/ viernes 17 de septiembre de 2021

Hojas de Papel Volando | De los usos y abusos de la Historia

Digamos que los mexicanos somos un pueblo memorioso en sus hechos del pasado, no sólo en los grandes momentos y los grandes acontecimientos felices o dolorosos; trágicos o sublimes.

De hecho, en nuestro país hacemos historia todo el tiempo. El famoso “¿te acuerdas que...?” o “¿te acuerdas cuando...?” o “¿te acuerdas lo que pasó o lo que le pasó a tal o cual persona?” Es, digamos, una forma incipiente de referirse al pasado en base a nuestros registros memoriosos.

Y de ahí en adelante exaltamos los momentos que nos han dicho que fueron excepcionales; los que desde la escuela nos inculcan para reconocer, memorizar, enaltecer y hacer que a partir de nuestra identidad nacional seamos el portento de mexicanos que dará luz y lustre al mundo.

Pero la historia no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona.

En nuestro pasado los héroes nacionales no son almas purísimas, sin pecado concebidas. Son ante todo seres humanos con cualidades y defectos. Son personajes que vivieron su momento y actuaron en base a su circunstancia y a su propia emotividad o interés, y en saberlo radica el valor de la historia como recuperación rigurosa del pasado, estudiar los hechos en sus propios términos, en sus circunstancias y en sus impulsos individuales y colectivos: los de aquel momento, su momento.

Aplicar criterios nuevos a los hechos del pasado e interpretarlos a ojos de hoy es un error grave, o una impudicia o una inducción criminal. Hacerlo es absurdo y hasta mezquino. Lo que ocurrió es lo que ocurrió, tal y cual.

La historia es lo que fue y no hay manera de cambiarla. Acaso sí conocerla en lo más próximo a la verdad y entonces valdrían las preguntas base de: ¿Qué ocurrió? ¿Por qué? ¿Para qué? Y no se vale el “…si las cosas hubieran sido de esta forma”.

Los historiadores profesionales, serios y rigurosos –que hay muchos y de excelencia en nuestro país—se devanan el seso para explicar todo aquello. Investigan de forma profesional, y tienen herramientas de conocimiento y métodos para hacerlo.

Hace algunos años se publicó un libro muy importante que viene muy bien a nuestros días, porque se quieren aplicar jirones históricos para odiar y querer por mandato. Hacer esto es, digamos, una forma selectiva de ver la historia en base a un criterio vago, interesado y a veces locuaz.

El libro es una compilación de ensayos de distintos historiadores muy calificados y de distinta visión y orientación metodológica y crítica. La selección fue coordinada en 1980 por Alejandra Moreno Toscano y publicada por Siglo Veintiuno Editores.

Se llama “Historia ¿para qué?” y es de lectura obligada hoy cuando la mención del pasado surge, para muchos del gobierno, cargada de rencores y resentimientos, sin hacer distinción entre la utilidad de la historia y la legitimidad de la historia.

El libro contiene ensayos de Carlos Pereyra, “Historia ¿para qué?”; Luis Villoro, “El sentido de la historia”; Luis González y González, “De la múltiple utilización de la historia”; José Joaquín Blanco, “El placer de la historia”; Enrique Florescano, “De la memoria del poder a la historia como explicación”; Arnaldo Córdoba, “La historia, maestra de la política”; Héctor Aguilar Camín, “Historia para hoy”; Carlos Monsiváis, “La pasión de la historia”; Adolfo Gilly, “La historia como crítica o como discurso de poder”; y Guillermo Bonfil Batalla, “Historias que no son todavía historia”.

Como se ve en los contenidos, predomina la preocupación por el uso de la historia desde el poder político y el gusto por la historia.

Entonces: historia ¿por qué? ¿Para reconocerse como mexicanos víctimas de nuestro pasado y para exaltar lo que conviene a los fines políticos y denostar a lo que se supone dañino...?

Quitar monumentos no cambia la historia. Obligar a la reverencia a figuras que representan las injusticias de hoy no cambia la circunstancia de muchos, hoy mismo.

En todo caso habría que seguir a don Luis González y González, el enorme historiador mexicano (1925-2003), autor de verdaderas joyas historiográficas y de tratados del quehacer histórico.

