/ viernes 27 de enero de 2023

Hojas de Papel Volando | Festival del despecho

“Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano. Espectro del infierno, maldita sabandija, cuánto daño me has hecho”…: Así ¿o más?... canta Francisca Viveros Barradas, conocida como “Paquita la del Barrio” en una tonada popular hecha de desplantes, de desahogo, de venganza, de repudio, de dolor y de abandono…

Son del tipo de canciones hechas a la medida del suplicio humano, del desamor, del abandono, de la separación, de la pérdida de la ilusión o de la pérdida del ser amado: por su traición. Ella, o él. Porque eso de las “Penas por amor perdidas”, que dijera William Shakespeare, tiene sus vaivenes: “¿Cómo puede ser leal el amor alcanzado mediante la perfidia?” reclama el dramaturgo inglés.

Y para que haya inspiración tiene que haber una-dos-o-tres partes. Una, la del despecho, la que sufre, la que lamenta, la que reprocha y castiga; la de la venganza; otra es la persona que produce el despecho por su partida, por su engaño, por su traición, “por su maldito amor”… Eso es: lo que no se perdona es la traición, la mentira, el engaño, el “verme la cara de pe…”.

Y la tercera es esa mala sangre que se metió entre los dos que eran felices y arrancó a todos el corazón en dos partido. Todo eso está puesto en las canciones dolencia y ganancia, en las que predomina eso: la traición y el desquite; a la manera de Ricardo Garibay: “¡Miéntales la madre, que también eso les duele!”.

Y son hechas para alguien en particular, aunque luego por sus dichos y atribuciones se generalicen y se repitan y se repitan al infinito mientras el dolor duele y la traición traicione.

En una ocasión, hace ya tiempo, una alta funcionaria pública de probidad absoluta, según dicen, acudió a una reunión con sus amigas. Fue en el Bar-Restaurante La Opera que está en el centro de la Ciudad de México. Algo pasaba.

Al principio –seis ellas- reían y carcajeaban. Pidieron algo para tomar. Luego un vino para acompañar los alimentos. Terminaron y siguieron pidiendo alguna copita para el desempance y más y más…

Horas después la alta funcionaria estaba cantando a todo pulmón, para todos los ahí presentes una canción-su canción, y cantaba bravía, apasionada, dolorosa y con lágrimas en los ojos: “Ya agarraste por tu cuenta las parrandas… Palomo negro, palomo negro eres la reja de un penal: quiero ser libre, vivir mi vida con quien yo quiera…” Y así.

Es un asunto universal. Ocurre hasta en los mejores países y su gente. Y para que haya canciones de despecho tiene que haber los tres ingredientes ya mencionados y el receptor: el público, el apasionado público que encuentra en esas letras su propia experiencia, su propia vida, su propio reclamo y venganza.

… Y agradece la traducción de su pesar a palabras que a lo mejor en algún momento pensó pero que no supo escribirlas o le dio pena o era tan grande la carga que “me duele el pensamiento cuando pienso”. (Sor Juana)

Y eso: lo del reproche y venganza, desahogo y clamor viene de muy lejos; desde que el ser humano es ser humano y existe “la palabra amor”. Pero también existe la palabra “traición” y la palabra “desquite”: “Que la chancla que yo tiro, no la vuelvo a levantar…”

Y para muchos la fuente de inspiración es ese sentimiento adverso, ese sentimiento que contiene resabios de aquel amor que se supone terminado porque una de las partes decidió engañar o seguir otro camino… “¡Ah! Pero eso no se va a quedar así”:

Y entonces surgen las canciones de “despecho”, las del grito justiciero: “Amor perdido, si como dices es cierto que vives, dichosa sin mí, vive dichosa, quizá otros labios te den la fortuna que yo no te di… No estoy herido … Que viva el placer, que viva el amor. Ahora soy libre, quiero a quien me quiera, ¡que viva el amor!”…

Pero para no ir tan lejos. La canción mexicana es vasta en mensajes de desquite, de venganza, de eso: de despecho. Ya de hombre a mujer o de mujer a hombre: pero vale para todos los casos cuando el público decide que “¡esa no, porque me duele!”.

