/ viernes 28 de mayo de 2021

Hojas de papel volando | Kazantzakis... un poco de locura

La literatura tiene un aliado de enormes dimensiones. Un aliado que –cuando se hacen bien las cosas- consigue devolver el interés por la lectura y al mismo tiempo disfrutar de otra de las artes que desde hace más de un siglo ha conseguido, al mismo tiempo, deleite, interés, profundidad, extensión, emoción y conmoción.

Porque eso mismo hace la literatura: conmociona; irrumpe; penetra en el alma humana y le dota de la capacidad para identificarse a sí, entenderse en sus tribulaciones como en sus capacidades y le regala un don preciado insustituible: la libertad.

Así que la alianza entre literatura y el cine nos permite dimensionar el valor artístico de cada una de ellas, por separado, como expresiones de arte, creación y pensamiento.

Una obra y su autor tienen su propio peso intelectual y artístico en sí mismos: Don Quijote de la Mancha, por ejemplo, es una obra de la que no se tiene duda de que alcanza profundidades y alturas insospechadas en el alma humana y la hace universal y trascendente. Pedro Páramo es, asimismo, una joya de la imaginación creativa, de arte y del peso en oro de cada una de sus palabras y expresiones.

Con mucha frecuencia el cine se ha nutrido de obras literarias. Les da otra dimensión y las expresa con alcances que a veces consigue trasladar el espíritu del escritor o lo que quiso explicar y, por otro lado, le da un sentido diferente a esa misma obra. Le da su toque cinematográfico. Y así alcanza su propia identidad creativa.

Con frecuencia se dice: “Leí el libro y vi la película sobre el libro: nada que ver”, o bien “La película fue muy literal y respetó la obra, pero no se expresó como arte cinematográfico” o “Leí el libro, no quiero ver la película, no me gusta cómo los hacen en el cine” o “Ya vi la película, ya no leeré el libro” ... Y así. Y hay razones en todos los casos.

Pero lo cierto es que habrá que verlos en dos dimensiones, separados, aunque haya un hilo conductor: la historia. El libro es esencialmente creación y apunta directo al cerebro y al corazón; el cine nos invita a disfrutar el arte visual, los diálogos, las actuaciones, la fotografía, la historia misma, la dirección, la escenografía, el ritmo, la música... tanto. Pero cada uno tiene lo suyo propio.

Así que si el hilo conductor es la historia, hay casos en los que, en efecto, esa historia crece a dimensiones insospechadas en el cine o, a la inversa, que también ocurre. No han logrado hacer –por ejemplo- una obra de arte-película de Don Quijote de la Mancha aunque se han hecho varios intentos; lo mismo que de Pedro Páramo.

Y así la historia. Pero se da el caso de que hay autores de enorme creatividad, de intensidad profunda y cuya obra tiene alcances estratosféricos, pero que pasan desapercibidos por distintas razones; a veces por tiempos turbulentos que vive la humanidad o porque los intereses sociales y literarios que predominan corren por otra ruta a la de los autores o porque las ediciones fueron fallidas. Y es el cine el que los rescata.

Un caso emblemático de esto fue Zorba el Griego. El libro de Nikos Kazantzakis Alexis Zorba, el griego, fue adaptado a película en 1964.

Dirigida, producida y montada por Michael Cacoyannis en una producción británico-griega. En 1965 ganó tres premios Oscar. Fue una película de muy bajo presupuesto, pero que al final, por el éxito mundial inmediato, ganó los oros de Fausto:

La asignación inicial fue de 783 mil dólares. A las pocas semanas de su estreno mundial había recaudado 23.5 millones de dólares. Y la partitura que escribió para la película Mikis Theodorakis, Danza de Zorba, se hizo de fama mundial y emblema musical de Grecia. El mexicano Anthony Quinn fue Zorba.

Pero lo más importante a esto fue que Nikos Kazantzakis comenzó a ser reconocido no sólo como autor del libro, sino que toda su obra comenzó a leerse con atención; a causar polémica por su contenido que para muchos es irreverente y que, al final de cuentas, predominó como obra de arte, por lo que en distintas ocasiones Niko estuvo a punto de conseguir el Nobel de Literatura.

La novela se publicó en 1946 como Vida y hechos de Alexis Zorba. Y es la historia de una profunda amistad, de un enorme sentido de la libertad, de la fraternidad y del vivir al punto de hacer de la vida una locura-una pasión y amar con locura, porque quienes no están un poco locos, no viven.

