/ viernes 25 de junio de 2021

Hojas de papel volando | "En un lugar de La Mancha..."

Es una de las obras cúspide de la lengua española. Es “Don Quijote de la Mancha” el que nos acompaña por siglos. Desde su aparición impresa en 1605 y hasta nuestros días. Y no sólo a los hispanohablantes, también a lectores de todo el mundo en las miles de traducciones y ediciones que se han hecho desde entonces, ya más de cuatrocientos años.

Y, junto con los valores muy reconocidos de la obra, está el grado de aspiración permanente entre seres humanos que ven en esta obra la sublimación del ideal de justicia, libertad, honorabilidad, dignidad y fraternidad entre quienes vivimos, sin importar distancias, fronteras, creencias, raza, preferencias u origen.

Así que por estos días se ha hecho frecuente que las redes sociales reproduzcan frases de Don Quijote, alusivas a la libertad, al buen gobierno, a la justicia, a la igualdad, al poder de y para quién y para qué... De todo se repite con fruición y mandamiento.

Y todo esto gracias a la locura de un hombre que quiso cambiar su mundo y los hechos de su tiempo para transformar la realidad en un sueño. Y para ello salió a recorrer caminos, veredas, villas, aldeas, poblados, llanuras, bosques, ríos... para decirnos que “La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos”.

Es la historia de un hombre que perdió la razón en el siglo XVI y los albores del siglo XVII. Todo porque durante horas, días, semanas, meses, se ocupó en leer libros de caballerías, de héroes valerosos que cabalgaban en hermosos corceles para enfrentar dragones, monstruos, hechizos y a seres humanos innobles y así acabar con el mal que aqueja a la humanidad y para hacer que el bien predomine.

Al final, todas sus tareas tenían recompensa: el beneplácito del monarca y la sonrisa, el pañuelo y la mano de su dama, la única, a la que habría de dedicarle sus hazañas y sus sueños y desvelos.

El viejo hidalgo Alonso Quijano había devorado el Amadis de Gaula, Palmerín de Inglaterra, Felixmarte de Hircania, Cirongilio de Traciae incluso el valenciano Tirant lo Blanch y más. Así que “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro”.

"Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza...” Vivía en un lugar de La Mancha, en España, “de cuyo nombre no quiero acordarme...”

Se sustentaba con la medianía que le daban su linaje menor y su granja, no obstante salió de casa para convertirse en caballero andante, el de ‘La triste figura’, “Don Quijote de la Mancha”. Y buscó a un monarca para que, luego de ingentes tareas, lo nombrara caballero.

Y fue un ventero, quien había sido encantado por duendes malévolos despojándolo de su linaje, quien le otorgó el grado que le permitiría salir a luchar y ‘desfacer entuertos’ en honor de la corona y para halagar a su amada Dulcinea del Toboso, quien no era otra que Aldonza Lorenzo.

Comienza la trama de lo que serían las tres salidas de don Quijote a los campos de Castilla, Andalucía y Cataluña. Es la historia de ese hombre noble que a fuerza de su sentido de la vida y de lo que debía ser y no, quiso transformar a la realidad para hacerla un mundo feliz y, por lo mismo, enfrentó a ese mundo real para transformarlo a su medida y en base a la justicia y la libertad...

La obra de Cervantes es una crítica a la realidad de España en ese momento. Era una confrontación entre el mundo prometido y el que vivía la gente de trabajo, de poblados, de pequeñas aldeas en donde la vida transcurría entre carencias, abusos y aspiraciones: lo cotidiano.

El libro –en dos tomos- de Miguel de Cervantes Saavedra –nacido el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares y muerto en Madrid en 1616-- es una obra externamente cómica pero también es íntimamente triste. Muy triste. Es el retrato de unos ideales admirables burlescamente enfrentados a la miserable y terca realidad.

Y comienza la primera salida en la que don Quijote se hace de su caballo rocinante, una cabalgadura flaca de todo a todo, de armadura, de yelmo y de espada. Pero le hacía falta el interlocutor con el que desahogar los ideales y contrastar realidades.

