal: El halcón maltés, en la que importan las razones de los hechos y los hechos, su origen y motivación, su entorno agobiante o relajado, las ambiciones humanas al límite y el motivo por el que ocurren tragedias, traiciones, homicidios, avaricias inmedibles… Al final importaba saber eso: el recorrido, no tanto el final.

A la lectura de El halcón maltés sentimos como si fuera en nuestra piel el ambiente de esa ciudad, el olor del tabaco, el sabor del alcohol, el humo agobiante que acompañan a los protagonistas. La incertidumbre. El temor. El miedo. La tensión. La enorme sensación de angustia. Todo eso, que se apodera de cada uno de ellos también la sentimos en nuestras propias carnes.

Porque eso es ese mundo de la investigación criminal, sobre todo en los años treinta y cuarenta, es sórdido, es obscuro y siniestro, misterioso y angustioso: “Una gabardina, tabaco, alcohol, desencanto y un inquebrantable código moral, que no necesariamente coincide con el de la sociedad, son los atributos con los que Dashiell Hammett vistió al detective Sam Spade y de paso aportó la novela negra”.

Quien habría de dar forma y contenido, estilo y grandeza a un género –para algunos subgénero--, denominado Novela negra fue un detective, escritor que sufrió de alcoholismo, de tuberculosis y que escribió algunos de los libros más originales del género investigación-crimen. Fue Dashiell Hamett.

Marcó la diferencia entre novela policiaca y novela negra. La primera, muy identificada con la sagacidad del investigador, su inteligencia, su sentido de la deducción e interpretación de las evidencias, muy a lo Sherlock Holmes, Jules Maigret, Miss Marple, Hércules Poirot y tantos más, en cuyas historias el lector quiere saber quién es el criminal, el delincuente.

"La literatura policíaca es de consuelo: las historias acaban bien y vivimos en el mejor de los mundos posibles. Es lectura de entretenimiento: interesa quién es el asesino”.

Por su parte, la novela negra adquiere tonos más profundos. En ésta “todo está perturbado, en el plano personal, económico, social… Todo crea inseguridad”. Pero al mismo tiempo es más contundente en tanto se vuelca en contextos, en procesos sociales, económicos o culturales.

Observa su entorno y reproduce en la historia la sordidez y sus contradicciones. El agente es un ente social, no un individuo supremo. El agente puede ser resumen de las circunstancias del medio en el que vive, se desenvuelve y en tonos obscuros, donde ocurren los fenómenos que habrá de investigar… Lo mismo sus personajes.

“La resolución del misterio no es el objetivo principal y los argumentos son habitualmente muy violentos; la división entre buenos y malos de los personajes se difumina y la mayor parte de sus protagonistas son individuos derrotados y en decadencia en busca de solución a su propia vida. Pero eso: son parte de un entorno social que con frecuencia es adverso y casi obscuro”.

Esta nueva etapa en la creación de la novela de investigación comenzó ya en el siglo XX. Con razón se atribuye a Dashiell Hammett ser el forjador de esta nueva escuela. Hay antecedentes que iban construyendo el nuevo camino, pero eran esbozos.

Fue con Dash con el que la novela negra adquiere personalidad y solidez y sienta las bases de lo que habrá de ser, en adelante, este género al que cientos de escritores han dedicado sus creaciones para millones de lectores en el mundo.

“Te voy a entregar [Le dice Spade a su amada Brigid O´ Shaughnessy en El Halcón Maltés]. Lo probable es que escapes con cadena perpetua. Eso quiere decir que estarás libre dentro de veinte años. Eres un ángel. Te estaré esperando. -Se aclaró la voz y añadió-: Si te ahorcan, siempre te recordaré”.

El autor no era poético. Escribe de forma contundente, dura, mordaz, breve. No se anda con florilegios. Está muy lejos de la compasión y la autocompasión. La ironía pasa a ser parte fundamental de los diálogos que caen como hierro firme en la conciencia del lector.