Es un joven griego intelectual, quien viaja a Creta para reabrir una mina de lignito que le fue heredada y que está en desuso. En el trayecto conoce a un viejo de más de sesenta años quien se le acerca para pedirle trabajo. A pesar de las distancias intelectuales que se suponen y que al final no lo son, se hacen amigos porque la vida aporta el afecto, la esencia del conocimiento y la experiencia.

Aquel hombre se presenta como Alexis Zorba, con conocimientos de minero, cocinero y tañedor del sandouri (instrumento musical). El joven sonríe y es atrapado por el lenguaje locuaz y la forma de expresarse de Zorba. Le ofrece trabajo como capataz y se enfrascan en gran cantidad de temas en los que los monólogos de Zorba dan forma y vida al ideal del libro.

En la vida real, Niko conoció a George Zorbas en 1917. Ambos intentaron explotar una mina de lignito que Nikos compró cuando recibió una herencia familiar. No funcionó el proyecto por lo que dejaron el intento. Pero Zorbas fue el factor clave para que Niko hiciera de aquel encuentro una obra de arte.

Pero la obra de Nikos Kazantzakis abarca aún más. Es la de un escritor que se declara agnóstico aunque, al final de cuentas, es profundamente creyente y católico. Mantiene la creencia a su modo, una creencia racionalista (no es en vano que uno de los filósofos que más le influyeron fuera Friedrich Nietzsche).

Intenta entender las razones divinas y humanas de Cristo. Su divinidad incuestionable pero también una seria reflexión del cómo al hacerse hombre debiera serlo en el sentido extenso del concepto: con debilidades y aspiraciones humanas. Y aquí con Nietzsche: “Encontrar la verdadera ‘esencia’ de la realidad; la realidad no es más que la expresión de la voluntad: ser es querer ser”.

La obra de Niko gira en torno a la fe católica, a la figura de Cristo-Dios-Hombre y a la de San Francisco de Asís, visto como un personaje no sólo caritativo y bondadoso o santificado; sobre todo consciente de las circunstancias de pobreza, injusticia y su responsabilidad humana frente a lo humano. “Rechaza la placidez y dulzura de la visión del dolor y pobreza humanas. Prefiere un valor más activo en la solución de estos problemas”.

La última tentación de Cristo fue publicada en 1953. De inmediato la temática causó controversia y motivó que la Iglesia Ortodoxa Griega excomulgara a Kazantzakis. “La tentación más fuerte y más grande del hombre es la de ser un hombre común”, escribió.

Su obra reitera las contradicciones del dogma católico y que él mismo, como escritor, deriva en: La última tentación de Cristo; Cristo de nuevo crucificado; El pobre de Asís; Almas rotas; La serpiente y el lirio; Hermanos enemigos ... y, por supuesto, Alexis Zorba, el griego, además de un buen número de crónicas de viajes.

En total es la obra de un escritor que debe ser releído con una mirada renovada y atenta a los valores literarios y a las observaciones filosóficas y teológicas que desgrana y con las que se puede estar de acuerdo o no, pero que merecen una detenida y atenta lectura.

Nikos Kazantzakis nació el 18 de febrero de 1883 en Megálo Kástro (hoy Heraklion, Creta) en 1883 y falleció a causa de leucemia el 26 de octubre de 1957 (74 años) en Friburgo de Brisgovia, Alemania. Es uno de los escritores y filósofos griegos más importantes del siglo XX y su obra ha sido traducida a por lo menos 70 idiomas. Al final, el más católico y creyente de los agnósticos.

“Una vez más comprendí hasta qué punto la felicidad terrena está hecha a la medida del hombre. No es un ave rara a la que debemos perseguir un momento en el cielo y al siguiente en nuestra mente. La felicidad es un ave doméstica que se encuentra en el patio de nuestra propia casa (...) Las personas necesitan un poco de locura, de otro modo nunca se atreven a cortar la soga y liberarse”.

La literatura tiene un aliado de enormes dimensiones. Un aliado que –cuando se hacen bien las cosas- consigue devolver el interés por la lectura y al mismo tiempo disfrutar de otra de las artes que desde hace más de un siglo ha conseguido, al mismo tiempo, deleite, interés, profundidad, extensión, emoción y conmoción.

Porque eso mismo hace la literatura: conmociona; irrumpe; penetra en el alma humana y le dota de la capacidad para identificarse a sí, entenderse en sus tribulaciones como en sus capacidades y le regala un don preciado insustituible: la libertad.

Así que la alianza entre literatura y el cine nos permite dimensionar el valor artístico de cada una de ellas, por separado, como expresiones de arte, creación y pensamiento.