Lo encontró a su segunda salida: su fiel escudero Sancho Panza, quien en su ingenuidad creía que la promesa de una ínsula barataria para su gobierno sería el premio a la compañía y a las andanzas con “su señor”. Y surge lo que habrá de ser una amistad indisoluble. Y ahí van los dos hombres en sus cabalgaduras, para enfrentar al mundo y a conseguir la libertad y la justicia.

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres...”

Así, el Quijote es una carta de enseñanzas que nos envió Cervantes. El sentido de la justicia en Cervantes y su Quijote son universales y horizontales: La justicia, la igualdad, la paz, la libertad están en manos de los hombres mismos.

Para hacerlo, el autor se vale de sus experiencias de vida; de sus recorridos y sus andanzas. Ya como soldado a la orden de Felipe II y don Juan de Austria; y a quien le inutilizaron el brazo izquierdo en la batalla de Lepanto en 1571 en el enfrentamiento contra los turcos.

Su cautiverio, luego, por cinco años en galeras de Argel, desde donde quiso escapar en cuatro ocasiones. Intentos fallidos todos. Finalmente, gracias al apoyo de su familia, consigue la libertad.

En la obra se retrata el mundo que conoció Cervantes: pueblos y villas, poblados y caminos. Esto porque al regreso del cautiverio intentó que le permitieran venir ‘a las Indias’. Se lo niegan, y a pesar de sus hechos heroicos de guerra, consigue que le otorguen alguna plaza. Necesitaba dinero. Y aceptó encargos difíciles y humillantes: como recaudador de impuestos, lo que lo obliga a viajar las más alejadas y aisladas aldeas:

“Se puso en contacto directo con el pueblo: con palurdos ignorantes, con ricachones avaros, con mujeres hacendosas y hembras de rompe y rasga, con curas de aldea e hidalgos de villorio; tuvo que hacer noches en ventas ruines e incómodas, en las que paraban toda suerte de caminantes, desde el noble señor como la dama principal, hasta el tramposo titiritero o el más bajo castrador de puercos”. Pues eso, todo este mundo nutrió de forma excepcional al mundo de don Quijote.

Y si no hubiera sido por estas experiencias, además de las distintas ocasiones que Cervantes estuvo encarcelado y su vida azarosa en familia, con hermanas e hija a las que señalaban como “de recibir favores de hombres” y conocidas como “las Cervantas”, la obra de don Quijote no sería el mapa de ese mundo al que ‘el caballero de la triste figura’ enfrentó, criticó y quiso cambiar.

(Además, Cervantes quería luchar en contra de aquellos libros de caballerías que tanto atosigaban al lector de la época con historias fantasiosas y cargadas de irrealidades. De ahí su ironía y su sarcasmo. Aunque, de grado o por fuerza, construyó a un caballero a la medida del espíritu humano universal y atemporal).

Es una lucha entre la ilusión y la realidad. O la realidad transformada en ilusión. Es el momento de lucidez de un hombre que perdió la razón y descubrió que el mundo podía ser otro, siempre y cuando ese mismo hombre decidiera cambiar para ser mejor gobernante, ciudadano, ser humano, caminante de caminos insospechados y de amores cargados de esperanza.

Es un libro que hay que leer y releer. Es alimento para el alma y semilla para las entendederas.

Es un libro que habla de la tristeza del adiós, pero sobre todo de la amistad. De la entrañable amistad que no tiene fin: “Cuando entras en el corazón de un amigo, no importa el lugar que ocupes, lo importante es que nunca salgas de ahí”.

O bien, cuando escritura:

“Querido Sancho: Compruebo con pesar, como los palacios son ocupados por gañanes y las chozas por sabios. Nunca fui defensor de los reyes, pero peores son los que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo que saben que nunca les darán. País este, amado Sancho, que destrona reyes y corona piratas, pensando que el oro del rey será repartido entre el pueblo, sin saber que los piratas solo reparten entre piratas”.