Su obra más reconocida es “Pueblo en vilo”, la historia de un pueblo perdido en las intimidades de sí mismo, en la sierra de Michoacán, en donde parece que no pasa nada, pero pasa todo: de ahí el valor enorme del rescate de lo que ocurre en pueblos ignorados, pero también existentes y muy queridos. También “El oficio de historiar” y tantos más.

En su ensayo “De la múltiple utilización de la historia” refiere a los distintos usos que se da a la historia y que corren desde la ‘Escuela anticuaria’ que es, según don Luis, la cenicienta del género histórico, a la que se le descubren particularidades como la de ser anecdótica, arqueológica, anticuaria, placera, pre científica, menuda, narrativa y romántica.

Es la que se contenta con un orden espacio-temporal de los hechos y mantiene registro de años, decenios, siglos... Es una forma de historia que narra hechos con visos de artística, aunque una de sus particularidades es la de coleccionar nimiedades. Es un tipo de historia poco apreciada por los historiadores serios.

Y sigue don Luis con la ‘Historia crítica’; que es la que arrasa con el pasado, que es con la que –cita a Voltaire- ‘nunca se nos recordarán bastante los crímenes y las desgracias de otras épocas’; a lo que Diderot responde: “Usted refiere los hechos para suscitar en nuestros corazones un odio intenso...”.

Es un tipo de historia que “se dirige al corazón aunque únicamente sea para inyectarle rencor o ponerlo en ascuas (...) así, cunde el gusto por la historia crítica, por descubrir la villanía que se agazapa detrás de las grandes instituciones de la sociedad...”

La historia crítica se complace en ‘lo feo del pasado inmediato al que se le atribuye una función corrosiva’ y cita de nuevo a Voltaire con aquello de que ‘las grandes faltas que en el tiempo pasado se cometieron’ van a servir para despertar el odio y poner en la piqueta en manos de quienes se enteren de ellas.

Así que, este tipo de historia –dice- podría llamarse ‘conocimiento activo del pasado’, un saber que se traduce muy fácilmente en acción destructora. Denuncia los recursos de opresión de opulentos y gobernantes y en vez de legitimar la autoridad la socava.

Gobiernos que hacen uso de este tipo de historia buscan generar odio hacia el pasado reciente para legitimarse, aunque olvidan que Clío, la musa de la historia, hace su trabajo para identificar los hechos de ayer y los de hoy, que un día serán pasado. Nadie escapa ni escapará a su rigor.

En adelante don Luis relata la historia de bronce, la que se enseña en las escuelas, la que impulsa el amor patrio con héroes y villanos, con heroicidades de unos y bajezas de otros. El amor por la sacrosanta patria y en donde los villanos son archivillanos y los héroes esas ‘almas purísimas sin cornamenta y cola’.

Y está bien, dice don Luis, porque la historia de bronce sirve para cohesionar a la sociedad, para unirla en base a un pasado glorioso frente a villanos crueles y sanguinarios. Es la que puebla plazas y avenidas con héroes de bronce, con mirada perdida en el infinito y poses inconmovibles. Pero hasta ahí su utilidad.

Luego clasifica a la historia científica ‘muy adicta al materialismo histórico’ entre cuyas virtudes encuentra el valor científico que se otorga al quehacer histórico y sus resultados. Quienes se adhieren a esta corriente afirman que los hechos del pasado no son refractarios al estudio científico. Y por regla general recoge hechos de la vida económica. “Para la vida económica se pueden hacer enunciados de valor general porque es un campo de actividad racional”, citando a Beutin.

Don Luis concluye que todas las formas de hacer historia de algún modo son fuente de placer, imitación y guía práctica.

Aunque advierte: “Quizá la tendencia general de los gobiernos de hoy en día es la de influir en la forma de presentar el pasado con estímulos para las historias que legitimen la autoridad establecida...”

Hoy sin embargo, es un periodo de manoseo histórico en México. Lástima, porque –lo dicho- esto no cambia la historia, lo importante es darla a conocer tal como ocurrieron los hechos en base al conocimiento riguroso del pasado y no para influir en el estado de ánimo social y mucho menos para cometer injusticias. En todo caso, todo poder también será revisado por Clío, tarde o temprano.