Una obra y su autor tienen su propio peso intelectual y artístico en sí mismos: Don Quijote de la Mancha, por ejemplo, es una obra de la que no se tiene duda de que alcanza profundidades y alturas insospechadas en el alma humana y la hace universal y trascendente. Pedro Páramo es, asimismo, una joya de la imaginación creativa, de arte y del peso en oro de cada una de sus palabras y expresiones.

Con mucha frecuencia el cine se ha nutrido de obras literarias. Les da otra dimensión y las expresa con alcances que a veces consigue trasladar el espíritu del escritor o lo que quiso explicar y, por otro lado, le da un sentido diferente a esa misma obra. Le da su toque cinematográfico. Y así alcanza su propia identidad creativa.

Con frecuencia se dice: “Leí el libro y vi la película sobre el libro: nada que ver”, o bien “La película fue muy literal y respetó la obra, pero no se expresó como arte cinematográfico” o “Leí el libro, no quiero ver la película, no me gusta cómo los hacen en el cine” o “Ya vi la película, ya no leeré el libro” ... Y así. Y hay razones en todos los casos.

Pero lo cierto es que habrá que verlos en dos dimensiones, separados, aunque haya un hilo conductor: la historia. El libro es esencialmente creación y apunta directo al cerebro y al corazón; el cine nos invita a disfrutar el arte visual, los diálogos, las actuaciones, la fotografía, la historia misma, la dirección, la escenografía, el ritmo, la música... tanto. Pero cada uno tiene lo suyo propio.

Así que si el hilo conductor es la historia, hay casos en los que, en efecto, esa historia crece a dimensiones insospechadas en el cine o, a la inversa, que también ocurre. No han logrado hacer –por ejemplo- una obra de arte-película de Don Quijote de la Mancha aunque se han hecho varios intentos; lo mismo que de Pedro Páramo.

Y así la historia. Pero se da el caso de que hay autores de enorme creatividad, de intensidad profunda y cuya obra tiene alcances estratosféricos, pero que pasan desapercibidos por distintas razones; a veces por tiempos turbulentos que vive la humanidad o porque los intereses sociales y literarios que predominan corren por otra ruta a la de los autores o porque las ediciones fueron fallidas. Y es el cine el que los rescata.

Un caso emblemático de esto fue Zorba el Griego. El libro de Nikos Kazantzakis Alexis Zorba, el griego, fue adaptado a película en 1964.

Dirigida, producida y montada por Michael Cacoyannis en una producción británico-griega. En 1965 ganó tres premios Oscar. Fue una película de muy bajo presupuesto, pero que al final, por el éxito mundial inmediato, ganó los oros de Fausto:

La asignación inicial fue de 783 mil dólares. A las pocas semanas de su estreno mundial había recaudado 23.5 millones de dólares. Y la partitura que escribió para la película Mikis Theodorakis, Danza de Zorba, se hizo de fama mundial y emblema musical de Grecia. El mexicano Anthony Quinn fue Zorba.

Pero lo más importante a esto fue que Nikos Kazantzakis comenzó a ser reconocido no sólo como autor del libro, sino que toda su obra comenzó a leerse con atención; a causar polémica por su contenido que para muchos es irreverente y que, al final de cuentas, predominó como obra de arte, por lo que en distintas ocasiones Niko estuvo a punto de conseguir el Nobel de Literatura.

La novela se publicó en 1946 como Vida y hechos de Alexis Zorba. Y es la historia de una profunda amistad, de un enorme sentido de la libertad, de la fraternidad y del vivir al punto de hacer de la vida una locura-una pasión y amar con locura, porque quienes no están un poco locos, no viven.

Es un joven griego intelectual, quien viaja a Creta para reabrir una mina de lignito que le fue heredada y que está en desuso. En el trayecto conoce a un viejo de más de sesenta años quien se le acerca para pedirle trabajo. A pesar de las distancias intelectuales que se suponen y que al final no lo son, se hacen amigos porque la vida aporta el afecto, la esencia del conocimiento y la experiencia.

Aquel hombre se presenta como Alexis Zorba, con conocimientos de minero, cocinero y tañedor del sandouri (instrumento musical). El joven sonríe y es atrapado por el lenguaje locuaz y la forma de expresarse de Zorba. Le ofrece trabajo como capataz y se enfrascan en gran cantidad de temas en los que los monólogos de Zorba dan forma y vida al ideal del libro.

En la vida real, Niko conoció a George Zorbas en 1917. Ambos intentaron explotar una mina de lignito que Nikos compró cuando recibió una herencia familiar. No funcionó el proyecto por lo que dejaron el intento. Pero Zorbas fue el factor clave para que Niko hiciera de aquel encuentro una obra de arte.