Sepan cuantos...

Es una de las obras cúspide de la lengua española. Es “Don Quijote de la Mancha” el que nos acompaña por siglos. Desde su aparición impresa en 1605 y hasta nuestros días. Y no sólo a los hispanohablantes, también a lectores de todo el mundo en las miles de traducciones y ediciones que se han hecho desde entonces, ya más de cuatrocientos años.

Y, junto con los valores muy reconocidos de la obra, está el grado de aspiración permanente entre seres humanos que ven en esta obra la sublimación del ideal de justicia, libertad, honorabilidad, dignidad y fraternidad entre quienes vivimos, sin importar distancias, fronteras, creencias, raza, preferencias u origen.

Así que por estos días se ha hecho frecuente que las redes sociales reproduzcan frases de Don Quijote, alusivas a la libertad, al buen gobierno, a la justicia, a la igualdad, al poder de y para quién y para qué... De todo se repite con fruición y mandamiento.

Y todo esto gracias a la locura de un hombre que quiso cambiar su mundo y los hechos de su tiempo para transformar la realidad en un sueño. Y para ello salió a recorrer caminos, veredas, villas, aldeas, poblados, llanuras, bosques, ríos... para decirnos que “La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos”.

Es la historia de un hombre que perdió la razón en el siglo XVI y los albores del siglo XVII. Todo porque durante horas, días, semanas, meses, se ocupó en leer libros de caballerías, de héroes valerosos que cabalgaban en hermosos corceles para enfrentar dragones, monstruos, hechizos y a seres humanos innobles y así acabar con el mal que aqueja a la humanidad y para hacer que el bien predomine.

Al final, todas sus tareas tenían recompensa: el beneplácito del monarca y la sonrisa, el pañuelo y la mano de su dama, la única, a la que habría de dedicarle sus hazañas y sus sueños y desvelos.

El viejo hidalgo Alonso Quijano había devorado el Amadis de Gaula, Palmerín de Inglaterra, Felixmarte de Hircania, Cirongilio de Traciae incluso el valenciano Tirant lo Blanch y más. Así que “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro”.

"Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza...” Vivía en un lugar de La Mancha, en España, “de cuyo nombre no quiero acordarme...”

Se sustentaba con la medianía que le daban su linaje menor y su granja, no obstante salió de casa para convertirse en caballero andante, el de ‘La triste figura’, “Don Quijote de la Mancha”. Y buscó a un monarca para que, luego de ingentes tareas, lo nombrara caballero.

Y fue un ventero, quien había sido encantado por duendes malévolos despojándolo de su linaje, quien le otorgó el grado que le permitiría salir a luchar y ‘desfacer entuertos’ en honor de la corona y para halagar a su amada Dulcinea del Toboso, quien no era otra que Aldonza Lorenzo.

Comienza la trama de lo que serían las tres salidas de don Quijote a los campos de Castilla, Andalucía y Cataluña. Es la historia de ese hombre noble que a fuerza de su sentido de la vida y de lo que debía ser y no, quiso transformar a la realidad para hacerla un mundo feliz y, por lo mismo, enfrentó a ese mundo real para transformarlo a su medida y en base a la justicia y la libertad...

La obra de Cervantes es una crítica a la realidad de España en ese momento. Era una confrontación entre el mundo prometido y el que vivía la gente de trabajo, de poblados, de pequeñas aldeas en donde la vida transcurría entre carencias, abusos y aspiraciones: lo cotidiano.

El libro –en dos tomos- de Miguel de Cervantes Saavedra –nacido el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares y muerto en Madrid en 1616-- es una obra externamente cómica pero también es íntimamente triste. Muy triste. Es el retrato de unos ideales admirables burlescamente enfrentados a la miserable y terca realidad.

Y comienza la primera salida en la que don Quijote se hace de su caballo rocinante, una cabalgadura flaca de todo a todo, de armadura, de yelmo y de espada. Pero le hacía falta el interlocutor con el que desahogar los ideales y contrastar realidades.