Pero la historia del autor de El Halcón Maltés y de otras grandezas como Cosecha roja, El hombre delgado, La maldición de los Dain, relatos, cuentos, guiones… es, en sí mismo, una novela y él, un personaje de excepción.

Fue un escritor cuya vida estuvo fuera de serie. No era un hombre convencional y sí un escritor comprometido con su obra y con sus creencias políticas firmes, definitivas y consecuentes con su ideología.

Dashiell Hammett nació el 27 de mayo de 1894 en el sur del estado de Maryland. Sus padres eran Richard Thomas Hammett y Annie Bond Dashiell. Creció entre Filadelfia y Baltimore. A los 13 años abandonó la escuela y comenzó a trabajar en diversos oficios hasta convertirse, en 1915, en agente investigador en la Agencia Pinkerton.

En 1918 se alistó para la Primera Guerra Mundial en el American Field Service. Asignado a Francia. Allí padeció y superó la gripe española, pero la tuberculosis que contrajo un año después provocó que fuera retirado. Mientras se atendía en el hospital de Tacoma, en EU, conoció a la enfermera Josephine Dolan, con la que se casó.

El trauma de la guerra y su propia enfermedad lo llevaron a sus primeros excesos con la bebida. Luego sería alcohólico. Mientras tanto, Para mantener a su familia, esposa y dos hijos, comenzó a trabajar como creativo publicitario y finalmente se ocupó en escribir relatos en los que volcaba su experiencia como detective en la agencia Pinkerton.

Comenzó a desarrollar el estilo que lo habría de caracterizar: claridad y concisión, muy a tono con los informes legibles para los clientes. Pero sobre todo, ese trabajo le suministró inspiración para sus primeros relatos, que se publicaron en la revista Black Mask (Máscara Negra). Encontró el camino.

Fue a partir de 1929 cuando Hammett se hizo de prestigio literario. Esto por sus novelas que comenzaron a publicarse en 1929 y, en plena crisis económica: Cosecha roja (1929) y La maldición de los Dain (1929) le llevaron rápidamente a la fama. No obstante, su novela emblemática es El halcón maltés (1930).

Luego de otras experiencias amorosas, Dash conoció a la dramaturga Lillian Hellman en 1931. Su relación duró treinta y tres años, hasta la muerte del escritor. Una relación ejemplar que mereció la atención a partir de las biografías de Hammett y, sobre todo, por la película Julia (Pentimento), basada en un relato autobiográfico de la escritora.

En 1937 se afilió al Partido Comunista de los Estados Unidos. Reconocido como izquierdista, en 1951 pasó seis meses en la cárcel por rechazar atestiguar ante el Civil Rights Congress que le pedían denunciar a otros miembros del PC. No lo hizo. No quiso contestar a las preguntas del comité del senador Joseph McCarthy. Por tanto, en 1951 pasó seis meses en la cárcel. Luego fue desacreditado en su reputación y acusado de corrupción. Aguantó vara.

Dejó de escribir de forma prematura. No más. Paró su producción literaria. Dash no dejó de tomar; y tampoco perdió la dignidad como soplón ante los indignos cazadores de brujas de su país. La tuberculosis nunca le abandonó. Murió el 10 de enero de 1961 en Nueva York, EU. Tenía 66 años.

“Aquí está el hombre y aquí está la evidencia en su contra. Hagan lo que quieran”.


"Samuel Spade tenía larga y huesuda la quijada inferior, y la barbilla era una V protuberante bajo la V más flexible de la boca. Las aletas de la nariz retrocedían en curva para formar una V más pequeña. Los ojos, horizontales, eran de un gris amarillento.

“El tema de la V lo recogía la abultada sobreceja que destacaba en medio de un doble pliegue por encima de la nariz ganchuda, y el pelo, castaño claro, arrancaba de sienes altas y aplastadas para terminar en un pico sobre la frente. Spade tenía el simpático aspecto de un Satanás rubio".