Ya desde el siglo XIX según Vicente T. Mendoza, estudioso e historiador de la música mexicana, dice que hubo canciones en las que el corazón se desgranaba en dolor y reproche. Romanzas, corridos… Eran canciones desgarradoras pero también iracundas y que acusaban una traición.

La música ranchera mexicana, los corridos, los boleros –ni se diga-, las baladas, están plenas de ese amor y desamor. Están hechas a la medida de los dolores del corazón que no cesan y que quieren “gritar a los cuatro vientos, que no soy nada, que no soy nada, que nada valgo sin tu querer, mujer…”

Y se da por todos lados, no importa la geografía, no importa el entorno, no el momento histórico; el contexto general se pierde y así como en el campo, en la urbe lo expresa ese ser humano vuelto llaga, como en Chava Flores: “Ingrata pérfida, romántica insoluta, tú me estrujaste, todito el corazón, y yo benévolo, hablábate de amores, y decíate mi anémica pasión…: burlábates todita de mi ánimo extasiado, andábates creyendo que iríame yo a matar: ¡Pero fallote…!”

Si bien en un principio eran los hombres los más llorones e indignados por un amor perdido, es luego de la segunda mitad del siglo pasado cuando las mujeres comienzan a maldecir y a gritar y a descobijar en público las intimidades más corrosivas de aquel que “no me merecía”.

Un caso clarísimo de canción de despecho es la famosa “Cheque en blanco” de María Elena Valdelamar, que compuso esta melodía en los sesenta a raíz de un desprecio, de una indignación, de una humillación y de una ofensa.

La cantó frente a toda una plana mayor de la política y los medios para un rico empresario que la había agraviado. Luego la canción se hizo archipopular cantada por Chelo Silva y mucho tiempo después, en un cover, por Paquita la del Barrio:

“Pero que mal te juzgué. Si te gusta la basura, pero mira que locura, pero para ti está bien. Pero que mal calculé: Yo te creía tan decente, y te gusta lo corriente por barato yo qué sé. Y no canto de dolor; yo no busco quien me quiera, ni pretendo financiera que me avale lo que soy: Yo, yo no soy letra de cambio, ni moneda que se entrega, que se le entrega a cualquiera: Como cheque al portador…” Ooooooorale’s.

Pues todo esto viene al caso porque muy recientemente se ha hecho un verdadero fenómeno mediático de una canción que la cantante venezolana Shakira entona para desahogar su despecho y enojo en contra de su ex esposo el futbolista Gerard Piqué. Y se ha convertido en un éxito mundial. Ha tenido reacciones en favor y en contra: las de ellas solidarias, las de ellos también, aunque…

Publicada bajo el título “BZRP Music Session #53”, Shakira lanza en ella dardos como “tanto que te las dabas de campeón y cuando te necesitaba diste tu peor versión” o “entendí que no es culpa mía que te critiquen, yo sólo hago música, perdón que te sal-pique”. Y avanza: “esto es pa’ que te mortifique, mastica y traga, tragues y mastiques” o “contigo ya no regreso, ni que me llores ni me supliques, me dejaste de vecina a la suegra, con la prensa en la puerta y la deuda en Hacienda”.

Pero no sólo ella, muchas cantantes exitosas al momento han tirado a un lado la margarita para reclamar y preguntar, para evidenciar hechos y para compartir las penas que, con canciones, son menos.

Adele, Beyoncé o Taylor Swift, Alanis Morissette… Tantos y tantas más con aquello de “pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.” En todo caso esto de las canciones escritas para el desahogo –y si de paso hay lanita…-- seguirá siendo trigo para palomas.

En todo caso eso: en español, en inglés, en francés, en ruso, en cualquier lengua, es la urgente necesidad de gritar: “Dile a ese que hoy te ama que para amarte nada más, para eso a él le falta… lo que yo te tengo de más…”

Pero nada. Vayamos con calma. No nos engañemos. Miremos al infinito tranquilamente. Suspiremos profundo y escuchemos con atención, de cara al sol y frente al mar, con intensa emoción, el mensaje de ternura, de dulzura, de amor que es todo miel y algodón de azúcar, ese que nos entregan nuestras palomas mensajeras:

“Tres veces te engañé, tres veces te engañé, tres veces te engañé: la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera… poooor placer…” … “Es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso, un payaso vanidoso, inconsciente y presumido, falso, enano, rencoroso, que no tiene corazón” … ejem… Con permisito…

“Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano. Espectro del infierno, maldita sabandija, cuánto daño me has hecho”…: Así ¿o más?... canta Francisca Viveros Barradas, conocida como “Paquita la del Barrio” en una tonada popular hecha de desplantes, de desahogo, de venganza, de repudio, de dolor y de abandono…

Son del tipo de canciones hechas a la medida del suplicio humano, del desamor, del abandono, de la separación, de la pérdida de la ilusión o de la pérdida del ser amado: por su traición. Ella, o él. Porque eso de las “Penas por amor perdidas”, que dijera William Shakespeare, tiene sus vaivenes: “¿Cómo puede ser leal el amor alcanzado mediante la perfidia?” reclama el dramaturgo inglés.

Y para que haya inspiración tiene que haber una-dos-o-tres partes. Una, la del despecho, la que sufre, la que lamenta, la que reprocha y castiga; la de la venganza; otra es la persona que produce el despecho por su partida, por su engaño, por su traición, “por su maldito amor”… Eso es: lo que no se perdona es la traición, la mentira, el engaño, el “verme la cara de pe…”.

Y la tercera es esa mala sangre que se metió entre los dos que eran felices y arrancó a todos el corazón en dos partido. Todo eso está puesto en las canciones dolencia y ganancia, en las que predomina eso: la traición y el desquite; a la manera de Ricardo Garibay: “¡Miéntales la madre, que también eso les duele!”.

Y son hechas para alguien en particular, aunque luego por sus dichos y atribuciones se generalicen y se repitan y se repitan al infinito mientras el dolor duele y la traición traicione.

En una ocasión, hace ya tiempo, una alta funcionaria pública de probidad absoluta, según dicen, acudió a una reunión con sus amigas. Fue en el Bar-Restaurante La Opera que está en el centro de la Ciudad de México. Algo pasaba.

Al principio –seis ellas- reían y carcajeaban. Pidieron algo para tomar. Luego un vino para acompañar los alimentos. Terminaron y siguieron pidiendo alguna copita para el desempance y más y más…

Horas después la alta funcionaria estaba cantando a todo pulmón, para todos los ahí presentes una canción-su canción, y cantaba bravía, apasionada, dolorosa y con lágrimas en los ojos: “Ya agarraste por tu cuenta las parrandas… Palomo negro, palomo negro eres la reja de un penal: quiero ser libre, vivir mi vida con quien yo quiera…” Y así.

Es un asunto universal. Ocurre hasta en los mejores países y su gente. Y para que haya canciones de despecho tiene que haber los tres ingredientes ya mencionados y el receptor: el público, el apasionado público que encuentra en esas letras su propia experiencia, su propia vida, su propio reclamo y venganza.

… Y agradece la traducción de su pesar a palabras que a lo mejor en algún momento pensó pero que no supo escribirlas o le dio pena o era tan grande la carga que “me duele el pensamiento cuando pienso”. (Sor Juana)

Y eso: lo del reproche y venganza, desahogo y clamor viene de muy lejos; desde que el ser humano es ser humano y existe “la palabra amor”. Pero también existe la palabra “traición” y la palabra “desquite”: “Que la chancla que yo tiro, no la vuelvo a levantar…”

Y para muchos la fuente de inspiración es ese sentimiento adverso, ese sentimiento que contiene resabios de aquel amor que se supone terminado porque una de las partes decidió engañar o seguir otro camino… “¡Ah! Pero eso no se va a quedar así”:

Y entonces surgen las canciones de “despecho”, las del grito justiciero: “Amor perdido, si como dices es cierto que vives, dichosa sin mí, vive dichosa, quizá otros labios te den la fortuna que yo no te di… No estoy herido … Que viva el placer, que viva el amor. Ahora soy libre, quiero a quien me quiera, ¡que viva el amor!”…

Pero para no ir tan lejos. La canción mexicana es vasta en mensajes de desquite, de venganza, de eso: de despecho. Ya de hombre a mujer o de mujer a hombre: pero vale para todos los casos cuando el público decide que “¡esa no, porque me duele!”.

Ya desde el siglo XIX según Vicente T. Mendoza, estudioso e historiador de la música mexicana, dice que hubo canciones en las que el corazón se desgranaba en dolor y reproche. Romanzas, corridos… Eran canciones desgarradoras pero también iracundas y que acusaban una traición.

