/ viernes 2 de abril de 2021

Hojas de papel volando | José Joaquín Blanco, o la mejor rebeldía

El 17 de marzo de 1979 fue sábado. Ese día se publicó el suplemento de cultura del periódico UnomásUno que dirigía don Fernando Benítez y que editaba Huberto Bátiz. Se llamaba así: “Sábado”.

Por entonces la lectura de este diario era obligada entre muchos interesados en lo que pasaba en México y fuera, desde una perspectiva novedosa y crítica y desde la izquierda inteligente y preocupada por lo social en sus distintas discrepancias, contradicciones y urgentes necesidades. Era un periódico que se destacaba por su crítica al poder, razonada y justa.

Para entonces el periódico que había fundado Manuel Becerra Acosta apenas un año y meses antes, el 14 de noviembre de 1977, pronto se posicionó como un medio serio y muy enjundioso tanto en su formato como en sus entregas informativas y de análisis, debidas en mucho a la calidad de sus reporteros, redactores, analistas, escritores, diseñadores, editores... tanto. De todos modos, ese sábado se armó una verdadera revolución.

Para nosotros, que éramos incipientes estudiantes de periodismo en la Universidad. aquella crónica nos cayó como agua fresca; era como encontrar una puerta abierta a una nueva forma y tono para decir las cosas y sumergirnos en un lenguaje y una argumentación rica en formas y contenidos que lo mismo generaban el “no se miden” como “qué chingonería”. Había que leerlo y releerlo.

Aquel día se publicó una crónica-ensayo de José Joaquín Blanco que se llama “Ojos que da pánico soñar”. Y es un retrato argumentado que explicaba al mundo homosexual, sus razones, sus dilemas, los reproches, la defensa racional, justa, digna y honorable, y era, sobre todo, un texto de libertad. Una libertad que se distinguía desde el título –que es parte de un poema de T.S. Eliot:


“Eyes I dare not meet in dreams

In death's dream kingdom

These do not appear:

There, the eyes are

Sunlight on a broken column ...


Se abría la puerta a esa libertad de expresión creativa en la que la idea y la palabra adquieren lo mismo la calidad de arte como su obligada introspección y estética, sustentadas en formas y contenidos de hondura.

Se evadía ya la superficialidad con la que generalmente se tocaba el tema homosexual y se profundizaba en la voluntad de vivir y de respetase como también de hacerse respetar. No. No era una clase de moral. No era un texto ni doliente ni cargado de algarabía: Si, en el fondo un reproche, pero también un soy libre y soy yo: “me vale madres lo que digan o piensen: nomás razónenlo”.

“¿Alguna vez el lector se ha topado con algún puto por la calle? ¿Ha sentido su mirada fija; lo ha visto aproximarse a pedirle un cigarro, hacerle conversación, sugerirle…? Mientras me embrollo con las ideas que trataré de desarrollar en este artículo, paseo por el Parque México mirando a los muchachos que me gustan con esa peculiar ‘mirada de puto’ cuya escandalizada descripción sería insuperable para escribir un artículo amarillista.

“No puedo saber cómo vean mis ojos esos muchachos, salvo alguno de ellos, con quien ya hice cita; pero recuerdo que en muchas de las novelas que he leído, cuando aparece algún personaje homosexual, el autor se demora nerviosamente, intrigado por sus miradas. ‘Eyes I dare not meet in dreams’, escribió Eliot.

“Las califican como sesgadas, fijas, lujuriosas, sentimentales, socarronas, rehuyentes, ansiosas, rebeldes, serviles, irónicas, etcétera. Estos adjetivos no hablan de los ojos de los homosexuales en sí sino de cómo la sociedad establecida nos mira: somos parte de ella, sobre todo de su clase media, y a la vez la contradecimos; resultamos sus beneficiarios y sus críticos”.

El texto de largo alcance pasó de mano en mano entre los estudiantes y las estudiantas. Reíamos, bromeábamos, pero tomábamos muy en serio tanto la tesis como su disección. Y sobre todo que no era un asunto cualquiera. Era un tema que por entonces tenía puertas cerradas en los medios, a no ser que se le refiriera para hacer escarnio y burla; para ridiculizar o para marcar a otros con las propias vocaciones escondidas.