Digamos que los mexicanos somos un pueblo memorioso en sus hechos del pasado, no sólo en los grandes momentos y los grandes acontecimientos felices o dolorosos; trágicos o sublimes.

De hecho, en nuestro país hacemos historia todo el tiempo. El famoso “¿te acuerdas que...?” o “¿te acuerdas cuando...?” o “¿te acuerdas lo que pasó o lo que le pasó a tal o cual persona?” Es, digamos, una forma incipiente de referirse al pasado en base a nuestros registros memoriosos.

Y de ahí en adelante exaltamos los momentos que nos han dicho que fueron excepcionales; los que desde la escuela nos inculcan para reconocer, memorizar, enaltecer y hacer que a partir de nuestra identidad nacional seamos el portento de mexicanos que dará luz y lustre al mundo.

Pero la historia no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona.

En nuestro pasado los héroes nacionales no son almas purísimas, sin pecado concebidas. Son ante todo seres humanos con cualidades y defectos. Son personajes que vivieron su momento y actuaron en base a su circunstancia y a su propia emotividad o interés, y en saberlo radica el valor de la historia como recuperación rigurosa del pasado, estudiar los hechos en sus propios términos, en sus circunstancias y en sus impulsos individuales y colectivos: los de aquel momento, su momento.

Aplicar criterios nuevos a los hechos del pasado e interpretarlos a ojos de hoy es un error grave, o una impudicia o una inducción criminal. Hacerlo es absurdo y hasta mezquino. Lo que ocurrió es lo que ocurrió, tal y cual.

La historia es lo que fue y no hay manera de cambiarla. Acaso sí conocerla en lo más próximo a la verdad y entonces valdrían las preguntas base de: ¿Qué ocurrió? ¿Por qué? ¿Para qué? Y no se vale el “…si las cosas hubieran sido de esta forma”.

Los historiadores profesionales, serios y rigurosos –que hay muchos y de excelencia en nuestro país—se devanan el seso para explicar todo aquello. Investigan de forma profesional, y tienen herramientas de conocimiento y métodos para hacerlo.

Hace algunos años se publicó un libro muy importante que viene muy bien a nuestros días, porque se quieren aplicar jirones históricos para odiar y querer por mandato. Hacer esto es, digamos, una forma selectiva de ver la historia en base a un criterio vago, interesado y a veces locuaz.

El libro es una compilación de ensayos de distintos historiadores muy calificados y de distinta visión y orientación metodológica y crítica. La selección fue coordinada en 1980 por Alejandra Moreno Toscano y publicada por Siglo Veintiuno Editores.

Se llama “Historia ¿para qué?” y es de lectura obligada hoy cuando la mención del pasado surge, para muchos del gobierno, cargada de rencores y resentimientos, sin hacer distinción entre la utilidad de la historia y la legitimidad de la historia.

El libro contiene ensayos de Carlos Pereyra, “Historia ¿para qué?”; Luis Villoro, “El sentido de la historia”; Luis González y González, “De la múltiple utilización de la historia”; José Joaquín Blanco, “El placer de la historia”; Enrique Florescano, “De la memoria del poder a la historia como explicación”; Arnaldo Córdoba, “La historia, maestra de la política”; Héctor Aguilar Camín, “Historia para hoy”; Carlos Monsiváis, “La pasión de la historia”; Adolfo Gilly, “La historia como crítica o como discurso de poder”; y Guillermo Bonfil Batalla, “Historias que no son todavía historia”.

Como se ve en los contenidos, predomina la preocupación por el uso de la historia desde el poder político y el gusto por la historia.

Entonces: historia ¿por qué? ¿Para reconocerse como mexicanos víctimas de nuestro pasado y para exaltar lo que conviene a los fines políticos y denostar a lo que se supone dañino...?

Quitar monumentos no cambia la historia. Obligar a la reverencia a figuras que representan las injusticias de hoy no cambia la circunstancia de muchos, hoy mismo.

En todo caso habría que seguir a don Luis González y González, el enorme historiador mexicano (1925-2003), autor de verdaderas joyas historiográficas y de tratados del quehacer histórico.