La música ranchera mexicana, los corridos, los boleros –ni se diga-, las baladas, están plenas de ese amor y desamor. Están hechas a la medida de los dolores del corazón que no cesan y que quieren “gritar a los cuatro vientos, que no soy nada, que no soy nada, que nada valgo sin tu querer, mujer…”

Y se da por todos lados, no importa la geografía, no importa el entorno, no el momento histórico; el contexto general se pierde y así como en el campo, en la urbe lo expresa ese ser humano vuelto llaga, como en Chava Flores: “Ingrata pérfida, romántica insoluta, tú me estrujaste, todito el corazón, y yo benévolo, hablábate de amores, y decíate mi anémica pasión…: burlábates todita de mi ánimo extasiado, andábates creyendo que iríame yo a matar: ¡Pero fallote…!”

Si bien en un principio eran los hombres los más llorones e indignados por un amor perdido, es luego de la segunda mitad del siglo pasado cuando las mujeres comienzan a maldecir y a gritar y a descobijar en público las intimidades más corrosivas de aquel que “no me merecía”.

Un caso clarísimo de canción de despecho es la famosa “Cheque en blanco” de María Elena Valdelamar, que compuso esta melodía en los sesenta a raíz de un desprecio, de una indignación, de una humillación y de una ofensa.

La cantó frente a toda una plana mayor de la política y los medios para un rico empresario que la había agraviado. Luego la canción se hizo archipopular cantada por Chelo Silva y mucho tiempo después, en un cover, por Paquita la del Barrio:

“Pero que mal te juzgué. Si te gusta la basura, pero mira que locura, pero para ti está bien. Pero que mal calculé: Yo te creía tan decente, y te gusta lo corriente por barato yo qué sé. Y no canto de dolor; yo no busco quien me quiera, ni pretendo financiera que me avale lo que soy: Yo, yo no soy letra de cambio, ni moneda que se entrega, que se le entrega a cualquiera: Como cheque al portador…” Ooooooorale’s.

Pues todo esto viene al caso porque muy recientemente se ha hecho un verdadero fenómeno mediático de una canción que la cantante venezolana Shakira entona para desahogar su despecho y enojo en contra de su ex esposo el futbolista Gerard Piqué. Y se ha convertido en un éxito mundial. Ha tenido reacciones en favor y en contra: las de ellas solidarias, las de ellos también, aunque…

Publicada bajo el título “BZRP Music Session #53”, Shakira lanza en ella dardos como “tanto que te las dabas de campeón y cuando te necesitaba diste tu peor versión” o “entendí que no es culpa mía que te critiquen, yo sólo hago música, perdón que te sal-pique”. Y avanza: “esto es pa’ que te mortifique, mastica y traga, tragues y mastiques” o “contigo ya no regreso, ni que me llores ni me supliques, me dejaste de vecina a la suegra, con la prensa en la puerta y la deuda en Hacienda”.

Pero no sólo ella, muchas cantantes exitosas al momento han tirado a un lado la margarita para reclamar y preguntar, para evidenciar hechos y para compartir las penas que, con canciones, son menos.

Adele, Beyoncé o Taylor Swift, Alanis Morissette… Tantos y tantas más con aquello de “pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.” En todo caso esto de las canciones escritas para el desahogo –y si de paso hay lanita…-- seguirá siendo trigo para palomas.

En todo caso eso: en español, en inglés, en francés, en ruso, en cualquier lengua, es la urgente necesidad de gritar: “Dile a ese que hoy te ama que para amarte nada más, para eso a él le falta… lo que yo te tengo de más…”

Pero nada. Vayamos con calma. No nos engañemos. Miremos al infinito tranquilamente. Suspiremos profundo y escuchemos con atención, de cara al sol y frente al mar, con intensa emoción, el mensaje de ternura, de dulzura, de amor que es todo miel y algodón de azúcar, ese que nos entregan nuestras palomas mensajeras:

“Tres veces te engañé, tres veces te engañé, tres veces te engañé: la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera… poooor placer…” … “Es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso, un payaso vanidoso, inconsciente y presumido, falso, enano, rencoroso, que no tiene corazón” … ejem… Con permisito…

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