Lo comentamos con nuestra profesora de análisis de contenido y, el texto, luego de un gran debate dentro del aula, sacó diez de calificación y muchos lectores que a partir entonces seguiríamos las crónicas que publicaba José Joaquín Blanco en “Sábado”. La mayoría de ellas luego recopiladas en un solo tomo por la editorial ERA: “Función de media noche”, y que por su calidad periodística y literaria fue publicado por la Secretaría de Educación Pública en su colección “Lecturas mexicanas”.

El escritor cumple setenta años este año. Y sigue siendo tan fiel a su pasión por la historia, la literatura y acaso el periodismo. Ha sabido encontrar el hilo conductor entre las tres disciplinas. Piensa en la literatura democrática como la casa de todos y en donde todos tienen su lugar, sus reglas y sus libertades y derechos. Sigue investigando desde el Instituto Nacional de Antropología e Historia y publicando.

No es un hombre de homenajes. No le gustan. Los rechaza. Y sin embargo siempre habrá que recordar la aportación importantísima que hizo al periodismo cultural de México y la que hace para desentrañar la historia de la literatura mexicana...

También por sus cuentos, su obra poética y ensayos de cultura y letras que han aportado y aportan le letra pequeña de nuestra personalidad, nuestras cualidades y defectos y la urgente necesidad de seguir siendo “la raza cósmica” que decretara su admirado y biografiado José Vasconcelos.

Iconoclasta, reflexionaba en una entrevista de 1982: “Yo tengo la impresión de que nos robaron la cultura nacional. Uno se encuentra con una cultura mexicana ya demasiado interpretada. Desde el punto de vista literario, es un gran error confiarle a las instituciones el resguardo de nuestra cultura; lo único que las instituciones hacen con la cultura es administrarla como los bancos, usarla como los bancos utilizan el dinero. Yo no sólo desconfío, sino que muchas veces abomino la labor de las instituciones culturales”.

Por mi parte me quedé en que nació el 19 de marzo de 1951 en Ixmiquilpan, Hidalgo, aunque sus biógrafos sitúan el lugar en el Distrito Federal. Él lo sabe. En todo caso nació. Estudió Lengua y Literaturas hispánicas en Filosofía y Letras de la UNAM y ha sido Investigador del INAH.

Como escritor en sus diferentes géneros ha publicado en un número importante de periódicos y revistas nacionales. Actualmente tiene un blog: “La iguana del ojete”, en donde hoy mismo se encuentran enormes aportaciones para el conocimiento y la reflexión histórica y cultural, al mismo tiempo textos de divulgación producto de su experiencia periodística.

Ejerce la crítica literaria con amplísima erudición y sin simulaciones, con observaciones puntuales y justas. Mantiene el estilo fresco y pulcro con el que lo conocimos hace ya cuarenta y dos años.

Tiene estudios muy rigurosos sobre la literatura novohispana en México y biografías. Sus ensayos abarcan una gama muy amplia de intereses literarios, de personalidad y cultura. Así que su obra es vasta, y ‘además sí importa’.

Están, además de su clásico “Función de media noche”, también “Las púberes canéforas”, “Se llamaba Vasconcelos”, “Se visten novias”, “Mátame y verás”, “Crónica de la poesía mexicana”, “Los mexicanos se pintan solos”, “José Revueltas”, “Postales trucadas”, “Un chavo bien helado”, “Crónica literaria: un siglo de escritores mexicanos”, “Cuando todas las chamacas se pusieron medias nylon”, “Ciudad de México, espejos del siglo XXI”, “Otra vez en la playa”, “Sentido contrario”, “La siesta del parque” su obra de teatro “El castigador” y guiones, como “Frida” que escribió con Paul Leduc...

Pero sobre todo, José Joaquín Blanco es un personaje central de la cultura mexicana del siglo XX y XXI. Un escritor que vino a abrir puertas y ventanas de una casa que se atrofiaba con olor a naftalina y que ventiló ideas y formas de hacer periodismo cultural y reportajes.

Un día le pregunté al amigo: ¿Cómo se puede escribir tan bien como lo haces? Se quedó pensando y contestó en tono cordial: “Haciéndolo todo el tiempo. Es como la gimnasia, hay que hacerla de forma rigurosa, para estar en forma”. Eso es. Es un escritor muy en forma y de indispensable lectura.