Lo encontró a su segunda salida: su fiel escudero Sancho Panza, quien en su ingenuidad creía que la promesa de una ínsula barataria para su gobierno sería el premio a la compañía y a las andanzas con “su señor”. Y surge lo que habrá de ser una amistad indisoluble. Y ahí van los dos hombres en sus cabalgaduras, para enfrentar al mundo y a conseguir la libertad y la justicia.

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres...”

Así, el Quijote es una carta de enseñanzas que nos envió Cervantes. El sentido de la justicia en Cervantes y su Quijote son universales y horizontales: La justicia, la igualdad, la paz, la libertad están en manos de los hombres mismos.

Para hacerlo, el autor se vale de sus experiencias de vida; de sus recorridos y sus andanzas. Ya como soldado a la orden de Felipe II y don Juan de Austria; y a quien le inutilizaron el brazo izquierdo en la batalla de Lepanto en 1571 en el enfrentamiento contra los turcos.

Su cautiverio, luego, por cinco años en galeras de Argel, desde donde quiso escapar en cuatro ocasiones. Intentos fallidos todos. Finalmente, gracias al apoyo de su familia, consigue la libertad.

En la obra se retrata el mundo que conoció Cervantes: pueblos y villas, poblados y caminos. Esto porque al regreso del cautiverio intentó que le permitieran venir ‘a las Indias’. Se lo niegan, y a pesar de sus hechos heroicos de guerra, consigue que le otorguen alguna plaza. Necesitaba dinero. Y aceptó encargos difíciles y humillantes: como recaudador de impuestos, lo que lo obliga a viajar las más alejadas y aisladas aldeas:

“Se puso en contacto directo con el pueblo: con palurdos ignorantes, con ricachones avaros, con mujeres hacendosas y hembras de rompe y rasga, con curas de aldea e hidalgos de villorio; tuvo que hacer noches en ventas ruines e incómodas, en las que paraban toda suerte de caminantes, desde el noble señor como la dama principal, hasta el tramposo titiritero o el más bajo castrador de puercos”. Pues eso, todo este mundo nutrió de forma excepcional al mundo de don Quijote.

Y si no hubiera sido por estas experiencias, además de las distintas ocasiones que Cervantes estuvo encarcelado y su vida azarosa en familia, con hermanas e hija a las que señalaban como “de recibir favores de hombres” y conocidas como “las Cervantas”, la obra de don Quijote no sería el mapa de ese mundo al que ‘el caballero de la triste figura’ enfrentó, criticó y quiso cambiar.

(Además, Cervantes quería luchar en contra de aquellos libros de caballerías que tanto atosigaban al lector de la época con historias fantasiosas y cargadas de irrealidades. De ahí su ironía y su sarcasmo. Aunque, de grado o por fuerza, construyó a un caballero a la medida del espíritu humano universal y atemporal).

Es una lucha entre la ilusión y la realidad. O la realidad transformada en ilusión. Es el momento de lucidez de un hombre que perdió la razón y descubrió que el mundo podía ser otro, siempre y cuando ese mismo hombre decidiera cambiar para ser mejor gobernante, ciudadano, ser humano, caminante de caminos insospechados y de amores cargados de esperanza.

Es un libro que hay que leer y releer. Es alimento para el alma y semilla para las entendederas.

Es un libro que habla de la tristeza del adiós, pero sobre todo de la amistad. De la entrañable amistad que no tiene fin: “Cuando entras en el corazón de un amigo, no importa el lugar que ocupes, lo importante es que nunca salgas de ahí”.

O bien, cuando escritura:

“Querido Sancho: Compruebo con pesar, como los palacios son ocupados por gañanes y las chozas por sabios. Nunca fui defensor de los reyes, pero peores son los que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo que saben que nunca les darán. País este, amado Sancho, que destrona reyes y corona piratas, pensando que el oro del rey será repartido entre el pueblo, sin saber que los piratas solo reparten entre piratas”.

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