Sam era un agente investigador nada convencional. Lleno de ímpetu, inteligencia, arrogancia, soberbia, contradicciones vitales y muy eficiente en su trabajo. Sarcástico y, hasta cierto punto, burlón y cínico, pero también razonable y bien intencionado… apasionado a veces.

Como buen sabueso, sabía perseguir a su presa; sabía conectar realidad evidente y realidad oculta. Al final, luego de descubrir los hechos sabía aún más sobre la naturaleza humana, Y salía triunfante, pero adolorido por la realidad.

Porque eso ocurría en sus historias, una de ellas la principal: El halcón maltés, en la que importan las razones de los hechos y los hechos, su origen y motivación, su entorno agobiante o relajado, las ambiciones humanas al límite y el motivo por el que ocurren tragedias, traiciones, homicidios, avaricias inmedibles… Al final importaba saber eso: el recorrido, no tanto el final.

A la lectura de El halcón maltés sentimos como si fuera en nuestra piel el ambiente de esa ciudad, el olor del tabaco, el sabor del alcohol, el humo agobiante que acompañan a los protagonistas. La incertidumbre. El temor. El miedo. La tensión. La enorme sensación de angustia. Todo eso, que se apodera de cada uno de ellos también la sentimos en nuestras propias carnes.

Porque eso es ese mundo de la investigación criminal, sobre todo en los años treinta y cuarenta, es sórdido, es obscuro y siniestro, misterioso y angustioso: “Una gabardina, tabaco, alcohol, desencanto y un inquebrantable código moral, que no necesariamente coincide con el de la sociedad, son los atributos con los que Dashiell Hammett vistió al detective Sam Spade y de paso aportó la novela negra”.

Quien habría de dar forma y contenido, estilo y grandeza a un género –para algunos subgénero--, denominado Novela negra fue un detective, escritor que sufrió de alcoholismo, de tuberculosis y que escribió algunos de los libros más originales del género investigación-crimen. Fue Dashiell Hamett.

Marcó la diferencia entre novela policiaca y novela negra. La primera, muy identificada con la sagacidad del investigador, su inteligencia, su sentido de la deducción e interpretación de las evidencias, muy a lo Sherlock Holmes, Jules Maigret, Miss Marple, Hércules Poirot y tantos más, en cuyas historias el lector quiere saber quién es el criminal, el delincuente.

"La literatura policíaca es de consuelo: las historias acaban bien y vivimos en el mejor de los mundos posibles. Es lectura de entretenimiento: interesa quién es el asesino”.

Por su parte, la novela negra adquiere tonos más profundos. En ésta “todo está perturbado, en el plano personal, económico, social… Todo crea inseguridad”. Pero al mismo tiempo es más contundente en tanto se vuelca en contextos, en procesos sociales, económicos o culturales.

Observa su entorno y reproduce en la historia la sordidez y sus contradicciones. El agente es un ente social, no un individuo supremo. El agente puede ser resumen de las circunstancias del medio en el que vive, se desenvuelve y en tonos obscuros, donde ocurren los fenómenos que habrá de investigar… Lo mismo sus personajes.

“La resolución del misterio no es el objetivo principal y los argumentos son habitualmente muy violentos; la división entre buenos y malos de los personajes se difumina y la mayor parte de sus protagonistas son individuos derrotados y en decadencia en busca de solución a su propia vida. Pero eso: son parte de un entorno social que con frecuencia es adverso y casi obscuro”.

Esta nueva etapa en la creación de la novela de investigación comenzó ya en el siglo XX. Con razón se atribuye a Dashiell Hammett ser el forjador de esta nueva escuela. Hay antecedentes que iban construyendo el nuevo camino, pero eran esbozos.

Fue con Dash con el que la novela negra adquiere personalidad y solidez y sienta las bases de lo que habrá de ser, en adelante, este género al que cientos de escritores han dedicado sus creaciones para millones de lectores en el mundo.