El 17 de marzo de 1979 fue sábado. Ese día se publicó el suplemento de cultura del periódico UnomásUno que dirigía don Fernando Benítez y que editaba Huberto Bátiz. Se llamaba así: “Sábado”.

Por entonces la lectura de este diario era obligada entre muchos interesados en lo que pasaba en México y fuera, desde una perspectiva novedosa y crítica y desde la izquierda inteligente y preocupada por lo social en sus distintas discrepancias, contradicciones y urgentes necesidades. Era un periódico que se destacaba por su crítica al poder, razonada y justa.

Para entonces el periódico que había fundado Manuel Becerra Acosta apenas un año y meses antes, el 14 de noviembre de 1977, pronto se posicionó como un medio serio y muy enjundioso tanto en su formato como en sus entregas informativas y de análisis, debidas en mucho a la calidad de sus reporteros, redactores, analistas, escritores, diseñadores, editores... tanto. De todos modos, ese sábado se armó una verdadera revolución.

Para nosotros, que éramos incipientes estudiantes de periodismo en la Universidad. aquella crónica nos cayó como agua fresca; era como encontrar una puerta abierta a una nueva forma y tono para decir las cosas y sumergirnos en un lenguaje y una argumentación rica en formas y contenidos que lo mismo generaban el “no se miden” como “qué chingonería”. Había que leerlo y releerlo.

Aquel día se publicó una crónica-ensayo de José Joaquín Blanco que se llama “Ojos que da pánico soñar”. Y es un retrato argumentado que explicaba al mundo homosexual, sus razones, sus dilemas, los reproches, la defensa racional, justa, digna y honorable, y era, sobre todo, un texto de libertad. Una libertad que se distinguía desde el título –que es parte de un poema de T.S. Eliot:


“Eyes I dare not meet in dreams

In death's dream kingdom

These do not appear:

There, the eyes are

Sunlight on a broken column ...


Se abría la puerta a esa libertad de expresión creativa en la que la idea y la palabra adquieren lo mismo la calidad de arte como su obligada introspección y estética, sustentadas en formas y contenidos de hondura.

Se evadía ya la superficialidad con la que generalmente se tocaba el tema homosexual y se profundizaba en la voluntad de vivir y de respetase como también de hacerse respetar. No. No era una clase de moral. No era un texto ni doliente ni cargado de algarabía: Si, en el fondo un reproche, pero también un soy libre y soy yo: “me vale madres lo que digan o piensen: nomás razónenlo”.

“¿Alguna vez el lector se ha topado con algún puto por la calle? ¿Ha sentido su mirada fija; lo ha visto aproximarse a pedirle un cigarro, hacerle conversación, sugerirle…? Mientras me embrollo con las ideas que trataré de desarrollar en este artículo, paseo por el Parque México mirando a los muchachos que me gustan con esa peculiar ‘mirada de puto’ cuya escandalizada descripción sería insuperable para escribir un artículo amarillista.

“No puedo saber cómo vean mis ojos esos muchachos, salvo alguno de ellos, con quien ya hice cita; pero recuerdo que en muchas de las novelas que he leído, cuando aparece algún personaje homosexual, el autor se demora nerviosamente, intrigado por sus miradas. ‘Eyes I dare not meet in dreams’, escribió Eliot.

“Las califican como sesgadas, fijas, lujuriosas, sentimentales, socarronas, rehuyentes, ansiosas, rebeldes, serviles, irónicas, etcétera. Estos adjetivos no hablan de los ojos de los homosexuales en sí sino de cómo la sociedad establecida nos mira: somos parte de ella, sobre todo de su clase media, y a la vez la contradecimos; resultamos sus beneficiarios y sus críticos”.

El texto de largo alcance pasó de mano en mano entre los estudiantes y las estudiantas. Reíamos, bromeábamos, pero tomábamos muy en serio tanto la tesis como su disección. Y sobre todo que no era un asunto cualquiera. Era un tema que por entonces tenía puertas cerradas en los medios, a no ser que se le refiriera para hacer escarnio y burla; para ridiculizar o para marcar a otros con las propias vocaciones escondidas.