Su obra más reconocida es “Pueblo en vilo”, la historia de un pueblo perdido en las intimidades de sí mismo, en la sierra de Michoacán, en donde parece que no pasa nada, pero pasa todo: de ahí el valor enorme del rescate de lo que ocurre en pueblos ignorados, pero también existentes y muy queridos. También “El oficio de historiar” y tantos más.

En su ensayo “De la múltiple utilización de la historia” refiere a los distintos usos que se da a la historia y que corren desde la ‘Escuela anticuaria’ que es, según don Luis, la cenicienta del género histórico, a la que se le descubren particularidades como la de ser anecdótica, arqueológica, anticuaria, placera, pre científica, menuda, narrativa y romántica.

Es la que se contenta con un orden espacio-temporal de los hechos y mantiene registro de años, decenios, siglos... Es una forma de historia que narra hechos con visos de artística, aunque una de sus particularidades es la de coleccionar nimiedades. Es un tipo de historia poco apreciada por los historiadores serios.

Y sigue don Luis con la ‘Historia crítica’; que es la que arrasa con el pasado, que es con la que –cita a Voltaire- ‘nunca se nos recordarán bastante los crímenes y las desgracias de otras épocas’; a lo que Diderot responde: “Usted refiere los hechos para suscitar en nuestros corazones un odio intenso...”.

Es un tipo de historia que “se dirige al corazón aunque únicamente sea para inyectarle rencor o ponerlo en ascuas (...) así, cunde el gusto por la historia crítica, por descubrir la villanía que se agazapa detrás de las grandes instituciones de la sociedad...”

La historia crítica se complace en ‘lo feo del pasado inmediato al que se le atribuye una función corrosiva’ y cita de nuevo a Voltaire con aquello de que ‘las grandes faltas que en el tiempo pasado se cometieron’ van a servir para despertar el odio y poner en la piqueta en manos de quienes se enteren de ellas.

Así que, este tipo de historia –dice- podría llamarse ‘conocimiento activo del pasado’, un saber que se traduce muy fácilmente en acción destructora. Denuncia los recursos de opresión de opulentos y gobernantes y en vez de legitimar la autoridad la socava.

Gobiernos que hacen uso de este tipo de historia buscan generar odio hacia el pasado reciente para legitimarse, aunque olvidan que Clío, la musa de la historia, hace su trabajo para identificar los hechos de ayer y los de hoy, que un día serán pasado. Nadie escapa ni escapará a su rigor.

En adelante don Luis relata la historia de bronce, la que se enseña en las escuelas, la que impulsa el amor patrio con héroes y villanos, con heroicidades de unos y bajezas de otros. El amor por la sacrosanta patria y en donde los villanos son archivillanos y los héroes esas ‘almas purísimas sin cornamenta y cola’.

Y está bien, dice don Luis, porque la historia de bronce sirve para cohesionar a la sociedad, para unirla en base a un pasado glorioso frente a villanos crueles y sanguinarios. Es la que puebla plazas y avenidas con héroes de bronce, con mirada perdida en el infinito y poses inconmovibles. Pero hasta ahí su utilidad.

Luego clasifica a la historia científica ‘muy adicta al materialismo histórico’ entre cuyas virtudes encuentra el valor científico que se otorga al quehacer histórico y sus resultados. Quienes se adhieren a esta corriente afirman que los hechos del pasado no son refractarios al estudio científico. Y por regla general recoge hechos de la vida económica. “Para la vida económica se pueden hacer enunciados de valor general porque es un campo de actividad racional”, citando a Beutin.

Don Luis concluye que todas las formas de hacer historia de algún modo son fuente de placer, imitación y guía práctica.

Aunque advierte: “Quizá la tendencia general de los gobiernos de hoy en día es la de influir en la forma de presentar el pasado con estímulos para las historias que legitimen la autoridad establecida...”

Hoy sin embargo, es un periodo de manoseo histórico en México. Lástima, porque –lo dicho- esto no cambia la historia, lo importante es darla a conocer tal como ocurrieron los hechos en base al conocimiento riguroso del pasado y no para influir en el estado de ánimo social y mucho menos para cometer injusticias. En todo caso, todo poder también será revisado por Clío, tarde o temprano.


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