Pero la obra de Nikos Kazantzakis abarca aún más. Es la de un escritor que se declara agnóstico aunque, al final de cuentas, es profundamente creyente y católico. Mantiene la creencia a su modo, una creencia racionalista (no es en vano que uno de los filósofos que más le influyeron fuera Friedrich Nietzsche).

Intenta entender las razones divinas y humanas de Cristo. Su divinidad incuestionable pero también una seria reflexión del cómo al hacerse hombre debiera serlo en el sentido extenso del concepto: con debilidades y aspiraciones humanas. Y aquí con Nietzsche: “Encontrar la verdadera ‘esencia’ de la realidad; la realidad no es más que la expresión de la voluntad: ser es querer ser”.

La obra de Niko gira en torno a la fe católica, a la figura de Cristo-Dios-Hombre y a la de San Francisco de Asís, visto como un personaje no sólo caritativo y bondadoso o santificado; sobre todo consciente de las circunstancias de pobreza, injusticia y su responsabilidad humana frente a lo humano. “Rechaza la placidez y dulzura de la visión del dolor y pobreza humanas. Prefiere un valor más activo en la solución de estos problemas”.

La última tentación de Cristo fue publicada en 1953. De inmediato la temática causó controversia y motivó que la Iglesia Ortodoxa Griega excomulgara a Kazantzakis. “La tentación más fuerte y más grande del hombre es la de ser un hombre común”, escribió.

Su obra reitera las contradicciones del dogma católico y que él mismo, como escritor, deriva en: La última tentación de Cristo; Cristo de nuevo crucificado; El pobre de Asís; Almas rotas; La serpiente y el lirio; Hermanos enemigos ... y, por supuesto, Alexis Zorba, el griego, además de un buen número de crónicas de viajes.

En total es la obra de un escritor que debe ser releído con una mirada renovada y atenta a los valores literarios y a las observaciones filosóficas y teológicas que desgrana y con las que se puede estar de acuerdo o no, pero que merecen una detenida y atenta lectura.

Nikos Kazantzakis nació el 18 de febrero de 1883 en Megálo Kástro (hoy Heraklion, Creta) en 1883 y falleció a causa de leucemia el 26 de octubre de 1957 (74 años) en Friburgo de Brisgovia, Alemania. Es uno de los escritores y filósofos griegos más importantes del siglo XX y su obra ha sido traducida a por lo menos 70 idiomas. Al final, el más católico y creyente de los agnósticos.

“Una vez más comprendí hasta qué punto la felicidad terrena está hecha a la medida del hombre. No es un ave rara a la que debemos perseguir un momento en el cielo y al siguiente en nuestra mente. La felicidad es un ave doméstica que se encuentra en el patio de nuestra propia casa (...) Las personas necesitan un poco de locura, de otro modo nunca se atreven a cortar la soga y liberarse”.

ÚLTIMASCOLUMNAS
viernes 22 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Bueno… bueno… ¿Quién llama?

La verdad, eso del teléfono celular -o móvil, si quiere— se ha convertido en una solución, en un acercamiento entre los seres humanos, un romper distancias, un sentirse aquí y ahora todos juntos…

Joel Hernández Santiago

viernes 15 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Primavera sin mostaza

Pero ya está. Está aquí la primavera que estalla olorosa, brillante, sin mácula y con la ilusión del comienzo de un nuevo ciclo

Joel Hernández Santiago

viernes 08 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Mujer que periodista es

Hoy muchas mujeres-periodistas de México están amenazadas. Viven su profesión con miedo. Viven el día a día informativo con temor a represalias, amenazas, venganzas

Joel Hernández Santiago

viernes 23 de febrero de 2024

Hojas de papel | Domingo de plaza en Tlacolula

Es domingo, día de plaza en Tlacolula, en los Valles Centrales de Oaxaca... Y hoy se viste de fiesta. ¡Si señor!

Joel Hernández Santiago

viernes 09 de febrero de 2024

Hojas de Papel | De amor y amistad: ¿Quién a mis puertas llama?

El sacerdote cristiano Valentín desobedeció al emperador romano Claudio II, a quien no le gustaba que sus soldados se casaran

Joel Hernández Santiago

viernes 26 de enero de 2024

Hojas de papel | Pescadores: 'Los que en tierra firme no saben andar'

Yo imaginaba a aquellos hombres que se hacían a la mar en barcos pequeños cargados con sus utensilios para llevar a cabo la pesca

Joel Hernández Santiago

viernes 19 de enero de 2024

Hojas de papel | ¡Abrázame! ¿No ves que tengo frío?

En todo caso, el ser humano necesita ser apapachado y apapachar. Necesita que le digan: te quiero, te necesito...

Joel Hernández Santiago

Cargar Más