“Te voy a entregar [Le dice Spade a su amada Brigid O´ Shaughnessy en El Halcón Maltés]. Lo probable es que escapes con cadena perpetua. Eso quiere decir que estarás libre dentro de veinte años. Eres un ángel. Te estaré esperando. -Se aclaró la voz y añadió-: Si te ahorcan, siempre te recordaré”.

El autor no era poético. Escribe de forma contundente, dura, mordaz, breve. No se anda con florilegios. Está muy lejos de la compasión y la autocompasión. La ironía pasa a ser parte fundamental de los diálogos que caen como hierro firme en la conciencia del lector.

Pero la historia del autor de El Halcón Maltés y de otras grandezas como Cosecha roja, El hombre delgado, La maldición de los Dain, relatos, cuentos, guiones… es, en sí mismo, una novela y él, un personaje de excepción.

Fue un escritor cuya vida estuvo fuera de serie. No era un hombre convencional y sí un escritor comprometido con su obra y con sus creencias políticas firmes, definitivas y consecuentes con su ideología.

Dashiell Hammett nació el 27 de mayo de 1894 en el sur del estado de Maryland. Sus padres eran Richard Thomas Hammett y Annie Bond Dashiell. Creció entre Filadelfia y Baltimore. A los 13 años abandonó la escuela y comenzó a trabajar en diversos oficios hasta convertirse, en 1915, en agente investigador en la Agencia Pinkerton.

En 1918 se alistó para la Primera Guerra Mundial en el American Field Service. Asignado a Francia. Allí padeció y superó la gripe española, pero la tuberculosis que contrajo un año después provocó que fuera retirado. Mientras se atendía en el hospital de Tacoma, en EU, conoció a la enfermera Josephine Dolan, con la que se casó.

El trauma de la guerra y su propia enfermedad lo llevaron a sus primeros excesos con la bebida. Luego sería alcohólico. Mientras tanto, Para mantener a su familia, esposa y dos hijos, comenzó a trabajar como creativo publicitario y finalmente se ocupó en escribir relatos en los que volcaba su experiencia como detective en la agencia Pinkerton.

Comenzó a desarrollar el estilo que lo habría de caracterizar: claridad y concisión, muy a tono con los informes legibles para los clientes. Pero sobre todo, ese trabajo le suministró inspiración para sus primeros relatos, que se publicaron en la revista Black Mask (Máscara Negra). Encontró el camino.

Fue a partir de 1929 cuando Hammett se hizo de prestigio literario. Esto por sus novelas que comenzaron a publicarse en 1929 y, en plena crisis económica: Cosecha roja (1929) y La maldición de los Dain (1929) le llevaron rápidamente a la fama. No obstante, su novela emblemática es El halcón maltés (1930).

Luego de otras experiencias amorosas, Dash conoció a la dramaturga Lillian Hellman en 1931. Su relación duró treinta y tres años, hasta la muerte del escritor. Una relación ejemplar que mereció la atención a partir de las biografías de Hammett y, sobre todo, por la película Julia (Pentimento), basada en un relato autobiográfico de la escritora.

En 1937 se afilió al Partido Comunista de los Estados Unidos. Reconocido como izquierdista, en 1951 pasó seis meses en la cárcel por rechazar atestiguar ante el Civil Rights Congress que le pedían denunciar a otros miembros del PC. No lo hizo. No quiso contestar a las preguntas del comité del senador Joseph McCarthy. Por tanto, en 1951 pasó seis meses en la cárcel. Luego fue desacreditado en su reputación y acusado de corrupción. Aguantó vara.

Dejó de escribir de forma prematura. No más. Paró su producción literaria. Dash no dejó de tomar; y tampoco perdió la dignidad como soplón ante los indignos cazadores de brujas de su país. La tuberculosis nunca le abandonó. Murió el 10 de enero de 1961 en Nueva York, EU. Tenía 66 años.

“Aquí está el hombre y aquí está la evidencia en su contra. Hagan lo que quieran”.


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