Lo comentamos con nuestra profesora de análisis de contenido y, el texto, luego de un gran debate dentro del aula, sacó diez de calificación y muchos lectores que a partir entonces seguiríamos las crónicas que publicaba José Joaquín Blanco en “Sábado”. La mayoría de ellas luego recopiladas en un solo tomo por la editorial ERA: “Función de media noche”, y que por su calidad periodística y literaria fue publicado por la Secretaría de Educación Pública en su colección “Lecturas mexicanas”.

El escritor cumple setenta años este año. Y sigue siendo tan fiel a su pasión por la historia, la literatura y acaso el periodismo. Ha sabido encontrar el hilo conductor entre las tres disciplinas. Piensa en la literatura democrática como la casa de todos y en donde todos tienen su lugar, sus reglas y sus libertades y derechos. Sigue investigando desde el Instituto Nacional de Antropología e Historia y publicando.

No es un hombre de homenajes. No le gustan. Los rechaza. Y sin embargo siempre habrá que recordar la aportación importantísima que hizo al periodismo cultural de México y la que hace para desentrañar la historia de la literatura mexicana...

También por sus cuentos, su obra poética y ensayos de cultura y letras que han aportado y aportan le letra pequeña de nuestra personalidad, nuestras cualidades y defectos y la urgente necesidad de seguir siendo “la raza cósmica” que decretara su admirado y biografiado José Vasconcelos.

Iconoclasta, reflexionaba en una entrevista de 1982: “Yo tengo la impresión de que nos robaron la cultura nacional. Uno se encuentra con una cultura mexicana ya demasiado interpretada. Desde el punto de vista literario, es un gran error confiarle a las instituciones el resguardo de nuestra cultura; lo único que las instituciones hacen con la cultura es administrarla como los bancos, usarla como los bancos utilizan el dinero. Yo no sólo desconfío, sino que muchas veces abomino la labor de las instituciones culturales”.

Por mi parte me quedé en que nació el 19 de marzo de 1951 en Ixmiquilpan, Hidalgo, aunque sus biógrafos sitúan el lugar en el Distrito Federal. Él lo sabe. En todo caso nació. Estudió Lengua y Literaturas hispánicas en Filosofía y Letras de la UNAM y ha sido Investigador del INAH.

Como escritor en sus diferentes géneros ha publicado en un número importante de periódicos y revistas nacionales. Actualmente tiene un blog: “La iguana del ojete”, en donde hoy mismo se encuentran enormes aportaciones para el conocimiento y la reflexión histórica y cultural, al mismo tiempo textos de divulgación producto de su experiencia periodística.

Ejerce la crítica literaria con amplísima erudición y sin simulaciones, con observaciones puntuales y justas. Mantiene el estilo fresco y pulcro con el que lo conocimos hace ya cuarenta y dos años.

Tiene estudios muy rigurosos sobre la literatura novohispana en México y biografías. Sus ensayos abarcan una gama muy amplia de intereses literarios, de personalidad y cultura. Así que su obra es vasta, y ‘además sí importa’.

Están, además de su clásico “Función de media noche”, también “Las púberes canéforas”, “Se llamaba Vasconcelos”, “Se visten novias”, “Mátame y verás”, “Crónica de la poesía mexicana”, “Los mexicanos se pintan solos”, “José Revueltas”, “Postales trucadas”, “Un chavo bien helado”, “Crónica literaria: un siglo de escritores mexicanos”, “Cuando todas las chamacas se pusieron medias nylon”, “Ciudad de México, espejos del siglo XXI”, “Otra vez en la playa”, “Sentido contrario”, “La siesta del parque” su obra de teatro “El castigador” y guiones, como “Frida” que escribió con Paul Leduc...

Pero sobre todo, José Joaquín Blanco es un personaje central de la cultura mexicana del siglo XX y XXI. Un escritor que vino a abrir puertas y ventanas de una casa que se atrofiaba con olor a naftalina y que ventiló ideas y formas de hacer periodismo cultural y reportajes.

Un día le pregunté al amigo: ¿Cómo se puede escribir tan bien como lo haces? Se quedó pensando y contestó en tono cordial: “Haciéndolo todo el tiempo. Es como la gimnasia, hay que hacerla de forma rigurosa, para estar en forma”. Eso es. Es un escritor muy en forma y de indispensable lectura.

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